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domingo, 31 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Cuarto Domingo de Cuaresma. Reflexiones.

Cuarto Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Gálatas 4, 22-31)

Nosotros somos hijos de la esclava, es verdad; pero ¡Cuán pocos cristianos gozan el día de hoy de la libertad de los hijos de Dios! Al rescatarnos Jesucristo nos volvió esta preciosa libertad: pero ¿Qué caso se hace de ella cuando se pierde voluntariamente y sin pena? Esta dulce libertad que nos exime de la tiranía de las pasiones, de la esclavitud del pecado, de la maligna sugestión de los sentidos, del capricho ridículo, molesto e imperioso del mundo, ¿Es muy estimada, muy buscada, muy amada de la mayor parte de las gentes? ¿Se conoce su precio? ¿Se conocen sus frutos? ¿Se saben todas sus ventajas? La prisa que nos damos por meternos, por decirlo así, a servir a tantos amos tan duros, por cargarnos de cadenas, por vivir en la esclavitud, hace ver claramente cuán locos somos, cuán insensatos en materia de salvación. Se vive en pecado sin la menor pesadumbre; ¡Y hubo jamás servidumbre más funesta! Nos abandonamos, nos sacrificamos como una infeliz víctima al furor de las pasiones y a los caprichos imperiosos del mundo; ¡Y puede haber cautiverio más duro! Tristes esclavos de tantos y tan diversos tiranos, vosotros gemís en secreto, y solo os mostráis alegres y dichosos en cuanto podéis ocultarnos la amargura de vuestros pesares, lo agudo de vuestros remordimientos, y la abundancia de vuestras lágrimas; pero nunca podréis robarnos la vista del lastimoso estado en que gemís. Después de haber sido el juguete de las pasiones se vienen en fin a ser la víctima de estos monstruos. ¿Vivís en pecado? Sois el blanco de todos los disgustos. ¿Vivís en desgracia del Señor? ¿Quién puede calmar tantos justos terrores como os asaltan? ¿Qué cosa puede defenderos de tan funestos accidentes como os amenazan? ¿Quién puede suavizar el rigor de tantos crueles sobresaltos? ¿Qué día hay sereno en el servicio del mundo? ¿Qué reposo bajo del yugo de un tal tirano? ¿Hubo jamás cautiverio más insoportable que el que sufre, el que pasa sus días en el servicio del mundo? ¿Qué dependencia más universal? ¿Qué sujeción más incómoda? ¿Qué violencia más servil? Es preciso soportar a unos, contemporizar con otros, y depender de todos. Tantos amos como compañeros, y estos compañeros de la misma calidad, de la misma edad, ¡Qué diferencia de humores! Por más caprichosos que sean, por más ridículos, por más insoportables, es preciso sufrirlos. ¡Cuántas molestias hay que tragar! ¡Cuántos sinsabores que disimular! ¡Cuántos motivos justos para desconfiar unos de otros! Por más que las gentes del mundo disimulen, por más que los libertinos aparenten, es demasiado grosero el artificio para que no se conozca. Las pesadumbres y tedios se asoman a la cara en medio de sus fingidas risas: sus cadenas hacen demasiado ruido para no deciros que son esclavos los que las arrastran. Comparemos su condición triste y servil con la dulce libertad, la inocencia, la calma y el gozo puro, lleno e inalterable de los verdaderos hijos de Dios. ¿Y no se conocerán jamás, buen Dios, las dulzuras inefables, la paz inalterable, el placer exquisito que se experimentan en vuestro servicio, y que no se pueden experimentar en otra parte? La muerte misma, la muerte, cuyo solo pensamiento es capaz de llenar de amargura los más dulces placeres de la vida: esta muerte no es capaz de alterar la paz, la dulce libertad, la felicidad anticipada de las verdaderas gentes de bien. No hay que cansarse: no hay felicidad donde no hay santidad. Toda otra idea de felicidad es quimérica.

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA: Milagro de la Multiplicación de los panes y peces.

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA
Dominica Lætare



Introito extraído de Isa., 66, 10 y 11; Salmo 121, 1
Epístola del Apóstol San Pablo a los Gálatas 4, 22-31
Evangelio según San Juan 6, 1-15

El cuarto domingo de Cuaresma ha tenido siempre en la Iglesia una solemnidad mayor que los tres antecedentes: era uno de los cinco domingos del año que llamaban principales, porque tenían oficio fijo, el que nunca cedían al de ninguna otra fiesta. La razón de esta particular solemnidad es porque en este día hace la Iglesia la fiesta del milagro de la multiplicación de los cinco panes, que ha sido siempre mirado como uno de los efectos más insignes del poder de Jesucristo, como se vio en que el pueblo después de este prodigio pensó en hacerle rey, y ponerle sobre el trono. Antes que se hubiese fijado a este domingo la fiesta de este milagro, la juntaban con la del primer milagro de Jesucristo, y se celebraba su memoria el mismo día de la Epifanía, porque se creía, sobre una antigua tradición, que la multiplicación milagrosa de los cinco panes en el desierto había sucedido en aquel mismo día.

Además del nombre de domingo de los cinco panes, se le da también en algunas partes el nombre del domingo Lætare, de la primera palabra del introito de la misa: Lætare Jerusalem, et conventum facite omnes qui diligitis eam: Alégrate, Jerusalén, y congregaos todos los que la amáis para juntar vuestra alegría con la suya; saltad de gozo los que habéis estado de asiento en la tristeza y en dolor, y seréis colmados de delicias, y os saciaréis de los consuelos que manan y brotan de su seno. Estas expresiones de alegría se han tomado del capítulo LXVI de Isaías, donde el Profeta, después de haber predicho de un modo claro y preciso la conversión de los gentiles a la fe de Jesucristo, bajo la figura de los judíos, libres, en fin, de la cautividad, y de vuelta a su país, convida a todo el pueblo escogido a hacer demostraciones de alegría por la dichosa vuelta de la conversión de los gentiles para no hacer sino una Iglesia. Quis audivit unquam tale? ¿Quién oyó jamás cosa igual? dice el Profeta, Et quis vidit huic simile? ¿Quién jamás vio cosa semejante? ¿Quién hubiera pensado jamás, añade, que Sion hubiera podido parir en tan poco tiempo un pueblo tan numeroso? En efecto, ¿qué cosa más admirable y más pasmosa que la prodigiosa conversión de los gentiles a la fe de Jesucristo? ¿Quién hubiera jamás creído que doce pobres pescadores, gente grosera, sin letras, sin fuerzas, sin opinión, habían de emprender reformar toda la tierra, y persuadir a unos hombres nacidos en la disolución, criados en la licencia de las costumbres, abandonados al libertinaje de los sentidos, que creyeran los misterios más impenetrables al espíritu humano, y más inaccesibles a las luces de la razón, y que se sometieran al yugo de una moral la más austera? Parece increíble que hayan emprendido todo esto; pero más increíble parece que lo hayan conseguido. Sin embargo, así ha sido. ¡Qué maravilla el que una religión como ésta en menos de un siglo se haya derramado y extendido por casi todas las partes del mundo; y que a pesar de las continuas oposiciones de la carne y del espíritu, y que sin embargo de las más horribles persecuciones, esta religión persevere sin la menor alteración en su moral y en su fe, no solo después de dieciocho siglos, sino hasta el fin de los siglos! Esto es lo que anunciaba el Profeta a la hija de Sion, y lo que le hacía decir, que se alegraran todos los que amaban a Jerusalén, y que enjugaran sus lágrimas, porque vendría un tiempo en que esta ciudad se vería llena de gloria, y en que toda la tierra participaría de las delicias que corrieran de su seno. Parece que la Iglesia en lo demás del oficio ha querido elegir de la Escritura los pasajes que hay más propios para ejercitar en sus hijos un gozo todo espiritual: Lætatus sum in his, quae dicta sunt mihi: in domum Domini ibimus. Me he llenado de gozo cuando me han dicho que iremos a la casa del Señor: por estas palabras empieza el salmo CXXI, que contiene los sentimientos de alegría del pueblo judaico, cuando se vio en vísperas de salir de la cautividad de Babilonia; enseñándonos el Espíritu Santo con estas figuras cuáles deben ser nuestros sentimientos por el cielo, nuestra verdadera patria; y disponiéndonos la Iglesia por estos sentimientos de gozo para la tristeza que debe producir en nosotros la pasión del Salvador, que se empieza a celebrar el domingo siguiente, y para la alegría de la resurrección, figurada en el fin de la cautividad de Babilonia, como también en la salida de Egipto. Con el mismo fin de inspirar en este día estos sentimientos de alegría a sus hijos, esparce la Iglesia el día de hoy flores sobre sus altares, y se sirve del órgano para la celebridad de la fiesta; lo cual es una especie de alivio, dicen los autores más críticos, que la Iglesia parece procurar a los que han pasado felizmente la mitad de la carrera de los ayunos de Cuaresma. Asimismo se ha elegido algunas veces en Roma este domingo para hacer la ceremonia de la coronación de los emperadores cristianos. El papa Inocencio IV en su sermón sobre este cuarto domingo dice que el oficio de este día está todo lleno de sentimientos de alegría; los cardenales dejan en él el color morado; pero la más vistosa de las señales y ceremonias que nos quedan de la fiesta de este cuarto domingo es la de la rosa de oro, que se hace en Roma este día, y que le ha dado también el nombre del domingo de la Rosa. Esta ceremonia consiste en la bendición solemne que hace el papa de una rosa de oro en la iglesia de Santa Cruz de Jerusalén; después de la misa, el Papa, acompañado de los cardenales en hábitos morados, vuelve procesionalmente llevando la rosa de oro, la que envía después a algún príncipe.

La Epístola de la misa de este día contiene las instrucciones que de san Pablo a los fieles de Galacia, donde contrapone la libertad de la ley nueva a la servidumbre de la antigua bajo la figura de los hijos de Abraham; Ismael, nacido de Agar, e Isaac, nacido de Sara: el primero, que era hijo de la esclava, nació según la carne, sin que Dios lo hubiese prometido; el otro, que era hijo de la mujer libre, nació en virtud de la promesa de Dios. Todo esto, dice el Apóstol, no es otra cosa que una alegoría que bajo estas dos mujeres nos presenta las dos alianzas, de las cuales la una es la de los esclavos, y la otra de las personas libres. A la mujer libre, nuestra madre, figura de la Iglesia, es a quien se dijo por el profeta Isaías: Alégrate, estéril que no pares, prorrumpe en gritos de alegría tú que has estado tanto tiempo sin el consuelo de ser madre; porque la que estaba abandonada y repudiada, tiene más hijos que la que tiene marido. En cuanto a nosotros, hermanos míos, continúa el Apóstol, debemos estar ciertos que somos los hijos de la promesa, como Isaac; luego no somos los hijos de la esclava, esto es, de la Sinagoga, sino de la mujer libre; esto es, de la Iglesia, que es la Esposa de Jesucristo, cuya libertad nos adquirió este Salvador con su muerte.

Ismael nada tiene que lo distinga. A la verdad es hijo de Abraham, nacido según el orden natural y de una mujer esclava, la cual fue con el tiempo echada de casa con su hijo, que fue después padre de doce hijos, de los cuales descienden los ismaelitas, los árabes, los sarracenos y los otros pueblos que no tuvieron parte en las promesas; pero Isaac había sido prometido a Abraham, y Dios le había dicho que sería su verdadero heredero, en favor del cual se ejecutarían las promesas que le había hecho. Se ve con bastante claridad por todo esto, que en la historia de estos dos hijos hay una alegoría misteriosa y un sentido místico y figurado; los mismos judíos han reconocido, no solo en Ismael y en Isaac, sino también en Agar y en Sara, la figura de los dos testamentos o alianzas: Agar esclava no puede ser madre del heredero, ni pudo parir sino esclavos; también es figura de la Sinagoga, cuyos hijos, es a saber, los judíos, estuvieron sujetos ser vilmente a la ley y a todas las ceremonias legales; y así esta ley fue dad y como aparecida entre fuegos, truenos y relámpagos, símbolos naturales del temor. El Apóstol continúa la alegoría hasta el fin, siempre con el designio de persuadir a los gálatas que la nueva alianza, esto es, la Iglesia de Jesucristo representada por Sara, madre de Isaac, no tiene sino hijos libres de la servidumbre de la ley, a la cual la Sinagoga, representada por Agar, madre de Ismael, había sujetado sus hijos hasta la venida del Mesías. Sina, continúa el Apóstol, es un monte en la Arabia, cercano a la Jerusalén de ahora, la cual es esclava con sus hijos. Todos saben que el monte Sina o Sinaí está en la Arabia Pétrea. Este monte, como también Agar, madre de los árabes o ismaelitas, es figura de los judíos carnales, sujetos servilmente a la ley. La relación y semejanza entre la Jerusalén terrestre y Agar consiste en que Agar era una esclava, y los judíos, representados por Jerusalén, lo son también, siendo éstos tan esclavos en sus observancias de la ley y en su culto, como Agar e Ismael lo eran respecto de Abraham; pero la Jerusalén de arriba, la cual es nuestra madre, es libre. El Apóstol entiende por estas dos Jerusalenes, una en la que vivían los judíos de su tiempo, ciudad material, terrestre, perecedera, representada por la esclava Agar; y la otra representada por Sara, la Iglesia de Jesucristo, su Esposa, a quien los Profetas llaman la nueva Jerusalén, y le dan los epítetos de libre, celestial, siempre resplandeciente, siempre adornada como la Esposa del Cordero, y eterna. Esta Jerusalén venida de lo alto es la Esposa de Jesucristo, y madre de todos los fieles. La Iglesia no tiene sino hijos libres, herederos de las promesas hechas por Dios a Abraham en favor de su hijo Isaac. En solo este hijo de Abraham, figura de Jesucristo, que es su hijo según la carne, debían ser benditas todas las naciones. Agar, figura de la Sinagoga, no tuvo sino hijos esclavos. Tales son los judíos servilmente sujetos a las observancias de la ley; se puede decir que sus fines, su culto, su religión misma, todo era material, todo natural, todo servil; solo los hijos de la Iglesia son verdaderamente libres; el privilegio de un culto espiritual y sobrenatural, la adoración en espíritu y en verdad eran propios de la nueva alianza; y si se han encontrado en los Santos y justos del Antiguo Testamento, ha sido porque pertenecían por la fe en Jesucristo y por la gracia el Testamento Nuevo. Se puede decir que solo en la religión cristiana es adorado Dios en espíritu y en verdad, y servido por amor, donde el temor que reina es un temor filial. Entre los verdaderos hijos de la Iglesia no se conoce otra verdadera servidumbre que la del pecado.

Está escrito, continúa el Apóstol, alégrate, estéril que no pares. Estas palabras las tomó san Pablo del profeta Isaías, de aquel Profeta a quien fueron revelados todos los misterios del Mesías y de la redención, y que tenía presente el retrato de la Iglesia, la felicidad de su dichosa fecundidad, cuya posteridad ha sido más numerosa: está más extendida, es cien veces más permanente que la de la Sinagoga, su primogénita, que se gloriaba de lo numeroso de sus hijos, y que a los principios parecía echar en cara a la Iglesia su oscuridad y esterilidad: Quia multi filii desertae, magis quam ejus quae habet virum. Por lo que toca a nosotros, hermanos míos, somos los hijos de la promesa, figurados por Isaac; no seáis tan cobardes, tan insensatos, que renunciéis esta gloriosa prerrogativa, y os hagáis voluntariamente hijos de Ismael, metiéndoos otra vez en la esclavitud de que Jesucristo os libró, sujetándoos por un error imperdonable a las ceremonias de la ley.

Pero así como el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el espíritu, lo mismo sucede ahora. Así como Ismael perseguía al joven Isaac, así también hoy los judíos carnales e incrédulos persiguen a los Cristianos. Habiendo sido tratado tan mal el Salvador, no se debía esperar que los discípulos tuviesen un tratamiento más favorable: Si me persecuti sunt, et vos persequentur. Pero ¿qué dice la Escritura? Añade san Pablo. Echa de casa a la esclava y a su hijo, pues no debe tener parte este en la herencia. Según el sentido literal y alegórico, el Apóstol da a entender bastantemente a los gálatas, que deben echar de sí a los verdaderos Ismaeles que los persiguen, y a los falsos apóstoles que los pervierten. Según el sentido moral debemos echar de nosotros todo lo que es contrario a nuestra salvación, como son las ocasiones próximas de pecado, y todo lo que puede sernos motivo de caída, sin que en esto haya la menor reserva. Debemos asimismo negarnos a las sugestiones del amor propio, y domar nuestras pasiones.

El Evangelio de la misa de este día contiene, como ya se ha dicho, la historia de la multiplicación de los cinco panes con que el Salvador dio a comer en el desierto a más de cinco mil personas.

sábado, 30 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Sábado del Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.

Sábado del Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del libro de Daniel 13, 1-9, 15-17, 19-30 y 33-62)

Por lo que se acaba de leer en esta Epístola, se ve claramente que la vejez debilita las fuerzas del espíritu y del cuerpo, pero no las de las pasiones. Se engaña el que cree que el tiempo las consume y aniquila: al contrario, las hace más imperiosas y más absolutas; y la edad, que hace más maduro y sociable el espíritu, hace más ásperas, más agrias las pasiones. La larga posesión les sirve de nuevo título: un hábito envejecido es para ellas una prescripción: Qui exultant in malis, consenescunt in malo. Una persona que se ha familiarizado con el pecado, envejece en el delito; y como esta postrera edad apaga de ordinario la vivacidad del espíritu, y hace a la razón más pesada, de ahí viene que las pasiones son siempre más descontentadizas: pierden en aquella edad todo lo que tenían de vivo y de brillante, y solo retienen lo que hay en ellas de más seco y más adusto. ¡Cuántas molestias se ahorrarían, cuántos malos pasos se evitarían si nos aplicáramos con tiempo a domar estos enemigos irreconciliables de nuestro reposo y de nuestra salvación! Las pasiones en los viejos son como el fuego en la leña seca, que prende fácilmente, y desde luego se enciende toda; al paso que en un leño verde el fuego chispea más, pero también se apaga más pronto. Todo descontenta con la edad; solo las pasiones están siempre más sedientas: la decrepitud embota al espíritu y los sentidos sin amortiguar el fuego de las pasiones. La avaricia nunca es tan codiciosa ni tan solícita como un viejo: por más rico que sea, siempre teme morir de hambre, aunque no le queden sino dos días de vida. Un espíritu receloso nunca es más desconfiado que cuando es viejo. El deleite no domina jamás en un viejo, que no sea con imperio. La fuerza del espíritu y de la razón puede servirles de freno en cualquiera otra edad; pero la vejez afloja y arruina estos diques, y así deja a esta pasión todo el ímpetu y rapidez del torrente. Cuanto más vieja es esta infame pasión, tanto más domina: de suerte que la edad que sirve de excusa o de pretexto para no echar mano de las mortificaciones del cuerpo y de la penitencia, fomenta y da fuerzas a un enemigo que se ve poco sujeto. La ira se inflama siempre más fácilmente en los viejos, y siempre es agria, molesta, voceadora. Se atribuyen los efectos de las pasiones a la flaqueza de la edad: ¿Por qué no se atribuirán a la mala voluntad, a la indevoción, a la corrupción de las costumbres, al desarreglo de una vida pasada en la irreligión? Porque esto, y no otra cosa hace insolentes las pasiones en esta postrera edad: esto es lo que forma y arraiga los malos hábitos, que tiranizan desde luego que prescriben, y esto demuestra la indispensable necesidad que tenemos todos de mortificar y de domar con tiempo las pasiones. No es menester que se hagan muy viejas para que establezcan su imperio; con solo que las alimentemos y acariciemos algún tiempo, pasan a hacerse unos huéspedes que bien pronto se hacen domésticos, y de domésticos pasan a ser unos crueles tiranos.

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: XXIII. Lo que la Santísima Virgen tuvo que sufrir durante la pasión de Jesucristo.

XXIII. Lo que la Santísima Virgen tuvo que sufrir durante la pasión de Jesucristo.

Por más dulce que fuese el consuelo y el gozo de la Santísima Virgen al ver las maravillas que obraba el Salvador en toda la Galilea y la Judea, sin embargo, el pensamiento de su pasión y la imagen de la muerte que había de padecer por la redención del linaje humano, la que tenía continuamente presente, anegaban su corazón en un mar de amargura, como hablan los santos Padres. Cuanto veía que se sabiduría era más admirada, y sus milagros más publicados y aplaudidos; cuanto más sabía cuál era la reputación de su Divino Hijo en toda la Siria, tanto más se afligía su corazón al pensar que este querido hijo, que era las delicias del Padre eterno y las suyas, debía verse un día harto de oprobios, y morir afrentosamente en una cruz; pues instruida en toda la economía del misterio de la redención, preveía con un amargo dolor el tiempo destinado para este sangriento sacrificio; y como cada día se iba acercando el término de él, su corazón padecía cada día un nuevo suplicio, teniendo noche y día presente en un espíritu hasta las menores circunstancias de su pasión.

Llegado, en fin, el tiempo de la pasión del Hijo, como también el de la pasión de la Madre, se fue María a Jerusalén, casi al mismo tiempo que su hijo; esto es, seis o siete días antes de la fiesta de Pascua: se retiró a casa de María, madre de Marcos, su parienta, desde donde fue testigo del triunfo superficial y pasajera con que el Salvador fue recibido en Jerusalén, el cual debía parar bien presto en la más triste y funesta tragedia, de la cual era preludio aquella alegría de tan poca duración que mostraba el pueblo por la llegada del Salvador; y así los gritos y clamores de hosanna o viva, que resonaban en toda la ciudad, aumentaban la amargura de su corazón, y hacían más profunda su tristeza, sabiendo que bien pronto se convertirían en gritos y clamores de execración. Se deja comprender cuál sería su aflicción cuando supo que Jesucristo había sido preso, y que le llevaban de tribunal en tribunal con la última y la mayor ignominia. Ninguna madre amó jamás a un hijo único con una ternura tan viva; ninguna madre sintió más vivamente los indignos y crueles tratamientos que tuvo que sufrir este hijo querido; y toda la Iglesia conviene en que no hubo jamás una madre mas afligida que María. Todos los santos Padres dicen a una voz, que María sola padeció más que todos los Mártires juntos; y que con razón se le da el título de Reina de los Mártires: Regina Martyrum; y que sin un milagro no hubiera podido sobrevivir a la dolorosa y afrentosa pasión de su adorable Hijo. No dio María el menor paso de reclamar contra el inaudito montón de injusticias, de calumnias, de oprobios y de tormentos que le hacían sufrir al Salvador; porque habiéndole ofrecido Ella misma al Padre eterno en calidad de víctima el día de su purificación, había consentido, digámoslo así, en que muriese por la redención de los hombres; y veis aquí por qué guardó el más mudo silencio durante toda su pasión. Se resolvió también por una especie de aliento sobrenatural, y muy superior a su sexo y a su calidad de madre, acompañarle al Calvario, y asistir a su muerte al pie de la cruz, conformándose con los inescrutables designios de la Providencia Divina. Todo cuanto la crueldad de los verdugos hizo sufrir a los cuerpos de los Mártires, todo fue poco, y aun debe reputarse por nada, si se compara con lo que Vos, Virgen Santísima, padecisteis en la muerte de vuestro Hijo sobre el Calvario, dice san Anselmo. Los otros fueron mártires, muriendo por Jesucristo, dice san Jerónimo; pero María lo fue muriendo con Jesucristo, o por mejor decir, sobreviviendo a Jesucristo. Porque María, continúa el Santo, amó más a su Hijo que todos los otros, por eso sintió más dolor viéndole padecer, en tanto grado, que la violencia de su dolor penetró toda su alma de parte a parte. En los otros Mártires, dice san Bernardo, el grande amor que tenían a Dios aliviaba el dolor que les causaban sus tormentos; pero en María, el amor extremado con que amaba a su Hijo hacía su martirio; y como amó a Jesucristo más que todos los Santos juntos, su martirio fue más amargo y más doloroso que el de todos ellos. In aliis Martyribus magnitudo amoris dolorem lenivit passionis; sed beata Virgo quanto plus amavit, tanto plus doluit, tantoque ipsius martyrium gravius fuit. La pasión dolorosa del Hijo fue con todas sus circunstancias la pasión dolorosa de la Madre.


Con solo mirar a Jesucristo en la cruz se consolaban todos los Mártires; pero respecto de la Santísima Virgen, este triste objeto era su más doloroso martirio. Jesucristo consolaba y aun llenaba de gozo interior a todos los Mártires en medio de los más crueles tormentos; y algunas veces llegaba hasta suspender en su favor la actividad del fuego en las calderas de plomo derretido y en los hornos encendidos; pero respecto de la Virgen Santísima, Jesucristo padeciendo y muriendo, es el mayor suplicio de su Madre; es para ella, dice san Bernardo, un mar de amargura en que está anegada. Juzgad de la grandeza del dolor, dice el santo Abad, por lo grande del amor: ella sola padeció más en su alma que todos los Mártires juntos padecieron en su cuerpo: Juxta magnitudinem amoris erat vis doloris, etc. Ciertamente, dice san Bernardino de Sena, el dolor que la Santísima Virgen padeció viendo espirar a su querido Hijo en la cruz fue tan vivo, tan extraordinario y tan grande, que si se hubiera repartido entre todas las criaturas capaces de sentir, no hubiera habido una que no hubiera muerto de dolor con sola la porción que le hubiera cabido. El amor tierno y compasivo, dice Arnaldo de Chartres, hacía en el alma de María lo que los clavos, los azotes, las espinas y la lanza hacían en el cuerpo adorable del Hijo. Tu Hijo, Virgen Santísima, padeció en el cuerpo, y Tú en el alma, exclama san Buenaventura; pero todas las llagas, que estaban divididas en cada miembro de su cuerpo, se hallaban juntas en tu corazón: Singula vulnera per ejus corpus sparsa, in tuo corde sunt unita. ¡Oh, y cuánta verdad es, Santísima Virgen, concluye san Bernardo, que tu alma fue verdaderamente traspasada de una espada de dolor! Como la Santísima Virgen padeció un tan doloroso martirio, al cual con razón se le ha dado el nombre de pasión, por el amor y la salvación de los hombres, en todos tiempos han tenido los fieles la particular devoción de honrar esta pasión de la Santísima Virgen, bajo el título de Nuestra Señora de las Angustias, bajo el de la Compasión de Nuestra Señora, bajo el de los Dolores de la Santísima Virgen, cuya fiesta está aprobada por la Santa Sede: en toda España se reza de ella con oficio propio, y también en muchas diócesis de Italia y Francia.

viernes, 29 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Viernes del Tercer Domingo de Cuaresma.

Viernes del Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del libro de los Números 20, I, 3 y 6-3)

Porque no me habéis creído, y porque no me habéis santificado delante de los hijos de Israel, no introduciréis este pueblo en el país que yo les daré. ¿Qué delito han cometido Moisés y Aaron para ser castigados tan severamente? Dios había dicho a Moisés: Habla a la piedra y te dará agua. Moisés creyó que bastaba herirla con la vara que había obrado tantos prodigios en su mano, y que esta manera de sacar agua de una piedra era más conveniente que hablarle; pero Dios no necesita de nuestros raciocinios; quiere una obediencia sencilla y ciega; no consulta, cuando quiere hacer un milagro ni la proporción ni conveniencia: su Voluntad omnipotente no tiene necesidad de ayuda. Dijo, hágase la luz, y fue hecha la luz; la pura nada ha sido el solo fondo de donde ha sacado todas las cosas; y tan poco le cuesta sacar agua de una roca diciendo una palabra, como hiriéndola con un cayado. Pero ¡Qué caro le costó a Moisés esta ligera desobediencia! Un confidente de Dios tan distinguido, tan estimado, a quien Dios había dotado del don de milagros, y de milagros tan estupendos; con quien Dios hablaba tan familiarmente; a quien Dios había escogido para legislador de su pueblo; de quien Dios se había servido para sacar a este pueblo de la servidumbre de Egipto, y para conducirlo a aquella tierra deliciosa que le había prometido; este hombre extraordinario, este gran siervo de Dios, este hacedor de milagros no introducirá este pueblo en la tierra de promisión, ni entrará él mismo, en castigo de su ligera desobediencia. ¡Buen Dios, y cuántas faltas ligeras son seguidas de grandes desgracias! Saul contra la orden de Dios reserva algunas ovejas para ofrecerlas en sacrificio, y es desechado del Señor, y pierde el cetro y la corona. Una ligera complacencia del rey Ezequías en hacer ver sus tesoros a unos extranjeros se los hace perder. Si en lugar de las tres veces que hirió la tierra con su flecha al rey Joás, la hubiera herido cinco o seis, hubiera exterminado enteramente la Siria. ¡De qué castigo son seguidas estas omisiones y estas faltas, al parecer tan ligeras! Siervos de Dios, ministros del Señor, almas prevenidas con sus bendiciones, personas religiosas, ahora no hacéis caso de ciertas pequeñas observancias, de ciertas reglas ligeras; miráis como menudencias ciertos puntos de la ley, cuya omisión no puede ser pecado grave; tratáis de escrúpulo la puntualidad en obedecer a Dios en las menores cosas: un día sabréis de cuán funesta consecuencia habrá sido vuestra poca fidelidad. Y quiera Dios que la exclusión de la tierra de promisión, respecto del legislador y del conductor del pueblo de Israel, no sea una figura de la reprobación de tantas almas prevenidas de tantas gracias casi desde la cuna, colmadas en adelante de tantos dones, privilegiadas por los empleos, y escogidas para convertir a otros. Moisés hiere la piedra, y sale de ella una fuente. Por imperfectos que seamos no deja de servirse Dios de nuestro ministerio para hacer maravillas. Un director laxo, poco regular, y que no practica lo que ordena a los que dirige, no deja de conducir a la perfección a aquellos que Dios ha encomendado a sus cuidados: un predicador poco devoto puede ablandar los corazones hasta hacerles derramar lágrimas: hiere y saca agua de una piedra, aunque él mismo esté quizá poco penetrado de las grandes verdades que predica. Un padre de familia, un maestro puede corregir el vicio en aquellos que le están sujetos, aunque él sea un modelo muy perverso. Así saca Dios su gloria de la misma nada; pero ¿acaso no se encuentran ya muchos de estos hombres puestos para convertir a los otros, a quienes diga Dios: Porque no me habéis santificado delante de ellos, no introduciréis este pueblo en la tierra que yo les daré? ¡Ojalá no se encontraran tantos!

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SACADA DE LOS CUATRO EVANGELISTAS: XXII. Anuncia Jesucristo las bienaventuranzas de este mundo hasta el número de ocho.

XXII. Anuncia Jesucristo las bienaventuranzas de este mundo hasta el número de ocho.

1. Bienaventurados, les dijo, los pobres voluntarios; porque por este renunciar de todo, es de ellos el Reino de los Cielos (Math. V). 2. Bienaventurados los que son mansos con todo el mundo, los que lo sufren todo, y de todos con paciencia; porque ellos poseerán la tierra de los vivientes, de la que la tierra prometida no era sino figura. 3. Bienaventurados los que están en la aflicción y se alimentan del pan de lágrimas; porque sus lágrimas se trocarán un día en un manantial inagotable del más dulce gozo. 4. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia; porque ciertamente serán plenamente hartos. 5. Bienaventurados los que se ejercitan en obras de misericordia; porque se usará con ellos de una gran misericordia. 6. Bienaventurados los limpios de corazón; porque ellos verán a Dios; lo primero por la luz de una fe viva en este mundo, y lo segundo por la lumbre o luz de gloria en el otro. 7. Bienaventurados los pacíficos; porque ellos gozarán de la paz del corazón, y Dios los tratará como a hijos suyos. 8. Bienaventurados, en fin, los que padecen persecución por la justicia; porque de ellos es el Reino de los Cielos (Luc. VI). Sí, hijos míos muy amados, continúa el Salvador, estad persuadidos que nunca seréis más dichosos que cuando seáis maltratados de los hombres por mi amor. Siendo el mundo enemigo declarado del Maestro, no lo será menos de sus discípulos. Yo os lo digo, y vosotros lo experimentaréis; que todos los que querrán vivir devotamente y según el espíritu y las máximas de mi Evangelio, padecerán persecución.

La virtud, continúo el Salvador, será bien ejercitada en el mundo; a las gentes de bien se las mirará como a unas personas inútiles e incómodas; serán despreciadas, no habrá quien se quiera acompañar con ellas, se las cargará de injurias; su modestia, su humildad pasarán por fatuidad, su recogimiento por melancolía, su paciencia por estupidez; serán el objeto de la irrisión y de la zumba, se inventarán mil medios para desacreditarlas, se echará mano hasta de la calumnia para infamarlas; pero sabed que, con tal que sean fieles en servirme, gustarán de unas dulzuras inefables en todos esos ejercicios amargos de paciencia, y en medio de todas esas injustas persecuciones: no habrá otros que mis fieles siervos, que sean verdaderamente felices sobre la tierra; las pesadumbres, los lloros, la desesperación y la eterna ignominia son y serán siempre las compañeras inseparables de los mundanos. Después de esto, levantando la voz, dijo: ¡Ay de vosotros, ricos del mundo, dichosos del siglo, gentes de comodidades y de placeres! Porque después de un puñado de días pasados en un gozo falso, inquieto, superficial, no podéis esperar sino una eternidad de desdichas.

Hasta aquí había hablado el Salvador para todos en general; ahora dirigiéndose a sus Apóstoles y discípulos en particular, les dice: Vosotros a quienes yo puedo llamar mis amigos, sabed que sois la sal de la tierra y la luz del mundo. El doctor (sacerdote) debe preservar los pueblos de la corrupción de las costumbres: ¡Qué infelicidad, si él mismo llega a corromperse! Debe alumbrar: ¡Qué infelicidad si esta luz padece algún eclipse! Vosotros no me habéis escogido a Mí; yo soy quien os ha sacado a vosotros de entre la muchedumbre, y quien os ha destinado para que vayáis a hacer fruto, y un fruto que sea de una duración eterna (Joan. XV). Por lo demás, si el mundo os aborrece, sabed que primero me ha aborrecido a Mí: si vosotros fueseis del mundo, el mundo amaría lo que era suyo; pero porque no sois del mundo, y porque Yo os he escogido en medio del mundo, por eso os aborrece el mundo. El criado no es mayor que su señor: si los del mundo me han perseguido a Mí, ¿Os perdonarán a vosotros?


Quiero preveniros lo que os ha de suceder: seréis perseguidos por mi amor de todos modos (Luc. XXI): os prenderán, os maltratarán, os entregarán a las sinagogas, os pondrán en la cárcel, os llevarán delante de los reyes y de los gobernadores por causa de mi nombre; esto sucederá para que me sirváis de testigos en todos los siglos; sin embargo, no temáis ni cuidéis de prevenir las respuestas que habéis de dar, porque yo os daré unas palabras y una sabiduría a que todos vuestros enemigos no podrán resistir, ni tendrán cosa que oponer: todas las potestades de la tierra y del infierno no se desencadenarán contra vosotros; seréis entregados por vuestros padres y vuestras madres, por vuestros hermanos, por vuestros parientes, por vuestros amigos; y se imaginarán que hacen un gran servicio a Dios en quitaros la vida; sin embargo, estad seguros que no se perderá ni un cabello de vuestra cabeza, yo los tengo contados, y cuidaré de vosotros. Os he querido prevenir todo esto, para que cuando os suceda, acordándoos de mi palabra, y estando seguros de mi ayuda, no os asustéis.

jueves, 28 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Jueves del Tercer Domingo de Cuaresma (que se le llama mitad de Cuaresma).

Jueves del Tercer Domingo de Cuaresma 
(que se le llama mitad de Cuaresma). Reflexiones.
(Lección del profeta Jeremías 7, 1-7)

No pongáis vuestra confianza en palabras falaces y mentirosas, diciendo: El templo del Señor. ¡Qué ilusión más grosera! Sin embargo, apenas hay otra más común: creer que porque se tiene la ventaja y la dicha de ser de un cuerpo augusto por su antigüedad, estimable por la perfección de su instituto, célebre por el número de sus Santos, respetable por la dignidad de sus funciones, santo por la excelencia de sus ocupaciones, por la multiplicidad de sus socorros espirituales, y por la muchedumbre de los buenos ejemplos, se puede contar seguramente con su salvación: como si la perfección del estado nos pusiera a cubierto de los peligros, se pudiese vivir en la tibieza, y algunas veces hasta en la relajación sin temer nada. Desengañémonos, la virtud de nuestros hermanos no suplirá jamás por nuestras imperfecciones: podrá muy bien merecernos gracias de predilección, sernos de un socorro especial; pero servirá igualmente a hacer más criminal nuestra laxitud, haciéndola menos excusable. ¿Y qué? Se nos dirá un día: Aquellos grandes ejemplos que teníais enteramente delante de los ojos, ¿No debían haberos enseñado los verdaderos caminos de la salvación? Aquellas virtudes domésticas ¿No eran una reprensión bastante viva de vuestras irregularidades? Eran lecciones y fuertes; ¿Cómo, pues, fuisteis tan indóciles a unas instrucciones tan concluyentes, a unas solicitaciones tan elocuentes? ¿Qué excusa podéis dar de vuestra laxitud? Vuestra pusilanimidad y delicadeza ¿Pueden justificaros a vista de tan buenos ejemplos? ¿No habéis podido, se nos dirá un día, lo que tantos otros hicieron? Criados en la misma escuela, trasplantados al mismo campo, cultivados por la misma mano, regados con la misma fuente: tantos otros más jóvenes, más delicados que tú, de un temperamento más débil, de un natural menos feliz, con unas pasiones más vivas, pudieron, con la ayuda de las mismas gracias que te eran comunes con ellos, guardar los mismos votos, las mismas reglas, las mismas observancias a que tú estabas igualmente obligado, y que has quebrantado tantas veces, y que has creído ser un yugo demasiado amargo, una carga demasiado pesada, una sujeción demasiado austera: Et tu non poteris quod isti, et istæ? ¿Qué confianza mas frívola, más vana, que la de contar mucho sobre la santidad de un estado, cuyas obligaciones no se guardan? Desde que hemos visto a Saúl desechado del Señor: después de una vocación tan señalada; después que Salomón nos ha dejado en la espantosa incertidumbre de su salvación; después de haber recibido el don de una tan excelente sabiduría; después que un Judas se perdió a la vista del Salvador, y en compañía de los Apóstoles; ¿Quién puede contar sobre la bondad de su vocación, sobre sus raros talentos, sobre la santidad de su estado, sobre la abundancia de los socorros, sobre la ventaja de vivir en la casa del Señor, y llevar su librea? Templum Domini, templum Domini. No nos fiemos en predicciones supersticiosas, no confiemos en falsas preocupaciones, en una seguridad presuntuosa. Estemos ciertos que no seremos santos en un estado santo sino en cuanto viviéremos santamente. Lo que nos hará agradables a los ojos del Señor, no será la inocencia de nuestros hermanos, sino la nuestra. Las satisfacciones pueden venir de una causa externa, pero el mérito es personal. 

SAN PEDRO JULIÁN EYMARD: LA FIESTA DE FAMILIA

LA FIESTA DE FAMILIA[1]


Pater noster..., panem nostrum da nobis hodie
“Padre nuestro... el pan nuestro de cada día, dánosle hoy” (Mt 6, 11)

Tenemos un Padre que está en los cielos y al que va directamente dirigida esta oración. Nuestro señor Jesucristo nos ha engendrado a la vida de la gracia, a la vida sobrenatural y ha merecido por ello el título de padre.
El Padre celestial habita en la gloria y Jesús en esta Iglesia: Este es nuestro padre aquí en la tierra, el cual cumple todos los deberes de un buen padre para con sus hijos.

I
El padre debe vivir con su familia, pues que él es el centro y el eje de la misma, y los miembros que la componen están bajo su custodia y obran bajo su dirección e impulso. Es el cabeza de familia, el jefe que ejerce la primera autoridad, aun sobre la misma madre, a la que está reservada especialmente la ternura. Ahora bien, Jesucristo, que es nuestro padre, tiene también su casa, y esta casa es la iglesia. Vosotros sois su familia; su familia privilegiada.
En las demás familias hay hijos que trabajan fuera de casa y otros que trabajan cerca y a la vista del padre; a vosotras ha dado esta segunda y dichosa suerte; sin Jesucristo, que es vuestro padre, esta casa tan piadosa, prototipo de la familia, no sería más que reunión de prisioneras, de obreras encorvadas bajo el peso de un trabajo ingrato; faltaría el tabernáculo de esta capilla que es el centro y el foco de todos los afectos.
Pensad a menudo, durante vuestro trabajo, en este buen padre que vive siempre en medio de vosotras, os protege y mira con ojos de bondad, ya que la bondad es la cualidad más preeminente de este pobre divino. No sabrá negaros nada justo, siempre os recibirá con amabilidad y siempre le tendréis a vuestro lado. Vuestros padres han muerto sin dejaros otro legado aquí en la tierra que lágrimas y dolores; pero Jesús no muere nunca, ni os abandonará jamás.
Vosotras sois muy dignas de ser estimadas, pues habéis recibido el bautismo y os habéis hecho, por esto, hijas de la Iglesia; y ya veis, sin embargo, qué caso hace el mundo de vosotras. ¿Sabe, por ventura, que existís, o cuida de vuestras necesidades? Mas Jesucristo nuestro Señor ha inspirado a personas que le están consagradas el pensamiento de reuniros en esta casa y ha sentado sus reales entre vosotras para que le veáis siempre. El os ama tanto más cuanto sois vosotras más débiles y olvidadas. Vosotras oís su palabra, no una palabra que hiere los oídos, sino aquella otra que llega al corazón y proporciona paz y alegría. ¡Ah! Si tenis fe, si comprendéis la dicha que aquí tenéis, sabed conservarla, aun a costa de los mayores sacrificios, porque para vosotras y a vuestra disposición tenéis a Jesucristo, quien por nada puede ser reemplazado.

II
Deber del padre de familia es alimentar a sus hijos, trabajar sin descanso y hasta consumir su vida, si es preciso, por que no les falte el pan cotidiano. Ved a Jesucristo cómo os alimenta con el pan de vida y cómo para proporcionároslo tuvo antes que morir; y este pan es Él mismo, su carne y su sangre adorables. ¡Un padre que se da a sí mismo, en alimento, a sus hijos! ¿En qué familia se ha visto semejante prodigio de abnegación?
Nuestro señor Jesucristo no quiere que sus hijos reciban su pan de otro que de Él mismo; no, no; ni los ángeles ni los santos podrían suministrar el pan que necesitáis. Jesús sólo ha sembrado el trigo que debía producir la harina con que ha sido amasado, haciéndolo pasar por el fuego de los sufrimientos, y Él mismo es quien os lo ofrece ¡Qué amable es este buen Padre!
La víspera de su muerte tenía una pequeña familia, como si dijéramos el comienzo de la gran familia cristiana, y a cada uno de sus hijos les dio en la cena el pan celestial, y les prometió que hasta el fin del mundo todos sus hijos podrían comer del mismo pan. ¡Cuán delicioso es, pues, este pan! Contiene en sí toda dulzura y suavidad. Es el mismo Dios..., Dios, pan de los huérfanos. Es verdad que no alimenta nuestro cuerpo; pero nutre el alma con su amor y con los dones que le concede, y la vigoriza y fortalece para que pueda rechazar a sus enemigos, hacer obras meritorias y crecer, para el cielo.
¡Con qué generosidad nos lo da! Para conseguir el pan que alimenta nuestro cuerpo, hay que trabajar mucho y además hay que pagarlo. Este pan no puede pagarse porque es superior a todo precio, y por eso nuestro Señor nos lo da gratuitamente, exigiendo tan sólo que tengamos un corazón puro y que vivamos en estado de gracia. Preparaos para recibirle frecuentemente, procurando ser muy puras, que cuanto más lo seáis, con mayor frecuencia se os dará y hallaréis en él más abundantes delicias.

miércoles, 27 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Miércoles del Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.

Miércoles del Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del libro del Éxodo 20, 12-24)

Honrarás a tu padre y a tu madre para que goces de una larga vida sobre la tierra que el Señor te dará. Este mandamiento de Dios es demasiado conforme a los sentimientos que inspiran la razón y dicta la naturaleza, para que haya habido necesidad, a mi parecer, de una recompensa también temporal para hacerlo fácil y suave. ¿Qué cosa más natural, qué cosa más justa que amar, que honrar a aquellos a quienes después de Dios debemos la vida? ¿Qué cosa más puesta en razón que asistir con nuestros bienes en sus necesidades a los que nos los han dado, o al o menos nos han puesto en estado de adquirirlos? ¿Qué cuidados los de los padres para alimentar y criar a estos hijos en una edad incapaz de pasarse sin el socorro de otro? ¿Y qué gastos, qué solicitudes, qué penas, qué sobresaltos por muchos años para mantenerlos, para proveerles en todas sus necesidades, para darles una educación propia para hacerlos dichosos? ¿Qué no se debe al amor de un padre que gasta su salud, que abrevia sus días por establecer ventajosamente a unos hijos que le deben sobrevivir? ¿Y qué no se debe a la ternura de una madre que no suspira sino para hacer a sus hijos dichosos? ¿Qué sustos no le ocasiona el solo pensamiento de algún riesgo? ¿Cuántas lágrimas no le causa sola la apariencia de una leve enfermedad? Cuando se ama como padre y como madre, se sienten los males de los hijos más vivamente que aquellos mismos. ¡Qué ingratitud más negra y más monstruosa que la de un hijo desconocido, y que no agradece lo que les debe! La dureza para con los padres siempre ha pasado entre todos los pueblos por un monstruo de impiedad; pero ¿Qué tierras no abundan el día de hoy de estos monstruos? ¿No se ven entre nosotros corazones inhumanos, genios brutales, almas feroces, hijos desconocidos, que olvidándose de las obligaciones más indispensables, sofocan el amor más natural y los sentimientos más racionales? ¿Que desconocen a sus propios padres, y menosprecian a aquellos para con quienes la naturaleza les ha inspirado más respeto? ¿Que dejan morir de hambre a los que les han dado la vida? No es entre los bárbaros, no es entre los pueblos más civilizados, es entre los cristianos donde se encuentran estos hijos, y con todo se encuentran padres y madres tan débiles y de tan poca cordura, que se despojan de todos sus bienes, y se abandonan a la discreción siempre arriesgada de sus hijos, los que tarde o temprano no dejan de hacerles arrepentir de su necedad. A esto los expone esa ambición desmedida de contraer unas alianzas en que solo se consulta la soberbia y el deseo de levantar una casa más alta que la de sus padres. Si el amor desordenado de los padres se ve tan severamente castigado desde esta vida, ¿Qué horribles castigos no debe esperar la inhumanidad horrenda de sus hijos, que después de haber engordado con la sustancia de sus padres, les rehusan aun lo necesario? Pocos pecados son castigados más rigurosamente: se ven pocos de estos hijos desconocidos que no vengan a ser miserables. Tarde o temprano la mano de Dios se ve descargar visiblemente sobre estos ingratos los más recios golpes. El menor castigo es verlos mas maltratados de sus hijos, que lo que ellos maltrataron a sus padres. La ira de Dios reina de ordinario y habita en esas casas fundadas, por decirlo así, sobre la sangre de los padres. Los azotes del Cielo caen de tropel sobre esos corazones impíos. Pero ¡Qué horribles suplicios no reservará la Justicia Divina en la otra vida para esos hijos inhumanos!

martes, 26 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Martes del Tercer Domingo de Cuaresma.

Martes del Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del libro de los Reyes 4, 4, 1-7)

El conocimiento y la benevolencia de los siervos de Dios siempre es útil: nadie los trata que no saque algún fruto de su trato. La prudencia que se encuentra siempre en las palabras de los siervos de Dios, la dulzura y la modestia que resplandecen siempre en toda su conducta, su rectitud, sus buenos ejemplos y el favor que gozan de Dios, son siempre de un gran socorro. Se aprende en el trato con ellos cuáles son las obligaciones de la Religión, y cuáles también los deberes de la vida civil. Todo es lección, todo instrucción, todo ejemplo en las personas verdaderamente santas: nada hay en ellos aun entrando sus defectos naturales y sus imperfecciones involuntarias, de que no nos enseñen a sacar algún provecho. Dios deja algunas veces en sus más grandes siervos ciertas imperfecciones que sirven para tenerlos sin cesar en la humillación, y que haciéndoles ejercitar grandes virtudes, les son ocasión de muchos merecimientos; y por poco que se les mire de cerca, por poco que se les observe, se descubren a través de estas débiles sombras grandes actos de virtudes, que tienen todas su brillo particular.

La conversación de las verdaderas gentes de bien no solamente es edificante, sino también agradable: la virtud tiene sus atractivos: es dulce, honesta, cortés; y los defectos de que la acusan, le son extraños. Ignora toda especie de doblez; aborrece todo disimulo; nada es capaz de hacerla desmentir de su exacta probidad. Acusarla de obstinadamente aferrada a su propio dictamen, de esclava de su propia voluntad, de atender únicamente a sus intereses y a sus pequeñas comodidades, de ser ambiciosa y soberbia, de querer distinguirse y afectar los primeros puestos, es una calumnia. Estos defectos tan groseros pueden encontrarse en las personas que se lisonjean de que son virtuosas; pero la virtud está exenta de ellos: la impolítica no entró jamás en el verdadero retrato de la devoción. El mismo espíritu que lleva todos los siervos de Dios a cumplir con tanta puntualidad con las menores obligaciones de la Religión, les enseña al mismo tiempo y les advierte todas las obligaciones de la buena crianza. El que está lleno del espíritu de Dios, el que tiene una virtud eminente, aunque sea de un nacimiento oscuro y vil, aunque no haya tenido educación, es humilde, dócil, hombre de bien, servicial, afable y político, al paso que las personas de una calidad distinguida, de una educación exquisita se hacen coléricas, molestas, duras, descorteses desde el punto que se hacen viciosas y de costumbres disolutas. El espíritu se entorpece y se abruta con las costumbres, y la corrupción del corazón corrompe los más bellos modales. Pero si el trato con los grandes siervos de Dios es tan ventajoso por lo que mira a los bienes de la vida civil, lo es todavía mucho más por lo que mira a los socorros sobrenaturales en las más apretadas necesidades. ¿En qué extremidad, en qué apuro no se hallaba aquella pobre viuda, viéndose a punto de perder sus dos hijos, y verlos en una triste esclavitud? Pero tiene la dicha de conocer a Eliseo; recurre al siervo de Dios, y halla todo su remedio en la compasión del Profeta. Los Santos son siempre sensibles a nuestros males, y su caridad siempre es eficaz. Logran el favor de un dueño a quien los milagros no cuestan nada, y nunca rehusan su protección a los que la imploran. Amigos seguros, protectores poderosos, abogados desinteresados, guías fieles: he aquí cuáles son los siervos de Dios. ¿No merece que se desee su protección y su benevolencia?

lunes, 25 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Lunes del Tercer Domingo de Cuaresma.

Lunes del Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del libro de los Reyes 4, 5, 1-15)

Cuando el Profeta os hubiera mandado alguna cosa dificultosa, debéis, sin embargo, hacerla; pues ¿cuánto más le debes obedecer cuando te dice: ve a lavarte en el Jordán, y quedarás limpio?

¿A cuántas gentes se hará esta reconvención a la hora de la muerte? ¿A cuántas gentes se les puede hacer durante la vida? Cuando Dios hubiera pedido a todos los fieles que se hubieran sepultado en los desiertos: cuando a todos les hubiera pedido que practicaran la más austera mortificación, la más severa penitencia para salvarse: cuando la salvación hubiera debido ser el fruto de un ayuno continuo: cuando para evitar el infierno hubiera sido preciso dar la vida entre los más horribles suplicios; y cuando no hubiera habido otros que los Mártires que hubiesen podido entrar en el cielo, o cuando solos los más austeros penitentes hubiesen podido evitar la eternidad desventurada; ¿Hubiera habido que deliberar sobre esto? O fuegos eternos, o un puñado de días en los rigores de la penitencia, o privarse durante la vida de todos los gustos, o ser privado por toda la eternidad de las delicias del cielo. ¿Qué hombre hubiera dudado un momento sobre lo que debía elegir, a no haber perdido enteramente el juicio? Quanto magis, quia nunc dixit tibi: lavare et mundaberis? Pues ¿Cuánto más debemos obedecer a Dios, cuando para salvarnos no nos pide sino que le amemos de todo nuestro corazón, que le sirvamos y le agrademos? En buena fe, ¿Qué cosa nos pide el Señor que no sea muy suave, que no sea muy fácil? Pide que le amemos de todo corazón: ¿No merece nuestro amor? ¿Hay algún trabajo en amar a un Dios infinitamente amable, y que nos ama infinitamente? Pide que guardemos sus mandamientos: ¿Hay uno solo que no nos sea útil y provechoso? ¿Hubo jamás yugo más suave que el suyo, ni carga más ligera que la que nos impone Jesucristo? El mismo Señor nos lo asegura. Comparemos lo que pide Dios a sus fieles siervos con lo que el mundo, este amo quimérico, pretende de sus esclavos. Comparemos lo que estamos obligados a hacer por una familia, para cumplir con las obligaciones de un empleo, para hacer una fortuna bien caduca en la guerra, en el comercio, en el servicio de un amo impertinente, difícil, caprichoso, para complacer a un amigo, para obligar a un ingrato, para conseguir fama y nombre en el mundo. ¡Cuántos trabajos hay que sufrir! ¡Cuántos disgustos que pasar! ¡Cuántas pesadumbres que tragar! ¡Qué sudores! ¡Qué desvelos! Se gasta más de lo que se puede, se consume la salud, se abrevian los días, y todo las más veces sin provecho. ¿A qué precio tan alto no estaría la salvación, según la opinión misma de los mundanos, si para conseguirla fuera preciso hacerse tantas violencias? ¡Y después de esto se tiene por demasiado larga una Cuaresma, por demasiado duros algunos días de abstinencia y de ayuno, y por impracticable la menor mortificación por Dios! Estamos cubiertos de lepra, estamos cargados de pecados: la iniquidad nos hace horrorosos; se nos dice: Lavare, et mundaberis. Jesucristo nos hace un baño saludable de su Sangre: se nos exhorta a recurrir al sacramento de la Penitencia, por virtud del cual podemos recobrar la inocencia, y rehusamos servirnos de estos medios. Pero ¡Qué reconvención más cruel y más justa que la que se puede hacer a bastantes personas religiosas, que obligadas por su estado a aspirar a la perfección, después de haber hecho todos los gastos, arrastran indignamente toda su vida por el polvo de una vida tibia, perezosa, imperfecta, peligrosa para la salvación, y esto por no hacer caso de las más ligeras observancias! A esta persona que lo ha dejado todo por Dios, no se le pide otra cosa que un poco más de recogimiento interior, un poco más de puntualidad, la observancia de las más pequeñas reglas, para gustar de las dulzuras de su estado, para gozar de la más dulce paz, para asegurar la más preciosa muerte, para coger todo el fruto de su grande sacrificio; y la mayor parte quieren más gemir toda su vida en la humillante amargura de su relajación, que procurarse todas estas ventajas, observando lo que ellos mismo llaman menudencias: Si te hubiera ordenado una cosa ardua, la deberías haber hecho: ¿Cuánto más le debes obedecer cuando solo te ha dicho: lávate, y quedarás limpio?

domingo, 24 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Tercer Domingo de Cuaresma.

Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Efesios 5, 1-9)

No se oiga entre vosotros ni aun el nombre de fornicación, o de cualquiera otra deshonestidad, ni cosa que pueda ofender el pudor, como tampoco palabras que no vienen al caso, ni bufonadas, etc.

¡Qué lección tan importante, qué necesaria; pero qué mal observada el día de hoy! Ninguna cosa prueba mejor la espantosa corrupción de nuestro siglo que la licencia desenfrenada que se tiene de hablar de todo lo que ofende el pudor: no hay edad, no hay sexo que no ensucie su lengua con lo que mancha la imaginación y tizna el corazón. Aquel pudor, que hasta aquí nacía con los Cristianos, parece estar desterrado del mundo el día de hoy: las personas jóvenes, que parecía lo heredaban con la sangre, ya no lo conocen. Con tal que los términos no sean groseros, ya no se avergüenzan del mal sentido, ni de las sucias imágenes que producen. El ingenio brilla con la agudeza que se imagina haber en semejantes expresiones; se ríen de ellas, y hay tan poca cristiandad y tanto descaro, que todo lo que hace reír se juzga digno de aplauso. ¿Qué se ha hecho aquella vergüenza sabia y honesta que parece tan bien en la gente joven? ¿Aquella modestia cristiana que servía de adoro a la virtud? ¿Aquella delicadeza de conciencia que hacía el elogio del Cristianismo? Quomodo obscuratum est aurum, mutatus est color optimus? (Jerm. IV). Las palabras anuncian la licencia de las costumbres. Cuando la corrupción ha ganado el corazón, bien pronto se muda de lenguaje. Loquela tua manifestum te fecit: tu lenguaje dice quién eres. El alma hace aquí su retrato. El disimulo reina en el mundo; pero el libertinaje de corazón se disimula poco en las concurrencias mundanas. El Apóstol pone las conversaciones impertinentes y chocarreras en la clase de lo que ofende los oídos castos; y así no son menos perniciosas, especialmente cuando ofenden y hieren la Religión. Se hace chanza neciamente, se hace burla escandalosamente de lo más santo y más respetable que hay en el mundo. Un joven libertino cree hacer ostentación de ingenio si murmura con impiedad y hace mofa de la Religión; y no tiene bastante ingenio para conocer que por lo mismo da a entender que es un necio. En efecto, ¿Hubo jamás necedad más insigne que la de hacer chanza de una cosa tan seria como la Religión? Pero ¡Qué indignación no debe causar el oír a esta gente ociosa, la mayor parte casi sin religión, en quienes la disolución ha embrutecido el espíritu, debilitado la razón y corrompido el sentido común, hacer chacota de las verdades más terribles, y hablar como pudiera un pagano de nuestros más tremendos misterios! ¡Qué indignidad oír a unas mujerzuelas de un talento el más limitado, y que no tienen de grande otra cosa que un fondo inagotable de presunción y de desenvoltura, disputar sobre la gracia, decidir con descaro puntos de religión, desechar con insolencia las más de las decisiones de la Iglesia! ¿Qué hubiera dicho el Apóstol de esta extravagante debilidad, de esta especie de fanatismo, si hubiera visto en los fieles de su tiempo la misma licencia, la misma irreligión en las palabras, que se ve en los cristianos de nuestro siglo? Stultiloquium. Razonamientos fuera de propósito, conversaciones miserables y sin sustancia, donde todo lleva un carácter de irreligión y de necedad. En efecto, ¿Qué cosa más extravagante que sujetar a unas luces tan limitadas y tan débiles como las del espíritu humano, que no es capaz de comprender la naturaleza de una hormiga, ni de la hoja de un árbol, los más impenetrables abismos de la Divinidad, los más oscuros misterios de nuestra Religión, los adorables secretos de la gracia y de la predestinación, y todo lo que las celestes inteligencias se contentan con adorar sin comprenderlo? Esta licencia desenfrenada de los particulares y aun de los legos en querer hacerse como jueces en puntos de fe, y doctores supremos en materia de religión, ha dado principio, ha abierto la puerta a todas las herejías, y las mantiene y conserva. El espíritu particular ha sido en todos tiempos el carácter de los herejes: lisonjea demasiado la vanidad del sexo frágil y de los espíritus populares para no empeñarlos obstinadamente en un partido que los hace jueces en materia de religión, los eleva sobre los más grandes doctores de la Iglesia. Ved aquí lo que engrosa todas las sectas, y hace que las mujeres y el vulgo sean inconvertibles cuando han tenido la desgracia de dejarse pervertir y engañar del terror.

DOMINGO TERCERO DE CUARESMA. Jesús lanza fuera al demonio mudo.

DOMINGO TERCERO DE CUARESMA

Introito extraído del Salmo 24, 15-16
Epístola del Apóstol San Pablo a los Efesios 5, 1-9
Evangelio según San Lucas 11, 14-28

Este tercer domingo se llama comúnmente el domingo del demonio mudo, por contenerse su historia en el Evangelio de la Misa de este día. También suele llamarse el domingo Oculi, de la primera palabra del introito, como por la misma razón se suele dar el nombre de Reminiscere al domingo precedente, y el de Lætare al cuarto domingo. Antiguamente se llamaba este domingo el domingo de los Escrutinios, que quiere decir el examen de los catecúmenos, a quienes disponían para recibir el Bautismo al fin de la Cuaresma, porque el primer examen se hacía en este día. Los griegos le llamaban el domingo del leño precioso y vivificante; es a saber, de la cruz, la que nombran con una sola expresión stauroproscinese. Como la semana que empieza en este domingo es la semana de la mitad de Cuaresma, los fieles han aumentado siempre su devoción y su fervor a proporción que se han ido acercando a aquellos sagrados días en que celebra la Iglesia los grandes misterios de nuestra redención, celebrando los misterios de la pasión, de la muerte, y de la resurrección del Salvador del mundo.

El introito de la Misa es del versículo 16 del salmo XXIV. Este salmo, como ya se dijo, es una afectuosa oración de un hombre extremamente afligido, que perseguido por aquellos mismos a quienes ha llenado de beneficios, no halla consuelo en la amargura de su corazón sino en solo Dios, en quien pone toda su confianza. David perseguido vivamente por su hijo Absalón, implora la ayuda de Dios en su aflicción; y considerando sus males como justas penas de sus pecados, entra en sentimientos muy grandes de penitencia. No hay persona afligida a quien no convenga este salmo, especialmente a las que se hallan combatidas de tentaciones violentas: Oculi mei Semper ad Dominum, quia ipse evellet de laqueo pedes meos. Si el fuego de la persecución se encendiere contra mí cada día más, si mis enemigos hicieren los mayores esfuerzos para perderme, mis ojos estarán siempre puestos en el Señor, en la firme confianza de que me librará de los lazos de mis enemigos, y que con tal que yo no pierda jamás de vista este punto fijo del cielo, este astro benéfico que gobierna todo el universo, no tengo que temer ningún naufragio: Respice in me et miserere mei, quoniam unicus et pauper sum ego. Pero en vano, Dios mío, tendría yo fijos en Vos los ojos y el corazón, si Vos no los pusierais en mí: no atendáis, oh Dios de misericordia, a la muchedumbre y enormidad de mis pecados: dignaos mirarme con ojos propicios: por lo mismo que me hallo destituido de todo socorro, espero ser el objeto de vuestra compasión. No encuentro sino infidelidad en mis mayores amigos, e ingratitud en aquellos a quienes más beneficios he hecho; no observo sino simulación y mala fe en los hombres. Mientras la fortuna se me ha mostrado risueña, mientras he estado en la prosperidad, me he visto rodeado de lisonjeros y de cortesanos; pero lo mismo ha sido verme desgraciado, que hallarme solo y abandonado. Vos solo, Dios mío, sois todo mi consuelo, mi apoyo y mi fortaleza: Ad te Domine levavi animam meam; en ninguna cosa hallo alivio sino en vuestra bondad y en vuestra misericordia; y así no ceso de levantar mi corazón hacia Vos, en quien únicamente tengo mi confianza: Inte confido, non erubescam; no padezca yo, Dios mío, la confusión de verme abandonado de Vos.

La Epístola de este día es una exhortación que hace san Pablo a los de Éfeso para que sean imitadores de Dios y de Jesucristo, amando a sus prójimos como Dios nos ha amado a nosotros; los exhorta asimismo a arreglar sus palabras, a ser agradecidos a los beneficios de Dios, y a vivir como hijos de la luz. Sed imitadores de Dios, les dice,como hijos muy amados. El modelo es muy perfecto, es muy excelente; pero el consejo, por no decir el precepto, no sufre réplica. Jesucristo no os propone otro menos elevado, ni menos noble. Sed perfectos, dice este Señor,como vuestro Padre celestial es perfecto (Math. V) ¿Cuál debe ser la inocencia, la santidad, la perfección de un cristiano con un modelo tan grande? Vosotros habéis recibido la gracia de hijos adoptivos de Dios, les dice san Pablo: Dios gusta que le llaméis vuestro padre; tened, pues, la ternura, la confianza, el reconocimiento que deben tener unos hijos bien nacidos con un padre tan bueno; imitad su dulzura y su clemencia; perdonad a vuestros hermanos, añade san Jerónimo, como Él os ha perdonado a vosotros, tratadlos del mismo modo que Dios os ha tratado a vosotros. San Pablo no exhorta a los de Éfeso a imitar aquellas perfecciones de Dios inimitables, como su sabiduría infinita, su omnipotencia, etc., sino su dulzura, su benignidad, su paciencia en sufrir a los que le ofendan, su misericordia sin límites, y su inclinación a perdonar y hacer bien a los que más le han ofendido. Un corazón bien formado ¿puede no rendirse a este motivo? ¿Puede rehusar seguir un ejemplo semejante? Caminad con espíritu de amor, así como Jesucristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros en calidad de ofrenda y de víctima de un olor agradable a Dios. Vuestras costumbres, vuestras obras, y toda vuestra conducta deben ser una prueba efectiva de que amáis a Jesucristo, así como toda la vida y muerte de Jesucristo es un testimonio incontestable de lo mucho que el Señor nos ama. Dios quiere que le sirvamos con amor. No somos hijos de la esclava para que sirvamos a Dios por temor: somos hijos de la libre, y por consiguiente debemos amar a Dios como los hijos aman a su padre, temiendo más el desagradarle que los castigos a que nos hacemos deudores por haberle desagradado: Fornicatio autem, et omnis immunditia, nec nominetur in vobis. Jamás se oiga entre vosotros ni aun el nombre de fornicación o de cualquiera otra impureza, ni el de la avaricia; porque lo contrario es muy impropio de los que se llaman y pasan plaza de santos. Quiere el Apóstol que los fieles vivan tan apartados de estos vicios, que ignoren hasta el nombre. San Jerónimo pretende, que la palabra inmundicia en este pasaje significa todo género de pasiones vergonzosas. Por más que el corazón del hombre esté corrompido, por más general que sea la corrupción, la pureza será siempre la virtud que se llevará las atenciones de los Santos, y la divisa más hermosa de los verdaderos fieles será una insignia que distinguirá a los hijos de la luz de los hijos de las tinieblas. ¿Son muchos el día de hoy los cristianos marcados con esta señal? No se oiga entre vosotros cosa que ofenda el pudor, ni expresión alguna impertinente o chocarrera. ¿Qué diría el Apóstol si se hallara en las juntas y concurrencias mundanas de nuestro siglo? No es la bagatela y la inutilidad lo más reprensible que hay el día de hoy en las conversaciones de las gentes del mundo: ¡qué licencia, qué escándalo en la materia de la conversación! ¡qué especies tan indecentes en esas alusiones! ¡qué deshonestidad en los términos! Ya no se avergüenzan de lo que en otro tiempo causaba empacho a los mismos paganos. Sin esta sal es insípida y sosa la conversación. Enredos de amor, novelas, obras de un espíritu corrompido por la corrupción del corazón, poesías amorosas, esto es lo que divierte el día de hoy, esto es lo que ocupa y entretiene las conversaciones. ¡Oh y cuántas almas se pierden por esas palabras obscenas, por esas conversaciones demasiado libres, por esos equívocos llenos de veneno, por esos gracejos, por esos chistes lascivos, por esos libros escritos con tanta habilidad, donde no se encuentra sino demasiada sal y demasiada agudeza, pero de donde está enteramente desterrado el espíritu del Cristianismo! Estad bien persuadidos, continúa el Apóstol, que ni el fornicario, ni el deshonesto, ni el avaro, cuyo vicio es una especie de idolatría, no tendrán parte alguna en el reino de Jesucristo y de Dios. ¡Ah, Señor, cuántas personas renuncian el día de hoy esta herencia! La avaricia se llama idolatría, como también la impureza, porque por estos vicios rehusa el hombre dar su corazón a Dios para no darlo sino al dinero y al deleite, y porque en el uno y el otro el hombre hace su Dios de la criatura, y le sacrifica todas las cosas: Nolite ergo effici participes eorum. No tengáis comunicación alguna con ellos. No hay devoción que no se corrompa conversando con los libertinos; ninguna cosa es más contagiosa que el trato con ellos. San Pablo llama a los deshonestos hijos de tinieblas. En efecto, ninguna cosa encrasa y oscurece tanto el espíritu y la razón, ninguna cosa apaga tanto la fe como este desventurado vicio: espíritu, natural, educación, hasta el sentido común, todo se vicia, todo se oscurece, toda la luz se apaga en un hombre impuro. Andad como hijos de la luz: Ut filii lucis embulate. La fe es una luz: nuestras costumbres, nuestros sentimientos, nuestras acciones, toda nuestra conducta es la prueba más sensible y menos equívoca de nuestra fe. ¡Buen Dios, cuántos cristianos serán tratados algún día como infieles! La impureza llega a apagar de todo punto la fe.

sábado, 23 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Sábado del Segundo Domingo de Cuaresma.

Sábado del Segundo Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del libro del Génesis 27, 6-40)

Le dijo Rebeca a su hijo Jacob. En el Antiguo Testamento todo es un misterio, todo es una figura del Nuevo. Esaú y Jacob, hermanos mellizos, llevados a un tiempo en el mismo seno, nacidos en una misma hora, ¿Qué suerte tan diversa no le ha cabido a cada uno? El primogénito se ve privado del derecho de primogenitura y de todas las prerrogativas y bendiciones que podía esperar legítimamente, y de que su padre quería colmarle, y el menor entra en todos los derechos del mayor, y ocupa su lugar. ¿Quién no ve claramente representados en esta figura al pueblo judío y los gentiles? Dios en toda la eternidad ha sido padre común de todos los hombres; pero la predilección la había siempre obtenido el pueblo judío. Era este el hijo primogénito en la casa del padre de familias: todos los favores, todos los privilegios eran para él. Él solo estaba ilustrado con el conocimiento del verdadero Dios; solo él era el depositario de sus secretos y de sus misterios; solo él estaba consagrado a su verdadero culto; ¡Qué de maravillas obrara el Cielo en su favor! ¡Qué bondad la de Dios con esta nación privilegiada! Todo esto no obstante la grosería de su parte, la perversidad de su natural, la indocilidad de su espíritu, la ingratitud de su corazón, la extravagancia de toda su conducta. Mas al fin, habiendo puesto el como a su iniquidad por el deicidio cometido en la persona adorable del Mesías, se ha visto suplantada, por decirlo así, por los gentiles, a los cuales se puede decir que había como vendido su derecho de primogenitura por su idolatría, dando tantas veces un culto sacrílego a sus falsos dioses. Los gentiles convertidos a la fe han podido decirle a Dios como Jacob: Nosotros somos vuestro hijo mayor; esto es, nosotros hemos entrado en posesión de todos los favores que le habíais designado, si hubiese guardado vuestros mandamientos, si hubiese querido reconocer al Mesías. Habiéndose Él hecho indigno de vuestros beneficios, hemos entrado nosotros en su lugar. A la verdad, nosotros hemos venido a la última hora; pero prontos a obedeceros, hemos sometido nuestro espíritu a la fe desde que hemos visto aparecer su luz, hemos ido al trabajo desde el punto en que nos habéis llamado. Revestidos con los más preciosos vestidos de Esaú, pero que él no llevaba ya, esto es, apoderados de los Libros Santos, de que los judíos no hacían ya más que un mal uso, hemos reconocido en ellos el carácter del Espíritu Santo, de que los judíos no estaban ya animados. Aprovechándonos, pues, de lo más precioso que tenían los judíos, y de que ellos ya no se servían, no hemos podido dejar, Señor, de agradaros; y hechos los queridos de vuestra Iglesia, figurada, por decirlo así, en Rebeca, os hemos presentado los manjares que ella misma había preparado según vuestro gusto: estos manjares os han agradado lo mismo que nuestra prontitud en obedeceros, nuestro empeño por agradaros, y nos habéis bendecido. La voz en verdad es la voz de Jacob; pero las manos son las manos de Esaú. No son las palabras agradables las que atraen las bendiciones; a las manos es a lo que se atiende, por las obras se conoce el hijo bien afamado. No será nadie justificado porque discurra bien de las cosas buenas, sino porque las practique. En materia de salvación las manos son más elocuentes y más persuasivas que la lengua. La voz engaña: por los frutos se conoce el árbol. Solo aquel es sincero que pone en práctica las verdades; a este es, dice Santiago, al que hará feliz su conducta.

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: XXII. La vida escondida de la Santísima Virgen en Nazaret. Por su respeto hace el Salvador su primer milagro en las bodas de Caná de Galilea.

XXII. La vida escondida de la Santísima Virgen en Nazaret. Por su respeto hace el Salvador su primer milagro en las bodas de Caná de Galilea.

Más fácil es imaginar que explicar, dicen los santos Padres, las eminentes virtudes que la Santísima Virgen practicó en los dieciocho años de aquella vida oscura y escondida que pasó con su querido Hijo en la humilde condición de artesano a que estaba reducido san José para tener con que vivir; pero la pobreza de la familia no envilecía la nobleza, ni la oscuridad de la condición oscurecía su lustre y resplandor. La Santísima Virgen pasó todo este tiempo en una profunda pero dulce soledad, la cual se le hacía tan deliciosa la presencia visible de Jesucristo, como es la que gozan los espíritus bienaventurados en el Cielo.

¿Quién es capaz de referir cuáles eran las piadosas conversaciones de la Madre con el Hijo, y las dulzuras de que abundaba el trato ordinario de esta santa Familia? San José con su trabajo procuraba proveer a las necesidades de la vida; y la Santísima Virgen cuidaba del corto menaje, sin perder jamás de vista a su querido Hijo. Jamás hubo vida más perfecta, jamás se vio familia más santa, más respetable, más dichosa, ni más digna de los homenajes de los Ángeles y de los hombres en medio de su misma oscuridad.

No se sabe precisamente el tiempo en que murió san José; lo cierto es, que ya no vivía cuando Jesucristo empezó a predicar su Evangelio: murió, pues, con la muerte de los justos durante la vida privada y oculta de Jesucristo de Nazaret. Es seguro que ninguna muerte fue más preciosa a los ojos de Dios, que ninguna fue más dichosa; pues espiró este gran Santo entre los brazos de Jesús y de María. Por más resignada que estuviese la Santísima Virgen para cualquier acontecimiento, con todo, la separación de su casto esposo no dejó de serle sensible. Pero como era María el ornamento de su sexo, convenía, dice san Ambrosio, que después de haber sido el modelo y la gloria de las doncellas y de las casadas, sin haber dejado de ser virgen, fuese también el modelo más perfecto de las viudas, siendo una de ellas.

Entre tanto llegó el tiempo en que el Salvador debía manifestarse al mundo, y es probable que descubrió a la Santísima Virgen la intención que tenía de ir a pasar cuarenta días en el desierto, debiendo ser su retiro y su ayuno como el preludio de su vida pública, y, por decirlo así, la primera época de su misión. A su vuelta, habiendo juntado los primeros discípulos, fue a Nazaret, donde estaba su querida Madre: pasó con ella algunos días, comunicándole, sin duda, el plan y la economía de sus trabajos y maravillas.

Había empezado Jesucristo a anunciar a los pueblos el Reino de los Cielos, cuando fue convidado por algunos de sus parientes carnales a asistir con su Madre y sus primeros discípulos a una boda que se hacía en Caná, pequeña ciudad de Galilea poco distante de Nazaret. Estando comiendo se acabó el vino: advirtiendo la Santísima Virgen, que estaba a la mesa junto a su Hijo, el embarazo en que se hallaban los que le habían convidado, y queriendo ahorrarles la confusión que les iba a causar esta falta de prevención, mostró al Salvador el deseo que tenía de que los sacase de aquella pena con algún milagro. Esta Madre de Misericordia, que previene siempre nuestras necesidades, se contentó con decirle en voz baja que no tenían más vino: Vinum non habent. El Hijo de Dios, queriendo hacer ver el poder que tenían sobre Él hasta las insinuaciones de su querida Madre, anticipó, en atención a Ella, el tiempo de manifestar su omnipotencia, convirtiendo inmediatamente el agua que había en seis tinajas en un vino excelente; este fue el primero de los milagros públicos que hizo el Salvador, el cual quiso que se debiera a los ruegos de su querida Madre.

Habiendo tenido por conveniente el Salvador establecer su principal residencia en Cafarnaúm, la Santísima Virgen, que no le dejaba un punto, vino a establecerse igualmente allí. San Epifanio y san Bernardo dicen que le acompañaba las más veces en sus correrías evangélicas, no solo por tener el consuelo de oírle más a menudo, sino también para cuidar de Él en sus viajes. Se encontró con Él en Jerusalén en la fiesta de Pascua; después de la cual le siguió a las riberas del Jordán, donde el Salvador comenzó a conferir su bautismo. Los santos Padres no dudan que la Virgen le recibió de mano de su Hijo; y aunque como exenta de toda culpa, aun venial, y preservada, como se ha dicho, de pecado original, parece no tenía necesidad del bautismo; sin embargo no quiso dejarle de recibir después que el mismo Salvador se había sujetado a la ley de la circuncisión, y Ella misma a la de la purificación. Por otra parte es cierto que nadie observó jamás la nueva ley con más perfección que la Santísima Virgen, y que cumplió y llenó excelentemente todos los deberes que prescribe esta ley: ¿Cómo, pues, hubiera querido ser privada de un Sacramento que es como el sello que caracteriza a todos los fieles? Y habiendo de recibir el Bautismo, ¿De qué manos debía recibirle sino de las de su Hijo?


El Evangelio nada más nos dice de la Santísima Virgen hasta el tiempo de la pasión del Salvador, sino es en dos ocasiones. La primera, cuando una buena mujer, embelesada al oír predicar a Jesucristo, exclamó: Bienaventurado el vientre que te llevó, y los pechos que te dieron de mamar. Antes bien, replicó Jesucristo, bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios, y la ponen por obra. No niega el Salvador que su madre sea la más dichosa de todas las mujeres: estas palabras son más bien una confirmación de lo que esta devota mujer acaba de decir; pero como nadie puede aspirar a la sublime dignidad de Madre de Dios, les muestra Jesús una cosa que nadie puede racionalmente excusar de llegar a conseguir; y sin insistir más sobre la dicha singular de su Madre, toma de aquí ocasión para hacer conocer a sus oyentes cuál es la felicidad que les es propia y a que todos pueden aspirar; la cual es ser dóciles a la voz de Dios, tener Fe, y animar esta Fe con las obras. Fue como decir: mi Madre es bienaventurada por haber sido elegida para formarme un cuerpo, y darme a luz; pero lo que la hace verdaderamente bienaventurada, es el haber creído: Beata quæ credidisti; y ved aquí lo que debéis imitar en mi Madre. La segunda vez que habla el Evangelio de la Santísima Virgen, es cuando habiendo ido a oírle a un sitio en donde enseñaba al pueblo, y habiéndole dicho al Salvador que estaba allí su Madre, respondió Jesús, señalando con la mano a sus discípulos: Veis aquí quiénes son mi madre y mis hermanos; porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, este es mi hermano, mi hermana y mi madre. Esta respuesta, que en otras circunstancias hubiera podido parecer un poco seca, era a la sazón misteriosa y aun necesaria, atendida la disposición de los que le oían. Los judíos, a quienes anunciaba el Reino de los Cielos, no le miraban sino solo como un puro hombre, hijo de María. ¿No es este, decían, el hijo de un artesano? Su madre ¿No se llama María? Sus parientes ¿No viven y están entre nosotros? Quiso, pues, el Salvador enseñarles a no mirarle solamente como hijo de María, sino a reconocer en su persona aquel carácter de divinidad que no querían advertir, aunque se manifestaba tan claramente, en sus palabras y en sus obras. Quería también hacerles entender que cuando se trata de la gloria y de los intereses de Dios, no se debe dar oídos ni a la carne ni a la sangre, no se debe atender ni a amigos, ni a parientes, ni a otra ninguna cosa del mundo, por más apreciable que pueda sernos; sino que debemos preferir los intereses de Dios a todo lo que nos toca de más cerca. En el mismo sentido y con el mismo espíritu había respondido a su Madre cuando se le quejaba amorosamente de su ausencia por haberse detenido en el templo de Jerusalén a los doce años de edad: ¿No sabíais, le respondió, que debo emplearme en las cosas que miran a mi Padre con preferencia a lo que apetece la inclinación natural? Por eso la Santísima Virgen, que penetraba y comprendía perfectamente el sentido de una y otra respuesta, no hizo ademán de ofenderse de ellas.

viernes, 22 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Viernes del Segundo Domingo de Cuaresma.

Viernes del Segundo Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del libro del Génesis 37, 6-22)

Estos discursos dieron pábulo al odio y a la envidia que ya le tenían sus hermanos. Apenas se encuentran la una sin la otra estas dos malignas y bajas pasiones; y como tienen el mismo principio, tienen también el mismo motivo, el mismo objeto y el mismo fin. La envidia es la pasión de las almas bajas, de los genios mezquinos y de los malos corazones. Es necesario tener todo esto para afligirse de la felicidad de los demás; el gozar de prosperidad basta para ofender a un envidioso. ¡Pudo darse jamás una pasión más irracional! Las buenas cualidades de otro le irritan, su malignidad no se estrella de ordinario más que en la virtud. Es un odio sombrío y enfadoso del mérito de los demás: no habría envidiosos si el envidioso no hallase persona que tuviese más mérito y más virtud que él. Son semejantes a los animales nocturnos, los cuales no pueden sufrir la luz porque descubre los disformes que son, y he aquí lo que irrita su hiel y su cólera; el canto más melodioso de los otros pájaros, la variedad y el brillo encantador de su plumaje les avinagra. El envidioso estaría contento si no viese ninguno que no fuese más malo y más despreciable que él. ¡Qué pasión, buen Dios, tan odiosa! Se engañará cualquiera que pretenda apaciguarla o endulzarla a fuerza de hacerla bien; al contrario, no hay cosa que más la exaspere. La moderación misma en la prosperidad la hace más mordaz y más fiera. Lo que gana el corazón de las gentes la indigna, la buena fortuna la desagrada, la modestia misma la hiere, la reputación de otro forma su suplicio; basta que cualquiera no sea desgraciado o que tenga mérito para que sea culpado en su tribunal. Sospechas injuriosas, interpretaciones malignas, burlas picantes, murmuraciones, negras calumnias, supercherías, afrentas, todo lo que puede deslucir, todo cuanto puede dañar, de todo se sirve; la injusticia más atroz es uno de los artificios que pone en movimiento, cuando no le salen bien los demás resortes de que se vale. La envidia es tan antigua como el mundo: Abel ha sido su primera víctima: José ha experimentado toda su malignidad. Por más que se haga, mientras que haya virtud, habrá envidia: jamás se reconciliará con la gente honrada; pero la gente honrada debe temer mucho una pasión tan despreciable y tan injusta, sobre todo después que no ha respetado ni tenido atención al Salvador del mundo (Matth. XXVII). La virtud es su enemigo irreconciliable, y la virtud es también siempre su escollo. De la hinchazón de un corazón ulcerado es de donde se forma siempre el veneno con que trata de emponzoñar las mejores acciones. Nunca hubo envidia sin orgullo; pero un orgullo vil, maligno, enemigo, que no tiende tanto a ensalzarse como a ennegrecer, a desacreditar, a abatir el mérito. No es un amor de la gloria el que le anima, sino el despecho de hallarle en otro. Alabar a alguno en presencia de un envidioso es encender su bilis: ¡Qué rodeos malignos para que no se perciba sino a media luz la virtud de los demás! ¡Qué de artificios para rebajar el mérito! Su indignación pasa hasta a aquellos que piensan con más justicia, o al menos más caritativamente que él. Jamás mira con buenos ojos todo lo que brilla. La demasiada luz hiere los ojos enfermos. Óbrese enhorabuena por los motivos más puros; en un envidioso escudriña el corazón y quiere siempre hallar en él intenciones defectuosas; no puede persuadirse que los demás sean mejores que él. Y no creamos que la amistad más natural y mejor cimentada sea un baluarte contra sus tiros. ¡Qué estragos no hace en las sociedades y en las familias más religiosas! Su veneno se esparce por todas partes. ¡Qué horror no se debe concebir contra una pasión tan opuesta al espíritu de la Religión, y a la tranquilidad de la vida civil!