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jueves, 28 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Jueves del Tercer Domingo de Cuaresma (que se le llama mitad de Cuaresma).

Jueves del Tercer Domingo de Cuaresma 
(que se le llama mitad de Cuaresma). Reflexiones.
(Lección del profeta Jeremías 7, 1-7)

No pongáis vuestra confianza en palabras falaces y mentirosas, diciendo: El templo del Señor. ¡Qué ilusión más grosera! Sin embargo, apenas hay otra más común: creer que porque se tiene la ventaja y la dicha de ser de un cuerpo augusto por su antigüedad, estimable por la perfección de su instituto, célebre por el número de sus Santos, respetable por la dignidad de sus funciones, santo por la excelencia de sus ocupaciones, por la multiplicidad de sus socorros espirituales, y por la muchedumbre de los buenos ejemplos, se puede contar seguramente con su salvación: como si la perfección del estado nos pusiera a cubierto de los peligros, se pudiese vivir en la tibieza, y algunas veces hasta en la relajación sin temer nada. Desengañémonos, la virtud de nuestros hermanos no suplirá jamás por nuestras imperfecciones: podrá muy bien merecernos gracias de predilección, sernos de un socorro especial; pero servirá igualmente a hacer más criminal nuestra laxitud, haciéndola menos excusable. ¿Y qué? Se nos dirá un día: Aquellos grandes ejemplos que teníais enteramente delante de los ojos, ¿No debían haberos enseñado los verdaderos caminos de la salvación? Aquellas virtudes domésticas ¿No eran una reprensión bastante viva de vuestras irregularidades? Eran lecciones y fuertes; ¿Cómo, pues, fuisteis tan indóciles a unas instrucciones tan concluyentes, a unas solicitaciones tan elocuentes? ¿Qué excusa podéis dar de vuestra laxitud? Vuestra pusilanimidad y delicadeza ¿Pueden justificaros a vista de tan buenos ejemplos? ¿No habéis podido, se nos dirá un día, lo que tantos otros hicieron? Criados en la misma escuela, trasplantados al mismo campo, cultivados por la misma mano, regados con la misma fuente: tantos otros más jóvenes, más delicados que tú, de un temperamento más débil, de un natural menos feliz, con unas pasiones más vivas, pudieron, con la ayuda de las mismas gracias que te eran comunes con ellos, guardar los mismos votos, las mismas reglas, las mismas observancias a que tú estabas igualmente obligado, y que has quebrantado tantas veces, y que has creído ser un yugo demasiado amargo, una carga demasiado pesada, una sujeción demasiado austera: Et tu non poteris quod isti, et istæ? ¿Qué confianza mas frívola, más vana, que la de contar mucho sobre la santidad de un estado, cuyas obligaciones no se guardan? Desde que hemos visto a Saúl desechado del Señor: después de una vocación tan señalada; después que Salomón nos ha dejado en la espantosa incertidumbre de su salvación; después de haber recibido el don de una tan excelente sabiduría; después que un Judas se perdió a la vista del Salvador, y en compañía de los Apóstoles; ¿Quién puede contar sobre la bondad de su vocación, sobre sus raros talentos, sobre la santidad de su estado, sobre la abundancia de los socorros, sobre la ventaja de vivir en la casa del Señor, y llevar su librea? Templum Domini, templum Domini. No nos fiemos en predicciones supersticiosas, no confiemos en falsas preocupaciones, en una seguridad presuntuosa. Estemos ciertos que no seremos santos en un estado santo sino en cuanto viviéremos santamente. Lo que nos hará agradables a los ojos del Señor, no será la inocencia de nuestros hermanos, sino la nuestra. Las satisfacciones pueden venir de una causa externa, pero el mérito es personal. 

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