Viernes Santo. Reflexiones.
(Lección del libro del Éxodo 12, 1-11)
A más del sentido literal y alegórico contenido en esta Epístola, hay también otro sentido que es moral. Todo es misterioso en esta descripción de las ceremonias que habían de acompañar a la comida del cordero pascual. Si quiere Dios que esta víctima, figura del Divino Cordero, sea sin mancha, no pide menos pureza e inocencia a una alma que come realmente el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en la Comunión. Esta Sangre adorable tiene harta más virtud que la sangre del cordero pascual, la que no era sino una simple figura suya; pero es menester que las señales que imprime esta preciosa Sangre no se borren por el pecado; el cual, tiznando al alma, hace desaparecer lo que alejaba todo lo que podía serla nocivo. El pan sin levadura y las lechugas amargas con que debían comerse el cordero pascual nos dan a entender que sin la mortificación no es posible conservar la inocencia con que debe llegarse una alma a los santos altares y a la sagrada mesa. Una alma sensual no es capaz de estar largo tiempo sin pecar. La Pascua de los Cristianos es infinitamente más santa que la de los israelitas, y así debe celebrarse con disposiciones mucho más santas. Dios les prohibía a aquellos comer el cordero crudo o cocido en agua. Esta crudeza y esta carne cocida demuestran bastantemente el carácter de las pasiones, el de un corazón afeminado y el de una alma floja, que no comulga sino con disgusto. Todo debía estar asado al fuego: solo el amor puede dar a una alma aquel gozo y aquel fervor que son disposiciones tan necesarias para llegarse con gusto a la adorable Eucaristía. Debía también quemarse todo lo que quedaba; es decir, el fuego Divino, de que una alma debe estar abrasada al salir de la Comunión, debe consumir todo cuanto hay en ella de terreno y carnal. Se debía comer el cordero pascual pronto y de prisa; lo que puede significar el fervor, el ansia y el hambre con que debemos comulgar. La diferencia, el poco ardor y el no sentir deseo alguno de comulgar, denota siempre un disgusto espiritual; señal cierta de que el alma está enferma. Cada Comunión, para sernos útil, debe aumentar nuestra hambre. Finalmente, se debía comer el cordero pascual con todas las disposiciones y preparativos de unos caminantes prontos a partir. En efecto, lo mismo fue acabar de comerlo los israelitas, que salir al mismo instante de Egipto, lo que muestra bastantemente en qué disposición debemos comulgar: debemos estar resueltos, debemos estar prontos a salir de Egipto y mudar de conducta, a reformar nuestra vida y nuestras costumbres, y a dejar nuestros malos hábitos; si no es este el fruto de nuestra Comunión pascual; si después de haber comulgado nos quedamos todavía en Egipto, ¿Qué se debe pensar de tal Comunión?
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