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lunes, 25 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Lunes del Tercer Domingo de Cuaresma.

Lunes del Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del libro de los Reyes 4, 5, 1-15)

Cuando el Profeta os hubiera mandado alguna cosa dificultosa, debéis, sin embargo, hacerla; pues ¿cuánto más le debes obedecer cuando te dice: ve a lavarte en el Jordán, y quedarás limpio?

¿A cuántas gentes se hará esta reconvención a la hora de la muerte? ¿A cuántas gentes se les puede hacer durante la vida? Cuando Dios hubiera pedido a todos los fieles que se hubieran sepultado en los desiertos: cuando a todos les hubiera pedido que practicaran la más austera mortificación, la más severa penitencia para salvarse: cuando la salvación hubiera debido ser el fruto de un ayuno continuo: cuando para evitar el infierno hubiera sido preciso dar la vida entre los más horribles suplicios; y cuando no hubiera habido otros que los Mártires que hubiesen podido entrar en el cielo, o cuando solos los más austeros penitentes hubiesen podido evitar la eternidad desventurada; ¿Hubiera habido que deliberar sobre esto? O fuegos eternos, o un puñado de días en los rigores de la penitencia, o privarse durante la vida de todos los gustos, o ser privado por toda la eternidad de las delicias del cielo. ¿Qué hombre hubiera dudado un momento sobre lo que debía elegir, a no haber perdido enteramente el juicio? Quanto magis, quia nunc dixit tibi: lavare et mundaberis? Pues ¿Cuánto más debemos obedecer a Dios, cuando para salvarnos no nos pide sino que le amemos de todo nuestro corazón, que le sirvamos y le agrademos? En buena fe, ¿Qué cosa nos pide el Señor que no sea muy suave, que no sea muy fácil? Pide que le amemos de todo corazón: ¿No merece nuestro amor? ¿Hay algún trabajo en amar a un Dios infinitamente amable, y que nos ama infinitamente? Pide que guardemos sus mandamientos: ¿Hay uno solo que no nos sea útil y provechoso? ¿Hubo jamás yugo más suave que el suyo, ni carga más ligera que la que nos impone Jesucristo? El mismo Señor nos lo asegura. Comparemos lo que pide Dios a sus fieles siervos con lo que el mundo, este amo quimérico, pretende de sus esclavos. Comparemos lo que estamos obligados a hacer por una familia, para cumplir con las obligaciones de un empleo, para hacer una fortuna bien caduca en la guerra, en el comercio, en el servicio de un amo impertinente, difícil, caprichoso, para complacer a un amigo, para obligar a un ingrato, para conseguir fama y nombre en el mundo. ¡Cuántos trabajos hay que sufrir! ¡Cuántos disgustos que pasar! ¡Cuántas pesadumbres que tragar! ¡Qué sudores! ¡Qué desvelos! Se gasta más de lo que se puede, se consume la salud, se abrevian los días, y todo las más veces sin provecho. ¿A qué precio tan alto no estaría la salvación, según la opinión misma de los mundanos, si para conseguirla fuera preciso hacerse tantas violencias? ¡Y después de esto se tiene por demasiado larga una Cuaresma, por demasiado duros algunos días de abstinencia y de ayuno, y por impracticable la menor mortificación por Dios! Estamos cubiertos de lepra, estamos cargados de pecados: la iniquidad nos hace horrorosos; se nos dice: Lavare, et mundaberis. Jesucristo nos hace un baño saludable de su Sangre: se nos exhorta a recurrir al sacramento de la Penitencia, por virtud del cual podemos recobrar la inocencia, y rehusamos servirnos de estos medios. Pero ¡Qué reconvención más cruel y más justa que la que se puede hacer a bastantes personas religiosas, que obligadas por su estado a aspirar a la perfección, después de haber hecho todos los gastos, arrastran indignamente toda su vida por el polvo de una vida tibia, perezosa, imperfecta, peligrosa para la salvación, y esto por no hacer caso de las más ligeras observancias! A esta persona que lo ha dejado todo por Dios, no se le pide otra cosa que un poco más de recogimiento interior, un poco más de puntualidad, la observancia de las más pequeñas reglas, para gustar de las dulzuras de su estado, para gozar de la más dulce paz, para asegurar la más preciosa muerte, para coger todo el fruto de su grande sacrificio; y la mayor parte quieren más gemir toda su vida en la humillante amargura de su relajación, que procurarse todas estas ventajas, observando lo que ellos mismo llaman menudencias: Si te hubiera ordenado una cosa ardua, la deberías haber hecho: ¿Cuánto más le debes obedecer cuando solo te ha dicho: lávate, y quedarás limpio?

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