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viernes, 22 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Viernes del Segundo Domingo de Cuaresma.

Viernes del Segundo Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del libro del Génesis 37, 6-22)

Estos discursos dieron pábulo al odio y a la envidia que ya le tenían sus hermanos. Apenas se encuentran la una sin la otra estas dos malignas y bajas pasiones; y como tienen el mismo principio, tienen también el mismo motivo, el mismo objeto y el mismo fin. La envidia es la pasión de las almas bajas, de los genios mezquinos y de los malos corazones. Es necesario tener todo esto para afligirse de la felicidad de los demás; el gozar de prosperidad basta para ofender a un envidioso. ¡Pudo darse jamás una pasión más irracional! Las buenas cualidades de otro le irritan, su malignidad no se estrella de ordinario más que en la virtud. Es un odio sombrío y enfadoso del mérito de los demás: no habría envidiosos si el envidioso no hallase persona que tuviese más mérito y más virtud que él. Son semejantes a los animales nocturnos, los cuales no pueden sufrir la luz porque descubre los disformes que son, y he aquí lo que irrita su hiel y su cólera; el canto más melodioso de los otros pájaros, la variedad y el brillo encantador de su plumaje les avinagra. El envidioso estaría contento si no viese ninguno que no fuese más malo y más despreciable que él. ¡Qué pasión, buen Dios, tan odiosa! Se engañará cualquiera que pretenda apaciguarla o endulzarla a fuerza de hacerla bien; al contrario, no hay cosa que más la exaspere. La moderación misma en la prosperidad la hace más mordaz y más fiera. Lo que gana el corazón de las gentes la indigna, la buena fortuna la desagrada, la modestia misma la hiere, la reputación de otro forma su suplicio; basta que cualquiera no sea desgraciado o que tenga mérito para que sea culpado en su tribunal. Sospechas injuriosas, interpretaciones malignas, burlas picantes, murmuraciones, negras calumnias, supercherías, afrentas, todo lo que puede deslucir, todo cuanto puede dañar, de todo se sirve; la injusticia más atroz es uno de los artificios que pone en movimiento, cuando no le salen bien los demás resortes de que se vale. La envidia es tan antigua como el mundo: Abel ha sido su primera víctima: José ha experimentado toda su malignidad. Por más que se haga, mientras que haya virtud, habrá envidia: jamás se reconciliará con la gente honrada; pero la gente honrada debe temer mucho una pasión tan despreciable y tan injusta, sobre todo después que no ha respetado ni tenido atención al Salvador del mundo (Matth. XXVII). La virtud es su enemigo irreconciliable, y la virtud es también siempre su escollo. De la hinchazón de un corazón ulcerado es de donde se forma siempre el veneno con que trata de emponzoñar las mejores acciones. Nunca hubo envidia sin orgullo; pero un orgullo vil, maligno, enemigo, que no tiende tanto a ensalzarse como a ennegrecer, a desacreditar, a abatir el mérito. No es un amor de la gloria el que le anima, sino el despecho de hallarle en otro. Alabar a alguno en presencia de un envidioso es encender su bilis: ¡Qué rodeos malignos para que no se perciba sino a media luz la virtud de los demás! ¡Qué de artificios para rebajar el mérito! Su indignación pasa hasta a aquellos que piensan con más justicia, o al menos más caritativamente que él. Jamás mira con buenos ojos todo lo que brilla. La demasiada luz hiere los ojos enfermos. Óbrese enhorabuena por los motivos más puros; en un envidioso escudriña el corazón y quiere siempre hallar en él intenciones defectuosas; no puede persuadirse que los demás sean mejores que él. Y no creamos que la amistad más natural y mejor cimentada sea un baluarte contra sus tiros. ¡Qué estragos no hace en las sociedades y en las familias más religiosas! Su veneno se esparce por todas partes. ¡Qué horror no se debe concebir contra una pasión tan opuesta al espíritu de la Religión, y a la tranquilidad de la vida civil!

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