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sábado, 30 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Sábado del Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.

Sábado del Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del libro de Daniel 13, 1-9, 15-17, 19-30 y 33-62)

Por lo que se acaba de leer en esta Epístola, se ve claramente que la vejez debilita las fuerzas del espíritu y del cuerpo, pero no las de las pasiones. Se engaña el que cree que el tiempo las consume y aniquila: al contrario, las hace más imperiosas y más absolutas; y la edad, que hace más maduro y sociable el espíritu, hace más ásperas, más agrias las pasiones. La larga posesión les sirve de nuevo título: un hábito envejecido es para ellas una prescripción: Qui exultant in malis, consenescunt in malo. Una persona que se ha familiarizado con el pecado, envejece en el delito; y como esta postrera edad apaga de ordinario la vivacidad del espíritu, y hace a la razón más pesada, de ahí viene que las pasiones son siempre más descontentadizas: pierden en aquella edad todo lo que tenían de vivo y de brillante, y solo retienen lo que hay en ellas de más seco y más adusto. ¡Cuántas molestias se ahorrarían, cuántos malos pasos se evitarían si nos aplicáramos con tiempo a domar estos enemigos irreconciliables de nuestro reposo y de nuestra salvación! Las pasiones en los viejos son como el fuego en la leña seca, que prende fácilmente, y desde luego se enciende toda; al paso que en un leño verde el fuego chispea más, pero también se apaga más pronto. Todo descontenta con la edad; solo las pasiones están siempre más sedientas: la decrepitud embota al espíritu y los sentidos sin amortiguar el fuego de las pasiones. La avaricia nunca es tan codiciosa ni tan solícita como un viejo: por más rico que sea, siempre teme morir de hambre, aunque no le queden sino dos días de vida. Un espíritu receloso nunca es más desconfiado que cuando es viejo. El deleite no domina jamás en un viejo, que no sea con imperio. La fuerza del espíritu y de la razón puede servirles de freno en cualquiera otra edad; pero la vejez afloja y arruina estos diques, y así deja a esta pasión todo el ímpetu y rapidez del torrente. Cuanto más vieja es esta infame pasión, tanto más domina: de suerte que la edad que sirve de excusa o de pretexto para no echar mano de las mortificaciones del cuerpo y de la penitencia, fomenta y da fuerzas a un enemigo que se ve poco sujeto. La ira se inflama siempre más fácilmente en los viejos, y siempre es agria, molesta, voceadora. Se atribuyen los efectos de las pasiones a la flaqueza de la edad: ¿Por qué no se atribuirán a la mala voluntad, a la indevoción, a la corrupción de las costumbres, al desarreglo de una vida pasada en la irreligión? Porque esto, y no otra cosa hace insolentes las pasiones en esta postrera edad: esto es lo que forma y arraiga los malos hábitos, que tiranizan desde luego que prescriben, y esto demuestra la indispensable necesidad que tenemos todos de mortificar y de domar con tiempo las pasiones. No es menester que se hagan muy viejas para que establezcan su imperio; con solo que las alimentemos y acariciemos algún tiempo, pasan a hacerse unos huéspedes que bien pronto se hacen domésticos, y de domésticos pasan a ser unos crueles tiranos.

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