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sábado, 30 de marzo de 2019

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: XXIII. Lo que la Santísima Virgen tuvo que sufrir durante la pasión de Jesucristo.

XXIII. Lo que la Santísima Virgen tuvo que sufrir durante la pasión de Jesucristo.

Por más dulce que fuese el consuelo y el gozo de la Santísima Virgen al ver las maravillas que obraba el Salvador en toda la Galilea y la Judea, sin embargo, el pensamiento de su pasión y la imagen de la muerte que había de padecer por la redención del linaje humano, la que tenía continuamente presente, anegaban su corazón en un mar de amargura, como hablan los santos Padres. Cuanto veía que se sabiduría era más admirada, y sus milagros más publicados y aplaudidos; cuanto más sabía cuál era la reputación de su Divino Hijo en toda la Siria, tanto más se afligía su corazón al pensar que este querido hijo, que era las delicias del Padre eterno y las suyas, debía verse un día harto de oprobios, y morir afrentosamente en una cruz; pues instruida en toda la economía del misterio de la redención, preveía con un amargo dolor el tiempo destinado para este sangriento sacrificio; y como cada día se iba acercando el término de él, su corazón padecía cada día un nuevo suplicio, teniendo noche y día presente en un espíritu hasta las menores circunstancias de su pasión.

Llegado, en fin, el tiempo de la pasión del Hijo, como también el de la pasión de la Madre, se fue María a Jerusalén, casi al mismo tiempo que su hijo; esto es, seis o siete días antes de la fiesta de Pascua: se retiró a casa de María, madre de Marcos, su parienta, desde donde fue testigo del triunfo superficial y pasajera con que el Salvador fue recibido en Jerusalén, el cual debía parar bien presto en la más triste y funesta tragedia, de la cual era preludio aquella alegría de tan poca duración que mostraba el pueblo por la llegada del Salvador; y así los gritos y clamores de hosanna o viva, que resonaban en toda la ciudad, aumentaban la amargura de su corazón, y hacían más profunda su tristeza, sabiendo que bien pronto se convertirían en gritos y clamores de execración. Se deja comprender cuál sería su aflicción cuando supo que Jesucristo había sido preso, y que le llevaban de tribunal en tribunal con la última y la mayor ignominia. Ninguna madre amó jamás a un hijo único con una ternura tan viva; ninguna madre sintió más vivamente los indignos y crueles tratamientos que tuvo que sufrir este hijo querido; y toda la Iglesia conviene en que no hubo jamás una madre mas afligida que María. Todos los santos Padres dicen a una voz, que María sola padeció más que todos los Mártires juntos; y que con razón se le da el título de Reina de los Mártires: Regina Martyrum; y que sin un milagro no hubiera podido sobrevivir a la dolorosa y afrentosa pasión de su adorable Hijo. No dio María el menor paso de reclamar contra el inaudito montón de injusticias, de calumnias, de oprobios y de tormentos que le hacían sufrir al Salvador; porque habiéndole ofrecido Ella misma al Padre eterno en calidad de víctima el día de su purificación, había consentido, digámoslo así, en que muriese por la redención de los hombres; y veis aquí por qué guardó el más mudo silencio durante toda su pasión. Se resolvió también por una especie de aliento sobrenatural, y muy superior a su sexo y a su calidad de madre, acompañarle al Calvario, y asistir a su muerte al pie de la cruz, conformándose con los inescrutables designios de la Providencia Divina. Todo cuanto la crueldad de los verdugos hizo sufrir a los cuerpos de los Mártires, todo fue poco, y aun debe reputarse por nada, si se compara con lo que Vos, Virgen Santísima, padecisteis en la muerte de vuestro Hijo sobre el Calvario, dice san Anselmo. Los otros fueron mártires, muriendo por Jesucristo, dice san Jerónimo; pero María lo fue muriendo con Jesucristo, o por mejor decir, sobreviviendo a Jesucristo. Porque María, continúa el Santo, amó más a su Hijo que todos los otros, por eso sintió más dolor viéndole padecer, en tanto grado, que la violencia de su dolor penetró toda su alma de parte a parte. En los otros Mártires, dice san Bernardo, el grande amor que tenían a Dios aliviaba el dolor que les causaban sus tormentos; pero en María, el amor extremado con que amaba a su Hijo hacía su martirio; y como amó a Jesucristo más que todos los Santos juntos, su martirio fue más amargo y más doloroso que el de todos ellos. In aliis Martyribus magnitudo amoris dolorem lenivit passionis; sed beata Virgo quanto plus amavit, tanto plus doluit, tantoque ipsius martyrium gravius fuit. La pasión dolorosa del Hijo fue con todas sus circunstancias la pasión dolorosa de la Madre.


Con solo mirar a Jesucristo en la cruz se consolaban todos los Mártires; pero respecto de la Santísima Virgen, este triste objeto era su más doloroso martirio. Jesucristo consolaba y aun llenaba de gozo interior a todos los Mártires en medio de los más crueles tormentos; y algunas veces llegaba hasta suspender en su favor la actividad del fuego en las calderas de plomo derretido y en los hornos encendidos; pero respecto de la Virgen Santísima, Jesucristo padeciendo y muriendo, es el mayor suplicio de su Madre; es para ella, dice san Bernardo, un mar de amargura en que está anegada. Juzgad de la grandeza del dolor, dice el santo Abad, por lo grande del amor: ella sola padeció más en su alma que todos los Mártires juntos padecieron en su cuerpo: Juxta magnitudinem amoris erat vis doloris, etc. Ciertamente, dice san Bernardino de Sena, el dolor que la Santísima Virgen padeció viendo espirar a su querido Hijo en la cruz fue tan vivo, tan extraordinario y tan grande, que si se hubiera repartido entre todas las criaturas capaces de sentir, no hubiera habido una que no hubiera muerto de dolor con sola la porción que le hubiera cabido. El amor tierno y compasivo, dice Arnaldo de Chartres, hacía en el alma de María lo que los clavos, los azotes, las espinas y la lanza hacían en el cuerpo adorable del Hijo. Tu Hijo, Virgen Santísima, padeció en el cuerpo, y Tú en el alma, exclama san Buenaventura; pero todas las llagas, que estaban divididas en cada miembro de su cuerpo, se hallaban juntas en tu corazón: Singula vulnera per ejus corpus sparsa, in tuo corde sunt unita. ¡Oh, y cuánta verdad es, Santísima Virgen, concluye san Bernardo, que tu alma fue verdaderamente traspasada de una espada de dolor! Como la Santísima Virgen padeció un tan doloroso martirio, al cual con razón se le ha dado el nombre de pasión, por el amor y la salvación de los hombres, en todos tiempos han tenido los fieles la particular devoción de honrar esta pasión de la Santísima Virgen, bajo el título de Nuestra Señora de las Angustias, bajo el de la Compasión de Nuestra Señora, bajo el de los Dolores de la Santísima Virgen, cuya fiesta está aprobada por la Santa Sede: en toda España se reza de ella con oficio propio, y también en muchas diócesis de Italia y Francia.

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