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jueves, 28 de marzo de 2019

SAN PEDRO JULIÁN EYMARD: LA FIESTA DE FAMILIA

LA FIESTA DE FAMILIA[1]


Pater noster..., panem nostrum da nobis hodie
“Padre nuestro... el pan nuestro de cada día, dánosle hoy” (Mt 6, 11)

Tenemos un Padre que está en los cielos y al que va directamente dirigida esta oración. Nuestro señor Jesucristo nos ha engendrado a la vida de la gracia, a la vida sobrenatural y ha merecido por ello el título de padre.
El Padre celestial habita en la gloria y Jesús en esta Iglesia: Este es nuestro padre aquí en la tierra, el cual cumple todos los deberes de un buen padre para con sus hijos.

I
El padre debe vivir con su familia, pues que él es el centro y el eje de la misma, y los miembros que la componen están bajo su custodia y obran bajo su dirección e impulso. Es el cabeza de familia, el jefe que ejerce la primera autoridad, aun sobre la misma madre, a la que está reservada especialmente la ternura. Ahora bien, Jesucristo, que es nuestro padre, tiene también su casa, y esta casa es la iglesia. Vosotros sois su familia; su familia privilegiada.
En las demás familias hay hijos que trabajan fuera de casa y otros que trabajan cerca y a la vista del padre; a vosotras ha dado esta segunda y dichosa suerte; sin Jesucristo, que es vuestro padre, esta casa tan piadosa, prototipo de la familia, no sería más que reunión de prisioneras, de obreras encorvadas bajo el peso de un trabajo ingrato; faltaría el tabernáculo de esta capilla que es el centro y el foco de todos los afectos.
Pensad a menudo, durante vuestro trabajo, en este buen padre que vive siempre en medio de vosotras, os protege y mira con ojos de bondad, ya que la bondad es la cualidad más preeminente de este pobre divino. No sabrá negaros nada justo, siempre os recibirá con amabilidad y siempre le tendréis a vuestro lado. Vuestros padres han muerto sin dejaros otro legado aquí en la tierra que lágrimas y dolores; pero Jesús no muere nunca, ni os abandonará jamás.
Vosotras sois muy dignas de ser estimadas, pues habéis recibido el bautismo y os habéis hecho, por esto, hijas de la Iglesia; y ya veis, sin embargo, qué caso hace el mundo de vosotras. ¿Sabe, por ventura, que existís, o cuida de vuestras necesidades? Mas Jesucristo nuestro Señor ha inspirado a personas que le están consagradas el pensamiento de reuniros en esta casa y ha sentado sus reales entre vosotras para que le veáis siempre. El os ama tanto más cuanto sois vosotras más débiles y olvidadas. Vosotras oís su palabra, no una palabra que hiere los oídos, sino aquella otra que llega al corazón y proporciona paz y alegría. ¡Ah! Si tenis fe, si comprendéis la dicha que aquí tenéis, sabed conservarla, aun a costa de los mayores sacrificios, porque para vosotras y a vuestra disposición tenéis a Jesucristo, quien por nada puede ser reemplazado.

II
Deber del padre de familia es alimentar a sus hijos, trabajar sin descanso y hasta consumir su vida, si es preciso, por que no les falte el pan cotidiano. Ved a Jesucristo cómo os alimenta con el pan de vida y cómo para proporcionároslo tuvo antes que morir; y este pan es Él mismo, su carne y su sangre adorables. ¡Un padre que se da a sí mismo, en alimento, a sus hijos! ¿En qué familia se ha visto semejante prodigio de abnegación?
Nuestro señor Jesucristo no quiere que sus hijos reciban su pan de otro que de Él mismo; no, no; ni los ángeles ni los santos podrían suministrar el pan que necesitáis. Jesús sólo ha sembrado el trigo que debía producir la harina con que ha sido amasado, haciéndolo pasar por el fuego de los sufrimientos, y Él mismo es quien os lo ofrece ¡Qué amable es este buen Padre!
La víspera de su muerte tenía una pequeña familia, como si dijéramos el comienzo de la gran familia cristiana, y a cada uno de sus hijos les dio en la cena el pan celestial, y les prometió que hasta el fin del mundo todos sus hijos podrían comer del mismo pan. ¡Cuán delicioso es, pues, este pan! Contiene en sí toda dulzura y suavidad. Es el mismo Dios..., Dios, pan de los huérfanos. Es verdad que no alimenta nuestro cuerpo; pero nutre el alma con su amor y con los dones que le concede, y la vigoriza y fortalece para que pueda rechazar a sus enemigos, hacer obras meritorias y crecer, para el cielo.
¡Con qué generosidad nos lo da! Para conseguir el pan que alimenta nuestro cuerpo, hay que trabajar mucho y además hay que pagarlo. Este pan no puede pagarse porque es superior a todo precio, y por eso nuestro Señor nos lo da gratuitamente, exigiendo tan sólo que tengamos un corazón puro y que vivamos en estado de gracia. Preparaos para recibirle frecuentemente, procurando ser muy puras, que cuanto más lo seáis, con mayor frecuencia se os dará y hallaréis en él más abundantes delicias.

Venid y comed de este delicioso pan. Jesús goza cuando venís a pedírselo, como goza un buen padre que tiene asegurado el pan de sus hijos.

III
En fin, un buen padre celebra de cuando en cuando algunas fiestas con la familia y concede algunos esparcimientos, necesarios para estrechar los lazos de mutuo afecto y cariño. Estos días se ven, se tratan, se comunican los miembros de la familia con más intimidad. ¡Qué hermosas y qué santas son estas fiestas de familia en las cuales los hijos se reúnen alegres alrededor de su padre, y cuán provechosas suelen ser! Los buenos hijos se disponen a ellas con mucho tiempo de anticipación, preparando alguna, aunque humilde, felicitación, algún regalito, aunque no sea más que un hermoso ramo de flores que sorprenda felizmente al padre.
También nuestro Señor tiene establecidas sus fiestas de familia. Son las fiestas que celebra la Iglesia y en las cuales vosotras no trabajáis. Las hay todavía más íntimas, para vosotras solas, como, por ejemplo, la que empieza hoy y que durará tres días. Las Cuarenta Horas son una verdadera fiesta para el corazón. ¿No veis qué hermoso es aquí todo, qué cantos tan armoniosos, y cómo se conmueve todo alrededor del buen Padre de familia sentado en su trono de amor? Sin duda, también vosotras habéis preparado vuestra felicitación y no pensáis en otra cosa que en permanecer alegres alrededor de vuestro Padre. Esta espléndida iluminación, esos hermosos ramos de flores, seguramente son fruto de vuestro trabajo, una ofrenda de vuestros corazones. Esto satisface y hace feliz a Jesús, que tiene las manos llenas de gracias, siempre abiertas para vosotras.
Así es preciso que durante estos días todos vuestros pensamientos y todas vuestras acciones sean para Él.
Cuando os toque el turno de hacer vuestra adoración, entonces es el momento de presentar vuestras felicitaciones. Haced que ellas salgan de vuestro corazón y no vayáis a buscarlas en los extraños. Hablad como sepáis y os contestará. Sobre todo escuchad bien lo que os hable al corazón.
Concebid algunos buenos deseos y ofrecédselos como vuestro ramo de flores escogidas. Haced, luego, algún acto de virtud, y presentadle como regalo algún pequeño sacrificio.
Muy cierto es todo ello y estas son las relaciones que debéis tener con Jesucristo nuestro señor... ¿No sois vosotras las que formáis aquí su familia?
Pasad felizmente estos días de fiesta en compañía de Jesucristo, que es todo vuestro. A Él mirad, escuchadle con atención y no dudéis de que os colmará de gracias durante vuestra vida, aquí en la tierra, y después os reunirá, en el cielo, con la gran familia de los bienaventurados.



[1] El discurso cuyo resumen publicamos aquí, pronunciólo san Pedro Julián Eymard en una inauguración de las Cuarenta Horas para huérfanas.

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