RELOJ
DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
* * *
San
Antonio María Claret conocía muy bien el Reloj de la pasión, escrito y
popularizado por San Alfonso, y tal vez quiso completarlo en dos puntos,
proponiendo en cada hora una virtud a la imitación del cristiano, y siguiendo
un orden no puramente cronométrico abstracto, sino un orden más histórico, que
comienza a las siete de la tarde con el recuerdo de la última cena. Su
finalidad práctica de ejemplaridad le llevó a sustituir varios pasos
alfonsianos (en las horas siete, doce, una, dos, tres y cuatro) o a
considerarlos bajo otro punto de vista. A las siete de la tarde, con el
recuerdo de la última cena. A las dos de la tarde, por ejemplo, considera cómo
Jesús nos dio a María por Madre, mientras que San Alfonso considera cómo Jesús
entregó su espíritu al Padre. Pero tal vez la mayor diferencia consiste en que
el P. Claret a Jesús Maestro une el Jesús Redentor y lo va poniendo como modelo
de las virtudes. Finalmente, el Reloj claretiano es un método de presencia
interior de Cristo: “El alma contempla en su interior a Jesucristo como Marta y
María, que le recibieron en su casa, y le contemplará como está marcado en la
hora”.
Ese
ejercicio es una especia de viacrucis continuo y se propagó mucho en tiempos
del P. Claret. También hoy puede tener cierto interés para la meditación de la
pasión del Señor.
El Reloj de la
pasión de nuestro Señor Jesucristo se usa de esta manera: cuando se oye que
el reloj da la hora, se dice: Ave María
purísima: Sin pecado concebida. Y luego se reza el avemaría[1].
Después de hacer la comunión espiritual, diciendo: ¡Yo os amo, dulcísimo Jesús de mi vida! ¡Quién siempre os hubiese
amado, Jesús de mi corazón! ¡Quién nunca os hubiese ofendido! ¡Yo os deseo
recibir en mi interior! Luego el alma contempla en su interior a
Jesucristo, como Marta y María, que le recibieron en su casa[2], y
le contemplará como está marcado en la hora.
En cada hora le contemplará como Redentor y como
Maestro. Como a Redentor le dará gracias por lo mucho que ha hecho y sufrido
para redimirnos y salvarnos. Y como a Maestro le escuchará, aprenderá su
enseñanza y la pondrá por obra.
A
las 7. Jesús cenó con
sus discípulos y les lavó los pies. Enseñó y mandó a ellos y a nosotros la
humildad[3].
A
las 8. Jesucristo
instituyó el Santísimo Sacramento para quedarse hasta la consumación de los
siglos. ¡Qué amor![4]
Por amor y gratitud debemos asistir a la misa, visitar el Sacramento y
recibirlo en la comunión con fervor. Amor con amor se paga.
A
las 9. Jesús hizo un
sermón a los discípulos[5].
Nosotros debemos gustar de oír la divina palabra y ponerla por obra.
A
las 10. Jesucristo se
fue al huerto con sus discípulos. A ellos y a nosotros nos manda y enseña a
hacer oración[6].
A
las 11. Jesucristo fue
confortado por un ángel. Y nos enseñó a hacer la voluntad de Dios y no la
nuestra[7].
A
las 12. Jesucristo fue
preso[8]. Y
nos enseñó la paciencia con la que hemos de sufrir las persecuciones, prisiones
y todos los males[9].
A
la 1. Jesucristo fue
conducido a casa de Anás, en donde Malco le dio una bofetada[10].
Y nos enseñó el silencio con que hemos de sufrir las injusticias y desprecios
que nos hagan.
A
las 2. Jesucristo fue
presentado a la Junta de los judíos, que le condenaron a muerte[11]
A
las 3. Jesucristo fue
llevado a un calabozo de palacio, y los que le guardaban le vendaban los ojos,
le abofeteaban y le maltrataban[12].
Y nos enseñó el sufrimiento con que hemos de sobrellevar los insultos de los
malos.
A
las 4. Jesucristo fue
negado por San Pedro. Jesús le miró, Pedro se convirtió, y toda su vida lloró
este pecado[13].
Y nos enseñó que nunca nos hemos de poner en la ocasión próxima de pecar, o, si
no, caeremos, como Pedro; pero que, si alguna vez faltamos, nos hemos de
arrepentir y confesar, y siempre hemos de llorar nuestras culpas y pecados,
como Pedro.
A
las 5. Jesucristo
otra vez fue presentado delante del Consejo, y de nuevo fue condenado e
insultado[14].
Y nos enseñó la constancia en el sufrimiento.
A
las 6. Jesucristo fue
conducido a Pilato[15].
Y nos enseñó a reconocer la autoridad de Dios en la autoridad de los hombres.
A
las 7. Jesucristo fue
enviado al rey Herodes, que vivía mal, a quien San Juan había reprendido, y por
esto le hizo matar. Jesús no le quiso hablar[16].
Y así nos enseñó que no hemos de hablar con los deshonestos y hemos de huir de
ellos.
A
las 8. Jesucristo fue
conducido a Pilato y fue pospuesto a Barrabás[17].
Y nos enseñó la humildad con que hemos de desear ser pospuestos a todos, hasta
a los hombres más malos.
A
las 9. Jesucristo fue
azotado[18].
Y nos enseñó el amor que hemos de tener a la penitencia, para castigar nuestros
pecados y los de nuestros prójimos.
A
las 10. Jesucristo fue
coronado de espinas[19].
Y nos enseñó el amor a los desprecios y burlas.
A
las 11. Jesucristo fue
condenado a muerte y llevó la cruz[20].
Y nos enseñó el amor con que hemos de llevar la cruz y seguirle[21].
A
las 12. Jesucristo fue
crucificado[22].
Y nos enseñó cómo hemos de estar crucificados para el mundo, y el mundo para
nosotros[23].
A
la 1. Jesucristo
pidió al eterno Padre perdón para los que le crucificaban[24].
Y nos enseñó cómo hemos de perdonar y amar a nuestros enemigos[25].
A
las 2. Jesucristo nos
dio por Madre nuestra a María. Y nos encargó que la tuviéramos por madre, y
ella que nos mirase como hijos[26].
A
las 3. Jesucristo
expiró[27].
Y nos enseñó cómo hemos de sufrir la muerte antes de pecar, que hemos de
aceptar la muerte para satisfacer por nuestros pecados y para hacer este
obsequio al supremo dominio de Dios.
A
las 4. Jesucristo
recibió la lanzada en el corazón, de donde salió sangre y agua[28],
de que se formaron los siete sacramentos de la Iglesia[29].
Y nos enseñó el amor que nos tenía y la estima en que hemos de tener los
sacramentos y el fervor con que los hemos de recibir.
A
las 5. Jesucristo fue
bajado de la cruz[30].
Y nos enseñó cómo gusta de ser desclavado por medio de una buena confesión,
porque el que peca, le clava, y el que se confiesa bien, le desclava.
A
las 6. Jesucristo fue
colocado en un sepulcro nuevo de piedra[31].
Y nos enseñó cómo gusta que le coloquemos, por medio de la comunión, en el
corazón, que debe ser nuevo por la confesión, de piedra por la constancia y con
aromas de virtudes.
SEÑALES DE LA VERDADERA PENITENCIA
1ª. El pecador ha de tener tanto dolor y pena de haber
pecado como placer y gusto tuvo pecando (San Jerónimo).
2ª. Ha de amar los desprecios, por haber él
despreciado a Dios pecando (San Anselmo).
3ª. Ha de pedir a Dios el perdón y la pena de su
pecado (Taulero). Y mientras que dios no le castiga, él se ha de mortificar con
penitencias interiores y exteriores, con aprobación de su director espiritual.
Pío VII[32]
concedió indulgencia plenaria a los que rezasen el siguiente acto de pureza:
ACTO DE PUREZA
Señor, por vuestro amor y por la pureza que tuvo
vuestra santísima Madre, desecho y aparto lejos de mí todos los gustos,
placeres y deleites sensuales y, aunque fueran mucho mayores de lo que son, los
despreciaría y apartaría de mí por toda la vida. Quiero y abrazo todo el
maltratamiento de mi cuerpo, al cual quiero castigar y enfrenar con
penitencias, ayunos, cama dura, vigilias, disciplinas y cilicios; hago propósito
verdadero, firme y constante de ejecutarlo así, por más que me cueste y se
resista la mala naturaleza. Así, con el Apóstol digo que castigo y castigaré mi
cuerpo y le sujetaré a servir al espíritu y a Vos, Dios mío, no sea caso que,
mientras estoy exhortando a los demás a la práctica de las virtudes, venga yo a
ser reprobado[33].
El Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo Claret concede ochenta
días de indulgencia por cada hora de este Reloj.
[1] La costumbre de rezar el
avemaría al dar el rejo era ordinaria en la diócesis de Vich en la época del
Santo. También él lo practicaba en su infancia (cf. Aut. n.47), incluso con los
obreros de la pequeña fábrica de tejidos de su padre, obligándoles, “sin
violencia, a rezar el avemaría cada vez que oía el reloj” (AGUILAR, F., Vida del Excmo. e Ilmo. Sr. D. Antonio María
Claret [Madrid 1871] p.16). Esta práctica la recomienda San Alfonso, así
como otras seguidas también por Claret (cf. Las
glorias de María [LR, Barcelona 1870] p.451-454). Al rezo del avemaría el
P. Claret añade la comunión espiritual. A sus misioneros les recomienda,
además, un breve examen de conciencia (cf. Constituciones
CMF, P.2ª n.32: “Consilium quoque datur ut unaquaque hora breviter etiam
conscientiam recognoscant, Deiparam salutent, communionem spiritualem fasciant,
et Domino sæpe laudent, opera singula ad eius gloriam dirigentes,
et omnia adversa pro ipso sustinentes” (cf. LOZANO, J.M., Constituciones y textos de la Congregación de Misioneros [Barcelona
1972] p.502-503).
[2] Cf. Lc10, 38-42; Jn 12, 1-3.
Como puede verse, se trata no sólo de unirse al misterio contemplado, sino de
considerarlo a la luz de la presencia de Cristo en el alma. Ya anteriormente el
Santo se había propuesto esta presencia interior (cf. Propósitos 1857 n.1: “Tendré una capilla fabricada en medio de mi
corazón, y en ella día y noche adoraré a Dios con un culto espiritual. Pediré
continuamente para mí y para los demás. Mi alma, como María, estará a los pies
de Jesús, escuchando sus voces e inspiraciones, y mi carne o cuerpo, como
Marta, andará con humildad y solicitud, obrando todo lo que conozca ser de la
mayor gloria de Dios y bien de mis prójimos” (Escritos autobiográficos [BAC, Madrid 1981] p.548-549).
[3] Cf. Jn 13, 1-17. San Alfonso
coloca aquí la despedida de Cristo y de la Virgen. El P. Claret la omite,
reservando el recuerdo de la Virgen para las dos de la tarde, momento en que
Jesús entrega a su Madre al discípulo amado. San Alfonso no alude a este
episodio.
[4] Cf. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc
22, 14-23; 1 Cor 11, 23-25.
[5] Cf Jn c.13-16.
[6] Cf. Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-42; Lc
22, 39-46; Jn 18, 1.
[7] Cf. Lc 22, 43 y lugares
citados en la nota anterior.
[8]
Cf. Mt 26, 47-56; Mc 14, 43-52; Lc 22, 47-53; Jn 18, 12.
[9] Sobre el modo de sufrir las
persecuciones cf. El consuelo de un alma
calumniada, publicado en este volumen, p.204-218.
[10]
Cf. Jn 18, 22-23.
[11]
Cf. Mt 26, 57-66; Mc 14, 53-64; Lc 22, 66-71.
[12]
Cf. Mt 26, 67-68; Lc 22, 63-65.
[13]
Cf. Mt 26, 69-75; Mc 14, 53-65; Lc 22, 54-62.
[14]
Cf. Mt 27, 1-2; Mc 15, 1; Lc 22, 66-71.
[15]
Cf. Mt 27, 1-2; Mc 15, 2-5; Lc 23, 2-7; Jn 18, 28-40.
[16]
Cf. Lc 23, 8-12.
[17]
Cf. Mt 27, 11-26; Mc 15, 1-15; Lc 23, 13-24; Jn 18, 28-40.
[18]
Cf. Mt 27, 26; Mc 15, 15; Jn 19, 1.
[19]
Cf. Mt 27, 27-31; Mc 15, 16-20; Jn 19, 1-3.
[20]
Cf. Mt 27, 20-26.31-32; Mc 15, 6-15.20-22; Lc 23, 13-32; Jn 19, 12-17.
[21]
Cf. Mt 16, 24; Mc 8, 34; Lc 9, 23.
[22]
Cf. Mt 27, 35-38; Mc 15, 24-27; Lc 23, 33; Jn 19, 18.
[23]
Cf. Gál 6, 14.
[24]
Cf. Lc 23, 34.
[25]
Cf. Mt 5, 44; Lc 6, 27.
[26] Cf. Jn 19, 25-27. Claret, que
se sentía hijo de María, formado por ella en la fragua de su misericordia y de
su amor (cf. Aut. n.270), pone de relieve el aspecto maternal de la Virgen,
porque, como dice al principio de su Autobiografía,
“María Santísima es mi Madre, mi Madrina, mi Maestra, mi Directora y mi todo
después de Jesús” (n.5).
[27]
Cf. Mt 27, 50; Mc 15, 37; Lc 23, 46; Jn 19, 30.
[28]
Cf. Jn 19, 34.
[30]
Cf. Mt 27, 57-58; Mc 15, 42-45; Lc 23, 50-53; Jn 19, 38.
[31]
Cf. Mt 27, 59-60; Mc 15, 45-46; Lc 23, 53; Jn 19, 41-42.
[32] Pío VII, Chiaromonti, nació
en Cesena en 1740. Gobernó la Iglesia de 1800 a 1823, año en que murió.
[33]
Cf. 1 Cor 9, 27.
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