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viernes, 24 de enero de 2014

SAN ANTONIO MARÍA CLARET: Reloj de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

RELOJ DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO


* * *

San Antonio María Claret conocía muy bien el Reloj de la pasión, escrito y popularizado por San Alfonso, y tal vez quiso completarlo en dos puntos, proponiendo en cada hora una virtud a la imitación del cristiano, y siguiendo un orden no puramente cronométrico abstracto, sino un orden más histórico, que comienza a las siete de la tarde con el recuerdo de la última cena. Su finalidad práctica de ejemplaridad le llevó a sustituir varios pasos alfonsianos (en las horas siete, doce, una, dos, tres y cuatro) o a considerarlos bajo otro punto de vista. A las siete de la tarde, con el recuerdo de la última cena. A las dos de la tarde, por ejemplo, considera cómo Jesús nos dio a María por Madre, mientras que San Alfonso considera cómo Jesús entregó su espíritu al Padre. Pero tal vez la mayor diferencia consiste en que el P. Claret a Jesús Maestro une el Jesús Redentor y lo va poniendo como modelo de las virtudes. Finalmente, el Reloj claretiano es un método de presencia interior de Cristo: “El alma contempla en su interior a Jesucristo como Marta y María, que le recibieron en su casa, y le contemplará como está marcado en la hora”.

Ese ejercicio es una especia de viacrucis continuo y se propagó mucho en tiempos del P. Claret. También hoy puede tener cierto interés para la meditación de la pasión del Señor.

El Reloj de la pasión de nuestro Señor Jesucristo se usa de esta manera: cuando se oye que el reloj da la hora, se dice: Ave María purísima: Sin pecado concebida. Y luego se reza el avemaría[1]. Después de hacer la comunión espiritual, diciendo: ¡Yo os amo, dulcísimo Jesús de mi vida! ¡Quién siempre os hubiese amado, Jesús de mi corazón! ¡Quién nunca os hubiese ofendido! ¡Yo os deseo recibir en mi interior! Luego el alma contempla en su interior a Jesucristo, como Marta y María, que le recibieron en su casa[2], y le contemplará como está marcado en la hora.

En cada hora le contemplará como Redentor y como Maestro. Como a Redentor le dará gracias por lo mucho que ha hecho y sufrido para redimirnos y salvarnos. Y como a Maestro le escuchará, aprenderá su enseñanza y la pondrá por obra.

A las 7. Jesús cenó con sus discípulos y les lavó los pies. Enseñó y mandó a ellos y a nosotros la humildad[3].

A las 8. Jesucristo instituyó el Santísimo Sacramento para quedarse hasta la consumación de los siglos. ¡Qué amor![4] Por amor y gratitud debemos asistir a la misa, visitar el Sacramento y recibirlo en la comunión con fervor. Amor con amor se paga.

A las 9. Jesús hizo un sermón a los discípulos[5]. Nosotros debemos gustar de oír la divina palabra y ponerla por obra.

A las 10. Jesucristo se fue al huerto con sus discípulos. A ellos y a nosotros nos manda y enseña a hacer oración[6].

A las 11. Jesucristo fue confortado por un ángel. Y nos enseñó a hacer la voluntad de Dios y no la nuestra[7].

A las 12. Jesucristo fue preso[8]. Y nos enseñó la paciencia con la que hemos de sufrir las persecuciones, prisiones y todos los males[9].

A la 1. Jesucristo fue conducido a casa de Anás, en donde Malco le dio una bofetada[10]. Y nos enseñó el silencio con que hemos de sufrir las injusticias y desprecios que nos hagan.

A las 2. Jesucristo fue presentado a la Junta de los judíos, que le condenaron a muerte[11]

A las 3. Jesucristo fue llevado a un calabozo de palacio, y los que le guardaban le vendaban los ojos, le abofeteaban y le maltrataban[12]. Y nos enseñó el sufrimiento con que hemos de sobrellevar los insultos de los malos.

A las 4. Jesucristo fue negado por San Pedro. Jesús le miró, Pedro se convirtió, y toda su vida lloró este pecado[13]. Y nos enseñó que nunca nos hemos de poner en la ocasión próxima de pecar, o, si no, caeremos, como Pedro; pero que, si alguna vez faltamos, nos hemos de arrepentir y confesar, y siempre hemos de llorar nuestras culpas y pecados, como Pedro.

A las 5. Jesucristo otra vez fue presentado delante del Consejo, y de nuevo fue condenado e insultado[14]. Y nos enseñó la constancia en el sufrimiento.

A las 6. Jesucristo fue conducido a Pilato[15]. Y nos enseñó a reconocer la autoridad de Dios en la autoridad de los hombres.

A las 7. Jesucristo fue enviado al rey Herodes, que vivía mal, a quien San Juan había reprendido, y por esto le hizo matar. Jesús no le quiso hablar[16]. Y así nos enseñó que no hemos de hablar con los deshonestos y hemos de huir de ellos.

A las 8. Jesucristo fue conducido a Pilato y fue pospuesto a Barrabás[17]. Y nos enseñó la humildad con que hemos de desear ser pospuestos a todos, hasta a los hombres más malos.

A las 9. Jesucristo fue azotado[18]. Y nos enseñó el amor que hemos de tener a la penitencia, para castigar nuestros pecados y los de nuestros prójimos.

A las 10. Jesucristo fue coronado de espinas[19]. Y nos enseñó el amor a los desprecios y burlas.

A las 11. Jesucristo fue condenado a muerte y llevó la cruz[20]. Y nos enseñó el amor con que hemos de llevar la cruz y seguirle[21].

A las 12. Jesucristo fue crucificado[22]. Y nos enseñó cómo hemos de estar crucificados para el mundo, y el mundo para nosotros[23].

A la 1. Jesucristo pidió al eterno Padre perdón para los que le crucificaban[24]. Y nos enseñó cómo hemos de perdonar y amar a nuestros enemigos[25].

A las 2. Jesucristo nos dio por Madre nuestra a María. Y nos encargó que la tuviéramos por madre, y ella que nos mirase como hijos[26].

A las 3. Jesucristo expiró[27]. Y nos enseñó cómo hemos de sufrir la muerte antes de pecar, que hemos de aceptar la muerte para satisfacer por nuestros pecados y para hacer este obsequio al supremo dominio de Dios.

A las 4. Jesucristo recibió la lanzada en el corazón, de donde salió sangre y agua[28], de que se formaron los siete sacramentos de la Iglesia[29]. Y nos enseñó el amor que nos tenía y la estima en que hemos de tener los sacramentos y el fervor con que los hemos de recibir.

A las 5. Jesucristo fue bajado de la cruz[30]. Y nos enseñó cómo gusta de ser desclavado por medio de una buena confesión, porque el que peca, le clava, y el que se confiesa bien, le desclava.

A las 6. Jesucristo fue colocado en un sepulcro nuevo de piedra[31]. Y nos enseñó cómo gusta que le coloquemos, por medio de la comunión, en el corazón, que debe ser nuevo por la confesión, de piedra por la constancia y con aromas de virtudes.


SEÑALES DE LA VERDADERA PENITENCIA

1ª. El pecador ha de tener tanto dolor y pena de haber pecado como placer y gusto tuvo pecando (San Jerónimo).

2ª. Ha de amar los desprecios, por haber él despreciado a Dios pecando (San Anselmo).

3ª. Ha de pedir a Dios el perdón y la pena de su pecado (Taulero). Y mientras que dios no le castiga, él se ha de mortificar con penitencias interiores y exteriores, con aprobación de su director espiritual.

Pío VII[32] concedió indulgencia plenaria a los que rezasen el siguiente acto de pureza:


ACTO DE PUREZA

Señor, por vuestro amor y por la pureza que tuvo vuestra santísima Madre, desecho y aparto lejos de mí todos los gustos, placeres y deleites sensuales y, aunque fueran mucho mayores de lo que son, los despreciaría y apartaría de mí por toda la vida. Quiero y abrazo todo el maltratamiento de mi cuerpo, al cual quiero castigar y enfrenar con penitencias, ayunos, cama dura, vigilias, disciplinas y cilicios; hago propósito verdadero, firme y constante de ejecutarlo así, por más que me cueste y se resista la mala naturaleza. Así, con el Apóstol digo que castigo y castigaré mi cuerpo y le sujetaré a servir al espíritu y a Vos, Dios mío, no sea caso que, mientras estoy exhortando a los demás a la práctica de las virtudes, venga yo a ser reprobado[33].

El Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo Claret concede ochenta días de indulgencia por cada hora de este Reloj.




[1] La costumbre de rezar el avemaría al dar el rejo era ordinaria en la diócesis de Vich en la época del Santo. También él lo practicaba en su infancia (cf. Aut. n.47), incluso con los obreros de la pequeña fábrica de tejidos de su padre, obligándoles, “sin violencia, a rezar el avemaría cada vez que oía el reloj” (AGUILAR, F., Vida del Excmo. e Ilmo. Sr. D. Antonio María Claret [Madrid 1871] p.16). Esta práctica la recomienda San Alfonso, así como otras seguidas también por Claret (cf. Las glorias de María [LR, Barcelona 1870] p.451-454). Al rezo del avemaría el P. Claret añade la comunión espiritual. A sus misioneros les recomienda, además, un breve examen de conciencia (cf. Constituciones CMF, P.2ª n.32: “Consilium quoque datur ut unaquaque hora breviter etiam conscientiam recognoscant, Deiparam salutent, communionem spiritualem fasciant, et Domino sæpe laudent, opera singula ad eius gloriam dirigentes, et omnia adversa pro ipso sustinentes” (cf. LOZANO, J.M., Constituciones y textos de la Congregación de Misioneros [Barcelona 1972] p.502-503).
[2] Cf. Lc10, 38-42; Jn 12, 1-3. Como puede verse, se trata no sólo de unirse al misterio contemplado, sino de considerarlo a la luz de la presencia de Cristo en el alma. Ya anteriormente el Santo se había propuesto esta presencia interior (cf. Propósitos 1857 n.1: “Tendré una capilla fabricada en medio de mi corazón, y en ella día y noche adoraré a Dios con un culto espiritual. Pediré continuamente para mí y para los demás. Mi alma, como María, estará a los pies de Jesús, escuchando sus voces e inspiraciones, y mi carne o cuerpo, como Marta, andará con humildad y solicitud, obrando todo lo que conozca ser de la mayor gloria de Dios y bien de mis prójimos” (Escritos autobiográficos [BAC, Madrid 1981] p.548-549).
[3] Cf. Jn 13, 1-17. San Alfonso coloca aquí la despedida de Cristo y de la Virgen. El P. Claret la omite, reservando el recuerdo de la Virgen para las dos de la tarde, momento en que Jesús entrega a su Madre al discípulo amado. San Alfonso no alude a este episodio.
[4] Cf. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 14-23; 1 Cor 11, 23-25.
[5] Cf Jn c.13-16.
[6] Cf. Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-42; Lc 22, 39-46; Jn 18, 1.
[7] Cf. Lc 22, 43 y lugares citados en la nota anterior.
[8] Cf. Mt 26, 47-56; Mc 14, 43-52; Lc 22, 47-53; Jn 18, 12.
[9] Sobre el modo de sufrir las persecuciones cf. El consuelo de un alma calumniada, publicado en este volumen, p.204-218.
[10] Cf. Jn 18, 22-23.
[11] Cf. Mt 26, 57-66; Mc 14, 53-64; Lc 22, 66-71.
[12] Cf. Mt 26, 67-68; Lc 22, 63-65.
[13] Cf. Mt 26, 69-75; Mc 14, 53-65; Lc 22, 54-62.
[14] Cf. Mt 27, 1-2; Mc 15, 1; Lc 22, 66-71.
[15] Cf. Mt 27, 1-2; Mc 15, 2-5; Lc 23, 2-7; Jn 18, 28-40.
[16] Cf. Lc 23, 8-12.
[17] Cf. Mt 27, 11-26; Mc 15, 1-15; Lc 23, 13-24; Jn 18, 28-40.
[18] Cf. Mt 27, 26; Mc 15, 15; Jn 19, 1.
[19] Cf. Mt 27, 27-31; Mc 15, 16-20; Jn 19, 1-3.
[20] Cf. Mt 27, 20-26.31-32; Mc 15, 6-15.20-22; Lc 23, 13-32; Jn 19, 12-17.
[21] Cf. Mt 16, 24; Mc 8, 34; Lc 9, 23.
[22] Cf. Mt 27, 35-38; Mc 15, 24-27; Lc 23, 33; Jn 19, 18.
[23] Cf. Gál 6, 14.
[24] Cf. Lc 23, 34.
[25] Cf. Mt 5, 44; Lc 6, 27.
[26] Cf. Jn 19, 25-27. Claret, que se sentía hijo de María, formado por ella en la fragua de su misericordia y de su amor (cf. Aut. n.270), pone de relieve el aspecto maternal de la Virgen, porque, como dice al principio de su Autobiografía, “María Santísima es mi Madre, mi Madrina, mi Maestra, mi Directora y mi todo después de Jesús” (n.5).
[27] Cf. Mt 27, 50; Mc 15, 37; Lc 23, 46; Jn 19, 30.
[28] Cf. Jn 19, 34.
[29] Cf. SAN AGUSTÍN, In Ioan. Tract. 120,2: Obras (BAC, Madrid 1957) t.14 p.713.
[30] Cf. Mt 27, 57-58; Mc 15, 42-45; Lc 23, 50-53; Jn 19, 38.
[31] Cf. Mt 27, 59-60; Mc 15, 45-46; Lc 23, 53; Jn 19, 41-42.
[32] Pío VII, Chiaromonti, nació en Cesena en 1740. Gobernó la Iglesia de 1800 a 1823, año en que murió.
[33] Cf. 1 Cor 9, 27.

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