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sábado, 25 de enero de 2014

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: II. El retrato que el Espíritu Santo hizo de la Santísima Virgen.

II.               El retrato que el Espíritu Santo hizo de la Santísima Virgen.


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La elección de la Madre es tan antigua en Dios como la encarnación del Hijo: Ab æterno ordinata sum, et ex antiquis, la hace decir la Iglesia: Dios dispuso desde la eternidad la preeminencia que yo había de tener sobre todas las puras criaturas, y ensalzándome desde entonces a la maternidad divina, quiso que no fuese inferior sino a Dios. Antes que Dios sacara de la nada todas las cosas, mi retrato, por decirlo así, estaba ya acabado en las ideas y decretos eternos de Dios. Aún no había sido creado el mundo, ni nada de cuanto existe en el mundo, y ya era yo el objeto de las complacencias y delicias del Altísimo; porque desde entonces me representaba ya a sus ojos con aquel cúmulo de dones sobrenaturales y de virtudes, con aquella plenitud de gracias y de privilegios que han hecho siempre, hacen y harán mi carácter: Dominus possedit me in initio viarum suarum.

Si esta Señora fue tan privilegiada en la eternidad, no lo ha sido menos en el tiempo. Apenas sale el mundo de la nada, cuando se publican las maravillas y las insignes prerrogativas de la santísima Virgen. Apenas triunfa el demonio del primer hombre, haciéndole caer de la justicia original en el pecado, cuando María se presenta en campaña, digámoslo así, para reprimir y ahogar el gozo maligno que tenía todo el infierno por esta infeliz victoria (Genes. III): Inimicitias ponam inter te, et mulierem… Ipsa conteret caput tuum. Sábete, dice el Señor, hablando con el seductor, que pondré una enemistad irreconciliable entre ti y una mujer, la cual te romperá la cabeza, por más esfuerzos que hagas para evitarlo. Si has encontrado en Eva, madre de los vivientes, y todavía virgen, una credulidad y una flaqueza que te ha servido para inficionar a todo el género humano con el pecado, hallarás en María, madre del Mesías, siempre virgen, una fecundidad que reparará y resarcirá abundantemente esta pérdida. En vano vomitarás contra ella y contra su hijo toda tu rabia y todo tu veneno: no te será posible morderla con todos tus esfuerzos ni con toda tu malicia; no serás capaz de acercarte ni aun a sus talones; el hijo que ella dará al mundo, destruirá tu imperio desde su nacimiento: Et tu insidiaberis calcaneo eius (Genes. III). Hasta entonces serás tirano; pero entonces pasarás a ser esclavo; y teniendo la cabeza magullada, no podrás ya hacer mal sino a los que quisieren ponerse voluntariamente en tus manos. Como desde la creación del mundo fue el Mesías el grande objeto de los deseos, de las promesas y de las profecías del Antiguo Testamento, se deja conocer claramente que su dichosa Madre debió ser al mismo tiempo el objeto de aquellos deseos, de aquellas predicciones y de aquellas promesas (Sophr. Serm. De Assumpt.). No extrañéis, dice el célebre Sofronio, que tantas gentes publiquen a porfía las grandezas de la Madre de Dios, cuando el mismo Dios está haciendo su elogio desde el principio del mundo; todo el Antiguo Testamento está lleno de rasgos y de figuras, que son como los diseños de su verdadero retrato. En la zarza encendida que vio Moisés, reconocemos la figura de vuestra admirable virginidad, ¡oh Madre de Dios!, exclama la Iglesia. La vara prodigiosa de Aaron que florece sola en el tabernáculo, y que después se guardó con todo cuidado en el arca del Testamento, es una figura no menos expresiva de esta fecunda virginidad (S. Ambr. Serm. 15). El vellou de Gedeon embebido todo en el rocío del cielo, mientras que toda la tierra de su alrededor queda seca, es una de las más particulares figuras de la Madre de Dios, dice san Ambrosio; esto es lo que hace decir a la Iglesia, que cuando el Verbo divino se hizo carne en el vientre virginal de María, bajé a ella como una lluvia milagrosa sobre sobre el vellón: Sicut pluvia in vellus descendisti (S. Petrus Dam. Ser. De Nativ.). ¿Quién no ve, dice san Pedro Damián, que el arca del Testamento hecha de una madera incorruptible, y que inspiraba tanto respeto y veneración a los sacerdotes, a los pueblos y a los reyes, era una figura demasiado sensible de la Madre de Dios; la cual puede llamarse con muy justa razón el arca del Nuevo Testamento, como la llama la Iglesia en la Letanía de esta Señora? Fæderis arca. En este mismo sentido exclama el Profeta (Psalm. CXXXI): Surge, Domine, in réquiem tuam, tu, et arca sanctificationis tuæ. Levantaos, Señor, y entrad en fin en la morada de vuestra Gloria, Vos, y el arca en que habéis comenzado la nueva alianza, y la grande obra de nuestra redención. El trono de Salomón, de oro purísimo y de un marfil resplandeciente, dice el mismo Padre, no es menos figura de María santísima. En el seno de la santísima Virgen, más precioso que el oro más puro, y más puro que el más blanco marfil, se sentó el verdadero Salomón como en su trono cuando el Verbo divino se hizo carne.

Apenas hay figura en el Antiguo Testamento que no sea una pintura alegórica de la santísima Virgen. Se llama el árbol de la vida que lleva el verdadero fruto de la salud; la fuente de agua clara que nace de la tierra para regar toda su superficie; el arco iris, señal cierta de nuestra paz y de nuestra reconciliación con Dios; la escala misteriosa que vio Jacob, por la cual se sube hasta el cielo. Se llama también el tabernáculo, la casa, el templo de Dios y el candelero de oro macizo, adornado de los siete dones del Espíritu Santo, como de siete mecheros que dan una luz hermosa y clara; el altar santo en donde Jesús, víctima inocente, se ofreció a su Padre por la salud de los hombres; la rosa de un lustre vivo y brillante, que jamás se aja ni baja de color; la torre de David, de la cual están pendientes mil escudos y todas las armas de los más valientes. Finalmente, la puerta del cielo, pues por ella vino el que solo puede abrirnos la entrada a él. Estas son las figuras, bajo las cuales la Sagrada Escritura nos hace el retrato de la santísima Virgen.


Notan los santos Padres que el Cántico de los cánticos no es otra cosa que una alegoría continuada de la Madre de Dios, a la cual se la ha aplicado con mucha razón la Iglesia, animada siempre del Espíritu Santo. Todo lo que se dice de la Sabiduría en los libros de Salomón y en el Eclesiástico, hace el retrato de esta feliz criatura, como lo reconoce la Iglesia: El Señor me poseyó desde el principio de sus caminos. Es decir, así como desde la eternidad se propuso Dios obrar el misterio de la Encarnación de su Hijo; así también desde la eternidad fui yo escogida para ser su Madre; y así como el Verbo encarnado nació en la idea eterna de Dios antes que tuviera ser ninguna criatura (Colos. 1), Primogenitus omnis creaturæ; así, con proporción, soy yo en las divinas ideas la primogénita de todo cuanto ha sido creado (Eccli. XXIV). Ego ex ore Altissimi prodivi primogenita ante omnem creaturam. El que me creó descansó en mi propio seno: Qui creavit me, requievit in tabernaculo meo. Y en atención a este favor tan insigne, me dijo el Señor: Habita en Jacob, Israel sea tu herencia; reina como soberana sobre mi pueblo, y echa raíces en mis escogidos, de los que serás a un mismo tiempo Madre y Reina. Ningún predestinado dejó jamás de tener una tierna devoción y un afecto ardiente a la Madre de Dios; ninguno dejó de honrarla jamás con un culto particular (Prov. VIII). In multitudine electorum habebit laudem. Solo los herejes y los réprobos pueden desaprobar el culto con que es venerada: Omnes qui me oderunt, diligunt mortem.

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