¡BIENVENIDOS!

Este es un blog dedicado a la FE CATÓLICA de siempre. Contáctanos si deseas a: propaganda.catolica2@gmail.com

martes, 19 de marzo de 2019

19 DE MARZO: Festividad de Nuestro Amado Patriarca San José.

Patriarca San José
Esposo de la Santísima Virgen María 
Padre Putativo de Nuestro Señor Jesucristo.


San José, esposo de la Santísima Virgen, y en cierto sentido propio y verdadero padre del Salvador del mundo, nació en la Judea hacia los cuarenta o cincuenta años antes del nacimiento de Cristo. No se sabe con certeza el lugar de su nacimiento; pero es probable que fue Nazaret, población corta de la Galilea inferior, donde tenía el Santo su habitación. Era de la tribu de Judá, y de la casa real de David, que reinó hasta la cautividad de Babilonia. Y aunque estaba del todo oscurecido el esplendor de esta regia casa, se conservaba su nobleza en los descendientes de ella, todos de sangre real; bien que sin rentas y sin empleos que la hiciesen brillar en el mundo: nobleza, en fin, deslucida, que estaba como sepultada en la pobreza y en el estado humilde de los que la poseían.

Los dos evangelistas que escribieron la genealogía de San José ambos prueban concluyentemente su descendencia del real tronco de David, aunque por diferentes ramos; tan necesaria era esta circunstancia para que en la persona del Salvador se reconociese indudablemente al verdadero Mesías prometido. San Mateo prueba su descendencia de David por Salomón y por los demás reyes de Judá; San Lucas la deriva por Natan, hijo de David; aquel le hace hijo de Jacob, este de Helí. Y la opinión más antigua y la más común entre los santos Padres es la de Julio Africano, autor que vivió hacia el fin del segundo siglo. Este asegura haber sabido por tradición, oída de boca de los mismos parientes del Salvador, que Jacob y Helí fueron hermanos uterinos; y que habiendo muerto Helí sin tener hijos, Jacob, según lo prescribía la ley, se casó con la viuda de su hermano para suscitar en ella su sucesión, y que de este matrimonio nació San José.

Predicando el famoso Gerson de la Natividad de Nuestra Señora a presencia de los Padres del concilio de Constancia, dijo se podía creer piadosamente que San José había sido santificado en el vientre de su madre: Pia credulitate credi potest. Habiéndole destinado la Divina Providencia para ser esposo de María, tutor y padre nutricio del Salvador, quiso que fuese de sangre real, pero pobre. Porque habiendo de nacer el Señor en la humildad de un establo, y pasar toda la vida con necesidad y pobreza, ¿Cómo había de escoger por padre a un hombre rico, que viviese con esplendidez y con abundancia?

Se descubrieron pocas a ningunas señas de niñez en sus primeros años; porque prevenido desde la cuna con dulces bendiciones del Cielo más que ningún otro Santo, crecía en prudencia más que adelantaba su edad. Como el Señor le había hecho únicamente para Sí, reinó perpetuamente Él solo en su casto corazón. Nunca padeció quiebra ni alteración su pureza, siendo la principal ocupación de su juventud así la exacta observancia de la ley, como el ejercicio de todas las religiosas virtudes.

Era de profesión carpintero; pero aunque en el oficio fuese deslucido y humilde, jamás hubo en el mundo hombre ni más noble ni más brillante a los ojos de Dios, dice San Epifanio: ninguno se acercó ni con mucho al mérito y a la eminente santidad de este gran Patriarca.

Dios proporciona sus gracias a los empleos, en sentir de Santo Tomás de Aquino; y los dones sobrenaturales corresponden siempre a la excelencia y a la santidad del estado a que nos destina. Pues habiendo escogido el Señor a San José para ser en la tierra, digámoslo así, el archivo de sus mayores secretos, agente y secretario del Altísimo en el misterio de la Encarnación, esposo de María y protector de su virginidad, tutor y nutricio del mismo Jesucristo, y en este sentido padre suyo; comprended, dice San Bernardo, cuánto sería el resplandor de sus virtudes, cuánta la multitud de sus dones sobrenaturales con que el cielo le enriquecería, y cuán sublime su elevación y excelencia.

Había llegado San José a aquel supremo grado de perfección que declara el Evangelio en una sola palabra llamándole varón justo, esto es, un hombre que posee todas las virtudes en grado eminente; cuando queriendo el Verbo tomar carne en las entrañas de una virgen, escogió a María por madre, y a José por esposo suyo.

Como la Santísima Virgen se había consagrado a Dios en el templo casi desde la misma cuna, tocaba aun más a los sacerdotes que a sus padres buscarle un esposo que fuese digno de tal esposa: escogieron a José que, sobre ser de la misma casa de María, estaba conceptuado por el hombre más modesto, por el más prudente, por el más religioso de su tiempo.

Es constante que San José, prevenido de una gracia especial, casi desconocida en aquellos tiempos, había resuelto guardar perpetua virginidad; y es probable que no habiendo ley alguna que obligase a casarse las mujeres solteras, nunca hubiera consentido la Santísima Virgen en el matrimonio con San José, si con luz superior no se le hubiera manifestado su eminente santidad, y el deseo que tenía de conservarse perpetuamente virgen como Ella. Y aun por eso no encuentra dificultad San Agustín en comparar la virginidad de San José con la de María: Habet Joseph cum Maria conjuge communem virginitatem. Y el cardenal San Pedro Damián está tan persuadido a que san José fue siempre virgen, que quiere se cuente esta verdad en el número de aquellas de que no es lícito dudar: Ecclesiæ fides in eo est, ut non modo Deipara, sed etiam putativus pater atque nutritius virgo habeatur. Y a la verdad, reflexiona Santo Tomás, si el Salvador no quiso encomendar a su Madre a un discípulo que no fuese virgen, ¿Cómo es verosímil que permitiese se desposase con ella un hombre que no lo fuese? Los que creyeron que San José había sido dos veces casado, y que de su primera mujer había tenido a Santiago, a Simón y a los demás que en el Evangelio se llaman hermanos y hermanas del Salvador, no hicieron reflexión a que la madre de estos parientes de Cristo vivía todavía en tiempo de la pasión, y que ésta se decía también hermana de la Santísima Virgen, por la costumbre tan sabida de los judíos, entre los cuales se trataban de hermanos los parientes más inmediatos.

Se celebró en Jerusalén el purísimo desposorio, en el cual, como se explica el célebre Gerson, no tanto fueron dos esposos cuanto dos virginidades las que contrajeron matrimonio: Virginitas nupsit. No hubo ni habrá en el mundo matrimonio más feliz, porque ni le hubo ni le habrá más santo; y si María recibió en José un custodio y un protector de su virginidad y de su honor, José recibió en María la dignidad más augusta que puede imaginarse en la tierra siendo esposo suyo: Virum Mariæ: hoc est prorsus ineffabile, et nihil præterea dici potest, exclama San Juan Damasceno. 

Santo Tomás es de sentir que inmediatamente después de los desposorios hicieron los dos santísimos esposos de común consentimiento voto de perpetua castidad; pareciéndole que dos personas tan santas no podían dispensarse en un acto de religión tan perfecto. A pocos días de desposados se apareció el ángel San Gabriel a la Virgen María en su humilde pobre casa de Nazaret, y habiéndola saludado en términos de profunda veneración a la dignidad de Madre de Dios, a que sabía el celestial paraninfo que dentro de un instante había de ser elevada, le descubrió todo el misterio de la Encarnación, intimándola que aquel Dios que quería hacerse hombre para redimir al género humano la había escogido para madre suya.

Vivía San José con la Virgen más como ángel que como hombre, y verosímilmente quiso el Señor que ignorase lo que pasaba, para que su misma duda fuese una sensible prueba de la concepción del Salvador, y de la virginidad de la Madre. Esta se guardaba bien de descubrir a su casto Esposo el Misterio que el Espíritu Santo quería estuviese reservado hasta su tiempo, cuando el mismo José advirtió el preñado de la purísima Esposa. El superior concepto que tenía de su elevada santidad no le permitía admitir ni aun la más leve sospecha que manchase su reputación, y antes se inclinó a creer que era sin duda aquella doncella de quien decía Isaías que había de nacer el Salvador. Con efecto, lo creyó así, dice San Bernardo; y movido de aquella especie de humildad y de respeto, que andando el tiempo obligó a decir a San Pedro: Señor, apartaos de mí, porque soy un gran pecador, pensó José en dejar a su esposa María. Accipe et in hoc, non meam, sed Patrum sentetiam, añade el Doctor melifluo; y esta no es sentencia particular mía, es la común de los Padres.

No sabía el casto Esposo a qué partido determinarse: apartarse de Ella era desacreditarla; y quedarse en su compañía era presumir mucho de sí, teniéndose por digno de merecerla. En esta perplejidad se le apareció un Ángel en sueños, y le dijo: José, acuérdate que eres de la casa de David, y que de ella ha de nacer el Mesías prometido. No temas, ni pienses en dejar la compañía de tu Esposa: es cierto que está preñada; pero el hijo que tiene en sus entrañas fue concebido por obra del Espíritu Santo, porque es el Salvador del mundo, unigénito del Eterno Padre, y el prometido Mesías. Dios te ha escogido para ser su tutor y su nutricio, y en este sentido padre suyo. No receles, pues, el quedarte con María; porque sobre estar destinado para guarda fiel de su virginidad y de su honor, si se quedara sin esposo, no podría ser madre sin detrimento de su reputación. Pondrás el nombre de Jesús al infante que naciere, para dar a entender a los mortales que este es el que viene a redimirlos y a salvarlos, ofreciéndose en sacrificio por los pecados de los hombres.

Instruido ya José del mayor de todos los misterios, comenzó desde aquel punto a mirar a la Virgen como a Madre del Redentor, creciendo en él la respetuosa veneración con la ternura. San Buenaventura es de sentir que la acompañó en la jornada que hizo para visitar a su prima Santa Isabel; y a la verdad, no parece verosímil que hubiese dejado ir sola a la Santísima Virgen en un viaje tan dilatado y tan penoso.

Cerca de seis meses después se vio precisado San José a pasar a Belén con la Santísima Virgen en virtud del decreto que publicó el emperador César Augusto, mandando registrar los nombres de todos los vasallos de su imperio, para registrar el suyo en aquella ciudad, donde estaba el solar de la casa de David, cuyo descendiente era. Así sonaba en el designio de los hombres; pero en el intento del Cielo iba a aquel lugar para que María diese a luz en él al Verbo encarnado y al Mesías prometido, como lo tenían vaticinado los Profetas. Padeció José en Belén todo el dolor y toda la amargura que podía padecer un corazón tan grande y tan tierno como el suyo; porque después de recorridas todas las posadas, y desechado con desprecio de ellas, no tuvo otro albergue donde recogerse con su adorada Esposa, y con la divina prenda que esta traía en sus entrañas, que las ruinas de una humilde casa, destinada únicamente para establo de bestias. Adoró los secretos de la Divina Providencia, y se rindió con profundo silencio a sus soberanas disposiciones.

En este indecente lugar vio nacer en la mitad de la noche al Salvador del linaje humano. Pero ¡Cuáles fueron los extraordinarios favores, cuáles las interiores dulzuras con que el Divino Infante colmó el alma de San José, a quien miraba y amaba como a padre! No fue menos sensible el gozo de nuestro Santo cuando vio llegar aquella dichosa tropa de pastores que enviaba el Cielo a adorar al Salvador. Ni sirvió de menor motivo a su gozosa admiración la venida de los Magos pocos días después; viendo que se movían del Oriente tres monarcas para tributar rendimientos al que, desconocido en su misma patria, y desechado de los suyos, se había visto reducido a nacer en un establo.

Cuarenta días después del nacimiento del niño Jesús tuvo San José la dicha y el consuelo de conducirle al templo de Jerusalén, siendo testigo ocular de las maravillas que pasaron en Él. Pero apenas dio la vuelta a Belén, cuando un Ángel le advirtió el impío intento que tenía Herodes de quitar la vida al Divino Infante, ordenándole que se retirase a Egipto con el Hijo y con la Madre. No difirió un punto el obedecer, en virtud de aquella perfecta sumisión que profesaba a las disposiciones de la Divina Providencia; y sin dar lugar a vanos discursos ni cavilaciones de la prudencia humana, partió al instante para Egipto, donde permaneció hasta que, muerto Herodes, volvió a aparecérsele el Ángel del Señor, y le ordenó que con el Hijo y con la Madre se restituyese a Palestina.

El Evangelio da bastante fundamento para creer que San José pensaba fijar su habitación en Jerusalén o en Belén, como en lugares oportunos para la educación del Mesías; pero reparando que aquellas dos ciudades estaban sujetas a la dominación de Arquelao, hijo de Herodes, y temiendo que el nuevo rey heredase la desconfianza y la crueldad de su padre, se retiró con aviso del Cielo a Nazaret, donde había hecho menos ruido el nacimiento del Salvador, y donde no había tanto que temer, por ser el mismo San José más conocido. En esta afortunada ciudad vivía aquella santa familia, la más augusta y la más respetable que hubo ni ha de haber jamás en el mundo, en una condición verdaderamente oscura y desconocida, sustentando San José y su Esposa al niño Jesús con el trabajo de sus manos, y obedeciendo el Divino Niño a San José como a padre suyo.


Siendo San José religiosamente observante de la ley, inviolablemente iba todos los años a Jerusalén en compañía de la Santísima Virgen para celebrar la fiesta de la Pascua; y habiendo llevado consigo al niño Jesús, cuando ya había cumplido doce años, al volverse a Nazaret le echaron menos. Es indecible la aflicción y la inquietud de la Virgen y de San José los tres días que le anduvieron buscando. Habiéndole hallado finalmente en el templo en medio de los doctores, no se pudieron contener sin quejarse amorosamente del dolor y de la pesadumbre que les había causado con su ausencia: Hijo mío, tu padre y yo te hemos andado buscando, le dijo la Santísima Virgen; pero con la respuesta del Salvador se le enjugaron las lágrimas, y comprendieron el misterio.

El Evangelio nada más nos dice que San José, sino que vuelto a Nazaret, el niño Jesús le obedecía. Pero ¿Qué cosa más grande, ni que fuese capaz de hacernos concebir mayor idea del extraordinario mérito y de la eminente santidad de San José, nos pudiera decir, exclama el sabio Gerson, que asegurarnos que el Hijo de Dios le obedeció, le amó, le estimó, y le honró como padre suyo? Quæ subjectio, sicut inæstimabilem notat humilitatem in Jesu, ita dignitatem incomparabilem signat in Joseph et Maria.

Vivió después algunos años San José retirado y desconocido en compañía de la Virgen y del Salvador. Ninguna familia poseyó más ricos tesoros. ¿Cuál otra cosa se puede imaginar más santa, más perfecta ni más digna de nuestro culto? No se sabe de fijo el año en que murió este santo Patriarca; pero se cree con bastante probabilidad que ya había muerto cuando el Salvador del mundo comenzó a predicar. Lo que parece seguro es, que si San José viviera cuando murió el Salvador, no hubiera Éste encomendado su Madre al evangelista San Juan poco antes de espirar. 

Es fácil comprender cuán preciosa sería la muerte de este gran Santo, a quien el Hijo de Dios quiso excusar el dolor que le causaría la suya. ¡Qué muerte más dulce, qué muerte más preciosa en los ojos del Señor, qué muerte más santa, que la de el que mereció tener a su cabecera al mismo Jesucristo! ¡Ser asistido por la Santísima Virgen hasta que espiró dulcemente en manos del Hijo y de la Madre! ¡Qué multitud de espíritus celestiales no acompañarían aquella bendita alma hasta dejarla depositada en el seno de los padres!

Es cierto que cuando Cristo resucitó resucitaron también muchos Santos; y no es verosímil que habiendo hecho el Señor tantos milagros para descubrir y para exponer al culto de los fieles las reliquias de tantos otros, hubiese querido privar de esta honra a las de San José, si su sagrado cuerpo hubiera quedado en la tierra.

Aunque la Iglesia profesó siempre singular veneración a este gran Santo, con todo eso no fue tan público su culto en aquellos siglos llenos de tinieblas y poco tranquilos, en que solo el nombre de padre de Jesucristo pudiera hacer en los gentiles alguna impresión menos ventajosa hacia el Cristianismo, y servir de pretexto a los herejes que negaban su Divinidad. Hasta que gozó de paz la Iglesia no comenzó a hacerse familiar a los fieles la devoción de San José. Se halla su nombre al día 19 de marzo en los Martirologios latinos escritos hace más de novecientos años atrás, y aun es más antigua su fiesta en la Iglesia griega.

Los magníficos elogios que el sabio Gerson, cancelario de la universidad de París, hizo de San José en el concilio de Constancia, y lo que dice de la confianza que todos los fieles deben tener en la poderosa intercesión de este gran Santo, acreditan su devoción y su piedad. Escribió diferentes cartas para que se celebrase con mayor solemnidad la fiesta de San José. La primera fue dirigida al duque de Berry en el año de 1413; la segunda al chantre de la iglesia de Chartres, y la tercera a todas las iglesias. Gregorio XV y Urbano VII la hicieron fiesta de precepto, prohibiendo en ella las obras serviles y las funciones públicas de los tribunales.

No hay creencia alguna en la Iglesia de Dios que no profese particular devoción a San José; no hay cristiano que no tenga en este gran Patriarca una tierna y amorosa confianza. Los muchos milagros que obra el Señor por su intercesión en toda la cristiandad, y los singulares favores que experimentan todos los que le invocan, muestran visiblemente que nada niega el Salvador al que siempre amó como a padre, y al que quiere que nosotros honremos como a tal.


En muchas iglesias se celebra con grande solemnidad el día 22 de enero la fiesta de los Desposorios de San José con la Santísima Virgen; y ya en el siglo XIV se celebraba en la Iglesia esta festividad. Hay en varias partes fundadas muchas congregaciones y cofradías con el título de San José para asistir a los agonizantes: ¿Y qué Santo más poderoso para ayudarnos en aquel crítico momento? En la santa capilla de Chambery se muestra un báculo ricamente engastado, que se dice por piadosa tradición haber sido de San José, y en Perugia de Italia se venera el anillo de sus santos desposorios; acreditando al parecer la verdad de esta reliquia los favores que cada día se reciben del Cielo por la devoción a ella.

Amado Patriarca San José 
¡RUEGA POR NOSOTROS!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario