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martes, 19 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Martes del Segundo Domingo de Cuaresma.

Martes del Segundo Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del Libro de los Reyes 3, 17, 8-16)

Esta mujer fue, e hizo lo que Elías le había dicho. Esta fe y esta sumisión ciega, en una mujer pagana, a la palabra de un extranjero y de un desconocido, confunde la poca fe y la poca docilidad de los Cristianos, después de haber confundido y condenado la incredulidad y la indocilidad de un pueblo en el cual había nacido Elías y que era de la misma religión que el Profeta. ¿Podía exponerse a una prueba más fuerte la fe y la caridad de esta viuda con un extranjero? Ella no tiene más harina que la que basta para no morir con su hijo en uno o en dos días; y Elías, a quien esta viuda no había visto jamás, de quien nunca había oído hablar, exige de ella que le dé por caridad todo lo que ella tiene para vivir; y esto sobre una simple promesa que le hace, de que el verdadero Dios, al que ella no conocía, sabrá indemnizarle cumplidamente. ¡Qué bien prueba esto el poder de la gracia sobre un corazón que no le pone obstáculo! Puede decirse que todo el Antiguo Testamento es una figura del Nuevo, porque todas las cosas que han sido escritas, lo han sido para nuestra instrucción (Rom. XXV). Pocos hechos hay en la Escritura que no sean una lección para nosotros; pocos que no encierren algún misterio. La fe que Dios inspira a esta mujer todavía pagana es la primera y la más preciosa recompensa que recibe por su hospitalidad: ¡Y de cuántos otros milagros no fue seguido este primer don! La harina y el aceite se multiplican en su mano; su hijo muere, y Elías le resucita. ¡Buen Dios! ¡Cuánto poder tienen con Vos una fe viva y una confianza a toda prueba! Pero ¡Cómo seca esta fuente de gracias la falta de confianza! Por más que el Hijo de Dios nos haya declarado de la manera más clara, la más precisa, la más marcada, que recompensará centuplicadamente la más pequeña caridad, los ricos son cada vez más incrédulos en orden a este artículo. Los menos acomodados son más caritativos. Pobres gentes parten de buena gana con Jesucristo lo poco que tienen para subsistir, mientras que otros que abundan en bienes, o, por mejor decir, rebosan de ellos, le niegan la más pequeña limosna. ¡Cosa extraña! Se ven gentes magníficas en los equipajes, espléndidas en las mesas, brillantes en el fausto y en el lujo que prefieren el mantener caballos, que dar a los pobres lo que tal vez impediría que muriesen de hambre. Se ven gentes sin familia, o cuyos herederos son opulentos, gentes cuyas rentas son superiores a su gasto, y que sin embargo tienen siempre las manos y la bolsa cerradas para los desdichados, que quedarían ricos con una parte de lo superfluo. Se ven ricos beneficiados, gentes ricas con el patrimonio de los pobres, y que según el espíritu de la Iglesia y de los fieles no son, propiamente hablando, más que los ecónomos de sus gruesas rentas, negar a los pobres la porción más pequeña de ellas, y consumir en gastos disparatados, no solo su propia hacienda y la de los pobres, sino también, con mucha frecuencia, la de los acreedores. Y ¿Se extraña, después de esto, el ver tantos azotes, tan poca religión, tanto desarreglo en este siglo?

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