LA PRINCESA DE HUNGRÍA
* * *
“Ahora su mayor alegría era remediar necesidades. Daba
todo lo que había en el castillo: dinero, alhajas, ropas, provisiones, su
alimento, sus adornos, sus vestidos. Recorría las viviendas de sus vasallos,
entraba en las casas más necesitadas, las proveía de las cosas necesarias y
consolaba a los enfermos que había e en ellas. Con frecuencia había recepciones
y convites en el palacio, y sucedía que la duquesa Isabel se veía en la
imposibilidad de asistir porque le faltaba el manto, el collar, el ceñidor o
los zapatos. Se lo había dado a los pobres. Pero alguna vez un manto más
precioso aparecía de repente en la habitación, traído por los ángeles. Un día
caminaba Isabel por la ciudad de Eisenach, regiamente vestida y coronada de
perlas. Pronto se vió rodeada de pobres que gritaban: “¡Madre! ¡Madre!” Ella,
siempre misericordiosa, les dió su plata y todas las joyas que llevaba, y no
teniendo más que dar, sacó de la mano su guante, adornado de una hermosa
amatista, y se la dió a un pordiosero. Viendo esto un gentilhombre que la
acompañaba, corrió al afortunado, y, comprando el guante, lo ató a su casco a
guisa de cimera, como prenda de protección divina. Desde este momento,
observaba él más tarde, siempre salió vencedor en los combates y en los
torneos.
En otra ocasión, estando el duque ausente, su mujer
dejó exhaustos los graneros, las bodegas y todos los almacenes ducales. Al llegar
su amo, los intendentes salieron a su encuentro indignados de aquel
despilfarro.
–Bueno–dijo él–, ¿está bien la duquesa?
Y como le contestasen que sí, añadió:
–Pues eso me basta.
Pero apenas había caminado unos pasos, cuando se
encontró con su madre, que gritaba furiosa:
–Ven, ven y verás cómo te quiere tu mujer.
Llevóle a su habitación y, acercándole al lecho
conyugal, le decía:
–¿Ves? ¡La asquerosa!
Y sucedió una cosa extraordinaria: que el duque no vió
al gafo repugnante que Isabel había puesto allí para cuidarle, y acariciarle, y
sanarle, sino al mismo Cristo crucificado” (cf. Fray Justo Pérez de Urbel, Año Cristiano t.4 p.316-317: Santa Isabel de Hungría).
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