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viernes, 1 de marzo de 2019

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SACADA DE LOS CUATRO EVANGELISTAS: XVIII. Predica el Salvador en Nazaret.

XVIII. Predica el Salvador en Nazaret.
N.S.J.C. llama a Simón y Andrés

Después de haberse detenido el Salvador dos días en Sicar o Siquem, se fue a Nazaret con sus discípulos. La fama de los prodigios que había obrado en Jerusalén y Galilea a vista de tantas gentes, hacía que en todas partes fuese mirado como hombre extraordinario a quien obedecía toda la naturaleza. Solos los de Nazaret, la que el Señor miraba como su patria, verificaron el proverbio que dice, que ningún profeta es venerado y honrado en su país. El sábado siguiente fue Jesus a la Sinagoga, como tenía de costumbre; y habiéndose levantado para leer, le presentaron el libro del profeta Isaías; le abrió, y le salió este pasaje (Luc. IV): El Espíritu del Señor ha reposado sobre Mí; y porque me ha ungido, me ha enviado a predicar a los pobres, para que san a los que tienen el corazón oprimido de tristeza, para que anuncie a los cautivos la libertad, y el recobro de la vista a los ciegos, para que libre a los que están oprimidos, para que publique el año dichoso del Señor, y el día en que se hará justicia. (Isai. LXI). 

Habiendo leído este pasaje, enrolló el libro que era un rollo de vitela, al modo de los antiguos, y empezó a mostrarles que aquella escritura se había cumplido en su Persona: habló con tanta gracia y unción, y de un modo tan persuasivo y tan divino, que no hubo uno que no confesase que ningún hombre había hablado jamás tan bien como El.

Sin embargo, la cualidad de Salvador y de Mesías que se había atribuido, chocó a muchas personas: ¿Cómo es esto? Decían. ¿No es este el hijo de José? ¿No sabemos lo bajo de su condición? ¿El hijo de un pobre artesano puede ser el Mesías? ¿Es esta la idea que nos dieron nuestros padres de un enviado de Dios que debe ser el Salvador de su pueblo, y el que ha de establecer el reino de Israel? Estos pensamientos comunicados de unos a otros empezaron a indisponer contra el Señor unos corazones exasperados ya de antemano por una maligna envidia. El Salvador, a quien nada se ocultaba, conociendo su mala disposición, previno sus murmuraciones y sus quejas, diciéndoles: Sin duda me diréis lo del antiguo proverbio: médico, cúrate a ti mismo: si eres tan poderoso en obras como en todas partes se dice, y como tú quieres hacérnoslo creer, sácate a ti mismo del estado pobre en que vives, saca de miserias a tus padres, haz en favor de tus conciudadanos los prodigios que has hecho en países extraños, y no te olvides de tus compatriotas; pero yo os responderé con otro proverbio, que dice: que ningún profeta está con aceptación en su patria; sed tan dóciles, y estad tan bien dispuestos a recibir mi doctrina como los de Cafarnaum, y yo haré entre vosotros los mismos prodigios.

Unos avisos tan saludables, y unas tan prudentes instrucciones, tomadas por los de Nazaret como unas reconvenciones que el Salvador les hacía, acabaron de exasperar aquellos malos corazones hasta echarle tumultuosamente de la sinagoga; y persiguiéndole de tropel hasta fuera de la ciudad, que estaba edificada en el declive de un monte, determinaron precipitarle; pero Jesús, sin inmutarse nada, atravesó tranquilamente por medio de aquel furioso populacho, sin que nadie osase insultarle, ya sea porque se hubiese hecho invisible, como creen algunos intérpretes, ya porque por un efecto de su omnipotencia, como es más probable, hubiese quitado a aquellos furiosos el poder de ejecutar su depravada intención, habiéndolos hecho como inmobles. Dejando el Salvador a Nazaret se retiró a Cafarnaum, en donde hizo después su más larga mansión, y en donde empezó a anunciar su Evangelio, el que debía colmar de toda suerte de dichas a los hombres de corazón recto y de buena voluntad, como lo habían publicado los Angeles al tiempo de su nacimiento.

Pasando Jesús por la ciudad de Caná, vio venir hacia sí un oficial del rey que venía a suplicarle se dignase curar a un hijo suyo que estaba enfermo de peligro en Cafarnaum: el Salvador le aseguró que su hijo estaba bueno; lo creyó el oficial, y cuando volvió a su casa; encontró que la fiebre había dejado al enfermo a la misma hora que Jesús había dicho que estaba bueno. Pero la Judea y la Galilea no eran el único objeto de su misión, aunque eran el teatro de sus milagros: el Hijo de Dios había venido para salvar a todos los hombres; ya era el tiempo de elegirse operarios para una mies tan abundante, y formar discípulos que pudiesen llevar la luz del Evangelio a toda la tierra. Paseándose un día por este fin a la orilla del mar de Tiberíades, vio a los hermanos Simón y Andrés que echaban sus redes en la mar, pues eran pescadores; les dijo: Seguidme, que os tengo destinados para otro género de pesca; de hoy en más lo que cogiereis no serán peces, sino hombres. A estas palabras, los dos hermanos, que hasta entonces se habían contentado con ir a verle algunas veces sin dejar ni su modo de vivir ni su familia, lo dejaron todo al instante y se fueron en seguimiento de Jesucristo. Pocos pasos más allá vio el Salvador a otros dos hermanos Santiago y Juan, que con su padre el Zebedeo remendaban sus redes; les dijo a los dos que le siguieran: su obediencia fue tan perfecta como pronta; y habiendo dejado las redes y al padre en la barca, no dejaron ya más a Jesucristo.


El sábado siguiente estando el Hijo de Dios en Cafarnaum, se fue a la sinagoga; no se puede decir con qué admiración fue oído, porque dice san Marcos enseñaba como un hombre que tiene autoridad sobre los demás, y no como un mero doctor: hablaba Jesús como maestro; y cuando todos le estaban oyendo como a un oráculo, un hombre poseído del demonio vino a la puerta, y se puso a gritar: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé que Tú eres el Santo de Dios, sé que eres el Mesías; déjanos en paz. Le amenazó Jesús, y le dijo: Calla, y sal de ese hombre; a esta voz arrojó el demonio al energúmeno en medio de la asamblea, y salió de su cuerpo sin hacerle mal. Habiendo sido testigo de este milagro toda la ciudad, bien presto se extendió la fama por todo el país.

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