ESCLAVO
DE LOS NEGROS
San Pedro Claver
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“En este puerto de Cartagena brilla desde ahora un
faro de esperanza. Estos negros desgraciados, sucios, repugnantes, tienen ya
unos brazos para estrecharlos, unas manos que, después de lavarles las heridas,
les darán alimento, el dulce consuelo de la caricia y, lo que es más, el agua
redentora del bautismo; unos ojos les mirarán con dulzura, unos labios les
hablarán de esperanza, del cielo, de Dios, porque Pedro Claver, al emitir su
profesión religiosa, ha pedido a los superiores permiso para firmar así el acta
de la misma: “Pedro, esclavo de los negros para siempre jamás”. Y toda la vida
de Pedro Claver es esto: visitar, enseñar, catequizar, consolar y bautizar a
sus negros: más de trescientos mil en cuarenta años de apostolado. Las calles
de la ciudad y las sendas del campo le vieron llevando en la mano un bastón en
forma de cruz, sobre el pecho un crucifijo de bronce, y en la espalda una
alforja… El mal olor de aquella aglomeración de negros en una región tropical y
los enjambres de mosquitos, que le pican sin que él los aparte, le dejan tan
extenuado, que muchas veces cae desfallecido…Durante catorce años, todas las
semanas va a la miserable choza de un negro paralítico, le toma en brazos, le
sienta sobre su manteo, le arregla el jergón, le abraza y le vuelve a acostar.
A veces la naturaleza se rebela. Ha llegado a
Cartagena un navío cargado de esclavos. En el puerto, como acostumbra, está el
apóstol esperando; pero las autoridades niegan la contrata, porque abordo se ha
desarrollado entre los infelices esclavos una terrible epidemia de viruela
negra, y el buque no es sino un montón pestilente de moribundos y cadáveres en
una isla cercana dejan a aquellos desgraciados. Pedro Claver va a la isla; pero
es tan terrible el espectáculo de aquella carne podrida, que por instinto
vuelve el rostro y se aleja. Pero esto dura un instante; Pedro llora
amargamente, se ampara con unos árboles, desnuda su cuerpo y se azota hasta
derramar sangre; después se vuelve a vestir, retorna a los enfermos, les pide
perdón y, besándolos uno a uno, consuela con su dolor el dolor de aquellos
desgraciados. “Pedro Claver, esclavo de los negros hasta la muerte” (cf. I.
FLORES DE LEMUS, Año Cristiano
Ibero-Americano t.3 p.525-528).
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