B) La Predicación
a)
EL
PREDICAR PERTENECE A LA VIDA ACTIVA Y A LA CONTEMPLATIVA
“La enseñanza tiene dos objetos, pues se realiza por medio de la
palabra, y ésta, a su vez, es el signo que transmite a través del oído el
concepto interior. Es, por lo tanto, objeto de la enseñanza lo que se refiere a
este objeto, unas veces la enseñanza pertenece a la vida activa y otras a la
contemplativa: a la activa, cuando el hombre concibe interiormente alguna
verdad, para por ella regirse en la acción exterior; y a la contemplativa,
cuando el hombre concibe interiormente alguna verdad inteligible, en cuya consideración
y amor se deleita. Por esta razón dice San Agustín (in 1 De verb. Domini, serm.104 c.1: PL 38,616): “Dedíquese a la palabra,
suspiren por la dulzura de la doctrina, ocúpense de la ciencia saludable”;
donde dice manifiestamente que la enseñanza pertenece a la vida contemplativa. El
segundo objeto de la enseñanza es por parte de la palabra, que se pronuncia
para ser oída; y en este sentido el objeto es el mismo oyente: así que, en
cuanto a este objeto, toda enseñanza es propia de la vida activa, a la que
pertenece las acciones exteriores” (2-2 q.181 a.3 c).
b)
PREDICAR
ES MÁS PERFECTO QUE CONTEMPLAR
1- Excelencia
de la predicación
“La vida contemplativa es en absoluto mejor que la activa, que se ocupa
de los actos corporales; pero la vida activa que se ocupa en la transmisión a
otros, por la enseñanza y la predicación, de lo que se ha contemplado, es más
perfecta que la vida dedicada exclusivamente a la contemplación, pues aquella
vida presupone la abundancia de la contemplación; y por eso la eligió Cristo”
(3 q.40 a.1 ad 2).
2- Predicar
es hacer perfecta caridad
En el Opusc. de perfectione vitæ
spiritualis habla Santo Tomás de la perfección de la caridad, y afirma que
la más perfecta caridad es la que se entrega a comunicar al prójimo bienes
espirituales y sobrenaturales, como la doctrina de lo divino, el suministro de
los sacramentos, etc. Añade que esta comunicación tiene “una singular
perfección”. Indica, por último, que el oficio de predicar es el más perfecto.
“En el libro de Job se dice: Numquid
nosti semitas nubium magnas et perfectas scientias (Iob 37,16). La palabra
nubes, según San Gregorio, designa a los predicaros santos. Tienen éstos
caminos sutilísimos, a saber, los senderos de la predicación santa y la ciencia
perfecta, puesto que conocen que por méritos propios son nada, ya que lo que
comunican a otros existe por encima de ellos. Y se aumenta esta perfección si
estos bienes espirituales los comunican no a uno ni a dos, sino a la multitud,
porque, según el Filósofo, el bien del pueblo es más perfecto y divino que el
de un individuo” (Opusc. 29,14).
c)
LA
PREDICACIÓN ES OFICIO PROPIO DEL OBISPO
“Al diácono pertenece recitar el Evangelio en la iglesia y predicarlo al
modo del que catequiza; por lo cual dice San Dionisio (De Eccl. hierarch. c.5 p.1.a,6: PG 3,508) que los
diáconos tienen a su cargo los no lavados todavía, entre los cuales cuenta a
los catecúmenos. Pero enseñar, esto es, explicar el Evangelio, pertenece
propiamente al obispo, cuya labor peculiar es la de perfeccionar, según dice el
mismo Dionisio (De Eccl. hierarch. c.5).
Mas perfeccionar es lo mismo que enseñar” (3 q.67 a.1 ad 1).
d)
FIN
DE LA PREDICACIÓN
La predicación, según Santo Tomás, pretende:
1.
“…Instruir
el entendimiento, instrucción que se alcanza por la enseñanza.
2.
Mover
el afecto, a fin de que el oyente reciba con buena voluntad la palabra de Dios,
lo cual se realiza cuando alguno habla debidamente a su auditorio. Este deleite
no debe buscarlo el predicador en su propio favor, sino para atraer a los
hombres a oír la palabra divina.
3.
Impulsar
el amor de lo que las palabras significan e inducir a practicarlo, lo cual se
verifica cuando hablando se conmueve al oyente” (2-2 q.177 a.1 c).
e)
DON
DE LA PALABRA
“Para producir los anteriores efectos, el Espíritu Santo usa de la
lengua del hombre a manera de instrumento; pero es Él quien perfecciona la operación
interiormente” (2-2 q.177 a.1 c).
“El conocimiento que un individuo recibe de Dios no puede convertirse en
utilidad de otro si no es por la palabra; y como el Espíritu Santo no falta en
todo lo perteneciente a la utilidad de la Iglesia, también provee a los
miembros de ella por medio de la palabra, dándoles, no solamente la facultad de
hablar, de modo que sean comprendidos por diversos individuos, lo cual
pertenece al don de lenguas, sino también que hablen con eficacia, lo cual es
propio del don de la palabra” (2-2 q.177 a.1 c).
f)
ES
NECESARIA CIERTA DISPOSICIÓN PARA PREDICAR Y OÍR LA PALABRA
“La gracia de la palabra se comunica a un individuo para utilidad de los
demás; por lo que a veces es retirada esa gracia por culpa del oyente y otras
por culpa del mismo que habla. Mas las obras buenas del uno y del otro no
merecen directamente esta gracia, sino que sólo quitan los obstáculos a la
misma; porque también se sustrae la gracia santificante a causa de la culpa, y,
sin embargo, nadie merece esa gracia por las obras buenas, por las cuales, sin
embargo, se quita tan sólo el impedimento a la misma” (2-2 q.177 a.1 ad 3).
g)
VIRTUDES
DEL PREDICADOR
Dios exige que los ministros sean:
1.
Puros.
2.
Inteligentes.
3.
Fervorosos.
4.
Obedientes.
“Aunque nadie por sí mismo
sea capaz de tan gran ministerio, puede, sin embargo, recibir esta capacidad de
Dios. Pero debe pedírsela a Él” (Opusc. 40, De commendatione Scrpturæ).
h)
AUSTERIDAD
DEL PREDICADOR
“Nadie debe seguir el oficio de la predicación si antes no se purifica y
se perfecciona en la virtud, como se dice también de Cristo (Act. 1,1), que Jesús hizo y enseñó. Por eso
inmediatamente después del bautismo adoptó el Señor un género de vida austera,
para enseñarnos que es preciso que los demás pasen al oficio de la predicación después
de haber domado su carne, según aquello (1 Cor. 9,29): Castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo sido heraldo
para los otros, resulte yo descalificado (3 q.41 a.3 ad 1).
i)
POBREZA
Y DESPRENDIMIENTO
“Fue conveniente que Cristo llevase una vida pobre en este mundo. En primer
lugar, porque este género de vida es adecuado al oficio de la predicación, para
el que se dice haber venido Cristo (Mc. 1,38): Vamos a otra parte, a las aldeas próximas, para predicar allí, pues
para esto he salido. Pero es preciso que los que predican la palabra de
Dios, para entregarse completamente a la predicación, estén enteramente libres del
cuidado de las cosas seculares, lo cual no pueden conseguir los que poseen
riquezas. Por esta razón, el Señor mismo, al enviar a los apóstoles a predicar,
les dijo (Mt. 10,9): No llevéis oro ni
plata; y los mismos apóstoles dicen (Act. 6,2): No es razonable que nosotros abandonemos el ministerio de la palabra de
Dios para servir a las mesas” (3 q.40 a.3 c).
j)
DEBEN
AMAR LA SOLEDAD
“La
conducta de Cristo fue enseñanza nuestra. Por eso, para dar ejemplo a los
predicadores de que no siempre se manifiesten en público, el Señor se apartó
algunas veces de las turbas; retiro que atribuyen las Escrituras a tres
motivos: unas veces, para atender al descanso corporal; por lo que (Mc. 6,31)
el Señor dijo a sus discípulos: Venid,
retirémonos a un lugar desierto, que descanséis un poco, pues eran muchos los
que iban y venían, y ni espacio les dejaban para comer. Otras, por causa de
la oración; por lo que se dice (Lc. 6,12): Aconteció
por aquellos días que salió Él hacia la montaña para orar y pasó la noche
orando a Dios; de lo cual afirma San Ambrosio “que nos enseña con su
ejemplo a seguir sus preceptos” (In Lc. 6,12 1.5: PL 15, 1732). Y, finalmente,
para enseñarnos a evitar el favor humano; así, pues, sobre aquello (Mt. 5,1): Viendo a la muchedumbre, subió a un monte,
dice el Crisóstomo (Hom. 15 in Mt.: PG 57,223): “Al no tomar asiento en la
ciudad ni en la plaza, sino en el monte y en la soledad, nos enseñó a no hacer
cosa alguna por ostentación y a separarnos de los tumultos, sobre todo cuando
es preciso disputar sobre cosas necesarias” (3 q.40 a.1 ad 3).
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