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jueves, 23 de enero de 2014

SAN PEDRO JULIÁN EYMARD: MÉTODO DE ADORACIÓN EUCARÍSTICA SEGÚN LOS CUATRO FINES DEL SACRIFICIO DE LA MISA.

MÉTODO DE ADORACIÓN
Según los cuatro fines del sacrificio de la misa


* * *

La hora de adoración se divide en cuatro partes. En cada cuarto de hora se honra a nuestro señor Jesucristo por cada uno de los cuatro fines del sacrificio: Adoración, acción de gracias, propiciación y súplica.

Primer cuarto de hora. – Adoración.

1.º En primer lugar adorad a nuestro señor Jesucristo en su augusto Sacramento con el homenaje exterior del cuerpo; así que diviséis a Jesús en la Hostia adorable, hincaos de rodillas: inclinaos ante Él con profundo respeto, en señal de suma dependencia y de amor. Juntaos con los reyes magos cuando, postrándose en tierra, inclinada la frente hasta el suelo, adoraron, en el humilde pesebre de Belén, al niño-Dios envuelto en pobres pañales.

2.º A este primer acto silencioso y espontáneo de veneración debe seguir un acto exterior de fe. Este acto de fe es muy útil para despertar en nuestros sentidos, en el espíritu y en el corazón, la piedad eucarística; él os abrirá el corazón de Dios y los tesoros de sus gracias; es preciso que seáis fieles y hagáis este acto santa y devotamente.

3.º A continuación hacedle ofrenda de toda vuestra persona y de cada una de las facultades de vuestra alma; y en particular: de vuestro espíritu, para que le conozca mejor; de vuestro corazón, para que le ame; de vuestra voluntad, para que le sirva; de vuestro cuerpo, con todos sus sentidos, para que cada uno le glorifique a su modo; rendidle sobre todo homenaje de vuestros pensamientos, de modo que la divina Eucaristía sea el pensamiento capital y dominante de toda vuestra vida; el de vuestros afectos, llamando a Jesús rey y Dios de vuestro corazón; de vuestra voluntad, no queriendo otra ley ni otro fin que su servicio, amor y gloria; de vuestra memoria, para no acordaros sino de Él y así no vivir más que de Él, por Él y para Él.

4.º Como son tan imperfectas vuestras adoraciones, menester es que las unáis a las de la santísima Virgen en Belén, en Nazaret, en el calvario y en el cenáculo, junto al sagrario, que las juntéis con las actuales de la santa Iglesia, con las de todas las almas santas que adoran a nuestro Señor en esos momentos, con las de toda la corte celestial que le glorifica en el paraíso; y, de este modo, las vuestras participarán del mérito y santidad de las de todos ellos.


Segundo cuarto de hora. –Acción de gracias.


1.º Adorad y bendecid el inmenso amor que Jesús os muestra en este Sacramento con su real presencia. Para no dejaros solos y huérfanos en esa tierra de destierro y de miserias, viene Él del cielo personalmente para vosotros, con objeto de haceros compañía y ser vuestro consolador. Mostradle vuestro agradecimiento con todo vuestro amor, con todas vuestras fuerzas, en unión de todos los santos.

2.º Admirad los sacrificios que se impone en su estado sacramental: oculta su gloria divina y corporal para no deslumbraros ni dejaros ciegos; para que os animéis y os acerquéis a hablarle como habla un amigo a otro amigo, vela su majestad; para no castigaros o atemorizaros tiene como atado su poder; para no causaros desaliento encubre la perfección de sus virtudes, y aun modera el fuego de su corazón y de su amor hacia vosotros, porque no podríais soportar la fuerza y la ternura de este amor. Sólo permite que conozcáis su bondad, que se trasluce a través de las sagradas especies, como los rayos del sol tras una ligera nube.

¡Oh cuán bueno es Jesús sacramentado! A cualquier hora del día o de la noche que vayáis a verle os recibe en el acto. Su amor siempre está en vela y rebosando dulzura para vosotros. Cuando le visitáis, olvida vuestros pecados e imperfecciones y sólo quiere hablaros de la alegría que le proporcionáis y de la ternura de su amor, de tal modo que podría creerse que necesita de vosotros para ser feliz. Manifestad al buen Jesús vuestro agradecimiento con toda la efusión de vuestra alma. Agradeced igualmente a Dios Padre el haberos dado a su muy amado Hijo, al Espíritu Santo, por haber renovado sobre el altar, por ministerio de los sacerdotes y para cada uno de vosotros, el misterio de la encarnación.

Invitad al cielo y a la tierra, a los ángeles y a los hombres, para que os ayuden a dar gracias, bendecir y ensalzar tanto amor para con vosotros.

3.º Contemplad el estado sacramental, al cual se ha reducido Jesús por amor vuestro, e inspiraos en sus sentimientos y en su vida: en él está Jesús tan pobre como en Belén, y todavía más, pues allí siquiera tenía a su Madre y aquí no: no trae del cielo más que su amor y sus gracias. Mirad cómo obedece en la sagrada Hostia, con suma presteza y suavidad, a todos, aun a sus enemigos.

Admirad su humildad: llega en su anonadamiento hasta el límite de la nada, uniéndose sacramentalmente a viles especies inanimadas, que hasta de apoyo natural que las sostenga carecen, porque no tiene otro que la omnipotencia del Altísimo, quien las conserva con un continuo milagro. El inmenso amor que nos tiene le ha hecho prisionero nuestro y así debe continuar, en su prisión eucarística, hasta el fin del mundo, para ser aquí en la tierra nuestro cielo anticipado.

4.º Unid vuestra acción de gracias a la que María santísima tributaba a Jesús después de la encarnación y especialmente después de sus comuniones; y repetid con Ella transportados de alegría y felicidad el Magnificat de vuestro agradecimiento y amor, diciendo sin cesar: “¡Oh Jesús sacramentado, qué bueno eres, qué amable y cuán excesivamente amante!”.


Tercer cuarto de hora. – Propiciación.

1.º Visitad y adorad a Jesús abandonado de los hombres que le dejan solo en el Sagrario. El hombre tendrá tiempo para todo menos para visitar a su Dios y Señor, que le espera y desea en su Sacramento. Las calles y todos los lugares de recreo se llenarán de gente y las iglesias donde mora Jesús estarán desiertas: se les tiene horror y se huye de ellas. ¡Pobre Jesús! ¿Podíais esperar tanta indiferencia de los que rescataste con el precio de tu sangre... de tus hijos... amigos... de mí mismo?

2.º Llorad al ver a Jesús traicionado, insultado, mofado y crucificado más indignamente, en su sacramento de amor, de lo que fuera en el huerto de los olivos, en Jerusalén y en el calvario. Aquellos a quienes Él ha honrado y amado más, a los que más ha colmado de gracias y beneficios son los que más le ofenden, los que más le deshonran en su templo por su falta de respeto, los que le crucifican de nuevo en su cuerpo y en sus almas por sus comuniones sacrílegas, vendiéndole al demonio, único dueño de su corazón y de su vida. Yo mismo, ¡ay de mí!, ¿no soy quizá uno de los que más le han ofendido?

¡Oh Jesús mío! ¿Hubieras podido sospechar que tu excesivo amor a los hombres se habría de convertir en blanco de su malicia y que el hombre se habría de valer de tus gracias y de tus dones más preciosos para volverse contra Ti?... Y yo mismo, ¡oh dolor!, ¿no he sido como ellos infiel?

3.º Adorad a Jesús y suplicadle que, en reparación de tantas ingratitudes, profanaciones y sacrilegios como se cometen en el mundo, acepte los sufrimientos y contrariedades que os sobrevengan durante el día o durante la semana. Imponeos también algunas penitencias satisfactorias por vuestras propias ofensas, por las de vuestros parientes, por las de aquellos a quienes hayáis podido dar mal ejemplo por vuestras irreverencias en el templo y falta de devoción.

4.º Pero ¿qué son en sí mismas ni qué valen las penitencias que os impongáis o las, obras satisfactorias que ejecutéis para reparar tantos crímenes? Nada o casi nada. Por eso es necesario que las unáis a las de Jesús, vuestro salvador, clavado en la cruz.

Recoged aquella sangre divina que mana de sus heridas y ofrecedla a la justicia divina en propiciación; haced vuestros sus dolores y la oración que dirige desde el árbol de la cruz y pedid por medio de ellos al Padre celestial piedad y misericordia por los pecadores y por vosotros mismos. Haced vuestra reparación en unión con la que hizo la Virgen al pie de la cruz y después junto al tabernáculo para que participéis del amor de Jesús a su divina Madre.


Último cuarto de hora. – Súplica.

1.º Adorad a nuestro señor Jesucristo en el santísimo Sacramento, en el cual está rogando sin cesar a su Padre por vosotros, mostrándole, para enternecerle, sus sacratísimas llagas y su divino pecho abierto a favor vuestro. Unid vuestra plegaria a la suya y pedid lo que Él pide.

2.º Jesús pide a su Padre que bendiga, defienda y ensalce la Iglesia, a fin de que por ella sea conocido, amado y servido cada vez mejor por todos los hombres. Rogad mucho por la Iglesia de Jesucristo, tan probada y tan perseguida en la persona de su vicario, para que Dios la defienda de sus enemigos que al propio tiempo son hijos suyos, y que a éstos les toque el corazón, los convierta y los conduzca humildes y penitentes a los pies del trono de misericordia y de justicia. Jesús ora sin cesar por todos los miembros de su sacerdocio, para que reciban la plenitud del Espíritu Santo, sus dones y sus virtudes, y llenos de celo por a gloria de Dios y enteramente abnegados, trabajen por la salvación de las almas rescatadas por Él a costa de su sangre y de su vida.

Orad mucho por vuestro obispo para que Dios bendiga todos los deseos de su celo, le conserve la vida y se digne consolarle.

Pedid también por vuestro pastor a fin de que Dios le conceda con abundancia las gracias necesarias para que pueda dirigir con acierto y santificar las almas que han sido confiadas a su solicitud y a su conciencia.

Suplicad a nuestro Señor se digne conceder a su Iglesia muchas y santas vocaciones sacerdotales: un sacerdote santo es el don más precioso del cielo; él solo puede salvar a toda su región.

Rogad por las órdenes religiosas; pedid que todas sean muy fieles a la gracia de su vocación evangélica, que los que son llamados para ser religiosos tengan valor y generosidad suficientes para seguir el divino llamamiento y ser fieles, porque un santo protege y salva a su país, siendo su oración y virtudes más poderosas que todos los ejércitos de la tierra.

3.º Pedid fervor y perseverancia para las almas piadosas que se dedican a servir a Dios en medio del mundo, a manera de religiosas de su amor y caridad, las cuales están tanto más necesitadas de la protección de lo alto cuanto mayores son los peligros que las rodean y mayores también los sacrificios que se les exigen.

         4.º Pedid durante algún tiempo determinado con insistencia la conversión de algún gran pecador. Estos prodigios de la gracia son muy gloriosos para nuestro Señor. En fin, rogad por vuestras necesidades personales, para que paséis santamente el día y seáis cada vez mejores. Formad una especie de ramillete de todos los dones que habéis recibido, ofrecédselo a Jesús, vuestro rey y vuestro Dios, y suplicadle humildemente os dé su bendición.

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