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viernes, 5 de abril de 2019

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SACADA DE LOS CUATRO EVANGELISTAS: XXIII. Resumen de la moral cristiana.

XXIII. Resumen de la moral cristiana.

Mientras que el Salvador instruía así a sus Apóstoles, el auditorio se había aumentado considerablemente por el concurso de la gente que venía de todas partes en tropas a oír sus instrucciones; y así, dirigiéndose a todos los que le escuchaban, les dijo (Matth. V): No penséis que he venido a abolir la ley y las profecías; el cielo y la tierra perecerán antes que dejen de cumplirse; he venido al mundo para cumplirlas; he venido para cumplir esta ley según su espíritu y en toda su perfección, la que hasta aquí había sido ignorada.

Los escribas y fariseos hacen profesión de observar esta ley, y su aparente regularidad deslumbra y engaña; pero si vuestra virtud no sobrepuja a la suya, no entraréis jamás en el Reino de mi Padre. Hasta aquí os habéis contentado con tener horror al homicidio; y yo os digo, que la menor palabra injuriosa es un pecado. El más estimable sacrificio será desechado si hay la menor frialdad en el corazón del que le ofrece. El adulterio es un gran delito; y yo os digo, que un solo deseo impuro hace culpable a uno de adulterio. El menor pensamiento impuro se debe desechar; y yo añado, que el más ligero consentimiento en este pensamiento es un pecado mortal. La pureza que yo pido es una virtud tan delicada, que un hálito demasiado grande la ensucia, y el menor soplo la empaña. Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo; quiere decir, si lo que te es más apreciable y de mayor utilidad te es una ocasión de pecado, córtalo, huye de ello, sacrifícalo sin dilación, cueste lo que costare. Apártate de todas las ocasiones peligrosas; porque el que ama el peligro perecerá en él. Todo divorcio está proscrito. Los juramentos vanos están tan prohibidos como el perjurio. No juréis jamás ni por el cielo, ni por la tierra, ni por otra alguna criatura; la verdad no necesita de tantos puntuales; contentaos con decir simplemente: esto es así, esto no es así; porque lo que se dice de más, viene de un mal principio. 

Habéis oído que está dicho (Matth. V): ojo por ojo, y diente por diente; y yo os digo, que no hagáis resistencia si acaso os maltratan; sino que si alguno os hiere en el carrillo derecho, le presentéis el otro: al que os quiere poner pleito para quitaros vuestra túnica, alargadle hasta vuestra capa; y si alguno os ruega que andéis mil pasos por servirle, andad dos mil más por amor de él; de este modo quiero que la caridad y la mansedumbre hagan vuestro carácter.

Hasta aquí se os ha dicho: amarás a aquel con quien tienes alguna alianza, y aborrecerás a tu enemigo; pero yo os digo: amad también a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, orad por los que os persiguen y por los que os calumnian; no basta el no quererles mal, es necesario, además de esto, hacerles bien, y prevenirles con vuestros buenos servicios y obsequios; porque si amáis a los que os aman, ¿Qué recompensa merecéis en esto? Los publicanos hacen otro tanto; y si no saludáis sino a vuestros hermanos, ¿Qué hacéis en esto de extraordinario? ¿No lo hacen así hasta los mismos paganos? Imitad en esto la conducta de vuestro Padre celestial, y procurad, en cuanto vuestra flaqueza os lo permitiere, llegar a lo que hay de más perfecto y más elevado en la virtud.

Decir solamente de boca que se perdona la injuria que hemos recibido, y el mal que se nos ha hecho, es puro cumplimiento que puede engañar a los hombres; pero no a Dios, el cual quiere que se perdone de corazón; y acordaos que el perdón de las injurias que se concediere al prójimo es, por decirlo así, la regla y la medida del que se debe esperar de Dios. En lo demás, la caridad con que debéis amar a todo el mundo debe desterrar de vosotros todo juicio temerario y toda sospecha; a solo Dios toca el juzgar; y es abrogarse sus derechos el hacerse juez de los pensamientos de los otros; ningún hombre debe juzgar de la intención del otro. Nunca hagáis nada por respeto humano, y mucho menos por vanagloria; lo que entonces se trabaja, no solo no es meritorio delante de Dios, sino que es digno de un severo castigo; y así cuando deis limosna, procurad que vuestra mano izquierda no sepa lo que hace vuestra mano derecha: Dios no estima ni recompensa sino lo que se hace por su amor.

Huid de toda ostentación en vuestras buenas obras; se obra mal desde el punto que se hace alarde del bien; no hagáis nada con el fin de ser vistos y estimados de los hombres; la hipocresía es una impiedad duplicada, sed amigos de orar; pero orad con humildad, con confianza, con fervor y con respeto. Habiéndole dicho los Apóstoles que les enseñase a orar, como Juan había enseñado a sus discípulos, les dijo: Cuando tenéis que orar, debéis orar de este modo: Padre nuestro, que estás en los cielos (Matth. V): santificado sea tu Nombre. Venga a nos tu Reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro, o que necesitamos para nuestra subsistencia, dánosle hoy. Y perdónanos nuestras deudas. Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos de mal. Amén (así sea). Pero cuando oréis, no imitéis a los hipócritas que gustan de orar de pie derecho en las sinagogas y en las plazas, a fin de ser vistos de los hombres: en verdad os digo, que los tales ya han recibido su recompensa. Cuando vosotros hubiereis de orar, entrad en vuestro cuarto, y cerrando la puerta luego que estéis dentro, orad a vuestro Padre en secreto, y vuestro Padre, que ve lo que está secreto, os recompensará vuestra oración.


Procurad que vuestra oración vaya acompañada con el ayuno; es decir, con la mortificación, y de este modo será eficaz; pero en vuestras mortificaciones no imitéis a los hipócritas que afectan parecer pálidos y desmayados por la abstinencia. Tened siempre una cara alegre y serena el día que ayunéis, para que solo Dios sea testigo de vuestra penitencia. No deseéis la condición de los ricos y de los dichosos del siglo: la codicia es la raíz de toda suerte de males. No amontonéis para vosotros tesoros sobre la tierra, en donde el herrumbre y los gusanos lo consumen todo, y en donde los ladrones cavan y roban; y aun cuando pusierais vuestros tesoros a cubierto de los accidentes y del pillaje, ¿Qué llevaréis de ellos con vosotros al sepulcro? Acaudalad tesoros en el cielo; porque en donde está vuestro tesoro, allí también está vuestro corazón. Sed ricos en virtudes y en buenas obras; pues todas las riquezas de este mundo no son otra cosa que espinas que punzan: sola la virtud es el verdadero tesoro.

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