DOMINGO
TERCERO DE CUARESMA
Salmo 24, 15-16
Epístola del Apóstol San Pablo a los Efesios 5, 1-9
San Lucas 11, 14-28
Este tercer
domingo se llama comúnmente el domingo del demonio mudo, por contenerse su
historia en el Evangelio de la Misa de este día. También suele llamarse el
domingo Oculi, de la primera palabra
del introito, como por la misma razón se suele dar el nombre de Reminiscere al domingo precedente, y el
de Laetare al cuarto domingo. Antiguamente
se llamaba este domingo el domingo de los
Escrutinios, que quiere decir el examen de los catecúmenos, a quienes disponían
para recibir el Bautismo al fin de la Cuaresma, porque el primer examen se
hacía en este día. Los griegos le llamaban el domingo del leño precioso y vivificante; es a saber, de la cruz, la que nombran con una sola expresión stauroproscinese. Como la semana que
empieza en este domingo es la semana de la mitad de Cuaresma, los fieles han
aumentado siempre su devoción y su fervor a proporción que se han ido acercando
a aquellos sagrados días en que celebra la Iglesia los grandes misterios de
nuestra redención, celebrando los misterios de la pasión, de la muerte, y de la
resurrección del Salvador del mundo.
El introito de
la Misa es del versículo 16 del salmo
XXIV. Este salmo, como ya se dijo, es una afectuosa oración de un hombre
extremamente afligido, que perseguido por aquellos mismos a quienes ha llenado
de beneficios, no halla consuelo en la amargura de su corazón sino en solo
Dios, en quien pone toda su confianza. David perseguido vivamente por su hijo
Absalón, implora la ayuda de Dios en su aflicción; y considerando sus males
como justas penas de sus pecados, entra en sentimientos muy grandes de
penitencia. No hay persona afligida a quien no convenga este salmo,
especialmente a las que se hallan combatidas de tentaciones violentas: Oculi mei Semper ad Dominum, quia ipse
evellet de laqueo pedes meos. Si el fuego de la persecución se encendiere
contra mí cada día más, si mis enemigos hicieren los mayores esfuerzos para
perderme, mis ojos estarán siempre puestos en el Señor, en la firme confianza
de que me librará de los lazos de mis enemigos, y que con tal que yo no pierda
jamás de vista este punto fijo del cielo, este astro benéfico que gobierna todo
el universo, no tengo que temer ningún naufragio: Respice in me et miserere mei, quoniam unicus et pauper sum ego. Pero
en vano, Dios mío, tendría yo fijos en Vos los ojos y el corazón, si Vos no los
pusierais en mí: no atendáis, oh Dios de misericordia, a la muchedumbre y
enormidad de mis pecados: dignaos mirarme con ojos propicios: por lo mismo que
me hallo destituido de todo socorro, espero ser el objeto de vuestra compasión.
No encuentro sino infidelidad en mis mayores amigos, e ingratitud en aquellos a
quienes más beneficios he hecho; no observo sino simulación y mala fe en los
hombres. Mientras la fortuna se me ha mostrado risueña, mientras he estado en
la prosperidad, me he visto rodeado de lisonjeros y de cortesanos; pero lo
mismo ha sido verme desgraciado, que hallarme solo y abandonado. Vos solo, Dios
mío, sois todo mi consuelo, mi apoyo y mi fortaleza: Ad te Domine levavi animam meam; en ninguna cosa hallo alivio sino
en vuestra bondad y en vuestra misericordia; y así no ceso de levantar mi
corazón hacia Vos, en quien únicamente tengo mi confianza: Inte confido, non erubescam; no padezca yo, Dios mío, la confusión
de verme abandonado de Vos.
La Epístola de este día es una exhortación
que hace san Pablo a los de Éfeso para que sean imitadores de Dios y de
Jesucristo, amando a sus prójimos como Dios nos ha amado a nosotros; los
exhorta asimismo a arreglar sus palabras, a ser agradecidos a los beneficios de
Dios, y a vivir como hijos de la luz. Sed
imitadores de Dios, les dice, como
hijos muy amados. El modelo es muy perfecto, es muy excelente; pero el
consejo, por no decir el precepto, no sufre réplica. Jesucristo no os propone
otro menos elevado, ni menos noble. Sed
perfectos, dice este Señor, como
vuestro Padre celestial es perfecto (Math. V) ¿Cuál debe ser la inocencia,
la santidad, la perfección de un cristiano con un modelo tan grande? Vosotros habéis
recibido la gracia de hijos adoptivos de Dios, les dice san Pablo: Dios gusta
que le llaméis vuestro padre; tened, pues, la ternura, la confianza, el
reconocimiento que deben tener unos hijos bien nacidos con un padre tan bueno;
imitad su dulzura y su clemencia; perdonad a vuestros hermanos, añade san
Jerónimo, como Él os ha perdonado a vosotros, tratadlos del mismo modo que Dios
os ha tratado a vosotros. San Pablo no exhorta a los de Éfeso a imitar aquellas
perfecciones de Dios inimitables, como su sabiduría infinita, su omnipotencia,
etc., sino su dulzura, su benignidad, su paciencia en sufrir a los que le
ofendan, su misericordia sin límites, y su inclinación a perdonar y hacer bien
a los que más le han ofendido. Un corazón bien formado ¿puede no rendirse a
este motivo? ¿Puede rehusar seguir un ejemplo semejante? Caminad con espíritu de amor, así como Jesucristo nos amó, y se entregó
a sí mismo por nosotros en calidad de ofrenda y de víctima de un olor agradable
a Dios. Vuestras costumbres, vuestras obras, y toda vuestra conducta deben
ser una prueba efectiva de que amáis a Jesucristo, así como toda la vida y
muerte de Jesucristo es un testimonio incontestable de lo mucho que el Señor
nos ama. Dios quiere que le sirvamos con amor. No somos hijos de la esclava
para que sirvamos a Dios por temor: somos hijos de la libre, y por consiguiente
debemos amar a Dios como los hijos aman a su padre, temiendo más el
desagradarle que los castigos a que nos hacemos deudores por haberle
desagradado: Fornicatio autem, et omnis
immunditia, nec nominetur in vobis. Jamás se oiga entre vosotros ni aun el
nombre de fornicación o de cualquiera otra impureza, ni el de la avaricia;
porque lo contrario es muy impropio de los que se llaman y pasan plaza de
santos. Quiere el Apóstol que los fieles vivan tan apartados de estos vicios,
que ignoren hasta el nombre. San Jerónimo pretende, que la palabra inmundicia
en este pasaje significa todo género de pasiones vergonzosas. Por más que el
corazón del hombre esté corrompido, por más general que sea la corrupción, la
pureza será siempre la virtud que se llevará las atenciones de los Santos, y la
divisa más hermosa de los verdaderos fieles será una insignia que distinguirá a
los hijos de la luz de los hijos de las tinieblas. ¿Son muchos el día de hoy
los cristianos marcados con esta señal? No
se oiga entre vosotros cosa que ofenda el pudor, ni expresión alguna
impertinente o chocarrera. ¿Qué diría el Apóstol si se hallara en las
juntas y concurrencias mundanas de nuestro siglo? No es la bagatela y la
inutilidad lo más reprensible que hay el día de hoy en las conversaciones de
las gentes del mundo: ¡qué licencia, qué escándalo en la materia de la
conversación! ¡qué especies tan indecentes en esas alusiones! ¡qué
deshonestidad en los términos! Ya no se avergüenzan de lo que en otro tiempo
causaba empacho a los mismos paganos. Sin esta sal es insípida y sosa la
conversación. Enredos de amor, novelas, obras de un espíritu corrompido por la
corrupción del corazón, poesías amorosas, esto es lo que divierte el día de
hoy, esto es lo que ocupa y entretiene las conversaciones. ¡Oh y cuántas almas
se pierden por esas palabras obscenas, por esas conversaciones demasiado
libres, por esos equívocos llenos de veneno, por esos gracejos, por esos
chistes lascivos, por esos libros escritos con tanta habilidad, donde no se
encuentra sino demasiada sal y demasiada agudeza, pero de donde está
enteramente desterrado el espíritu del Cristianismo! Estad bien persuadidos,
continúa el Apóstol, que ni el fornicario, ni el deshonesto, ni el avaro, cuyo
vicio es una especie de idolatría, no tendrán parte alguna en el reino de
Jesucristo y de Dios. ¡Ah, Señor, cuántas personas renuncian el día de hoy esta
herencia! La avaricia se llama idolatría, como también la impureza, porque por
estos vicios rehúsa el hombre dar su corazón a Dios para no darlo sino al
dinero y al deleite, y porque en el uno y el otro el hombre hace su Dios de la
criatura, y le sacrifica todas las cosas: Nolite
ergo effici participes eorum. No tengáis comunicación alguna con ellos. No hay
devoción que no se corrompa conversando con los libertinos; ninguna cosa es más
contagiosa que el trato con ellos. San Pablo llama a los deshonestos hijos de
tinieblas. En efecto, ninguna cosa encrasa y oscurece tanto el espíritu y la
razón, ninguna cosa apaga tanto la fe como este desventurado vicio: espíritu,
natural, educación, hasta el sentido común, todo se vicia, todo se oscurece,
toda la luz se apaga en un hombre impuro. Andad como hijos de la luz: Ut filii lucis embulate. La fe es una
luz: nuestras costumbres, nuestros sentimientos, nuestras acciones, toda nuestra
conducta es la prueba más sensible y menos equívoca de nuestra fe. ¡Buen Dios,
cuántos cristianos serán tratados algún día como infieles! La impureza llega a
apagar de todo punto la fe.
El Evangelio de la Misa de este día
encierra grandes lecciones y grandes misterios. Acababa Jesucristo de convertir
a la famosa pecadora pública en casa de Simón el fariseo. La milagrosa
conversión de esta alma metida en el vicio fue causa que muchos se aficionaran
al Señor, y se empeñaran en seguirle, cuando le presentaron un pobre hombre que
tenía tres grandes enfermedades, que todos los remedios naturales no podían
curar. Estaba poseído del demonio, era mudo y ciego: el demonio causa siempre
en un alma la ceguedad y la sordera. El hombre poseído no era mudo ni ciego por
naturaleza; el demonio era quien le quitaba el uso de la habla y de los ojos;
el demonio conoce demasiado la ventaja y el alivio que encuentra un alma en
descubrir sus penas y sus miserias a un director ilustrado, y así se aplica a
fomentar una falsa vergüenza que le cierre la boca; pero esto mismo debe
alentarnos para abrir todo nuestro corazón y nuestro pecho a aquellos que Dios
nos ha dado por guías en los caminos de la salvación. Se puede decir que todo
pecador es ciego. ¡Qué ceguedad más lastimosa que la de preferir un deleite
breve y amargo a la posesión del mismo Dios, fuente inagotable en una eternidad
de tormentos! Echó Jesús al demonio, y al mismo instante habló el mudo y
recobró la vista. Este milagro lo vemos aun todos los días en la conversión del
pecador. No bien se ha perdonado el pecado, cuando se ve, se piensa y se habla
muy de otro modo que se hacía cuando se vivía en el desorden. Todas las
personas que se hallaban presentes se admiraron al ver el milagro; pero la
envidia convierte en mal hasta los mayores milagros. El espíritu sigue siempre
los sentimientos del corazón. Un corazón corrompido nunca deja de comunicar su corrupción
al espíritu. Entre las muchas gentes que habían sido testigos del milagro que
el Salvador acababa de hacer, hubo quienes dijeron que aquel demonio había sido
echado por Belcebú, príncipe de los demonios. Los fariseos, y todos los
doctores que se dejan cegar por la envidia, no creen ver sino las obras del
dominio donde el simple pueblo reconoce claramente los efectos del poder
divino. Esto puede servir para consolar a los siervos de Dios cuando, no
pudiendo condenar sus acciones exteriores, se atribuye el bien que hacen a otro
principio que al espíritu de Dios que los anima. Otros le pedían hiciese algún
prodigio celestial, dice san Lucas. El incrédulo para abrazar la Religión busca
nuevas pruebas, a las cuales tampoco se rendiría, así como el pecador para
convertirse quiere otras gracias que las que tiene, a las cuales no resistiría
menos, ni las haría menos inútiles. Viendo Jesús lo que pensaban, sufrió sin
quejarse una tan negra y tan grosera calumnia. Se contentó solamente con
decirles con su ordinaria mansedumbre: Yo trabajo en destruir el reino de
Satanás echándolo de los cuerpos, y quitándole de entre las manos las almas por
la santidad de la moral que predico, y hago profesión de observar: ¿cómo, pues,
puede él hacer que su poder sirva a mis designios, y oponerse tan
manifiestamente a sí mismo? El reino de los demonios es el imperio que ejercen
sobre los hombres. Si los unos contribuyen a hacerse echar a los otros de los
cuerpos humanos, se destruyen los unos a los otros, y su imperio no puede
subsistir entre vosotros. Hay exorcistas que expelen algunas veces a los
demonios invocando al Dios de Abraham; muchos de vuestros hijos los expelen en
mi nombre; y vosotros mismos sois testigos que mis discípulos han recibido de
mí la misma virtud. ¿Diréis que todos estos los expelen en el nombre de
Belcebú? Pero si yo expelo los demonios por la virtud del Todopoderoso,
reconoced a esta sola señal a vuestro Mesías. Este razonamiento no tenía
réplica. Pero cuando la ceguedad es voluntaria, todas las luces juntas alumbran
poco. Pero el Salvador todavía prosiguió en confundir la obstinación y
malignidad de los judíos con una comparación bien concluyente. Cuando un hombre
valeroso, les dijo, y bien armado guarda la entrada de su casa, solo otro más
poderoso que él puede echarlo, y hacerse dueño de ella. Reconoced en esto mismo
mi soberano poder sobre todas las potestades de las tinieblas; y confesad que
no hay otro que Dios que pueda echar al demonio. No teniendo que responder a
esto los enemigos del Salvador, añadió el Señor: Estoy tan distante de tener la
menor alianza con el demonio, que miro como mi enemigo a cualquiera que no lo
es suyo: Qui non est mecum, contra me est.
No hay neutralidad entre Jesucristo y el príncipe de las tinieblas; o
enteramente del uno, o enteramente del otro. Todo temperamento, toda
condescendencia en materia de religión o de moral es una ilusión. ¿Rehúsas
creer un punto de fe? Eres infiel aunque guardes toda la ley; si la quebrantas
en un solo punto, te haces reo de todos los otros. Eres casto, pero eres
soberbio; eres moderado, austero, devoto; pero hablas mal de tus hermanos; das
limosna; pero no quieres perdonar a tu enemigo, no eres enteramente de
Jesucristo, y así este Señor te deja enteramente ser del demonio. Con Dios no
valen servicios a medias; quiere para sí toda la gloria. ¿Eres del mundo? No te
lisonjees ser de Jesucristo. ¿Eres de Jesucristo? Debes, pues, ser enteramente
opuesto al espíritu del mundo. ¡Buen Dios, cuántas personas, que se lisonjean
ser de Jesucristo porque llevan su librea, se pasmarán en la muerte cuando
oigan decir a este soberano Juez: Nescio
vos, no os conozco! Por último, indignado el Hijo de Dios, y también cansado
de ver la obstinación y la indocilidad de aquella nación ingrata, la predice de
un modo bien claro su fatal reprobación, proponiéndole la parábola siguiente: Cuando el espíritu inmundo ha salido del
cuerpo de un hombre, va por lugares áridos buscando descanso, y no lo
encuentra; entonces dice: volveré a la casa de donde salí, y viniendo a ella,
la halla barrida y adornada. Entonces toma consigo otros siete espíritus peores
que él, y entrando en ella se fortifican y habitan allí, y la última condición de
aquel hombre viene a ser peor que la primera. Así le sucederá a esta perversa
nación. Quería Jesucristo, hacerles comprender que había muchos siglos que
el demonio hacía todos sus esfuerzos para hacerse dueño de un pueblo que era el
único que profesaba la verdadera religión, el único que no estaba sujeto a sus
leyes, el único que no estaba sepultado en las tinieblas de la idolatría; que
lo encontró bastante adornado; pero que en castigo del desprecio que hacían de
su Salvador, iban a ser abandonados a las potestades del infierno, las que
apoderándose de ellos, y empleando nuevas fuerzas para conservar su conquista,
iban a hacer aquel pueblo tanto más infeliz, cuanto hasta entonces había sido
más amado y más favorecido de Dios. Pero ¿quién no ve también en la misma
parábola el verdadero retrato de esos reinos desventurados, de esos pueblos que
el cisma y la herejía han separado de la Iglesia? Sepultados en otro tiempo en
las tinieblas del paganismo, la fe cristiana los había alumbrado, y les había
dado a conocer el verdadero Dios, y habiendo roto la gracia sus cadenas, habían
sido admitidos en el seno de la Iglesia. En vano hizo el demonio los mayores
esfuerzos para volver a hacerse dueño de ellos; desesperaba poder conseguir su
intento, no viendo en sus habitantes sino inocencia, pureza de costumbres,
devoción, fervor, penitencia: ¡qué de grandes Santos en Inglaterra! ¡qué
inocencia! ¡qué devoción en todos los pueblos del Norte! ¡qué celo, qué piedad,
qué adhesión a la Iglesia de Jesucristo en toda la Alemania! Scopis mundatam et ornatam. El espíritu
de tinieblas fue a buscar otros siete espíritus peores que él: el espíritu de
error, el espíritu de libertinaje, el de independencia, el de soberbia, el de
indocilidad, el espíritu particular, el espíritu de división y de cisma; y
habiendo entrado en estos reinos, hasta entonces tan fértiles en virtudes y en
santidad, todo lo han talado, todo lo han asolado, y con mano armada se han
establecido en ellos: Et fiunt novissima
pejora prioribus, y la herejía ha hecho que el estado actual de estos
pueblos desventurados sea peor que el antiguo.
Los fariseos y
los doctores de la ley oían a Jesucristo sin decir palabra, porque no sabían
qué responder; pero no rebajaban nada de su orgullo ni de su obstinación;
cuando una simple mujer, más ilustrada que ellos, levantó su voz en medio del
concurso embelesado de la doctrina del Salvador, y exclamó: Dichoso el vientre
que te llevó, y los pechos de que mamaste. Antes
bien, replicó Jesucristo, lo son los
que oyen la palabra de Dios, y la ponen en práctica. El Salvador dio esta
respuesta para instrucción de todos los que le oían, y que sin embargo de oírle,
no se hacían ni menos malos, ni más dóciles. Esta expresión, antes bien, lejos de servir aquí de
correctivo, es mas bien una confirmación de lo que esta piadosa mujer acababa
de decir. Con este motivo el Salvador, sin insistir más en la dicha particular
de su santa Madre, toma ocasión de dar a conocer a sus oyentes qué felicidad
les es propia, y a qué felicidades pueden todos aspirar; como si les hubiera
dicho: Es verdad que el privilegio y la dicha de mi Madre son grandes; y más
grandes de lo que los hombres y los Ángeles pueden comprender. Su eminente
santidad, lo mucho que puede con mi Padre y conmigo, su augusta y sublime
dignidad de verdadera Madre de Dios, deben llenar de admiración todos los
entendimientos, ganarle todos los corazones, merecerle todos los homenajes;
pero sabed que si la elección que Dios hizo de ella para una tan alta dignidad
no hubiera estado acompañada por su parte de una perfecta docilidad, de una
profunda humildad, de una fe y una pureza sin límites, de una santidad sin
ejemplo, toda la predilección de mi Padre y mía para con ella no le hubiera servido
de nada. Quería el Salvador dar a conocer a los judíos que el amor de
preferencia con que había distinguido a la nación hebrea, escogiéndola por su
pueblo peculiar, solo serviría para hacerla más infeliz si no practicaban lo
que les enseñaba, y si no creían lo que les decía; porque con esta indocilidad
se harían más criminales a sus ojos.
FUENTE: P. Jean Croisset SJ, Año Cristiano ó ejercicios devotos para todos los domingos, cuaresma y fiestas móviles, TOMO II, Librería Religiosa. 1863. (Pag.5-12)
FUENTE: P. Jean Croisset SJ, Año Cristiano ó ejercicios devotos para todos los domingos, cuaresma y fiestas móviles, TOMO II, Librería Religiosa. 1863. (Pag.5-12)
Gracias. Dios lo bendiga
ResponderBorrarIgualmente, Dios lo bendiga.
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