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sábado, 6 de abril de 2019

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: XXIV. La Santísima Virgen al pie de la cruz de su querido Hijo.

XXIV. La Santísima Virgen al pie de la cruz de su querido Hijo.

Estaba junto a la cruz de Jesús, María, su Madre, dice el Evangelio: era uno mismo en sacrificio, digámoslo así, uno mismo el holocausto de Hijo y Madre; se ofrecían y padecían entre ambos a un mismo tiempo, dice Arnaldo de Chartres: Omnino unum erat Christi et Mariæ holocaustum. El amor hacía el oficio de sacrificado: el amor inmolaba a Jesús, a su Padre sobre el altar de la cruz por la expiación de los pecados de todos los hombres; y el amor inmolaba a María al pie de la cruz, haciéndola sufrir todos los oprobios y dolores que padecía su querido Hijo. Pero lo que puso el colmo a este incomprensible dolor, y lo que fue como la espada que atravesó el alma de esta afligida Madre, fueron las últimas demostraciones de ternura que le dio su querido Hijo antes de espirar en la cruz. Sus últimas palabras renovaron, por decirlo así, todas las llagas de que el corazón de esta Madre moribunda estaba ya traspasado, y aquel mar de amargura en que su alma estaba como anegada.

Viendo Jesús al pie de la cruz a su Madre y al discípulo a quien amaba, dijo a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo (hablaba de san Juan). Después dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre (hablaba de la Santísima Virgen); y desde entonces el amado discípulo, por estas palabras que eran como el testamento y última voluntad de Jesús moribundo, hecho hijo adoptivo, digámoslo así, de la Santísima Virgen, la miró siempre como a su querida madre, hizo con Ella todos los oficios de hijo, la cuidó con el esmero que un hijo debe cuidar de una madre como María.

Los santos Padres descubriendo todo el misterio de estas palabras de Jesucristo, dicen que estando para morir el Salvador, declaró a la Santísima Virgen por madre de todos los fieles, los cuales desde entonces quedaron hechos hijos adoptivos de María en la persona de san Juan; y por consiguiente, el Salvador en su testamento y por su última voluntad dejó a la Santísima Virgen por abogada, protectora y Madre de toda la Iglesia. San Juan Crisóstomo dice que el Salvador en esta ocasión no quiso llamar a María con el tierno nombre de madre, por no avivar más su dolor; le dio solo el nombre de mujer, que es un término más genérico. Algunos santos Padres añaden que el Hijo de Dios no la llamó entonces con el nombre de madre, por no irritar contra Ella el furor de los verdugos, y porque este nombre no atrajese sobre ella algunos malos tratamientos por parte de aquellos impíos.


Muchos intérpretes son también de parecer que Jesús llamó entonces a su Madre con el nombre de mujer, mulier, por respeto, como lo había hecho en las bodas de Caná; porque el nombre de mulier en hebreo es, como ya se ha dicho, un nombre de honor y de respeto, que significa lo mismo que el nombre de madama entre los franceses, y el de señora entre nosotros. En efecto, se ve que siempre que el Salvador habla con su Madre delante del pueblo y en público, se servía de este término respetuoso más bien que del de madre. Finalmente, otros piensan que como todo era misterioso en la consumación de aquel gran sacrificio, quiso Jesucristo darnos a entender que su Madre era aquella segunda mujer que debía reparar, digámoslo así, bajo el árbol de la cruz por la muerte de su Hijo, todo el mal que la primera mujer había hecho bajo el árbol fatal que ocasionó su desobediencia, origen funesto de todos nuestros males.

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