LA PRESENCIA REAL
Testimonio de Jesucristo
Vidette...
quia ego ipse sum
“Ved que soy yo mismo” (Lc 24, 39)
Como nos enseña la Iglesia, Jesucristo está verdaderamente presente en
la Hostia consagrada. Y el mismo Jesús manifiesta su presencia de dos maneras:
interior y públicamente.
I. – Manifestación interior
La manifestación interior se verifica en el alma del que comulga.
Jesús obra en quien le recibe tres milagros:
1.º Milagro de reforma: El
que comulga puede estar seguro que conseguirá de Jesús las gracias que necesita
para dominar las pasiones. Él mismo ha dicho: “Tened confianza en mí, que yo he
vencido al mundo”. Él dijo a la tempestad: “Enmudece” y dice ahora al
orgulloso, al avaro, al que siente en su interior la furia de los apetitos
desordenados, al esclavo de sus concupiscencias y malos deseos: “Rompe tus
cadenas... y vete en paz”.
El que comulga se siente más fuerte. Al salir del santo banquete
podría decir con san Pablo: “Dominaremos todos los obstáculos por aquél que nos
ha amado”.
Se ha operado un cambio súbito: interiormente se enciende en el
corazón un fuego repentino.
Dígasenos ahora: si Jesucristo no se hallara realmente presente en la
sagrada Hostia, ¿podrían realizarse estos prodigios? ¡Ah, no!, que la
naturaleza es más fácil de formar que de reformar. Cuesta mucho más al hombre
corregirse y vencerse a sí mismo que practicar una buena obra exterior
cualquiera, por difícil que sea, aunque sea heroica. El hábito es una segunda
naturaleza.
Sólo la Eucaristía, al menos ordinariamente y ateniéndonos a la
experiencia, comunica el poder necesario para reformar los malos hábitos que
nos dominan.
2.º Milagro de transformación: Para
que el hombre cambie su vida, esencialmente natural, en vida sobrenatural, no
cuenta más que con un medio, que es hacer triunfar a Jesucristo por medio de la
Eucaristía, en la cual el mismo Jesús nos educa personalmente.
La Eucaristía vigoriza nuestra fe; eleva, purifica y ennoblece el
amor; enseña a amar. El amor consiste en entregarse a sí mismo y en la
Eucaristía cumple Jesús esta ley del amor, entregándose totalmente. El consejo
y el ejemplo van juntos en un mismo acto.
También reforma la Eucaristía nuestro exterior; al cuerpo comunícale
cierta gracia y hermosura, que refleja la belleza de su interior; el rostro del
que comulga se vuelve lúcido y claro, como si se transparentasen los fulgores
de la divinidad; en sus palabras se advierte cierta dulzura y en todos sus
actos una suavidad tal que anuncia la presencia de Jesucristo: es el perfume de
Jesús.
3.º Milagro de fortaleza: Fortalecido
con la Eucaristía, se olvida el hombre de sí mismo y se inmola. Frente a la
adversidad, en este divino manjar encuentra toda la fuerza que necesita para
arrostrarla; cuando le abruman contrariedades o se ve calumniado y agobiado por
toda suerte de aflicciones, recurre a la Eucaristía y halla en ella paz y
sosiego; acosado por mil tentaciones, el fiel soldado de Jesús encuentra en la
comunión el vigor necesario para sobreponerse a los asaltos de los hombres y
del infierno.
En vano se buscará fuera de la Eucaristía esa fuerza sobrehumana, si
allí se encuentra es porque Jesús, el salvador, el Dios fuerte, reside en ella
realmente.
Tal es la manifestación interior que Jesucristo hace de su presencia
en el santísimo Sacramento.
II. – Manifestación
exterior
La historia nos suministra muchos ejemplos de pecadores y de
profanadores del augusto Sacramento castigados públicamente por su audacia,
mostrándose así la justicia de Jesucristo.
Así que recibió Judas sacrílegamente el cuerpo de Dios, entró en él el
demonio. Hasta entonces no había hecho más que tentarle; pero en cuanto hizo
comunión sacrílega, Satanás se apoderó de su persona: “Et introivit in eum satanas”.
San Pablo encontraba en las comuniones tibias o sacrílegas de los
corintios la razón de su apatía y de su sueño letárgico para el bien: “Ideo inter vos multi infirmi et imbecilles,
et dormiunt multi”.
¡Y cuántos otros ejemplos leemos de comuniones sacrílegas súbitamente
castigadas por la justicia irritada del Dios de la Eucaristía!
Jesús en la sagrada Hostia manifiesta también su poder sobre los
demonios. Cuando, al aplicar los exorcismos a algún endemoniado, se quería
recurrir al último extremo para vencer la resistencia de los demonios que hasta
entonces se habían mostrado invencibles, se les ponía delante una Hostia
consagrada y al punto obedecían a su Dios, allí presente, lanzando gritos de
rabia.
En Milán, san Bernardo colocó sobre la cabeza de un poseso el cáliz y
la patena, después del Pater noster, y
el demonio abandonó su presa dando aullidos espantosos. Jesucristo, nuestro
Dios, estaba allí.
¡Y cuántos enfermos han sido curados por la Eucaristía! No se conocen,
a la verdad, todos los casos; pero la historia nos atestigua que Jesús ha
continuado siendo en el santísimo Sacramento médico celestial que cura toda
clase de enfermedades.
San Gregorio Nacianceno refiere este hecho conmovedor de una hermana
suya. Se hallaba ésta enferma desde hacía mucho tiempo, cuando una noche se
levanta de improviso y presentándose ante el sagrario, con todo el fervor de su
fe, le dice al Señor: “No me levantaré de aquí, Señor, hasta que no Me hayáis
curado”. En efecto, cuando se levantó estaba curada.
En fin, muchas son las apariciones que se registran de nuestro Señor;
bajo diversas formas, Jesucristo se complace en renovar de vez en cuando el
milagro del Tabor.
Todas estas manifestaciones no son necesarias para nosotros, puesto
que tenemos el testimonio mismo de la Verdad; pero sirven para que se vea que
la palabra de Jesucristo produce lo que significa.
¡Sí, Jesús mío, creo que estás verdadera, real y substancialmente
presente en el santísimo Sacramento del altar! ¡Aumenta, aumenta mi fe!
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