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sábado, 15 de marzo de 2014

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: IX. Del Santo nombre de María.

IX.               Del Santo nombre de María



Como san Joaquín y santa Ana eran los más exactos en observar la ley, no dejaron de cumplir con lo que prescribía se hiciese el día nono después del nacimiento de las niñas: una de las ceremonias legales era ponerles nombre a las niñas en este día; y así luego que hubo llegado, la pusieron a su hija el misterioso nombre de María, el cual significa en siríaco señora soberana, y en hebreo estrella del mar, que guía seguramente al puerto, y que el piloto no pierde jamás de vista, durante la noche, sin peligro de naufragar. No se sabe si se le puso este nombre por alguna revelación particular; pero no hay duda, dicen los santos Padres, que se lo impuso Dios; pues ella sola debía llevar toda su significación, y todos los misterios que encierra en sí dicho nombre. Las Tres Personas de la santísima Trinidad te pusieron un nombre tan santo y tan respetable, Virgen santísima, canta el sabio y devoto Raimundo Jordán, preboste de Usez en 1351, y después abad de Celles, conocido bajo el sobrenombre del sabio Idiota, para que oyéndole pronunciar se arrodillen todas las potestades del cielo, de la tierra y de los infiernos. Este nombre, añade el mismo, es de tanta virtud y excelencia, que el cielo se ríe, la tierra se alegra, y hasta los Ángeles saltan de gozo siempre que se pronuncia: Dedit tibi Maria tota Trinitas nomen, etc. No podía tener la Madre de Dios, dice san Bernardo, nombre que le conviniera más que el de María, ni que más bien significara su excelencia y sus grandezas. María, continúa el Santo, es aquella hermosa y brillante estrella elevada sobre este vasto y espacioso mar del mundo: ella guía a los que están embarcados sobre este tempestuoso mar; perder de vista a esta estrella, es exponerse a un evidente peligro de extraviarse, de dar bien presto contra los escollos, y padecer un triste naufragio: Ne avertas oculos a fulgore hujus sideris, si non vis obrui procellis. Las tempestades son frecuentes en este vasto mar (habla siempre el mismo Padre): a cada paso se encuentran escollos, ningún puerto, ninguna ensenada en donde no se soplen con furia los vientos, donde no se encrespen las olas; pero ¿quieres evitar el naufragio? Mira siempre a esta estrella, réspice estellam: llama a María que te socorra; invoca sin cesar el santo nombre de María: voca Mariam. ¿Eres como el blanco de las desdichas y calamidades; te hallas afligido porque todo te sucede adversamente; estás abrumado por las más amargas contradicciones? Dice el grande Alberto (in cap. I Luc.), invoca el santo nombre de María. El nombre de María, decía san Antonio de Padua, es un motivo de gozo y de confianza para todos los que le pronuncian con devoción y con respeto; es más dulce a la boca que la miel; más agradable al oído que un cántico lleno de melodía; más delicioso al corazón que el gozo más dulce: Nomen virginis Mariæ, mel in ore, melos in aure, jubilus in corde. ¿Qué nombre después del de Jesús, dice el célebre Alano de la Isla, del Orden del Cister, uno de los más ilustres ornamentos de la universidad de París; qué nombre se debe publicar con más elogios, con más veneración que el nombre de María? ¿Qué nombre debe estar más continuamente en la boca y en el corazón de los fieles que el nombre de María? ¿Con cuánta razón se compara a un aceite precioso que derrama por todas partes el olor más exquisito? (In cap. XI Cant.). Cujus nomen præconizatur in mundo nisi Virginis hujus? etc.

San Anselmo sube todavía más de punto la veneración y el elogio de este santo nombre: algunas veces, dice este Santo (lib. de Excell. Virg.), se consigue antes gracia y misericordia invocando el nombre de María, que invocando el de Jesús. No es esto decir que el nombre de Jesús no sea más respetable que el de María, sino que la santísima Virgen invocada intercede con su Hijo (según el pensamiento de este Padre) en favor de los que, invocando su santo nombre, acuden a ella y buscan su poderosa protección. La Iglesia apenas oye el nombre de María, dice el sabio Pedro de Blois, cuando dobla la rodilla por el respeto que profesa a este santo nombre; y nunca se oye pronunciar que no se avive la devoción de los fieles: Ecclesia audito nomine Mariæ genua terræ infigit, etc.


Desde el nacimiento del Cristianismo se han acostumbrado los fieles a no separar los dos augustos nombres de Jesús y de María; en aquellos primeros tiempos de fervor no se pronunciaba el uno sin el otro. La Religión es la misma hoy que era entonces; los verdaderos fieles tienen el día de hoy el mismo amor y el mismo respeto al Hijo, e igualmente profesan a la Madre la misma veneración y la misma ternura que se le profesaba en aquellos felices tiempos; esto es lo que junta ordinariamente estos dos augustos nombres en el corazón y en la boca de los Cristianos, especialmente a la hora de la muerte; de modo que no se ha visto Santo que no haya tenido la devoción y el dulce consuelo de morir pronunciando los santos nombres de Jesús y María. El santo nombre de María, nombre que es el terror de los infiernos, la alegría de los Ángeles en el cielo, y el consuelo de los fieles sobre la tierra, es tan dulce y tan respetable a toda la Iglesia, que ha establecido una fiesta particular a honra suya el domingo primero después del día de su Natividad. Al fin de esta vida se verá el motivo y la historia de esta fiesta.

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