VI. Los Sumos Pontífices y Concilios tocante a
la Inmaculada Concepción.
S.S. Sixtus IV |
Desde Sixto IV hasta hoy no ha habido papa, excepto
Pío III, Marcelo II y Urbano VII, que no vivieron sino uno o dos meses en el
pontificado, que no haya autorizado por sus bulas y breves la doctrina de la Inmaculada Concepción de la santísima
Virgen. La fiesta de la Inmaculada Concepción que establecieron los Sumos
Pontífices, y que se celebra en toda la Iglesia, es la prueba más auténtica de
este insigne privilegio; pues según el angélico Doctor santo Tomás, la Iglesia
Romana no puede celebrar fiesta a una cosa que no sea santa. No se puede decir
que el objeto de esta solemnidad sea el segundo momento de su vida, en el cual
la santísima Virgen haya sido santificada; porque por la palabra concepción no
se debe ni puede entender sino el primer instante de su vida; así lo entendió
Zacarías, obispo de Guardia, en los himnos que compuso de orden y con la
aprobación del papa León X y de Clemente VII, en los cuales dice que la
santísima Virgen fue creada en estado de gracia, y que en aquel primer instante
en que todos los hombres son hijos de ira, María fue ya el objeto de las
delicias y complacencias de Dios.
Aunque no tengamos por ecuménico al concilio de
Basilea, sin embargo, no puede menos de ser de un gran peso el consentimiento
de los Prelados y Doctores que se hallaron en él, dice el sabio Padre Vicente
Antiste, de la Orden de los Predicadores; a lo menos hace ver cuál era su modo
de pensar por lo tocante a la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen;
pues en la sesión 36 formaron un decreto, en que se prohíbe, so pena de
incurrir en la indignación del cielo, el defender la opinión contraria.
Finalmente, los Padres del santo Concilio de Trento
declararon, que en el decreto que hicieron para expresar la fe de la Iglesia
por lo que mira al pecado original, no pretendían comprender a la Inmaculada y
Bienaventurada Madre de Dios. No habiendo, pues, querido el santo Concilio
confundirla con los demás hombres en la ley general del pecado, ¿quién será tan
temerario que la envuelva en ella? El mismo Concilio, mandando que se
observasen las constituciones de Sixto IV bajo las penas enunciadas en dichas
constituciones, creyó haberse explicado bastante sobre este artículo, sin que
fuese necesario hacer sobre él un decreto más expreso.
En la adición del tratado del erudito P. Antiste, que
ya hemos citado, pretende el autor que el segundo concilio Niceno, el segundo
de Toledo, el sexto sínodo general bajo el papa Agatón, el concilio de
Francfort, el séptimo sínodo bajo Adriano, y el de Osona declaran
suficientemente haber sido inmaculada la concepción de la santísima Virgen,
aunque no hiciese sobre ello un artículo de fe[1]. Lo
cierto es que la fiesta de la Inmaculada Concepción se celebraba ya entre los
griegos en el siglo VII; se llamaba esta fiesta Panagia, que quiere decir la fiesta de todo santa en su concepción. Si la Iglesia Romana ha empezado más
tarde a celebrarla, no lo hace con menos solemnidad; y los Sumos Pontífices le
han dado los mismos privilegios en toda la Orden de san Francisco, que a la
fiesta y octava del Corpus. Al fin de esta historia se verá el concurso
maravilloso de todas las órdenes religiosas, de todas las universidades, de los
más grandes emperadores, de los reyes y de los pueblos en honrar a la
Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, y los monumentos que subsisten de
este cielo, y de esta singular y tierna devoción. El especial favor que hizo
Dios a la santísima Virgen en preservarla del pecado original en consideración a
su maternidad divina, es un privilegio tan singular, y que da una idea tan alta
de la incomparable santidad de María, que no se debe extrañar el que nos
hayamos extendido tanto sobre una tan grande prueba de distinción, y que se
puede llamar la más gloriosa época de su vida.
[1] Su Santidad Pío IX en su bula
Ineffabilis Deus, expedida el 8 de
diciembre de 1853, ha declarado dogma de fe el misterio de la Inmaculada
Concepción de María Santísima.
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