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domingo, 24 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Tercer Domingo de Cuaresma.

Tercer Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Efesios 5, 1-9)

No se oiga entre vosotros ni aun el nombre de fornicación, o de cualquiera otra deshonestidad, ni cosa que pueda ofender el pudor, como tampoco palabras que no vienen al caso, ni bufonadas, etc.

¡Qué lección tan importante, qué necesaria; pero qué mal observada el día de hoy! Ninguna cosa prueba mejor la espantosa corrupción de nuestro siglo que la licencia desenfrenada que se tiene de hablar de todo lo que ofende el pudor: no hay edad, no hay sexo que no ensucie su lengua con lo que mancha la imaginación y tizna el corazón. Aquel pudor, que hasta aquí nacía con los Cristianos, parece estar desterrado del mundo el día de hoy: las personas jóvenes, que parecía lo heredaban con la sangre, ya no lo conocen. Con tal que los términos no sean groseros, ya no se avergüenzan del mal sentido, ni de las sucias imágenes que producen. El ingenio brilla con la agudeza que se imagina haber en semejantes expresiones; se ríen de ellas, y hay tan poca cristiandad y tanto descaro, que todo lo que hace reír se juzga digno de aplauso. ¿Qué se ha hecho aquella vergüenza sabia y honesta que parece tan bien en la gente joven? ¿Aquella modestia cristiana que servía de adoro a la virtud? ¿Aquella delicadeza de conciencia que hacía el elogio del Cristianismo? Quomodo obscuratum est aurum, mutatus est color optimus? (Jerm. IV). Las palabras anuncian la licencia de las costumbres. Cuando la corrupción ha ganado el corazón, bien pronto se muda de lenguaje. Loquela tua manifestum te fecit: tu lenguaje dice quién eres. El alma hace aquí su retrato. El disimulo reina en el mundo; pero el libertinaje de corazón se disimula poco en las concurrencias mundanas. El Apóstol pone las conversaciones impertinentes y chocarreras en la clase de lo que ofende los oídos castos; y así no son menos perniciosas, especialmente cuando ofenden y hieren la Religión. Se hace chanza neciamente, se hace burla escandalosamente de lo más santo y más respetable que hay en el mundo. Un joven libertino cree hacer ostentación de ingenio si murmura con impiedad y hace mofa de la Religión; y no tiene bastante ingenio para conocer que por lo mismo da a entender que es un necio. En efecto, ¿Hubo jamás necedad más insigne que la de hacer chanza de una cosa tan seria como la Religión? Pero ¡Qué indignación no debe causar el oír a esta gente ociosa, la mayor parte casi sin religión, en quienes la disolución ha embrutecido el espíritu, debilitado la razón y corrompido el sentido común, hacer chacota de las verdades más terribles, y hablar como pudiera un pagano de nuestros más tremendos misterios! ¡Qué indignidad oír a unas mujerzuelas de un talento el más limitado, y que no tienen de grande otra cosa que un fondo inagotable de presunción y de desenvoltura, disputar sobre la gracia, decidir con descaro puntos de religión, desechar con insolencia las más de las decisiones de la Iglesia! ¿Qué hubiera dicho el Apóstol de esta extravagante debilidad, de esta especie de fanatismo, si hubiera visto en los fieles de su tiempo la misma licencia, la misma irreligión en las palabras, que se ve en los cristianos de nuestro siglo? Stultiloquium. Razonamientos fuera de propósito, conversaciones miserables y sin sustancia, donde todo lleva un carácter de irreligión y de necedad. En efecto, ¿Qué cosa más extravagante que sujetar a unas luces tan limitadas y tan débiles como las del espíritu humano, que no es capaz de comprender la naturaleza de una hormiga, ni de la hoja de un árbol, los más impenetrables abismos de la Divinidad, los más oscuros misterios de nuestra Religión, los adorables secretos de la gracia y de la predestinación, y todo lo que las celestes inteligencias se contentan con adorar sin comprenderlo? Esta licencia desenfrenada de los particulares y aun de los legos en querer hacerse como jueces en puntos de fe, y doctores supremos en materia de religión, ha dado principio, ha abierto la puerta a todas las herejías, y las mantiene y conserva. El espíritu particular ha sido en todos tiempos el carácter de los herejes: lisonjea demasiado la vanidad del sexo frágil y de los espíritus populares para no empeñarlos obstinadamente en un partido que los hace jueces en materia de religión, los eleva sobre los más grandes doctores de la Iglesia. Ved aquí lo que engrosa todas las sectas, y hace que las mujeres y el vulgo sean inconvertibles cuando han tenido la desgracia de dejarse pervertir y engañar del terror.

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