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sábado, 2 de febrero de 2019

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: XV. La Anunciación de la Santísima Virgen

XV. La Anunciación de la Santísima Virgen

La Anunciación de Leonardo Da Vinci

Había dos meses y algunos días que estos dos castos Esposos vivían como hermanos en el ejercicio de las más admirables virtudes, cuando habiendo llegado el dichoso momento en que Dios desde la eternidad tenía determinado enviar su Hijo al mundo, el ángel Gabriel fue enviado a esta incomparable Virgen, para anunciarla que en su seno debía obrarse este gran misterio, y para poner en su noticia que, habiendo resuelto el Verbo divino hacerse carne, la había escogido para madre suya, con preferencia a todas las demás mujeres. Se le apareció el Angel, dice san Bernardo, cuando invisible a toda criatura se inmolaba a su Dios en el fervor de la más sublime contemplación, y meditaba en su retiro el inefable misterio que no sabía había de obrarse en ella. El celestial enviado, lleno de respeto y veneración a la que ya miraba como a su Soberana, se la apareció en figura de un mancebo que despedía de sí rayos de luz, con los que alumbró toda la habitación, y la dijo: Dios te salve, llena de gracia; el Señor es contigo; bendita eres entre todas las mujeres.

La aparición de un Angel en figura de hombre asustó al principio algún tanto a la más pura de todas las vírgenes; y un elogio tan magnífico y tan lisonjero sobresaltó su humildad, y le causó algún sonrojo, de modo que pareció turbarse. Habiéndolo advertido el Angel, le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; concebirás y darás al mundo un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande de todos modos este Hijo, y los prodigios estupendos que obrará, publicarán bastante quién es, y le harán conocer visiblemente por el Hijo del Altísimo y por el Mesías que hasta aquí ha sido el objeto de todos los deseos, y la expectación de todos los siglos. Como hijo tuyo será descendiente de David, por ser tú de sangre Real; pero no debe sentarse en el trono por derecho de sucesión: la soberanía y el imperio le son debidos por otros muchos y muy diferentes títulos. Como verdadero Hijo de Dios reinará sobre todos los pueblos del universo; pero su corona no será de la misma naturaleza que la de los reyes de la tierra, los cuales no reinan más que sobre una nación, y solo por un cierto número de años; ninguno de estos deja de ver acabarse con su muerte su poder, su majestad y todos sus títulos. Tu Hijo fundará una nueva monarquía, la cual encerrará los pueblos en la misteriosa casa de Jacob; reinará en ella sin tener jamás ni competidores ni sucesores; porque el imperio de este gran Rey no tendrá otros límites que el universo entero, ni otra medida de su duración que la misma eternidad.

Ya se deja conocer cuáles serían entonces los sentimientos de la más humilde de las criaturas. No podía comprender María cómo Dios hubiese podido poner los ojos en ella para el cumplimiento de un misterio tan admirable, tan inefable y tan incomprensible a todo creado entendimiento; por otra parte la cualidad de madre la confundía y asustaba; tanto era el aprecio en que tenía la de virgen, y esto fue lo que la obligó a preguntar cómo se haría lo que el Angel le anunciaba. Quomodo fiet istud? Lo que no hubiera preguntado, dice san Agustín, si no hubiera hecho voto de perpetua virginidad: Quod profecto non diceret, nisi virginem se ante vovisset. (Lib. de Virg.). 

Le respondió el Angel que no se asustara, que Dios era todopoderoso, y que su bondad era igual a su omnipotencia; que habiéndola escogido, por una predilección tan conocida, para ensalzarla a una dignidad tan alta, haría en su favor el más estupendo de todos los milagros; que su virginidad no padecería la menor lesión, pues esta virtud debía ser una de las principales cualidades de la Madre del Mesías; que para aquietarla, quería declararla que el adorable hijo de que había de ser madre en el tiempo, no tendría otro padre que aquel que es engendrado ante todos los siglos; que ella no tendría otro esposo, propiamente hablando, que al Espíritu Santo; el cual, siendo la virtud del Altísimo, formaría milagrosamente en ella de su propia sustancia el divino fruto que había de llevar; el cual, lejos de ajar la flor de su virginidad, la haría más brillante y más pura; y por esto, añadió el Angel, el santo niño que nacerá de ti, será verdadero Hijo de Dios, no precisamente por denominación, sino realmente y por naturaleza; y para hacerte ver, continuó, que nada le es imposible a la omnipotencia de Dios, sábete que tu prima Isabel, en una edad en que naturalmente no podía esperar tener hijos, ha concebido y está preñada de seis meses: tanta verdad es que nada es difícil al Todopoderoso; pues el que ha podido dar un hijo a una mujer vieja, después de tantos años de esterilidad, puede muy bien dársele a una virgen.

Mientras que el santo Angel estaba hablando, María, ilustrada de una luz sobrenatural, comprendió perfectamente toda la economía y todas las maravillas de este inefable misterio, para el cual Dios la había preparado desde su Inmaculada Concepción, y la había colmado de todos aquellos favores celestiales que resplandecían en ella tan visiblemente; y así, anonadándose delante de Dios exclamó: Hé aquí la esclava del Señor; hágase en mí lo que me has anunciado. Dicho esto desapareció el Angel; y en el mismo instante el Espíritu Santo formó de la sangra (o sustancia) más pura de la santísima Virgen el cuerpo más hermoso que hubo jamás; y habiendo criado la más perfecta alma, la infundió en aquel cuerpo, y unió uno y otro sustancialmente a la persona divina del Verbo eterno, el cual de este modo se hizo carne haciéndose hombre: Et Verbum caro factum est. Al momento mismo que se obró todo esto, y que fue la primera época de nuestra redención, todos los espíritus celestiales adoraron a este Hombre-Dios, y María vino a ser verdadera madre de Dios, sin dejar de ser virgen.

Preguntar cómo y por qué se hizo este prodigio, sería envilecerle y como degradarle, dice san Agustín; pues es cierto que el misterio de la Encarnación del Verbo no sería la obra de Dios por antonomasia, si se pudiera dar razón de él; y no tendría la ventaja de distinguirse por su singularidad, si en el orden de la naturaleza o de la gracia se pudiera encontrar algún ejemplo semejante: Hic si ratio quæritur, non erit mirabile: si exemplum, non erit singulare. Es verdad que cuando el Angel hizo la proposición a María, no dejó esta de decir: ¿Cómo se hará esto? Pero esta pregunta, dice san Crisóstomo, fue efecto de una profunda y respetuosa admiración, no de una presumida y vana curiosidad; y si María quiso saber de qué modo se verificaría lo que se le anunciaba de parte del cielo, no fue por incredulidad, sino por un puro celo y por un sincero amor de la virginidad que había votado, y que prefería a la misma maternidad divina.

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