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lunes, 17 de marzo de 2014

LA VOZ DEL PAPA: LA SEMILLA ES LA PALABRA DE DIOS. IV. El sembrador de la Palabra de Dios.

IV.  EL SEMBRADOR DE LA PALABRA DE DIOS



a)     TODO SACERDOTE, CON LA CONVENIENTE CIENCIA Y VIRTUD, ESTÁ LLAMADO A PREDICAR.
“Por consiguiente, todo sacerdote dotado de la conveniente ciencia y virtud, con tal que posea los dones naturales que se requieren para no tentar a Dios, está llamado a predicar, y no habrá razón para que no sea elegido por el obispo para tal cargo. Esto mismo es lo que quiere el concilio de Trento (ses.24, de R., c.4) cuando manda que los obispos no permitan predicar a los que no estén probados en virtud y ciencia” (Benedicto XV, Humani generis 4, 15 de junio de 1917).

b)    LA PREDICACIÓN ES PARA ÉL UN DERECHO INALIENABLE Y UN DEBER IMPRESCINDIBLE.
“Pero el sacerdote católico es, además, ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios (1 Cor. 4,1), con la palabra, con aquel ministerio de la palabra (Act. 6,4), que es un derecho inalienable y a la vez un deber imprescindible que le ha sido impuesto por el mismo Cristo Nuestro Señor: Id, pues, enseñad a todas las gentes…, enseñándoles a observar todo cuando yo os he mandado (Mt. 28, 19-20). La Iglesia de Cristo, depositaria y custodio infalible de la divina revelación, derrama por medio de sus sacerdotes los tesoros de la verdad celestial, predicando a Aquel que es luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Io. 1,9), esparciendo con divina profusión aquella semilla, pequeña y despreciable a la mirada profana del mundo, pero que, como el grano de mostaza del Evangelio (Mt. 13,21), tiene en sí la virtud de echar raíces sólidas y profundas en las almas sinceras y sedientas de verdad y hacerlas como árboles que resistan a los más recios vendavales”. (Pío XI, Ad Catholici sacerdotii 18: Col. Enc., p.926).

c)     PORQUE POR MEDIO DE LA PREDICACIÓN EJERCITA LA IGLESIA SU MINISTERIO DE LA PALABRA.
“La Iglesia ejercita su ministerio de la palabra por medio de los sacerdotes, distribuidos convenientemente por los diversos grados de la jerarquía sagrada, a quienes envía por todas partes como pregoneros infatigables de la buena nueva, única que puede conservar, o implantar, o hacer resurgir la verdadera civilización. La palabra del sacerdote penetra en las almas y les infunde luz y aliento; la palabra del sacerdote, aun en medio del torbellino de las pasiones, se levanta serena y anuncia impávida la verdad e inculca el bien: aquella verdad que esclarece y resuelve los más graves problemas de la vida humana; aquel bien que ninguna desgracia, ni aun la misma muerte, puede arrebatarnos; antes bien, la muerte nos lo asegura para siempre” (Pío XI, Ad catho. sacerdotii 19: Col. Enc., p.926-927).

d)    EL QUE TIENE CARGO DE PREDICACIÓN SE ENCUENTRA EN LA VANGUARDIA DEL EJÉRCITO DE CRISTO.
“Tener cura de almas y cargo de predicación en las grandes ciudades significa, hoy más que nunca, encontrarse en la vanguardia de la milicia de Cristo. Significa contarse entre aquellos sobre los cuales, más que sobre los demás, gravita el pondus diei et aestus (Mt. 20,12); entre aquellos a cuyo espíritu sobrenatural, a cuya probada experiencia, a cuya incondicional fidelidad y entrega está, más que a los restantes, encomendada la suerte de la Iglesia y del rebaño de Cristo” (Pío XII, A los predicadores de Cuaresma, 2 de marzo de 1950).

e)     EL PREDICADOR NECESITA DE TODO PUNTO LA CIENCIA SAGRADA.
“Al predicador le es de todo punto necesaria la ciencia, como hemos dicho, y quien de su luz está privado, fácilmente tropieza, según la muy verídica sentencia del concilio Lateranense IV: “La ignorancia es la madre de todos los errores”. Sin embargo, no queremos entender esto de toda ciencia, sino de aquella que es propia del sacerdote, y que, por decirlo en pocas palabras, abraza el conocimiento de sí mismo, para que cada uno excluya sus propias utilidades; y el de Dios, de modo que haga que todos le conozcan y le amen; y el de los deberes, para que él cumpla los propios y haga a cada cual cumplir los suyos. La ciencia de todas las otras cosas, si falta ésta, infla y nada aprovecha” (Benedicto XV, Humani generis 4).

f) COMO EMBAJADORES DE CRISTO, LA MISIÓN DEL PREDICADOR ES DAR TESTIMONIO DE LA VERDAD.
“Lo que los predicadores deben proponerse al cumplir el encargo recibido se desprende de que pueden y deben decir como San Pablo: Somos embajadores de Cristo (2 Cor. 5,20). Pues si son embajadores de Cristo, deben querer en el cumplimiento de su embajada lo mismo que Cristo quiso al encomendársela, es decir, lo mismo que Él se propuso mientras vivió sobre la tierra. Porque ni los apóstoles ni, después de los apóstoles, los predicadores son enviados de otra manera que como el mismo Cristo: Como me envió mi Padre, así os envío yo (Io. 20,21). Y ya sabemos a qué bajó Cristo del cielo, pues claramente lo dijo (Io. 18,37): Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad (Io. 10,10); Yo he venido para que tengan vida” (ibid. 4).

g)     SÓLO LOS QUE ARDEN EN AMOR SABEN INFLAMAR A LOS DEMÁS.
“¡Oh si todos los que se emplean en el ministerio de la palabra amaran de veras a Jesucristo! ¡Oh si pudiesen decir aquello de San Pablo: Por cuyo amor todo lo sacrifiqué (Phil. 3,8), y mi vivir es Cristo! (Phil. 1, 21). Sólo los que arden en amor saben inflamar a los demás. Por eso San Bernardo amonesta así al predicador: “Si eres sabio, te mostrarás fuente y no canal” (In Cant. Cant. serm. 12), esto es: “Está tú mismo lleno de lo que dices, y no te contentes con predicarlo a los demás”. Pero, como añade el mismo Doctor, “hoy en la Iglesia tenemos muchos canales y, en cambio, muy pocas fuentes” (ibid. 6).

h)    PORQUE LA PREDICACIÓN SIN LA CARIDAD ES UNA CONTRADICCIÓN.
“Aquel que como apóstol del Evangelio, como anunciador de las verdades eternas y de la buena nueva se encuentra frente al mundo, no puede y no debe obrar sino en nombre del amor. El paulino aes sonans aut cymbalum tinniens (1 Cor. 13,1) para ningún otro es válido más inexorablemente que para el predicador a cuya palabra falta la unción de la caridad. Puede haber predicadores a los que les falte el don de la facundia. Un apostolado sin facundia es posible. Un apostolado sin amor es una contradicción en los términos. Por eso tened siempre ante los ojos la sentencia de un gran romano y de un gran Papa (cf. S. Gregorio M., Hom. 17 in Evang. 1: PL 76,II39): “Qui charitatem erga alterum non habet, praedicationis officium suscipere nullatenus debet” (Pío XII, A los predicadores de Cuaresma de Roma, 2 de marzo de 1950).

i)      NECESITA TAMBIÉN EL PREDICADOR TENER PACIENCIA EN LOS TRABAJOS, CON LO QUE PURIFICA SU ALMA Y DA EJEMPLO AL PUEBLO.
“Ahora bien, esta paciencia en los trabajos, si en verdad resplandece en el predicador, así como lo limpia de cuanto haya en él de humano y le alcanza la gracia de Dios para hacer fruto, así también es increíble hasta qué punto recomienda su labor delante del pueblo cristiano” (Benedicto XV, Humani generis 4).

j)      ADEMÁS DE QUE POCO PUEDEN MOVER LAS VOLUNTADES LOS QUE NO TIENEN ESPÍRITU DE SACRIFICIO.
“Por el contrario, no pueden mover las voluntades aquellos que, adondequiera que vayan, buscan más de lo justo las comodidades de la vida, de tal suerte que, mientras tienen sermones, casi no atienden a ninguna otra cosa de su sagrado ministerio, de modo que aparece que cuidan más de su propia salud que de la utilidad de las almas” (ibid., 4).

k)    PERO, SOBRE TODO, EL PREDICADOR LO QUE NECESITA ES EL ESPÍRITU DE ORACIÓN, PARA CONSEGUIR LA DIVINA GRACIA.

“Es necesario al predicador lo que se llama el espíritu de oración: así nos lo da a conocer el Apóstol, el cual, luego que fue llamado al apostolado, se decidió a ser hombre de oración: Que está orando (Act. 9,2). Porque no se halla la salud de las almas hablando con facundia ni disertando con agudeza o perorando con vehemencia; el predicador que en esto se para no es más que bronce que suena o címbalo que retiñe (1 Cor. 13,1). Lo que hace que la palabra humana tenga poder y sirva maravillosamente para la salud, es la divina gracia: Quien dio el crecimiento fue Dios (1 Cor. 3,6). Ahora bien, la gracia de Dios no se obtiene con estudio y arte, sino que se alcanza con la oración. Por lo tanto, el que poco o nada es dado a ella, en vano consume sus trabajos y sus cuidados en la predicación, pues delante de Dios no alcanza provecho ni para sí ni para los demás” (ibid., 4).

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