V. Cómo sienten los Padres de la Iglesia
acerca de la Inmaculada Concepción de María.
S.S. Gregorio XV |
No se hallará Padre alguno de la Iglesia que sea de
otra opinión en cuanto a la Inmaculada
Concepción de la santísima Virgen, destinada a ser Madre de Dios (D. Ansel. de Nat. Virg.). Convenía, dice
san Anselmo, que esta Señora fuera tan pura, que no se pudiera imaginar mayor
pureza que la suya en ninguna otra criatura. No era justo, dice san Cipriano,
que este vaso de elección (habla de María) estuviese sujeto a la infelicidad
común de los otros hombres; pues aunque participó de la naturaleza humana, no
participó de la culpa (D. Bern. epist. ad
Lugd.). A la verdad, dice san Bernardo, ¿quién puede creer que lo que se le
concedió a Eva, madre de los hombres, que fue creada sin pecado, se le negase a
María, Madre de Dios? Sobre esta incomparable cualidad de Madre de Dios se
funda san Agustín, cuando dice que es menester exceptuar de la ley general a la
santísima Virgen, de la cual, dice, no puedo sufrir que se haga mención alguna
cuando se trata del pecado; y esto por la honra que se le debe al Señor, de
quien es Madre; porque estamos ciertos que esta Señora recibió más gracia y más
auxilios para vencer enteramente al pecado, la cual mereció concebir y parir al
que jamás tuvo ni pudo tener pecado. Las palabras del santo Doctor son tan
bellas, que no es razón omitirlas (Aug. lib.
de Nat. et Grat. 46): Excepta sancta
Virgine, de qua propter honorem Domini nullam prorsus, cum de peccato agitur,
habere volo quæstionem; inde, enim scimus quod ei plus gratiæ collatum fuit ad
vincendum omni ex parte peccatum, quæ concipere, et parere meruit eum, quem
constat nullum habuisse peccatum. No solo no pretende san Agustín
comprender a la santísima Virgen cuando trata del pecado origianl, en que son
concebidos generalmente todos los hombres, sino que ni aun puede sufrir que se
ponga en cuestión si estuvo sujeta a él. La razón que alega explica todavía
mejor su pensamiento; porque sabemos, dice el santo Doctor, que esta
incomparable Virgen recibió tanto más abundantes gracias para triunfar
enteramente del pecado, cuanto mereció concebir y parir al que la fe nos enseña
haber sido exento de todo pecado, y absolutamente incapaz de tener nada de
común con el pecado. ¿De dónde podría venir, dice en otra parte, la mancha a
una casa en que ningún habitante, esto es, ningún deseo terreno, ningún
extranjero entró jamás, ni fue habitada jamás sino por el Señor que la creó? Unde sordes in domo in qua nullus
habitator terræ accessit? Solus ad eam ejus fabricator et Dominus venit
(D. Hier. epist. ad Eust.). No
hay duda, dice san Jerónimo, que la Madre del Señor debió ser de una pureza tan
grande y de una santidad tan perfecta, que no se la pudiese echar en cara haber
sido manchada jamás con el menor pecado. María es aquella vara de que habla el
Espíritu Santo, dice san Ambrosio, toda derecha, toda lisa y resplandeciente,
en la cual jamás se halló ni el nudo del pecado original, ni la corteza del
actual.
Este sentimiento es tan universal y tan común entre
los Padres de la Iglesia, que no se sabe haya habido alguno que se haya
atrevido a poner en duda si la santísima Virgen contrajo el pecado original.
Este insigne privilegio les pareció a todos tan
conveniente a la augusta cualidad de Madre de Dios, que no hallaron términos
bastante pomposos ni bastante enérgicos para publicar y celebrar esta primera
gracia; y todas las razones de este insigne privilegio las encierra san Agustín
en decir que la carne de Jesús es una parte, o es la misma carne que la de
María Madre de Dios: Caro Jesu, caro est
Mariæ (Aug. de Assumpt. B. V.).
A la verdad, ¿qué hijo podría jamás sufrir que su
madre hubiese estado un solo instante cubierta de lepra, que hubiese estado en desgracia
del soberano, y que hubiese sido esclava de su mayor enemigo, si hubiera estado
en su poder el estorbarlo? El Hijo de Dios pudo embarazar el que su Madre
estuviese en el primer instante de su concepción cubierta de la lepra del
pecado original, y por consiguiente en desgracia de Dios y bajo la tiranía del
demonio; ¿quién, pues, se atreverá a imaginar, dice el ya citado san Bernardo,
que no la haya preservado? Esto obligó a los Sumos Pontífices a prohibir tan
expresamente el defender jamás que la santísima Virgen fue envuelta en la masa
común; y Gregorio XV en su bula de 24 de mayo de 1622 prohíbe no solo el que se
enseñe en las escuelas y se predique en los púlpitos, sino también el que se
defienda aun por vía de conversación, que la Virgen santísima contrajo el
pecado original. He aquí cómo habla el Sumo Pontífice en dicha bula:
“Después de un largo y maduro examen, hecho con toda
la atención y diligencia posible, declaró y mandó nuestro santísimo padre el
Papa, y por el presente decreto ordena y manda a todos y a cada uno en
particular, así eclesiásticos como seculares, de cualquier orden religioso que
sean, de cualquier clase, condición y dignidad que puedan ser, que en adelante
no se atrevan a defender, predicar o enseñar en los púlpitos o en las escuelas,
en sus lecciones, ni en ninguno de todos los demás actos públicos, que la
santísima Virgen fue concebida en pecado original; y quiere y declara Su
Santidad, que cualquiera que contravenga al presente decreto, incurra en las
censuras y penas, etc. Por las mismas razones, y bajo las mismas penas prohíbe
Su Santidad defender, aun en las conversaciones particulares o en escritos
privados, que la santísima Virgen fue concebida en pecado original.” Post longam et maturam discussionem, etc.
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