Nota del Acólito: La Misa correspondiente al domingo 16/02/14 es la del Domingo de Septuagésima. Al inicio de este post que Ud. está a punto de leer, el P. Croisset comienza explicando la particularidad que existe en el calendario litúrgico con respecto al sexto domingo después de Epifanía. Sin embargo, por efectos de dar continuidad a la digitación de la obra de donde se sacan estos textos dominicales, para gozo espiritual de quien lo lee y para efectos de usos futuros, hemos decidido publicarlo.
DOMINGO 6º.
DESPUÉS DE EPIFANÍA. D. – VERDE
Salmo
96, 7-8
Epístola
de San Pablo a los Tesalonicenses 1, 2-10
San
Mateo 13, 31-35
Como el día de
Pascua, que es siempre el domingo que sigue al catorce de la luna de marzo,
arregla el número de los domingos desde la Epifanía hasta la Septuagésima,
sucede ordinariamente que este sexto domingo se transfiere, y es raro que haya
seis domingos desde la fiesta de los Reyes hasta la Septuagésima. En esto, sin
duda, ha consistido que este sexto domingo haya estado tanto tiempo sin tener
un oficio particular. Cuando se celebraba este sexto domingo, se repetía el
oficio entero del domingo precedente. El papa san Pío, quinto de este nombre,
fue el que le agregó una Epístola y un Evangelio propios, con el introito y las
demás partes de la Misa que se han hecho comunes a todos los domingos, desde el
tercero después de la Epifanía, hasta la Septuagésima, como se ha dicho.
El introito de
la Misa de este día es el mismo que el de la Misa de los tres domingos
precedentes, del cual se ha hablado ya. Se añade solamente aquí, que san Pablo
cita este pasaje en tercera persona. Adórenle todos los Ángeles, dice, rindan
sus homenajes y adoraciones al Hijo único de Dios Padre, revestido de nuestra
carne. El hebreo añade a la significación de Ángeles, la de todas las
potestades de la tierra, y principalmente los jueces y los príncipes,
cualquiera que sobre la tierra ejerce alguna autoridad sobre los demás hombres,
cualquiera que esté adornado con un carácter de grandeza, de independencia, de
superioridad, venga a rendir homenaje al soberano Monarca de los monarcas, al
supremo Juez de los jueces mismos; y, según el Caldeo, los Ángeles, los grandes
de la tierra, todos los adoradores de los ídolos vengan a adorar al mismo Señor
y solo verdadero Dios.
La Epístola de la Misa está tomada del
capítulo I de la primera carta de san Pablo a los tesalonicenses. Habiéndose
visto precisado el santo Apóstol a salir de Filipos, después de haber sido allí
azotado públicamente con varas, y sufrido una prisión cruel por Jesucristo,
vino a Tesalónica, ciudad de Macedonia, en donde los judíos tenían una
sinagoga. San Pablo fue a ella, según su costumbre, y por tres sábados
consecutivos (Actor. XI), les hizo
discursos sacados de la Escritura, declarándoles y haciéndoles comprender que
había sido necesario que el Cristo sufriese y que resucitase; y este Jesucristo
que yo os anuncio, les decía, es el verdadero Mesías. Un gran número de judíos,
y todavía mayor de gentiles, creyeron y se juntaron a Pablo y a Silas, su
discípulo y compañero; mas no tardó mucho el Apóstol en verse precisado a dejar
esta ciudad, por la malicia y los celos de los judíos que le acusaron de que
sublevaba al pueblo, y predicaba un nuevo rey, que era Jesucristo. De
Tesalónica fue el Apóstol con Silas a Berea. Predicó allí, e hizo muchas
conversaciones; pero habiéndolo sabido los judíos de Tesalónica, vinieron para
hacerles salir bajo los mismos falsos pretextos de que se habían valido en
Tesalónica. Los fieles, pues, condujeron a san Pablo hasta el mar, donde se
embarcó para Atenas. Silas y Timoteo permanecieron en Berea, para confirmar la
nueva iglesia que acababa de fundarse allí. Desde Atenas pasó san Pablo a
Corinto: se hallaba, no obstante, en grande inquietud sobre el estado de los
nuevos fieles que había dejado en Macedonia, cuando llegaron Silas y Timoteo, y
le colmaron de alegría y de consuelo, haciéndole saber la perseverancia y el
fervor de los fieles de Tesalónica y de toda la provincia. Le refirieron que
perseveraban constantemente en la fe y en la caridad, a pesar de lo que habían
tenido que sufrir, y de las persecuciones que se suscitaban contra ellos; en
términos que habían sufrido de parte de sus conciudadanos los mismos
tratamientos que los fieles de la Judea habían tolerado de parte de los judíos.
Le dijeron también que había entre ellos algunos que se afligían mucho por la
muerte de sus allegados. Habiendo recibido san Pablo unas noticias tan
consolantes de aquella naciente iglesia, escribió esta carta a los
tesalonicenses, en la que, después de haber dado gracias a Dios, les alaba,
porque habiendo una vez recibido la fe, la han conservado en su pureza, y
porque siguiendo el ejemplo, no solo de Pablo, sino del Señor, han llegado a
ser un modelo para todos los que creen, por cuanto ellos dan a conocer a todo
el mundo qué fruto ha hecho entre ellos la Palabra de Dios que él les ha
predicado.
Damos, les dice,
continuas gracias a Dios por todos vosotros, sin olvidaros jamás en nuestras
oraciones; teniendo delante de Dios nuestro Padre la memoria de lo que obra
vuestra fe, de vuestros trabajos, de vuestra caridad, de vuestra firmeza en los
peligros y en las persecuciones: en estas ocasiones es en donde la fe brilla en
toda su fuerza: en ellas donde aparece su utilidad, y donde principalmente es
necesario hacer uso de ella. También sabemos, hermanos míos amados de Dios,
como habéis sido escogidos, en medio de tantos otros que quedan sepultados en
las tinieblas del error, mientras que vosotros habéis sido llamados a la fe y
al conocimiento de su nombre; favor por el que nunca seréis bastante
agradecidos al Padre de las misericordias. A la verdad, añade el Apóstol, la
virtud del Espíritu Santo y los milagros han acompañado mi predicación; pero
también vosotros habéis correspondido a la gracia, y habéis hecho tan grandes
progresos en los caminos de Dios, que habéis llegado a ser un modelo para todos
los fieles de Macedonia y de la Acaya; y vuestra fe en Jesucristo, vuestro
ánimo en los peligros, vuestra constancia en las más violentas persecuciones y
en todo género de pruebas os han atraído la admiración de todas las iglesias; y
lo que es más consolante para mí y para vosotros, es que vuestra virtud os ha
dado tantos imitadores como admiradores. Por la cruz ha entrado Jesucristo en
su gloria; por los trabajos han hecho los Apóstoles triunfar el Evangelio, y
por los sufrimientos se perfeccionan los cristianos, y llegan a la felicidad
que les está preparada. Ciertamente, nada contribuyó más en los primeros
tiempos al progreso del Evangelio, que la vida pura, irreprensible, edificante
de los primeros fieles; nada contribuiría todavía hoy tan poderosamente a la
conversión de los pecadores y de los herejes, que la pureza de las costumbres y
la piedad de los cristianos de nuestros días. No se habla por todas partes más,
continúa, que de las maravillas que Dios ha hecho entre vosotros por nuestro
ministerio; vuestra conversión maravillosa autoriza extraordinariamente nuestra
doctrina; se publica por todas partes una mutación de costumbres tan admirable,
una conversión tan pasmosa, y de todo esto que se admira en vosotros se
concluye; de esa inocencia que no se ha desmentido nunca, de esa modestia tan
ejemplar, de esa caridad tan universal, de esa piedad, de esa hospitalidad, de
esa tan benéfica cordialidad, que tanto honor hacen al Cristianismo, se
concluye, repito, de todo esto que una religión que hace tantos prodigios, y
que es tan eficaz y tan santa, no puede menos de ser la única verdadera.
Concluyamos también nosotros, que si todos los fieles viviesen hoy como
cristianos, muy pronto habría bien pocos herejes e infieles.
El Evangelio de la Misa de este día es la
continuación de el del domingo precedente, tomado del capítulo XIII de san
Mateo, donde el Salvador, continuando en instruir al pueblo, les propone dos
parábolas familiares, muy a propósito para suavizar los espíritus más groseros,
y hacerlos espirituales.
Acababa el
Salvador de comparar la Iglesia a un campo fértil y cultivado en donde el
enemigo de la salud durante la noche había sembrado cizaña entre el buen grano.
Había también comparado su doctrina con la semilla, que no pide más cultura,
después que el labrador la ha echado en tierra; ella brota, ella crece, sin que
él sepa de qué manera se hace esto, ni ponga en ella la mano. Esta última
parábola era muy clara, y no tenía necesidad de explicación. Se dejaba ver
bastante que el buen grano designaba la buena doctrina, la cual recibida en un
alma bien dispuesta, hace en ella efectos prodigiosos, pero de un modo tan
dulce que apenas se percibe. Lo que había que temer era, dice el sabio de
Montereul, que los discípulos del Salvador, viéndose en pequeño número, y
rodeados de enemigos, no se dejase poseer de la tristeza y del decaimiento.
Quiso, pues, por tanto fortificarles, haciéndoles ver como su Iglesia, tan
pequeña en su nacimiento, crecería de tal modo algún día, que llenaría toda la
tierra. ¿A qué, les decía, compararé yo el reino de Dios, y de qué parábola me
serviré para daros una verdadera idea de él? Figuraos por una parte un grano de
mostaza, y por otra un poco de levadura. Este grano tan pequeño entre las
diversas especies de granos cuando se siembra, o en un huerto, o en un campo
bien cultivado; este grano, dice, produce una planta que crece hasta una altura
tal, que no solo cubre todas las legumbres, sino que arroja grandes ramas, y
puede pasar por un gran árbol. En efecto, sus ramas son tan extendidas, tan
gruesas y tan fuertes, que los pájaros cansados de volar vienen a buscar en
ellas la sombra, a reposar, y aun a hacer sus nidos. He aquí una imagen
bastante natural de mi Iglesia, que debe extenderse de un modo incomprensible a
los sabios del mundo y a todo entendimiento humano.
Representaos
también, añade, un poco de levadura que una mujer pone en tres medidas de
harina, y que esparciéndose por todas, tiene bastante virtud para hacer
fermentar toda la masa. De este modo instruía el Salvador al pueblo,
complaciéndose en tratar con los más sencillos, hasta familiarizarse con ellos;
no diciéndoles nada que fuese superior a sus alcances; no proponiéndoles en sus
parábolas sino cosas muy comunes y de un uso ordinario, y acomodándose al
carácter del espíritu de todos sus oyentes por medio de este lenguaje figurado
tan común a las gentes del país. De este modo el Maestro de todos los doctores
verificaba en su persona lo que en otro tiempo había predicho de Él un profeta:
Hablaré en parábolas, publicaré cosas que
han estado ocultas desde la creación del mundo.
La religión
cristiana, la predicación del Evangelio, la Iglesia designada aquí bajo el
nombre de Reino de los Cielos, es semejante, dice el Salvador, a un grano de
mostaza, el más pequeño de todas las semillas; porque esta Iglesia, que no fue
en su principio más que un número pequeño de hombres sencillos y groseros,
unidos a Jesucristo, se ha elevado en lo sucesivo sobre todas las falsas
religiones del mundo, y esto con una rapidez tan grande, que en pocos siglos ha
borrado y hecho desaparecer todas las demás religiones, a pesar del poder, la
extensión y la antigüedad del paganismo. Los pájaros del aire han venido a
posar sobre sus ramas; es decir, que de tal manera se ha aumentado, que los
grandes del siglo, los entendimientos más sublimes y más distinguidos por su
ciencia, no se han avergonzado de la simplicidad del Evangelio y de la humildad
de la Cruz. Al parecer nada hay al principio en el corazón más que la primera semilla
de la gracia; pero seamos fieles a ella, y veremos lo que puede producir. En
las obras de Dios no debe maravillarnos el ver lo débil de sus principios; es
este su carácter propio.
La levadura de
que habla aquí el Salvador es la doctrina evangélica, que oculta al principio
en un rincón de la Judea, extendió en seguida y ha esparcido su virtud por toda
la tierra; es la gracia en un corazón que la conserva en secreto, y que le da
tiempo para obrar su mutación. Esta gracia es la que debe derramarse y
comunicarse secretamente en todas nuestras acciones para hacerlas meritorias.
Esta levadura es la que hace fermentar la masa; sin la gracia todas nuestras
acciones son insípidas, y no son agradables delante de Dios. ¡Dichosos los
cristianos, porque han aprendido estas verdades sublimes y estas máximas
admirables, que tantos siglos habían ignorado! Pero desgraciados también
aquellos cristianos a quienes este conocimiento no hace mejores, y que por
consiguiente hace más criminales. El Señor no nos habla ya por figuras y
parábolas; el Espíritu Santo ha hecho a los fieles capaces de estas verdades
tan sublimes; la fe ha disipado aquellas tinieblas tan espesas que impedían a
los hombres el ver la verdad. Pero ¡qué desgracia más temible que el ver la
verdad, y no seguirla! ¡qué desgracia el conocer el bien que se debe hacer, y
no practicarlo!
El grano de
mostaza se hace árbol. Ninguna cosa era más conocida de las gentes del país que
esta comparación. En los países cálidos y en los terrenos fértiles las plantas
llegan a una altura mucho mayor que lo que se ve en nuestros climas. Se lee en
el Talmud de Jerusalén y de Babilonia, esto es, en las dos colecciones de las
tradiciones judaicas que se hicieron la una en Jerusalén y la otra en
Babilonia, que en judío llamado Simón tenía un vástago de mostaza que llegó a
ser tan alto y tan fuerte, que un hombre hubiera podido subir encima sin
romperle. Se refiere también allí que otro pie de mostaza tenía tres ramas, de
las cuales un servía de sombra a algunos olleros que trabajaban debajo en el
estío, para guarecerse de los ardores del sol.
FUENTE: P. Jean Croisset SJ, Año Cristiano ó ejercicios devotos para todos los domingos, cuaresma y fiestas móviles, TOMO I, Librería Religiosa. 1863. (Pag.131-136)
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