La voz del Papa:
“id a los abandonados”
* * *
a) El Papa invita a los católicos a ir a los pobres y
abandonados, que esperan la proximidad de un hermano que llore con ellos.
“Id, dilectos hijos e hijas, id a
los humildes, a los pobres, a los enfermos, a los infelices, a los abandonados
por el mundo; id a ellos para levantarlos, para restaurarlos, para consolarlos,
para ayudarlos, para animarlos. En sus desazones, en sus sufrimientos, en sus
dolores, en su soledad, sientan ellos la proximidad del hermano que llora con
ellos, que toma parte en su desventura y miseria, que es su amigo en la
adversidad, que tiene una mano que los ampare, una palabra que calma su
desdicha y les señala, por encima de la fugaz apariencia del tiempo, los
inmutables bienes de la eternidad” (Pio XII, A los dirigentes de la Acción
Católica Italiana [4 septiembre 1940] n.19: Col. Enc., p.1154).
b) A ir a la juventud, amada de Cristo, expuesta a tantos
peligros, para cultivar la semilla de la Fe.
“Id a la juventud, pues aunque en
Italia la prudencia de los gobernantes ha reconocido la enseñanza religiosa en
las escuelas elementes y medias, como “fundamento y perfección de la
instrucción pública” (cf. Concordato entre la Santa Sede e Italia a.36), sin
embargo, por su condición y fervor juvenil, se halla sujeta a encontrarse con
tantos y tan graves peligros, que tiene necesidad de una vigilancia cada vez
más asidua y profunda. Los jóvenes son la esperanza de la familia y de la
patria. Jesús mismo amó singularmente a los niños, y amó al joven virtuoso; y
en los núcleos de la juventud, ávida de lo por venir, cálida en sus
entusiasmos, impávida ante los obstáculos, es donde encuentra la Esposa de
Cristo sus levitas, aquellos corazones tan ardientes y generosos que habrán de
guardar el arca santa y llevarán la buena nueva a todo el pueblo y a todas las
gentes hasta los confines de la tierra. En medio de la juventud, haceos
abanderados, maestros, compañeros; haceos jóvenes con los jóvenes, niños con
los niños, caricias y su abrazo divino; entrad en sus almas para conservar en
ellas las flores de la inocencia y de la virtud y sembrarlas con las semillas
de aquella sabiduría de camino, de verdad y de vida, lámpara de la fe, que a la
postre ha de posarse en el último descanso de la tumba. (ibid, n.20: Col. Enc.,
p.1154).
c) A ir a los adultos, en cuyos espíritus se levante el
grito angustioso del alma inmortal.
“Id también a los adultos, que, al
crecer en su juventud y educarse en una atmósfera saturada de agnosticismo,
cuando el hombre, temerario investigador de la materia y de la naturaleza, se
ensoberbecía por sus inventos y por sus sueños, enfrentándose con Dios, hoy, al
derrumbarse tantas ideologías y sistemas, sienten, consciente e
inconscientemente, que desde el fondo de su espíritu se levanta el grito
angustioso del alma inmortal, no satisfecha ya con los triunfos de la ciencia
puramente humana ni con los atractivos del progreso moderno; grito que suscita
en ellos la adormecida, pero irresistible nostalgia de acercarse a Jesucristo y
a los inefables fulgores de su doctrina” (ibid., n.21: Col. Enc., p.1155).
d) A ir en medio del mundo, confiando en Cristo Luchando
por todos los medios, dirigidos por la jerarquía.
“Id en medio del mundo. Confiad en
Cristo, que ha venido al mundo. Que vuestras armas sean el apostolado de la
oración, del ejemplo, de la pluma, de la palabra; la humildad y la
benevolencia, la paciencia y la mansedumbre, la prudencia y la discreción; la
caridad prudente, que condesciende con los equivocados, pero no con el error,
porque nada desea más ni con mayor ardor toda alma humana que la verdad. Sean
vuestras reglas y artes en la palestra espiritual todas aquellas múltiples
iniciativas y actuaciones que llegaren a aprobar, coordinar y dirigir los
obispos y la Comisión Cardenalicia que Nos hemos constituido” (ibid., n.22: Co.
Enc. P.1155).
e) Es necesario ir a los pobres, adonde ellos viven.
“Pero ir a los pobres no quiere
decir caminar sobre mullidas alfombras en lujosas moradas. Ellos viven en
tristes casuchas, a veces sin techo siquiera, como aquellos desgraciados
nómadas, y entre ellos dos niños, que en esta misma Roma dormían bajo un
carromato sobre la desnuda tierra. Además, deberéis buscar siempre a los pobres,
cuando estén dispuestos a escuchar cuanto de bueno se les quiera decir. Así,
una señora colocábase todas las mañanas muy temprano sobre la terraza que daba
al cuartucho en que un hombre violento vivía en concubinato con una
desventurada digna de él, y a quien aquella compasiva compañera vuestra habíase
empeñado en convertir de nuevo a Dios; y allí permanecía a veces bajo intensa
lluvia, hasta que se abría la puerta, con la esperanza de que al fin también se
abrirían los corazones. Otra señora, para llevar a feliz término la preparación
religiosa de una joven israelita, no rehuía los calores del verano, soportados
en un rincón de obscura tienda, para instruir a su catecúmena” (Pío XII, A las Damas de San Vicente de Paúl, de
Roma, 13 de marzo de 1940).
f) Un cristiano convencido del Espíritu de Cristo y de la
Historia de la Iglesia, no puede permanecer en un cómodo aislacionismo ante las
necesidades del hermano.
“Al contrario, el espíritu y el
ejemplo del Señor, que vino para buscar y salvar lo que estaba perdido; el
precepto del amor, y, en general, el sentido social que irradia de la buena
nueva; la historia de la Iglesia, que demuestra cómo ella ha sido siempre el
apoyo más firme y más constante de todas las fuerzas del bien y de la paz; las
enseñanzas y las exhortaciones de los Romanos Pontífices, especialmente en el
correr de los últimos decenios, sobre la conducta de los cristianos para con el
prójimo, con la sociedad y el Estado, todo esto proclama la obligación del
creyente de ocuparse, según su condición y su posibilidad, con desinterés y con
valor, en las cuestiones que un mundo atormentado y agitado tiene que resolver
en el campo de la justicia social, no menos que en el orden internacional del
derecho y de la paz.
Un cristiano convencido no puede
encerrarse en un cómodo y egoísta aislacionismo, cuando es testigo de las
necesidad y de las miserias de sus hermanos; cuando le llegan los gritos de
socorro de los desheredados de la fortuna; cuando conoce las aspiraciones de
las clases trabajadoras hacia unas condiciones de vida más razonables y más
justas; cuando se da cuenta de los abusos de un ideal económico, que coloca el
dinero por encima de todos los deberes sociales; cuando no ignora las
desviaciones de un intransigente nacionalismo, que niega o conculca la
solidaridad entre cada uno de los pueblos, solidaridad que les impone múltiples
deberes para con la gran familia de las naciones” (Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1948 n.9:
Col. Enc., p.268).
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