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jueves, 7 de marzo de 2019

SAN PEDRO JULIÁN EYMARD: EL AMOR DE JESÚS EN LA EUCARISTÍA

EL AMOR DE JESÚS EN LA EUCARISTÍA


Et nos credidimus charitati, quam habet Deus in nobis
“Y nosotros hemos creído en el amor, que nos tiene Dios” (1Jn 4, 16)

Nosotros hemos creído y creemos en el amor que Dios nos tiene. ¡Frase profunda!
Podemos distinguir aquí dos clases de fe: la fe en la veracidad de Dios, cuando nos habla y nos hace promesas, la cual se exige a todo cristiano, y la fe en su amor; ésta es más perfecta que la anterior y como su complemento y corona.
La fe en la verdad, si no conduce a la fe en el amor, de nada sirve.
¿Cuál es este amor en que debemos creer?
Es el amor de Jesucristo, el amor que nos profesa en la Eucaristía, amor que se identifica con Él, puesto que es Él mismo, amor vivo, infinito...
Felices aquéllos que creen en el amor que Jesús nos tiene en la Eucaristía; ellos aman ya porque el creer en el amor es amar. Los que se contentan con creer solamente en la verdad de la Eucaristía no aman, o aman poco.
Pero ¿cuáles son las pruebas del amor que Jesús nos profesa en la Eucaristía?

I
En primer lugar está su divina palabra, su sinceridad: Él nos afirma que nos ama, que ha instituido este sacramento a causa del amor que nos tiene. Luego es verdad.
¿No creemos en la palabra de un hombre honrado? ¿Por qué ha de ser Jesucristo menos digno de fe?
Cuando uno quiere demostrar a su amigo el afecto que le tiene, se lo declara por sí mismo y le estrecha la mano con afecto.
Para notificarnos el amor que nos tiene tampoco se vale nuestro señor Jesucristo de los ángeles ni de otra clase de mensajeros; Él mismo en persona nos lo da a conocer. El amor no gusta de intermediarios.
Para eso se ha quedado entre nosotros perpetuamente, para repetirnos sin cesar: “Yo os amo; bien veis que es verdad que os amo”.
Tanto temía nuestro Señor que llegásemos a olvidarle, que para impedirlo fijó su residencia en medio de nosotros, y de entre nosotros escogió también su servidumbre, a fin de que no pudiésemos pensar en Él sin pensar al mismo tiempo en su amor. Dándose de esta manera, y con estas positivas afirmaciones de su amor, espera no se le olvidará.
Todo el que piensa seriamente en la Eucaristía, y sobre todo quien de Ella participa, siente indefectiblemente que Jesús le ama. Comprende que tiene en Él a un padre, se siente amado como hijo y se cree con derecho para llegarse a su Padre y dirigirle la palabra. En la iglesia, al pie del tabernáculo, conoce que se halla en la casa paterna: lo siente así.
¡Ah, comprendo el interés de los que quieren vivir cerca de las iglesias, como a la sombra de la casa paterna!
Así es cómo Jesucristo nos afirma su amor en el santísimo Sacramento: nos lo dice interiormente y nos lo hace sentir. Creamos, creamos en su amor.

II
Pero ¿me ama Jesús personalmente?
Para saberlo basta contestar a esta pregunta: ¿Pertenezco a la familia cristiana?
En una familia, el padre y la madre aman por igual a todos sus hijos, y si hay alguna preferencia es siempre a favor del más desgraciado.
Nuestro señor Jesucristo tiene, respecto de nosotros, todos los buenos sentimientos de un buen padre: ¿por qué negarle esta bondad?
Por lo demás, vemos cómo ejercita este amor personal con cada uno de nosotros. Todas las mañanas viene a ver en particular a cada uno de sus hijos para hablarle, visitarle y abrazarle; y aunque hace mucho tiempo que repite su venida, su visita de hoy es tan amable y graciosa como la primera. Él no ha envejecido, ni se ha cansado de amarnos ni de entregarse a nosotros.
¿No se da enteramente a cada uno? Y si son muchos los que acuden a recibirle, ¿acaso se divide? ¿Por ventura da menos a uno que a otro?
Aunque la Iglesia esté llena de adoradores, ¿no puede cada uno hacer oración y hablar con Jesús? Y Jesús, ¿no escucha y atiende a cada uno como si estuviese solo en el templo?
He aquí el amor personal de Jesús. Cada uno lo toma todo entero para sí sin que por eso cause perjuicio a los demás. Es como el sol que difunde su luz para todos y cada uno de nosotros, o como el océano para todos y cada uno de los peces. Jesús es más grande que todos nosotros juntos, es inagotable.

III
La constancia del amor de Jesús en el santísimo Sacramento es otra prueba de su amor.
¡Qué aflicción más grande causa al alma que lo comprende! Se celebran en la tierra todos los días, sin interrupción, un número casi incontable de misas, y muchas de ellas, en las que Jesús se ofrece por nosotros, se celebran sin oyentes, sin concurrencia de fieles. En tanto que Jesús, sobre este nuevo calvario, pide misericordia por los pecadores, éstos pasan el tiempo ultrajando a Dios y a su Cristo.
¿Por qué nuestro señor Jesucristo renueva tan frecuentemente este sacrificio, siendo así que los hombres no se aprovechan de él?
¿Por qué permanece de noche y de día en tantísimos altares donde nadie acude a recibir las gracias que Él ofrece a manos llenas?
Es porque ama y no se cansa de esperar, aguardando nuestra llegada.
Si Jesús no descendiese a nuestros altares más que en determinados días temería que algún pecador, movido por un buen deseo, le buscase, arrepentido, y no encontrándole tuviese que esperar...; prefiere esperar Él durante muchos años antes que hacer aguardar un instante al pecador, el cual se desalentaría tal vez cuando quisiera salir de la esclavitud del pecado.

¡Oh cuán pocos son los que piensan que hasta ese punto nos ama Jesús en el santísimo Sacramento! Y, sin embargo, así es. ¡Ah!; no creemos en el amor de Jesús. ¿Trataríamos a un amigo, a un hombre cualquiera, como tratamos a nuestro señor Jesucristo?

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