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jueves, 7 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Jueves después de Ceniza.

Jueves después de Ceniza. Reflexiones.
(Lección del profeta Isaías 38, 1-6)

Arregla los negocios de tu casa, porque morirás. No solo se dirigen estas palabras al rey Ezequías, hablan también con todos los que viven sobre la tierra. Grandes del mundo, felices del siglo, ricos negociantes, gentes de negocios, pobres artesanos, cualquiera que seáis, de cualquier estado, en cualquier condición, viejos y jóvenes, he aquí lo que dice el Señor: poned en orden los negocios de vuestra casa; o conforme a un sentido todavía más justo, según el espíritu de la Escritura: poned en orden los negocios de vuestra conciencia, porque moriréis muy pronto, y siempre más pronto de lo que pensáis. No hay necesidad de un profeta para anunciarnos este decreto: Escritura santa, libros espirituales, oráculos divinos, luz de la gracia, inspiraciones santas, todo lo publica; y a pesar de esta publicidad, ¿Cuántos mueren sin haber puesto en orden los negocios de su conciencia, y sin estar dispuestos para ello? Nada hay durante la vida de que se dude menos, de que jamás se haya nadie atrevido a dudar, que de la muerte. Nacemos con la certidumbre de que hemos de morir. No es una certidumbre que se adquiere; puede decirse que ella previene, en algún modo, al uso de la razón. Estamos seguros de que es preciso morir, y se vive como si la muerte fuese incierta. ¿Se viviría con más licencia e irregularidad, en un olvido de Dios más largo y más irreligioso, en una indolencia más constante por su salvación, en un caos más embrollado y más espantoso de conciencia que lo que se vive? ¿Se viviría de un modo menos cristiano, si no se debiese nunca morir? Se espera arreglarlo todo en la hora de la muerte; pero ¿Es aquel el tiempo? ¿Se tratan así los negocios temporales? ¿Se deja para la hora de la muerte el tomar cuentas a un arrendador? ¿Se difiere para la muerte el arreglar sus negocios, examinar la ganancia o la pérdida con un asociado? ¿Se dilatan hasta entonces los negocios del comercio, la venta o la compra de una tierra, la discusión de sus derechos sobre una herencia, la instrucción de un proceso? ¿Quién no tiene por la locura más insigne, y la imbecilidad de entendimiento más bien marcada, el dejar para la última enfermedad un negocio de alguna consecuencia? Uno de los primeros avisos de un médico, uno de los primeros cuidados de los parientes, de los amigos, y hasta de las personas más sabias, es que no se hable de ningún negocio a un enfermo, impedir aun que piense en él, porque no está en estado de oír hablar ni aun de bagatelas; ¿Y se deja para aquel tiempo corto e incierto, para aquel tiempo de dolor, de espanto, de turbación, de flaqueza de cuerpo y de espíritu, el negocio de la salvación, que es el que pide mayor aplicación, más tranquilidad, penetración y fuerza? En el tiempo en que se goza de perfecta salud es cuando se debe pensar, cuando es preciso arreglar los negocios de la conciencia; pero ¡Entonces se alega que está uno fatigado, atolondrado, apurado! Y ¿En la muerte se tendrá toda la libertad, todo el espacio, toda la aplicación y fuerza necesarias? ¡Qué estudio, qué penetración qué paciencia, cuando es preciso desembrollar una conciencia cargada de restituciones, de reparaciones, de circunstancias, de injusticias: ¿Y será tiempo de hacer todo esto en la muerte? ¡Qué error! ¡Qué extravagancia! ¡Qué locura! Sin embargo nada hay más común hoy en día que esta conducta tan lamentable.

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