¡BIENVENIDOS!

Este es un blog dedicado a la FE CATÓLICA de siempre. Contáctanos si deseas a: propaganda.catolica2@gmail.com

sábado, 9 de marzo de 2019

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: XX. La purificación de la Santísima Virgen.

XX. La purificación de la Santísima Virgen.

A los cuarenta días del nacimiento del Salvador, los que habían pasado en Belén un poco menos mal alojados que en el establo, el día 2 de febrero la Santísima Virgen y san José, religiosos observantes de la ley, fueron a Jerusalén a cumplir la ceremonia legal de la presentación del Hijo, y de la purificación de su Madre.

Es evidente que la ley de la purificación de ningún modo hablaba con María, la cual, habiendo concebido únicamente por el Espíritu Santo, y habiendo logrado ser madre sin dejar de ser virgen, no podía tener necesidad de purificarse; y por consiguiente no estaba comprendida en una ley que solo se dirigía a las mujeres ordinarias. Toda purificación supone alguna mancha; pero ¿qué impureza podía haber en la que, sin dejar de ser virgen, había logrado ser madre? dice san Agustín. Unde sordes in virgine María? ¿Qué mancha en aquella en quien el Verbo se hizo carne? María, pues, estaba absolutamente dispensada de esta ley; pero basta que fuese este un acto de humildad y de religión para creerse obligada a cumplirle, sin atender a su calidad de Madre de Dios, ni a su privilegio de virgen: ve que el mismo Jesucristo se había sujetado a la ley humillante de la circuncisión; no es razón, pues, dice, que me dispense yo de la purificación legal cuarenta días después de mi parto.

En consecuencia de esto se fue al templo con su querido Hijo en los brazos, ofreció al Señor dos pichones, como la ley lo ordenaba respecto de los pobres, pues María jamás se avergonzó de serlo: dio también cinco siclos, lo que hacía como unos diez y seis reales vellón de nuestra moneda, por el rescate de aquel que había de inmolarse un día en la cruz por la redención de todos los hombres, al cual le rescató para criarle, digámoslo así, como una sagrada víctima que se le había encargado, y que ella tenía solo en depósito.

Si en esta ceremonia hizo la Santísima Virgen un sacrificio como virgen, sujetándose a la purificación legal, no lo hizo menor como madre, presentando a su querido Hijo; pues ofreciéndole al eterno Padre, se le ofrecía para la muerte de cruz, a pesar de toda su ternura maternal, sacrificando así todo lo que tenía de más amado y de más precioso en el mundo para la salvación de todos los pecadores. Por esto la aplica san Buenaventura en esta ocasión estas palabras de san Juan (Joan. III): Sic Deus dilexit mundum, ut Filium suum unigenitum daret. María, dice el santo Doctor, amó al mundo hasta dar a su Hijo único por su rescate: Sic María dilexit mundum, ut Filium suum unigenitum daret. 

Bastante sabido es lo que pasó en esta santa ceremonia, y sobre toda la predicción que el santo viejo Simeon hizo a María, cuando teniendo el divino infante en sus brazos, y encarándose a su madre, la dijo: Eres la más dichosa de todas las mujeres, por tener un hijo como este; pero prevente para ser la más afligida, pues verás con tus propios ojos el indigno modo con que será tratado un día por aquellos mismos cuya salvación habrá procurado por todos medios. Te digo también que este Divino Niño, que es el objeto de tus delicias, y de las complacencias de Dios su Padre, será puesto por blanco de la contradicción; y aunque ha venido al mundo por la salvación de todos, sin embargo, muchos por su culpa no se aprovecharán del beneficio de la redención; y así al que no habrán querido tener por salvador, le tendrán por juez. Finalmente te digo a ti en particular, que tendrás no poca parte en todo lo que padecerá este tu querido Hijo, y que una espada traspasará tu alma por el dolor que sentirás al verle padecer y morir en el más cruel de todos los suplicios.


Es probable que esta predicción no la cogió desprevenida a la Santísima Virgen. Instruida en todo el misterio, había ido ella misma a ofrecer su querido Hijo al eterno Padre, en calidad de víctima, consintiendo y suscribiendo de todo corazón a cuanto el Salvador había determinado padecer y sufrir por la salvación de los hombres. Esta resignación en la voluntad de Dios, este asenso a sus órdenes no fue el menor sacrificio que la Santísima Virgen tuvo que hacer durante su vida; y por esto, sin duda, no se movió ni dio un paso por defender la inocencia de su querido Hijo durante su pasión.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario