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viernes, 8 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Viernes después de Ceniza.

Viernes después de Ceniza. Reflexiones.
(Lección del profeta Isaías 58, 1-9)

¿Por qué hemos ayunado, y no habéis apreciado nuestros ayuno? ¿Por qué hemos humillado nuestras almas, y no habéis hecho caso de nosotros? ¡Qué triste es y qué doloroso haber hecho en vano grandes gastos! Ayunar, macerar su carne, llevar una vida dura y austera, esto es lo que hacen todavía hoy muchos bonzos, o sea monjes budistas en el Japón; algunos herejes en Europa, y todos los falsos devotos y penitentes en el mundo cristiano; pero ¿Qué recompensa sacan de todas estas exterioridades afligentes? ¿Qué fruto de todas estas farsas de religión? ¿Qué premio de todas estas obras incómodas? Si Dios no atiende a todas estas artificiosas austeridades, porque no es Él el motivo de ellas; si no se digna ni aun mirarlas, porque no están marcadas con su sello, ¿Qué valor es el suyo, qué precio, qué mérito? Separados de la Iglesia, solo son unos penitentes reprobados. Privados, desnudos de la gracia santificante por el estado de pecado, vuestras obras y vuestras austeridades no serán jamás el objeto de sus recompensas. Que os satisfaga vuestra falsa penitencia el mundo, por el cual os habéis mortificado; los hombres por quienes os habéis incomodado; el partido por cuyos intereses os habéis sacrificado. El demonio tiene sus mártires; ¿Por qué no tendrá también sus confesores y sus penitentes? La herejía, el cisma tienen sus partidarios, que son siempre sus víctimas. Se ayuna en Londres, en Ginebra, en Amsterdam; ¿Puede mirar Dios con agrado una ofrenda hecha por una mano enemiga? Le mueve poco al soberano Pastor lo que sufren las ovejas que no son de su redil; se le da muy poco al Padre de familias de los que no pertenecen a ella. A los que les toca la desgracia de vivir y morir fuera del seno de la Iglesia ningún derecho les asiste a los méritos y a las recompensas de Jesucristo. Ni basta estar en el seno de la Iglesia para que los ayunos y las penitencias sean meritorias; es necesario además estar en gracia del Salvador. Inútilmente se macera el cuerpo, si el espíritu se alimenta con el orgullo, si el corazón no se compadece de las miserias de sus hermanos. En vano es uno duro consigo mismo, si es también duro con los demás. El fin de mi precepto, dice el Señor, no es el de afligirlos con esta austeridad; al ordenaros que ayunéis, no intento que extenuéis vuestro cuerpo con el ayuno; lo que yo he pretendido es que macerando vuestra carne por la penitencia hicieseis ayunar, por decirlo así, vuestras pasiones; que afligiendo vuestra alma con estos inocentes rigores tuvieseis entrañas de compasión con vuestros hermanos a quienes viereis en la miseria. He querido que contritos por haberme desagradado, nada omitieseis para agradarme. Qué ¿No es el ayuno que yo apruebo este? Romped los lazos de la impiedad; vivid en la inocencia; ejercitaos en la práctica de la caridad; llenad todas las obligaciones de vuestro estado con fervor, con puntualidad; sed cristianos, sed religiosos en toda vuestra conducta. ¡Buen Dios! ¡Qué sentimiento, qué desesperación para aquellas personas consagradas solemnemente al servicio de Dios, que hacen profesión de una vida penitente, una vida austera, si por no haber domado sus pasiones, por haberles faltado la devoción, por haber seguido su inclinación, por haberse entregado a los errores del espíritu y a la corrupción del corazón, por no haber tenido bastante delicadeza de conciencia, por no haber observado sus votos, se ven reprobadas!

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