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sábado, 16 de marzo de 2019

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: XXI. Huye la Santísima Virgen a Egipto con el niño Jesús.

XXI. Huye la Santísima Virgen a Egipto con el niño Jesús.

No estuvo mucho tiempo María sin ver el cumplimiento de lo que el santo viejo Simeon le había predicho tocante a las persecuciones que se suscitarían contra su Hijo; pues apenas la santa Familia había llegado a Nazaret de vuelta de Jerusalén, cuando un Ángel se apareció en sueños a san José, y le dijo de parte de Dios que se levantara al instante, que tomara al niño y a la madre, y huyera a Egipto, y que no volviera sin una orden expresa del Cielo; porque va a suceder, le añadió, que Herodes buscará al niño para quitarle la vida; y así no hay que perder tiempo. Levántase, José, toma a la madre y al niño, y se retira a Egipto. El viaje era largo e incómodo, sobre todo para una mujer joven y muy delicada. El término del viaje no podía servirles de consuelo, pues iban a vivir a una tierra extraña, entre un pueblo idólatra y naturalmente duro con los extranjeros. Pero Dios, en cuya mano están los corazones de todos los hombres, trocó de tal suerte el de los egipcios en favor de esta familia refugiada, que fue recibida de todos con una benignidad y una caridad cuales no se debían esperar naturalmente. La mansedumbre y la modestia de la Santísima Virgen ablandaron e hicieron tratables desde el primer día aquellos espíritus fieros y supersticiosos, y aquellos corazones insensibles hasta entonces a las miserias ajenas; por otra parte, cierto aire de majestad sobrenatural que relucía en el niño Jesús, daba tal golpe, que no se le podía mirar sin veneración y sin ternura. Permaneció en Egipto la santa Familia hasta la muerte de Herodes; esto es, un año con poca diferencia; pues habiendo muerto infelizmente este tirano pocos meses después de haber hecho degollar a los niños inocentes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a san José, y le dijo: Toma al niño y a la madre, y volveos a la tierra de Israel, porque los que querían matar al niño han muerto ya. Se levantó san José, tomó al niño y a la madre, y se vino a la tierra de Israel; pero oyendo decir que Arquelao reinaba en la Judea en e lugar de su padre Herodes, y temiendo que con el cetro hubiese heredado la ambición, los celos y la crueldad de su padre, no se atrevió a ir allá; pero avisado en sueños que fuese a Galilea, se retiro a Nazaret, que era el lugar de su nacimiento, y el del nacimiento de la Santísima Virgen. En esta afortunada ciudad permaneció oculto este rico tesoro por mucho tiempo: en este oscuro retiro alimentó y crió la Madre de Dios a un Dios niño con todo el amor, con todo el cuidado, con todo el respeto que merecía tan querido hijo, el cual era Dios y hombre a un mismo tiempo.

La sagrada Historia nada más nos dice en particular ni de la madre ni del hijo mientras estuvieron en este oscuro retiro, sin duda porque es más fácil imaginarse que decir todo lo que pasó de maravilloso, de misterioso y de inefable durante la santa infancia y en aquella primera edad del Salvador, así por parte de la más santa, de la más tierna y de la más amante de todas las madres, como por parte del más admirable, del más hermoso y más respetable de todos los niños. Puede decirse que todos los torrentes de delicias sobrenaturales, en que son inundados los bienaventurados, se hallaban como unidos en esta santa Familia. ¡Qué ternuras y qué transportes de amor los de la Santísima Virgen a vista de su querido Hijo! Su corazón estaba todo ocupado en contemplar a su querido Hijo, al cual le tenía en sus brazos continuamente, y le quería cien veces más que a sí misma. Sabía que este Divino Niño era su Creador, su Salvador y su Dios: con su respeto, con sus adoraciones, con sus cariños, con su amor y con su culto suplía los actos de religión y de reconocimiento que le eran debidos de parte de los hombres, de quienes este Dios-Hombre era todavía desconocido.

Habiendo llegado Jesús a la edad de doce años, inspiró Dios a la Santísima Virgen y a san José que le llevaran consigo a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Acabada la solemnidad, como todos los que eran de una misma ciudad o de un mismo país se juntaban para volverse en compañía unos de otros, caminaban repartidos en muchas bandas o pelotones: el Salvador dejó partir a la Santísima Virgen y a san José, los cuales en la inteligencia de que Jesús iba en una de las dos bandas, no le echaron menos hasta por la tarde. Aunque la Santísima Virgen no ignoraba que todo era sabiduría y misterio en la conducta de su querido Hijo, con todo no dejó de afligirla sensiblemente este eclipse, como lo mostró cuando le volvió a encontrar; pues habiendo vuelto con san José al otro día por la mañana a Jerusalén, y habiéndole encontrado en el templo sentado en medio de los doctores oyéndoles, preguntándoles y encantándoles con una sabiduría anticipada y sobrenatural que le hacía admirar en todas sus respuestas, le dijo: Hijo, ¿Por qué lo has hecho así con nosotros? Tu padre y yo te hemos andado buscando afligidos y traspasados de dolor. La respuesta de Jesús explicó el misterio que había en esto, e hizo ver bastantemente que no había habido culpa en ellos; pues si se habían quedado en Jerusalén, solo había sido por hacer la voluntad de su Padre Celestial. ¿Para qué me buscabais? Les respondió, ¿No sabíais que debo emplearme en las cosas que miran a mi Padre? Habiendo partido después con ellos, vino a Nazaret, y les estaba sujeto. Esto es todo lo que nos dicen de la Madre y del Hijo los escritores sagrados. En efecto, los Evangelistas nada más nos enseñan, nada más nos dicen de lo que pasó en todo aquel espacio de tiempo que hubo desde los doce años de la vida de Jesucristo hasta los treinta: creen haber hecho bastante con decir: Et erat subditus illis: estaba sujeto a ellos.


Es verdad que estas dos palabras encierran un gran sentido; y haciendo en miniatura el retrato de las profundas humillaciones del hijo, hacen el elogio más elocuente y más pomposo de las sublimes grandezas de la madre. Y a la verdad, ¿Se puede imaginar cosa más admirable, ni que dé más golpe que ver a un Dios que se emplea en obedecer a una pura criatura, y que lo mira esto como una especie de obligación? Por otra parte, ¿Puede haber dignidad más sublime que la de tener derecho de mandar a un Dios? ¡Qué humildad la de Jesucristo en estar sujeto a José y a María! ¿Y qué gloria es comparable a la de María en tener la misma autoridad sobre Jesucristo, que tienen todas las madres sobre sus hijos? ¿Qué se puede decir de una pura criatura que dé una idea más alta de su excelencia, de su santidad, de su mérito y de su poder, que decir que Jesucristo, este Dios-Hombre la estaba sujeto? ¿Qué título de nobleza más bien fundado, qué calidad más respetable, qué superioridad más visible y más bien establecida sobre todos los Ángeles y hombres, que la que le da a la Santísima Virgen su augusta e incomparable cualidad de Madre de Dios? Pues esto es lo que significan y lo que dicen estas palabras del Evangelio: Y Jesús les estaba sujeto: Et erat subditus illis.

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