XIV. La Santísima Virgen se desposa con San José.
Luego que la santísima Virgen hubo cumplido los quince
años, se juntaron sus parientes más cercanos, todos de la tribu de Judá, y de
la familia de David con ella. Entre todos los que estaban en estado de casarse
con María, se eligió a san José, a quien la Divina Providencia había destinado
desde la eternidad para ser el tutor y el padre legal y putativo del Salvador,
como esposo de María, madre natural y verdadera de Jesús. algunos son de
parecer que era tío de la santísima Virgen, o a lo menos su primo hermano; lo
cierto es, que era uno de sus parientes más cercanos, de la misma tribu y de la
misa sangre Real que ella, aunque la fortuna le había reducido a la humilde
condición de artesano, pues era carpintero; pero, por más oscura que fuese su
condición, ningún hombre, dice san Epifanio, fue jamás, ni más noble, ni más
rico que él a los ojos de Dios; ninguno llegó con mucho al mérito, a la pureza
y a la eminente santidad de este gran Patriarca; el mismo santo Padre añade,
que san José era entonces de una edad muy avanzada, y que prevenido desde su
primera juventud en una gracia especial, casi desconocida en aquel tiempo entre
los judíos, no había querido jamás casarse, resuelto a guardar perpetua
virginidad toda su vida; que si asintió a la caída de la edad al casamiento con
María, su parienta, fue porque conociendo su eminente virtud y su
extraordinario amor a la castidad, se prometió vivir siempre virgen en el
matrimonio, también se cree que entrambos se habían convenido en ello antes de
desposarse.
Se efectuó el matrimonio en Jerusalén. No tanto
fueron, dice el célebre Gerson, dos esposos los que contrajeron, cuanto una
virginidad que se enlazó con otra: Virginitas
nupsit. Jamás vio el cielo esponsales tan santos, ni más dignos de ser
honrados con la asistencia de toda la corte celestial; y es probable que lo
fueron de la de todos los espíritus bienaventurados. Muchas iglesias celebran
fiesta particular a los Desposorios de María con José el 22 de enero, que se
cree haber sido el día de esta augusta ceremonia (En España se celebra el 26 de
noviembre). Jamás se vio casamiento más digno ni más feliz, porque jamás hubo
casamiento tan santo; si María recibió un custodio y un protector de su
virginidad, José, dice san Juan Damasceno, recibió con ser esposo de María la
más augusta cualidad que se puede imaginar sobre la tierra: Virum Mariæ; nihil præterea dici potest.
Santo Tomás es de parecer que a poco tiempo de haberse celebrado este dichoso
matrimonio, san José y la santísima Virgen hicieron de mutuo consentimiento
voto de virginidad, o le renovaron. Este acto de religión, dice el santo
Doctor, es demasiado perfecto, para que dos personas tan santas se descuidasen
de hacerle; y sus inclinaciones sobre este particular estaban demasiado
conformes para no convenir en la práctica de una tan admirable virtud, estando
animados entrambos de un mismo Espíritu Santo, que es el que tiene un cuidado
particular de las almas castas.
El voto de perpetua castidad había sido hasta entonces
inaudito, porque había sido desconocido; pues aunque había habido santos
personajes en el Antiguo Testamento que había vivido celibatos, como Elías,
Eliseo, Daniel y los tres jóvenes que fueron conservados milagrosamente en el
horno encendido de Babilonia, no nos consta se hubiesen obligado por voto a
vivir en un estado tan perfecto. María, dice san Ambrosio, es la primera que ha
dado ejemplo de esta virtud, y la que por el voto que hizo de perpetua
virginidad levantó sobre la tierra el estandarte, digámoslo así, de la
virginidad; y la que por su ejemplo ha atraído tras sí aquella infinidad de
vírgenes que siguen al Esposo celestial, y componen su brillante corte, según
las palabras ya citadas de real Profeta: Adducentur
regi virgines post eam. Esta Esposa tan querida, esta Madre tan digna, ¡oh
Rey de gloria! Te traerá tras sí una infinidad de almas puras e inocentes, un
sinnúmero de vírgenes que, siguiendo su ejemplo, te consagrarán su virginidad,
y vendrán alegres y gozosas a consagrarse a ti en tu templo: in lætitia et exultatione adducentur in
templum regis. ¿Por ventura novemos cumplida a la letra esta profecía en
todas esas santas y numerosas comunidades de religiosas, de quienes debe ser el
modelo, según el espíritu de su instituto? Quiso Dios que esta Virgen purísima,
que había de ser Madre de su Hijo sin dejar de ser virgen, se casara, dice san
Jerónimo, lo primero, para que se pudiese saber que era de la tribu de Judá y
de la raza de David, porque no se podía tejer la genealogía de las mujeres
entre los judíos sino por medio de las de sus maridos: Ut per generationem Joseph origo Mariæ monstraretur. Lo segundo,
para que su milagroso preñado no se la imputase a delito; lo que no hubiera
podido evitar si no se hubiera casado. Lo tercero, para que en su huida a
Egipto, para librar al niño Jesús de la crueldad de Herodes, tuviese el socorro
y alivio de su esposo, tanto en el viaje como en la detención que había de
hacer en aquella tierra extranjera: Ut in
ægyptum fugiens, haberet solatium.
San Ignacio, mártir, añade todavía otra razón, dice el mismo san Jerónimo, para
que el demonio, dice el Santo, ignorase la milagrosa concepción del Mesías,
pareciéndole que no podía haber nacido de una virgen habiendo nacido de una
mujer casada: Ut partus ejus celaretur
diabolo, dum eum putat non de virgine sed de uxore generatum. Fácilmente se
deja comprender cuál sería la vida santa y edificante de los dos santos
Esposos; ¡qué paz, qué virtud, qué mutua veneración en esta augusta familia!
Nazaret admiraba la eminente santidad y las pasmosas virtudes del uno y del
otro; pero ignoraba el valor del tesoro que poseías; sola la celestial
Jerusalén conocía todo el mérito de ambos; sola ella sabía que María era el
templo vivo del Espíritu Santo y el santuario de la Divinidad, como la llaman
los santos Padres. Vivió esta Señora con gran retiro todo el tiempo que estuvo
en Nazaret; su ocupación ordinaria era la oración y la contemplación. Como no
perdía jamás a Dios de vista, ni el trabajo de manos interrumpía su oración, ni
el cuidado de su corto ajuar su íntima unión con Dios; jamás se vio modestia
tan perfecta ni tan respetable; con solo dejarse ver, infundía un respeto y una
veneración sin igual. Rara vez se la veía en público, dice san Ambrosio; el
retiro tenía para ella atractivos maravillosos. Conversaba poco con los
hombres, porque toda su conversación era en los cielos; la caridad reglaba
todas sus visitas, y todos experimentaban los efectos de su misericordia: Eos solos solita cætus virorum invisere,
quos misericordia non erubesceret.
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