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sábado, 3 de mayo de 2014

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: XIV. La Santísima Virgen se desposa con San José.

XIV.  La Santísima Virgen se desposa con San José.


Luego que la santísima Virgen hubo cumplido los quince años, se juntaron sus parientes más cercanos, todos de la tribu de Judá, y de la familia de David con ella. Entre todos los que estaban en estado de casarse con María, se eligió a san José, a quien la Divina Providencia había destinado desde la eternidad para ser el tutor y el padre legal y putativo del Salvador, como esposo de María, madre natural y verdadera de Jesús. algunos son de parecer que era tío de la santísima Virgen, o a lo menos su primo hermano; lo cierto es, que era uno de sus parientes más cercanos, de la misma tribu y de la misa sangre Real que ella, aunque la fortuna le había reducido a la humilde condición de artesano, pues era carpintero; pero, por más oscura que fuese su condición, ningún hombre, dice san Epifanio, fue jamás, ni más noble, ni más rico que él a los ojos de Dios; ninguno llegó con mucho al mérito, a la pureza y a la eminente santidad de este gran Patriarca; el mismo santo Padre añade, que san José era entonces de una edad muy avanzada, y que prevenido desde su primera juventud en una gracia especial, casi desconocida en aquel tiempo entre los judíos, no había querido jamás casarse, resuelto a guardar perpetua virginidad toda su vida; que si asintió a la caída de la edad al casamiento con María, su parienta, fue porque conociendo su eminente virtud y su extraordinario amor a la castidad, se prometió vivir siempre virgen en el matrimonio, también se cree que entrambos se habían convenido en ello antes de desposarse.

Se efectuó el matrimonio en Jerusalén. No tanto fueron, dice el célebre Gerson, dos esposos los que contrajeron, cuanto una virginidad que se enlazó con otra: Virginitas nupsit. Jamás vio el cielo esponsales tan santos, ni más dignos de ser honrados con la asistencia de toda la corte celestial; y es probable que lo fueron de la de todos los espíritus bienaventurados. Muchas iglesias celebran fiesta particular a los Desposorios de María con José el 22 de enero, que se cree haber sido el día de esta augusta ceremonia (En España se celebra el 26 de noviembre). Jamás se vio casamiento más digno ni más feliz, porque jamás hubo casamiento tan santo; si María recibió un custodio y un protector de su virginidad, José, dice san Juan Damasceno, recibió con ser esposo de María la más augusta cualidad que se puede imaginar sobre la tierra: Virum Mariæ; nihil præterea dici potest. Santo Tomás es de parecer que a poco tiempo de haberse celebrado este dichoso matrimonio, san José y la santísima Virgen hicieron de mutuo consentimiento voto de virginidad, o le renovaron. Este acto de religión, dice el santo Doctor, es demasiado perfecto, para que dos personas tan santas se descuidasen de hacerle; y sus inclinaciones sobre este particular estaban demasiado conformes para no convenir en la práctica de una tan admirable virtud, estando animados entrambos de un mismo Espíritu Santo, que es el que tiene un cuidado particular de las almas castas.


El voto de perpetua castidad había sido hasta entonces inaudito, porque había sido desconocido; pues aunque había habido santos personajes en el Antiguo Testamento que había vivido celibatos, como Elías, Eliseo, Daniel y los tres jóvenes que fueron conservados milagrosamente en el horno encendido de Babilonia, no nos consta se hubiesen obligado por voto a vivir en un estado tan perfecto. María, dice san Ambrosio, es la primera que ha dado ejemplo de esta virtud, y la que por el voto que hizo de perpetua virginidad levantó sobre la tierra el estandarte, digámoslo así, de la virginidad; y la que por su ejemplo ha atraído tras sí aquella infinidad de vírgenes que siguen al Esposo celestial, y componen su brillante corte, según las palabras ya citadas de real Profeta: Adducentur regi virgines post eam. Esta Esposa tan querida, esta Madre tan digna, ¡oh Rey de gloria! Te traerá tras sí una infinidad de almas puras e inocentes, un sinnúmero de vírgenes que, siguiendo su ejemplo, te consagrarán su virginidad, y vendrán alegres y gozosas a consagrarse a ti en tu templo: in lætitia et exultatione adducentur in templum regis. ¿Por ventura novemos cumplida a la letra esta profecía en todas esas santas y numerosas comunidades de religiosas, de quienes debe ser el modelo, según el espíritu de su instituto? Quiso Dios que esta Virgen purísima, que había de ser Madre de su Hijo sin dejar de ser virgen, se casara, dice san Jerónimo, lo primero, para que se pudiese saber que era de la tribu de Judá y de la raza de David, porque no se podía tejer la genealogía de las mujeres entre los judíos sino por medio de las de sus maridos: Ut per generationem Joseph origo Mariæ monstraretur. Lo segundo, para que su milagroso preñado no se la imputase a delito; lo que no hubiera podido evitar si no se hubiera casado. Lo tercero, para que en su huida a Egipto, para librar al niño Jesús de la crueldad de Herodes, tuviese el socorro y alivio de su esposo, tanto en el viaje como en la detención que había de hacer en aquella tierra extranjera: Ut in ægyptum fugiens, haberet solatium. San Ignacio, mártir, añade todavía otra razón, dice el mismo san Jerónimo, para que el demonio, dice el Santo, ignorase la milagrosa concepción del Mesías, pareciéndole que no podía haber nacido de una virgen habiendo nacido de una mujer casada: Ut partus ejus celaretur diabolo, dum eum putat non de virgine sed de uxore generatum. Fácilmente se deja comprender cuál sería la vida santa y edificante de los dos santos Esposos; ¡qué paz, qué virtud, qué mutua veneración en esta augusta familia! Nazaret admiraba la eminente santidad y las pasmosas virtudes del uno y del otro; pero ignoraba el valor del tesoro que poseías; sola la celestial Jerusalén conocía todo el mérito de ambos; sola ella sabía que María era el templo vivo del Espíritu Santo y el santuario de la Divinidad, como la llaman los santos Padres. Vivió esta Señora con gran retiro todo el tiempo que estuvo en Nazaret; su ocupación ordinaria era la oración y la contemplación. Como no perdía jamás a Dios de vista, ni el trabajo de manos interrumpía su oración, ni el cuidado de su corto ajuar su íntima unión con Dios; jamás se vio modestia tan perfecta ni tan respetable; con solo dejarse ver, infundía un respeto y una veneración sin igual. Rara vez se la veía en público, dice san Ambrosio; el retiro tenía para ella atractivos maravillosos. Conversaba poco con los hombres, porque toda su conversación era en los cielos; la caridad reglaba todas sus visitas, y todos experimentaban los efectos de su misericordia: Eos solos solita cætus virorum invisere, quos misericordia non erubesceret.

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