VII.
Las prerrogativas que acompañaron
al privilegio de la Inmaculada Concepción de María
Esta primera gracia fue acompañada de muchas otras.
Desde el primer instante de su vida tuvo la santísima Virgen, dice san
Bernardino, un perfecto uso de toda su razón: fue dotada de todos los dones del
Espíritu Santo; formó los actos de las más excelentes virtudes; y su espíritu
fue enriquecido de los más sublimes conocimientos. Su corazón desde entonces
fue abrasado del fuego del más puro amor de Dios; y los nueve meses que estuvo
en el vientre de su Madre, meses que son para todos los hombres una continua
nación, fueron para ella un fondo de perfecciones y de méritos. En su primera
santificación, dice san Vicente Ferrer, recibió la gracia con más plenitud que
todos los Santos y Ángeles juntos; de suerte, que aunque todos los Serafines,
aquellos espíritus celestiales que son todo fuego, juntaran todos sus divinos
ardores, no igualarían con mucho el ardor que María sintió en el primer
instante de su vida.
No se puede dudar, dice un gran siervo de María, que
el alma que infundió Dios en el cuerpo de la santísima Virgen cuando fue
concebida, fue la más hermosa que había habido jamás antes del alma de
Jesucristo; y no solo fue el alma más perfecta del mundo, sino que se puede
decir también que fue la más excelente obra que había salido de las manos del
Creador; y para encontrar alguna cosa más grande en la naturaleza, es
necesario, dice san Pedro Damián, subir hasta el mismo Autor de la naturaleza: Opus quod solus opifex supergreditur.
¡Qué de luces, qué solidez, qué elevación en su espíritu! ¡Qué docilidad en su
voluntad! ¡Qué ternura, qué magnanimidad, qué extensión, qué pureza en aquel
corazón del que Dios solo fue siempre dueño! ¡Qué inclinaciones más conformes a
los movimientos de la gracia! ¡Qué natural más suave, más perfecto, más
susceptible de las impresiones del Espíritu Santo! Ved aquí cuáles fueron los
primeros frutos de la primera gracia de María.
A esta alma privilegiada, continúa el mismo orador
sagrado, se le había preparado un cuerpo tan hermoso, que el gran san Dionisio
confesaba, cincuenta años después, que no podía mirarle sin quedar deslumbrada
su vista; y que la hubiera adorado como a una diosa, si la fe no le hubiera
enseñado que en el mundo no había sino una sola divinidad.
Desde el instante primero en que esta alma, toda
hermosa y sin mancha, fue unida a un tan hermoso cuerpo, empezó a amar a Dios
más ardientemente que todos los Serafines; de suerte, que lo mismo fue empezar
a vivir, que prestar sus órganos aquel cuerpo tan perfecto a todas las
funciones de la vida racional y espiritual.
Habiendo recibido con la gracia santificante, como se
ha dicho, el perfecto uso de la razón, desde entonces fue ilustrado su espíritu
con todas las luces de la sabiduría, y enriquecido de todos los conocimientos
naturales y morales. Este insigne favor, esta gracia de predilección fue tan abundante,
que sobrepujó a la de todos los Santos, y de todas las celestiales
inteligencias, dice san Vicente Ferrer; de modo que en el primer instante de su
vida fue ya María más pura, más santa, más agradable a los ojos de Dios que
todos los predestinados juntos al fin de su carrera.
Veis aquí lo que fue la santísima Virgen, no digo
antes de nacer, sino desde el primer instante de su concepción. Concebid, si es
posible, lo que sería en adelante por el santo uso que sin interrupción hizo de
un tan rico fondo de virtudes y de dones sobrenaturales. Jamás tuvo ociosa
ninguna de sus cualidades infusas, ni ninguno de sus talentos naturales. Desde
su Inmaculada Concepción todo su espíritu se aplicó y dedicó a conocer y alabar
a Dios; todo su corazón, toda su alma a amarle con el amor más puro, más
encendido, más perfecto y más tierno, dice san Bernardo. En la santísima Virgen
jamás hubo momento vacío, jamás hubo dones infructuosos, jamás hubo gracia
ineficaz: desde el primer instante de su concepción no perdió jamás un solo
instante, ni cesó un solo instante de amar a Dios cuando podía amarle con
aquella sobreabundancia de gracias de que estaba llena. ¿Cuál debió ser el
tesoro de merecimientos de que fue enriquecida en aquellos nueve meses que pasó
en el vientre de su Madre? María, dice el mismo Santo, recibió tanta gracia,
cuanta se puede dar a una pura criatura. No debemos admirarnos de los términos
enfáticos de que se sirven todos los santos Padres, cuando hablan de la gracia
de que fue colmada la santísima Virgen desde el primer instante de su vida. San
Epifanio dice que esta gracia es inmensa; san Agustín que es inefable; san Juan
Crisóstomo llama a María el tesoro de todas las gracias; san Jerónimo dice que
la gracia se derramó toda en su seno. A los más grandes Santos se les dio la
gracia con medida; pero en María se infundió toda la plenitud de la gracia (Serm. de Assumpt.).
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