LA MARAVILLA DE DIOS
Memoriam
fecit mirabilium suorum...
“Ha hecho un memorial de todas sus
maravillas” (Ps 110, 4)
La Eucaristía es obra de un amor inmenso, que ha tenido a su
disposición un poder infinito, esto es, la omnipotencia de Dios.
Santo Tomás la llama “maravilla de las maravillas –miraculorum ab ipso factorum maximum”.
Para convencerse de ello basta meditar lo que enseña la Iglesia acerca
de este misterio.
I
La primera maravilla que se obra en la Eucaristía es la
transubstanciación, obrada por Jesucristo y después todos los sacerdotes por su
divina institución y mandato, toman en sus manos pan y vino, pronuncian sobre
esta materia las palabras de la consagración, y al punto desaparece toda la
substancia del pan y del vino y se convierte en cuerpo sagrado y sangre
adorable de nuestro señor Jesucristo.
Tanto bajo las especies del pan como bajo las del vino se encuentra
verdadera, real y substancialmente presente el cuerpo glorioso del Salvador.
Del pan y del vino no han quedado más que accidentes: color, sabor,
peso; para los sentidos hay todavía pan y vino, mas para la fe no hay más que
unos accidentes que ocultan el cuerpo y la sangre de Jesús. Y estos accidentes
subsisten únicamente por virtud de un nuevo milagro de la omnipotencia divina,
que suspende las leyes ordinarias de la naturaleza, según las cuales no pueden
subsistir las cualidades de los cuerpos sin los cuerpos que las sostienen. Aquí
no hay que buscar otra razón que la voluntad de Dios, como es ella misma la
razón de nuestra existencia. Dios puede todo lo que quiere, y una cosa no exige
de Él mayor esfuerzo que otra. Esta es la primera maravilla de la Eucaristía.
II
Otra maravilla, contenida en la primera, es que este milagro de la
transubstanciación se renueva por virtud de la simple palabra de un hombre,
esto es, del sacerdote, y tantas veces como él lo quiera. ¿Quiere que Dios se
ponga en este altar?... Pues allá viene el Señor. Tal es el poder que le ha
concedido.
El sacerdote, revestido de este poder, obra exactamente el mismo
milagro que obró Jesús en la cena eucarística, porque obra en nombre de
Jesucristo y de Él procede toda la eficacia de su palabra. Nunca ha resistido
nuestro Señor a la palabra de su ministro.
¡Oh milagro de la omnipotencia divina! ¡Una simple, mortal y débil
criatura encarna a Jesús sacramentado!
III
En el desierto, tomando Jesús cinco panes, los bendijo, y con ellos
tuvieron los apóstoles bastante para alimentar a cinco mil hombres. Débil
imagen de esta otra maravilla de la multiplicación que Jesús obra en la
Eucaristía.
Como Jesús ama por igual a todos los hombres, quiere darse a todos y
todo entero a cada uno, de manera que cada uno pueda recoger la parte que le
corresponde de este divino maná. Preciso será que se multiplique tanto como sea
menester para que le reciban los fieles que lo quieran y cuantas veces lo
quieran; hace falta, por decirlo así, que la mesa eucarística cubra el mundo.
Y esto es precisamente lo que se verifica por su poder. Cuantos le
reciben sacramentalmente le reciben todo entero y con cuanto es, porque cada
una de las hostias le contiene. Dividid estas hostias en muchas partes, en
todas las partes que queráis, y Jesús estará todo entero en cada una de ellas.
La fracción de la Hostia no divide a Jesús, sino que le multiplica.
¿Quién podrá contar el número de hostias que desde el cenáculo ha
puesto Jesús a disposición de sus hijos?
IV
Pero no sólo se multiplica Jesús tanto como las partículas
consagradas, sino que, además, por otra maravilla que tiene conexión inmediata
con la anterior, está presente a la vez en innumerables lugares.
Durante los días de su vida mortal, Jesús se hallaba en un solo lugar,
habitaba una sola casa, por lo que pocas eran las personas privilegiadas que
podían gozar de su presencia y tener la dicha de escucharle; mas hoy, presente
en el santísimo Sacramento, puede decirse que está en todas partes al mismo tiempo.
Su sacratísima humanidad participa, de alguna manera, de la inmensidad de Dios
que todo lo llena. Jesús está entero en número indefinido de templos y todo en
cada uno de ellos. Y es que como los cristianos, miembros del cuerpo místico de
Jesús, están esparcidos por la tierra, es preciso que el alma de este cuerpo
místico, Jesús, esté en todas partes llenando todo el cuerpo, comunicando y
conservando la vida a cada uno de sus miembros.
Déjanos, ¡oh Jesús amante!, adorar la eficacia de tu poder soberano que
multiplica estas maravillas de la Eucaristía, para que así puedas vivir en
medio de tus hijos, ser todo para ellos y hacer que ellos puedan a Ti llegarse.
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