Algunos textos aplicables a San José
Son poquísimos
los textos bíblicos que suelen aplicarse a san José. Él es el administrador fiel y prudente a quien el amo
pondrá al frente de su servidumbre para distribuir la ración a su debido tiempo
(Lc. 12, 42). Custodio del Señor, que
será glorificado (Prov. 27,18). El
hombre fiel, que será alabado (Prov. 28, 20). ¿Podríamos por ventura
encontrar un hombre como éste, lleno del espíritu de Dios? (Gén. 41, 38). Y
Dios le dice: Te he hecho padre de muchos
pueblos (Rom. 4, 17). Eres un empleado
fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor (Mt. 25, 21-23). Una figura
de san José es Noé, en cuanto que él acogió en el arca a la paloma portadora de
una rama de olivo, que anunciaba el final del diluvio y la salvación de los hombres.
Y san José, acogió a María, la mística paloma, que trae la salvación al mundo
al dar a luz a Jesús.
Otra figura de
san José en el Antiguo Testamento es Mardoqueo, del libro de Ester. Mardoqueo
recibió un sueño de Dios en el que veía una
fuentecilla, que se convertía en río de muchas aguas, y apareció una lucecita
que se convirtió en sol (Est. 11, 9). Esta fuentecilla, convertida en río
caudaloso, a la luz convertida en sol era Ester, a quien el rey tomó por
esposa, haciéndola reina (Est. 10, 6). Ester había sido criada por Mardoqueo,
que fue a pedirle que intercediese ante el rey, cuando Amán había decidido
asesinar a todos los judíos del reino. Por su intercesión, el rey impidió el
cumplimiento del decreto de destrucción. Amán fue ejecutado y Mardoqueo, por su
fidelidad, fue nombrado el primero después
del rey Asuero, muy considerado entre los judíos y amado de la muchedumbre de
sus hermanos, pues buscó el bien de su pueblo y habló para el bien de su raza
(Est. 10, 3-4). Aquí la reina Ester es figura de María, que ha sido ensalzada
por Dios como reina del universo y que ha colaborado en la obra de la salvación
de todos los hombres. Mardoqueo es figura de José, que llega a ser el primero después
del rey, es decir el virrey; el más importante después de Jesús, rey de reyes,
y después de María, la reina. Por otra parte, la mayoría de los autores citan
como figura de san José a José, virrey de Egipto. Y aplican a San José el texto
Gen 41, 55: Id a José y haced lo que él
les diga. En tiempos de hambre, el faraón dirigía a los egipcios hacia José
para que éste les distribuyese el trigo acumulado en tiempos de abundancia y
les decía: Id a José. De la misma manera. Dios nos dice en nuestros problemas:
Id a José. Y así como José fue virrey de Egipto y el más importante del reino después
del faraón, así José es el virrey de la Iglesia, es decir, el santo más
importante de todos.
San Bernardo (1090-1153) dice: Aquel José, vendido por la envidia de sus
hermanos y llevado a Egipto, prefiguró la venta de Cristo: este José, huyendo
de Herodes, llevó a Cristo a la tierra de Egipto. Aquel, guardando lealtad a su
señor, no quiso consentir el mal intento de su señora: éste, reconociendo
virgen a su Señora, Madre de su Señor, la guardó fidelísimamente, conservándose
él mismo en castidad. A aquél le fue dad la inteligencia de los misterios en
sueños; éste mereció ser sabedor y participante de los misterios soberanos. Aquel
reservó el trigo, no para sí, sino para el pueblo; éste recibió el pan vivo del
cielo para guardarlo para sí y para todo el mundo. Sin duda, este José, con
quien se desposó la Madre del salvador, fue un hombre bueno y fiel.
El Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1870,
al nombrar a san José patrono de la Iglesia Universal, dijo: De modo parecido a como Dios puso al frente
de toda la tierra de Egipto a aquel José, hijo del patriarca Jacob, a fin de que
guardase trigo para el pueblo, así, al venir la plenitud de los tiempos, cuando
iba a enviar a la tierra a su Hijo unigénito Salvador del mundo, escogió a otro
José, del cual el primero fue tipo o figura, a quien hizo amo y cabeza de su
casa y de su posesión, y lo eligió como custodio de sus tesoros principales.
De la misma
manera, el Papa León XIII, en la
encíclica Quamquam pluries, el 15 de
agosto de 1889, dice: Está afianzada la
opinión, en no pocos Padres de la Iglesia, concordando en ello la sagrada
liturgia, que aquel antiguo José, nacido del patriarca Jacob, había esbozado la
persona y los destinos de este nuestro José y que había mostrado con su
esplendor, la magnitud del futuro custodio de la sagrada familia. Así lo
interpretó también el Papa Pío XII al instituir la fiesta de san José obrero en
1955, aplicándose las palabras del Génesis 41, 55 (Id a José).
Muchos autores
sagrados aplican también a san José las siguientes palabras dirigidas a José
virrey de Egipto: En cuanto a mi hijo
José lo veo que crece, que no deja de crecer (Gén. 49, 22). ¿Podríamos por
ventura encontrar un hombre como éste lleno del Espíritu de Dios? Y dijo el
faraón a José: Puesto que Dios te ha dado
a conocer todas estas cosas, no hay nadie que sea tan inteligente y tan sabio
como tú. Así pues, gobernarás mi casa y todo mi pueblo obedecerá tu voz… Y el
faraón, quitándose el anillo, lo puso en el dedo de José y le hizo revestir con
trajes de fino lino, y le puso en el cuello un collar de oro. Le hizo montar en
el segundo de sus carros y todos gritaban ante él ¡De rodillas! (Gén. 41,
38 ss.).
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