III.
Figuras del Antiguo Testamento, y
profecías que miraban a la Virgen santísima.
Profeta Jeremías |
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Así como todos los hombres grandes y todos los santos
personajes del Antiguo Testamento fueron figuras de Jesucristo; así, dicen los
santos Padres, no hay mujer en la Sagrada Escritura, célebre por sus raras
virtudes y por sus acciones heroicas, que no sea figura de la santísima Virgen.
Eva, creada en el estado de la inocencia, es símbolo,
según ellos, de María concebida sin pecado. Aza, que significa hermosa y
ricamente adornada, y cuyo marido, llamado Otoniel, significa el Dios de mi
corazón, es, dice san Buenaventura, otra figura de la santísima Virgen. Nadie
ignora la semejanza de Judit, Ester, Abigail y Abisag con María, madre de Dios.
Ester, por un privilegio particular, es exenta de la ley general que condena a
muerte a todos los otros. Esta ley no se
ha puesto por ti, sino por todos (Esth. XV); símbolo bien expreso de la Inmaculada Concepción de la santísima
Virgen. Ester Libra a su pueblo de un exterminio universal; y María pone en el
mundo al Redentor de todos los hombres.
Judit libra a su nación del formidable Holofernes que
había jurado aniquilar al pueblo judaico; ¿y a quién mejor que a la santísima
Virgen conviene lo que el sumo sacerdote Joaquín dijo de esta heroína (Judith,
XV): Tú eres la gloria de Jerusalén, la
alegría de Israel y la honra de nuestro pueblo; Dios se ha servido de ti para librarnos
de nuestro más mortal enemigo, porque amaste la castidad más que ninguna otra
persona; y así serás bendita eternamente. Tú eres bendita del Señor Dios
excelso sobre todas las mujeres, la dijo Ozías, caudillo del pueblo de
Israel. ¿Quién no ve en todos estos rasgos lo más exquisito y lo más fino,
digámoslo así, de la pintura de la santísima Virgen, Madre de Dios, y esto
seiscientos o setecientos años antes que viniese al mundo?
Todos los Profetas han hecho el retrato de la Madre de
Dios al hacer el de su Hijo. No ha habido intérprete del Espíritu Santo que no
haya hablado de Vos, Virgen santísima, exclama san Andrés de Creta; Vos sois el
asunto ordinario de sus oráculos, y el objeto de sus retratos alegóricos que
nos han dejado. Así como se debía preparar el mundo para el misterio inefable
de la Encarnación del Verbo divino por las profecías, dicen san Juan Crisóstomo
y san Gregorio Niseno, también se debía preparar por las profecías el espíritu
humano para creer que había de haber una madre siempre virgen, y una pura
criatura verdaderamente Madre de Dios. Mirad, dice Isaías más de seiscientos
años antes del nacimiento de María, una virgen concebirá y parirá un hijo, sin
dejar por eso de ser virgen (Isaí. VII). Ecce
concipiet, et pariet filium. El Señor ha obrado sobre la tierra un nuevo
prodigio, dice Jeremías (Jerm. XXXI). Una mujer llevará en su seno un varón, un
hombre perfecto; es a saber, un Hombre-Dios, dicen los intérpretes; el cual,
bajo la forma de un niño, es la fortaleza y la sabiduría del mismo Dios, el
resplandor de su gloria y la figura de su sustancia, que sostiene y lleva todas
las cosas con la virtud de su palabra todopoderosa (Hebr. I). Creavit Dominus novum super terram: fæmina
circumdabit virum. ¿Quién es esta parecida a la aurora, que viene a
anunciarnos el nacimiento del sol? dice Salomón en el Cántico de los cánticos
(Cant. VI). Desde el primer instante de su vida, hasta que dio al mundo al
Salvador, fue María como la aurora que se levanta sobre el horizonte, y que nos
trae y acerca el día a medida que se va ella misma adelantando; hermosa como la
luna en su lleno; resplandeciente como el sol; de quien la luna recibe y tiene
toda su belleza y su luz; terrible a las potestades de las tinieblas, las que
disipa con su esplendor; semejante a un ejército formado en batalla que infunde
terror al enemigo y le obliga a echar a correr: Pulchra ut luna, electa ut sol, terribilis ut castrorum acies ordinata.
Por medio de estas sagradas alegorías, de estas misteriosas metáforas y de
estas figuras proféticas, preparaba el Espíritu Santo al mundo para la
maravilla que había de ser la admiración de los Ángeles y de los hombres en la
persona de la santísima Virgen.
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