BOSSUET
Los
últimos y los primeros
El impulso dado
por San Vicente de Paúl a las obras de caridad fue secundado por la reina madre
Ana de Austria y por Bossuet, que predicó varias veces delante de las
asociaciones de la nobleza dedicadas al servicio de los pobres. Transcribimos un
sermón pronunciado en la capilla de las Hijas de la Providencia de París en
1659 (cf. ed. LEBARQ, t.3 p.119-138). Existe un extracto de este mismo sermón,
para predicarlo en ocasión parecida en Metz, 14 de enero de 1658 (ed. LEBARQ,
t.2 p.404-405). Para reconstruir la escena hay que imaginarse a Bossuet en la
sala el Hospital rodeado de pobres y ricos.
A) Pobres y ricos
1) LOS ÚLTIMOS, LOS
PRIMEROS
El mundo rodea a
los afortunados de la tierra y abandona a los pobres a su miseria. Por eso, el
profeta, al verlo, dice: Tibi derelictus
est pauper: A ti se te confía el miserable (Ps. 9, 14). Dios lo ve también y
se encarga de los pobres; por eso yo, como sacerdote y, por lo tanto,
predicador del Evangelio y abogado de los menesterosos, os voy a hablar de
ellos.
La frase del
Señor de que los primeros serían los últimos se cumplirá totalmente cuando los
justos despreciados por el mundo ocupen los primeros puestos del cielo, pero ha
comenzado también a cumplirse en esta vida con la fundación de la Iglesia,
ciudad maravillosa cuyo fundamento puso Dios, quien al venir a este mundo, para
revolucionar el orden establecido por el orgullo, inauguró una política opuesta
por completo a la del siglo.
2) OPOSICIÓN ENTRE
EL MUNDO Y LA IGLESIA
Esta oposición
se concreta en tres cosas:
1-
En el mundo, las ventajas y primeros puestos son de
los ricos; en el reino de Cristo, los pobres.
2-
En el mundo, los pobres sirven a los ricos y parecen
haber nacido para ellos. En la Iglesia no se admite a los ricos sino para que
sirvan a los pobres.
3-
En el mundo, las gracias y los privilegios se reservan
a los poderosos. En la Iglesia, todas las bendiciones son para los pobres.
B)
La Iglesia, instituida
para los pobres.
San Juan Crisóstomo (cf. Hom. 11) se imagina dos ciudades, una de
pobres y otra de ricos, y decide que en esta hipótesis todas las ventajas
estarían de parte de la primera, pues en la otra nadie serviría ni querría
trabajar. Imposible encontrar tal ciudad en el mundo, donde pobres y ricos son
necesarios; pero, sin embargo, podemos verla en el reino fundado por Cristo. La
ciudad de los pobres es la Iglesia. El primer plan fue construir una Iglesia
para los pobres, que son sus verdaderos ciudadanos. Os lo voy a demostrar.
1) LOS CIUDADANOS
DE LA IGLESIA
En la antigua sinagoga, a aquellos hombres bajos y
groseros se les prometían para animarles, además del cielo, los bienes de esta
tierra. En la Iglesia no se habla de estos últimos y se desprecian las
riquezas, sustituidas por la aflicción y la cruz. Los ricos, que tienen los
primeros puestos en la sinagoga, no forman clase alguna de la Iglesia, cuyos
ciudadanos son los pobres. ¿Queréis verlo en la predicación del Señor? Oíd aquellas
palabras en que manda buscar a sus criados por los cruces de los caminos a
todos los pobres y menesterosos.
En efecto, Cristo fue enviado a evangelizar a los
pobres (Lc. 4,18). Para cumplir su misión les dirige a ellos principalmente la
palabra, y en aquel su mejor sermón pronunciado en la montaña desdeña hablar a
los ricos, como no sea para fulminar su orgullo. Dirigiéndose a los pobres, les
dice: Bienaventurados los pobres, porque
vuestro es el reino de Dios (Lc. 6,20). Si, pues, el reino de Dios es de
los pobres, la Iglesia es suya, y si es suya es porque ellos entrarán los
primeros. Y, en efecto, eso aconteció. Ved cómo San Pablo lo comprueba con la
experiencia. No hay entre vosotros
(los cristianos) muchos sabios según la
carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles (1 Cor. 1,26). La primera
Iglesia era casi una asamblea de pobres, y en el primer momento los ricos que
se admitieron hubieron de despojarse a la entrada de sus bienes y ponerlos a
los pies de los apóstoles. ¡Hasta tal punto había decidido el Espíritu Santo
dejar clara la esencia de la religión cristiana y las prerrogativas del
menesteroso como miembro de Cristo!
2) CONSECUENCIA:
APRECIO DE LOS POBRES
La consecuencia de lo que decimos es que no basta
compadecer ni aun ayudar a los desgraciados, sino que debemos llenarnos de
respeto hacia ellos. San Pablo nos da ejemplo cuando, al pedir a los romanos
una limosna para los fieles de Jerusalén, les dice: Os exhorto, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del
Espíritu, a que me ayudéis en esta lucha, mediante vuestras oraciones a Dios
por mí, para que… el servicio que me lleva a Jerusalén sea grato a los santos (Rom.
15,30).
Pasad y admirad
sus palabras; no dice limosna ni asistencia,
sino servicios, y servicios que
quizás pueden ser agradables. ¿Tanta
precaución para que sea agradable una limosna? Sí, porque pensaba en la alta
dignidad de los pobres. Se puede dar algo para conquistar el cariño o para
aliviar la miseria, por aprecio o por compasión; lo primero es un presente; lo
segundo, una limosna. La limosna se da a los inferiores; el obsequio,
generalmente, a un superior. Debéis, pues, elevar de condición lo que dais,
acompañándolo de modales y circunstancias, que conviertan la limosna en un
honor que hacéis al pobre, al considerarlo como miembro de Cristo y primogénito
de la Iglesia.
Señoras: Revestíos de los mandamientos apostólicos y,
al cuidar de los pobres de esta casa, pensad que, si el siglo os colocó por
encima de ellos, Cristo os pone por debajo. Honraos a vosotras mismas
sirviéndoles a ellos, a quien el misterioso conducto de la Providencia Divina dio
los primeros puestos de la Iglesia.
C) Los ricos, al servicio de los pobres
1) CRISTO, MÁS
POBRE QUE LOS POBRES
Si Cristo no prometió en su Evangelio más que
aflicciones y cruces, innecesario es decir que no necesita de los ricos. ¿Para
qué los quiere dentro de su reino? ¿Para que le erijan templos de oro y
pedrería? No creáis que aprecia grandemente tales adornos; los recibe sólo como
señal de piedad y religión. Cuando funda directamente su culto, a diferencia de
lo que se hizo en el Antiguo Testamento, escoge los elementos más sencillos, el
agua, el pan el aceite. En las sinagogas era necesario despoblar los ganados,
pero en la Iglesia no necesitamos ninguna riqueza. Cristo, en lugar de rodearse
de pompa, se ha rodeado de pobres.
Voy a declararos
un misterio (1 Cor. 15,15): Jesús no tiene necesidad de nada y lo necesita todo. No
necesita nada porque es omnipotente; lo necesita todo porque es compasivo. Voy a declararos un misterio: el
misterio del Nuevo Testamento, porque del mismo modo que la misericordia de
Jesús, inocente, le hizo una vez cargarse de todos los crímenes, ahora le
obliga a Jesús, feliz, a que lleve encima de sí todas las desgracias. Más pobre
que los pobres, porque, como el Inocente, llevaba más pecados sobre sí que
cualquier pobre. Aquí tiene hambre y allí sed; acá enfermedades y allá
pasiones. Más pobre que nadie, porque cada uno de los pobres sufre por sí
mismo, y Cristo sufre por la universalidad de los desgraciados.
2) POR QUÉ LA
IGLESIA ADMITE A LOS RICOS
Pero si en la Iglesia no hubiera más que pobres, ¿quién
los ayudaría? Esta es la razón por la que ha admitido a los ricos dentro de
ella. Pudo utilizar a los ángeles, mas quiso que los hombres fueran ayudados
por sus semejantes. El amor a sus hijos, los pobres, permitió la entrada a los
extraños, los ricos. ¡Ved el milagro de la pobreza! Los ricos eran extranjeros,
y el servicio del pobre los ha nacionalizado. El rico era un enfermo
contagioso, y Cristo ha permitido que sus riquezas puedan servirle para curar
su enfermedad.
Ricos y pobres se pueden ayudar mutuamente a llevar sus cargas (Gal. 6,2). Los pobres las soportan
muy pesadas, y “el servicio que debéis a los necesitados es el de llevar con
ellos una parte del peso que les abruma” (cf. SAN AGUSTÍN, Serm. 164 n.9: PL 38,899). Pero los ricos también andan agobiados
por el peso. ¿Quién creería que el fardo de los pobres fuera la necesidad y el
de los ricos su abundancia? (cf. SAN AGUSTÍN, ibid.).
Ya sé que los mundanos desean que pese sobre ellos una
carga semejante, pero día vendrá en que, terminado este mundo de errores
semejantes, lleguen a un juicio donde entiendan el peso verdadero de sus
riquezas.
No esperéis esa hora fatal; ayudad a llevaros los unos
a los otros vuestra carga; ricos, sostened algo la del pobre y sabed que al
descargarla aliviáis la vuestra. Ayudad al pobre y que el pobre os ayude a
vosotros.
“¡Qué injusticia, hermanos, la de que sean los pobres
los únicos que lleven la carga de la miseria sobre sus espaldas! Si se quejan y
murmuran contra la Providencia Divina, permíteme, ¡Oh Señor!, que te diga que
no les falta alguna apariencia de justicia, porque, amasados todos con el mismo
barro y no pudiendo existir gran diferencia entre polvo y polvo, ¿por qué ha de
estar en un lado la alegría, el favor y la influencia, y en el otro la
tristeza, la desesperación, la necesidad extrema y, además, el desprecio y la
servidumbre? ¿Por qué este afortunado ha de vivir en una abundancia tal que
pueda satisfacer hasta los deseos más inútiles de una curiosidad estudiada,
mientras que este otro miserable, tan hombre como él, no puede sostener su
familia ni aliviar su hambre? ¡Ah, señores, en esta absurda desigualdad
podríamos acusar a la Providencia de una mala administración de sus tesoros, si
no hubiera proveído de algún modo a las necesidades de los pobres y establecido
cierta igualdad entre pobres y ricos!” La ha establecido admitiendo a éstos en
la Iglesia para que tomen sobre sí las cargas de los pobres. Sabedlo bien: si
existen en la Iglesia, es sólo para que comuniquen con ellos su pobreza y
merezcan participar de sus privilegios.
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