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domingo, 1 de diciembre de 2013

1o. DOMINGO DE ADVIENTO -LECTURAS BÍBLICAS, REFLEXIONES, MEDITACIÓN Y PROPÓSITOS-


Oración de la Misa de este día como sigue:



Haced, Señor, que resplandezca vuestro poder, y venid, a fin de que con el auxilio y la protección de vuestra gracia, seamos libres y salvos de los peligros ejecutivos, que nos amenazan por nuestros pecados. Así te lo suplicamos a Ti, Señor, que siendo Dios vives y reinas con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Así sea.


La Epístola es tomada de la que escribió el apóstol san Pablo a los Romanos, capítulo XIII, vers. 11 a 14.

Hermanos míos: Sabemos que es tiempo ya que despertemos y salgamos del sueño en que estamos; porque la salud está más cerca que cuando hemos recibido la fe. La noche ha durado hasta aquí: el día va a nacer: dejemos, pues, por tanto las obras de las tinieblas, y revistámonos de las armas de la luz. Caminemos con decencia, como se hace durante el día; no en glotonerías y embriagueces, no en sensualidades y disoluciones, no en pendencias y envidias; mas por el contrario vestíos de Nuestro Señor Jesucristo.


REFLEXIONES.

La noche ha durado hasta aquí: el día va a nacer. Muy larga es la noche cuando dura toda la vida; y es demasiadamente triste el no despertarse hasta la muerte. Sin embargo esta es la suerte deplorable de muchos. Todo el tiempo de la vida, esto es, este número determinado de días que no se nos ha concedido sino para trabajar para el cielo, se nos pasa en un sueño letárgico con respecto a la salud. La vida de la mayor parte de los hombres casi no es otra cosa que un sueño profundo, durante el cual el alma se alimenta de mil fantasías quiméricas. Vastos proyectos de ambición; fantasmas seductores de placeres; vanos, pero funestos triunfos, de todas las pasiones; planes magníficos de fortuna; he aquí los sueños que no dejan de fatigar, pero que agradan. Casi toda la vida se pasa en sueños. Se cree uno poderoso, se cree feliz, se lisonjea de que es rico; pero el adormecimiento no es eterno. La muerte despierta. No se ve el día hasta que se va a perder, y se encuentra uno con las manos vacías, cuando se imaginaba que era más rico. Grandes del mundo, dichosos del siglo, mujeres mundanas, ¡qué sorpresa, qué espanto, cuando os despertaréis a la hora de la muerte, y os dirá el soberano Juez: tiempo es ya de salir de ese adormecimiento, de ese sueño, de ese letargo! Se despierta entonces; la fe, la razón, la conciencia, todo entra en sus derechos. Somos entonces racionales, somos cristianos, se piensa con justicia, no se ve nada mas que un falso brillo: ¡buen Dios, qué bello punto de vista es el lecho de la muerte, desde el cual se presenta con toda claridad la vanidad de todo lo criado, de todo lo que deslumbra, de todo lo que pasa! En el lecho de la muerte, los más grandes príncipes, los señores más poderosos, los que ocupan los primeros puestos, se encuentran al nivel del más vil esclavo: ¿y qué es lo que queda en el sepulcro de aquellos palacios magníficos, de aquellos soberbios equipajes, de aquellos tesoros acumulados con tantos afanes; qué queda de aquellos placeres tan buscados, de aquellas fiestas tan brillantes, de aquellos adornos tan ricos, de aquellos aires tan mundanos y tan joviales? ¡Qué espantoso, qué cruel es el no descubrir al tiempo de despertarse otra cosa mas que paños mortuorios, cenizas, sepulcro, una eternidad desgraciada! La salud está cerca, es decir, que llega el momento decisivo de la salvación eterna, que el Esposo llama a la puerta, el Padre de familias viene a pedir cuenta del empleo de los talentos confiados y escondidos, de este número de días, de horas y de años cuasi del todo perdidos. La salud está cerca: ¡ah! ¡Nunca estuvo más lejos de muchos esta salud eterna! Aprovechémonos del consejo del Apóstol. He aquí el tiempo más a propósito de despertarnos y salir de la somnolencia en que estamos. La Iglesia nos propone estas mismas palabras al principio del Adviento para despertar en nosotros el espíritu de piedad, al acercarse esta gran fiesta, que puede llamarse la fiesta de nuestra salud. Mucho tiempo hace que Jesucristo ha nacido, sin embargo se nos representa como si cada año naciese; y en el tiempo que precede a la solemnidad de su nacimiento, se nos dice que nuestra salud está cerca, y el mismo Apóstol nos instruye acerca de las disposiciones que debemos tener para que el divino Salvador que nace sea nuestra salud. Dejemos, pues, por tanto las obras de las tinieblas, que son las obras del pecado. Revistámonos de Jesucristo, copiemos en nosotros este divino modelo, expresando en nuestra conducta la pureza, la inocencia, la dulzura, la humildad, la sencillez, la caridad, la mortificación, la modestia, el desinterés y las demás virtudes de Jesucristo.


El Evangelio de la Misa es lo que sigue según san Lucas, capítulo XXI, vers. 25 a 36.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Habrá señales en el sol, y en la luna, y en las estrellas: y en la tierra consternación de las gentes por la confusión que causará el ruido del mar y de sus ondas: quedando los hombres yertos por el temor y recelo de las cosas que sobrevendrán a todo el universo: porque todas las virtudes de los cielos serán conmovidas: y entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con grande poder y majestad. Cuando, pues, comenzaren a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas: porque cerca está vuestra redención. Y les dijo una semejanza: Mirad la higuera y todos los árboles: cuando ya producen el fruto, entendéis que cerca está el estío. Así también cuando veréis hacerse estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas sean hechas. El cielo y la tierra pasarán; mas mis palabras no pasarán.

MEDITACIÓN

G. DORÉ - JUICIO FINAL


Sobre la venida del Hijo de Dios como Salvador y como Juez.

PUNTO PRIMERO. –Considera con qué sabiduría y por qué motivo nos propone la Iglesia en este día el doble advenimiento del Hijo de Dios, el uno al fin de los siglos como Juez soberano de todos los hombres, y el otro el día de su nacimiento como Salvador del mundo. Como de estos dos advenimientos depende nuestra suerte eterna y toda la economía de la salvación, la sabiduría de Dios los ha hecho, por decirlo así, con respecto a nosotros, mutuamente dependientes el uno del otro. La cualidad de Salvador debe ponernos en estado de mirar con confianza la de soberano Juez, y la de Juez severo debe conducirnos a ponerlo todo por obra para que nos sea útil y fructuosa la dulce cualidad de Salvador. Este es el espíritu de la Iglesia cuando en el primer día de Adviento nos hace en el Evangelio de la misa una descripción tan espantosa del último juicio, al mismo tiempo que en los oficios nos presenta la imagen más interesante y la más consoladora del nacimiento del Salvador: para que comprendamos que todo lo que Jesucristo tiene de amable, dulce, afable y compasivo en el pesebre, tendrá de terrible, severo, inexorable y espantoso cuando apareciere sobre las nueves lleno de poder y de majestad en el último juicio, y para hacernos ver cuán justo es que sean rechazados por Jesucristo, soberano Juez, aquellos que no quisieron prepararse a recibir a Jesucristo cuando nace como Salvador: ¡qué sentimiento, qué despecho, qué rabia para los réprobos el pensar que este Juez entonces tan terrible, tan espantoso, tan severo, se había dignado hacerse niño por amor de ellos!
Que este Jesús se les había mostrado todos los años, naciendo en un establo, en el estado más pobre y más humillado; con qué dulzura, con qué bondad habían sido recibidos los pastores, los Magos, y todo género de personas. En efecto, ¿qué hay en este nacimiento, que no convide, que no obligue, que no gane el corazón, que no encante? ¿Y qué agravio no le hacen aquellos que no hubieren querido prepararse a recibirle con ansia, con amor, y con sentimientos de reconocimiento y de confianza? ¿Y cuán justo será que la majestad de este soberano Juez postre y pierda a aquellos a quienes no ha ganado la humildad y la pobreza de su pesebre?

PUNTO SEGUNDO. –Considera que las disposiciones con que debemos recibir al Salvador que nace, se hallan en las circunstancias de su nacimiento: la humildad no descendió jamás tan bajo; la mortificación no fue nunca tan lejos; ni en tiempo alguno fue tan perfecta la dulzura. En el tiempo en que todo el universo estaba en paz, durante el silencio más profundo de la noche, en tales circunstancias es cuando ha nacido el Salvador. ¡Qué recogimiento, qué espíritu de oración! Pero ¡qué amor, qué fe, qué devoción, qué ternura en la santísima Virgen y en san José, que fueron los primeros que le recibieron y le adoraron en el momento de su nacimiento! ¡Qué diligencia, qué fe, qué devoción en los pastores! Estas son las virtudes que se deben adquirir durante el tiempo santo del Adviento; en esto debemos ejercitarnos, si queremos hallarnos con las santas disposiciones que se necesitan para hacer provechosa la celebridad del día de su nacimiento. Por esto la Iglesia nos dice hoy con el Apóstol que es tiempo de despertarnos y salir de nuestra somnolencia, porque nuestra salud está próxima; ella nos dice que el Adviento es un tiempo de retiro, de oración, de penitencia; que es un tiempo de santidad. Nos pone delante de los ojos el ejemplo de los primeros fieles, los cuales empleaban todo este santo tiempo en la práctica de las más grandes virtudes; y el de tantos santos religiosos y personas piadosas, que aun hoy santifican estos días con la oración y la penitencia, y hacen que les sea favorable el nacimiento del Salvador, por el bueno uso que hacen de estos santos días. Por fin, por la misma causa nos habla la Iglesia del último juicio, y con las palabras mismas de Jesucristo, nos hace de Él una pintura tan pavorosa y tan terrible; a fin de que si la dulzura del Salvador en su primera venida no nos interesa, el rigor de este mismo Salvador en su segunda venida nos espante y nos conmueva. ¿A qué esperamos para aprovecharnos de unas lecciones tan saludables? ¿Será darnos demasiado pronto a Dios si comenzamos al presente? Tal vez es el último Adviento que veremos; es seguro que lo será para un gran número de personas de las que habrán leído esta meditación, de las que habrán hecho estas reflexiones, de las que habrán sentido las amorosas, las ejecutivas solicitaciones de la gracia. ¡Qué desgracia para aquellos que hubiesen hecho infructuosa la fiesta de Navidad, por no haber querido pasar santamente el tiempo de Adviento!

No permitáis, Señor, que yo sea de este número. Yo sé que es un tiempo de oración, un tiempo de penitencia, un tiempo de retiro y de recogimiento. Estoy decididamente resuelto a pasarle en este espíritu. Os pido, pues, el auxilio de vuestra gracia para hacer un buen uso de este santo tiempo.

JACULATORIAS.Venid, Señor, y no tardéis más, y comenzad por perdonar a vuestro pueblo todos sus pecados. (Eccles. In Offic.)
Señor, haced que resplandezca vuestro poder, y venid a salvarnos. (Ibid.)


PROPÓSITOS.

1.      Aunque todos los tiempos de laño son tiempos de salud para los que se convierten, y para los que emplean el tiempo en el negocio importante de su salvación; es sin embargo cierto que el tiempo del Adviento es un tiempo privilegiado, un tiempo sagrado, en el cual, siendo las oraciones de la Iglesia más frecuentes, las penitencias más comunes, y las gracias más abundantes, es también Dios más misericordioso. Hagámonos cargo de cuánto importa aprovechar un tiempo tan precioso, y para esto es necesario entrar en las miras y seguir los sentimientos de la Iglesia. El fin que esta se propuso al instituir el Adviento, fue honrar al Verbo encarnado en el seno de su Madre, y conformarse con sus disposiciones, que son un profundo anonadamiento, una oblación continua a su eterno Padre, un amor extremo a los hombres. Honremos este estado de anonadamiento del Verbo encarnado en el seno de su Madre, adorándole sin cesar en este estado de humillación; unámonos a los santos Ángeles, a quienes el Padre eterno mandó que le adorasen desde el primer momento de su encarnación. Hagamos frecuentes actos de humildad y de humillación durante el Adviento para honrar la humillación del Salvador del mundo. Ofrezcámonos continuamente a Él por medio de actos frecuentes de consagración a su servicio; y no dejemos de hacer actos del amor más puro, para corresponder al que Él nos tiene. He aquí las disposiciones interiores que debemos tener.

2.      Las disposiciones exteriores durante el Adviento son el ayuno, las penitencias, la oración, las buenas obras, y todas las prácticas de piedad. Muchas personas piadosas ayunan tres veces a la semana, y pocos hay que no puedan ayunar a lo menos el sábado. Sobre todo abstengámonos en este santo tiempo de toda diversión poco necesaria: este es el espíritu de la Iglesia, que en todo el Adviento no se sirve más que de los ornamentos de penitencia, lo cual observan también los prelados durante estos santos días. Empleemos todas las tardes una media hora en oración delante del santísimo Sacramento, en donde está el Salvador en un estado de tanta humillación como en el de su encarnación y el de su nacimiento. Multipliquemos nuestras oraciones; digamos todos los días el oficio parvo de la Virgen, esta es también la práctica de la Iglesia; no dejemos al menos de rezar el pequeño oficio de la Inmaculada Concepción. Demos limosnas a los pobres en reconocimiento de todos los bienes que el Padre eterno nos da, dándonos a su Hijo. Aunque la devoción a la santísima Virgen sea propia de todos los días del año, la Iglesia nos la recomienda singularmente mientras dura el santo tiempo de Adviento. Repitamos muchas veces en el día la antífona Alma Redemptoris Mater, que la Iglesia canta todos los días al fin de Completas, o la Salve Regina, que los Padres Carmelitas dicen al fin de cada hora del oficio, y aun al fin de la misa. En el orden del Cister, y en el de los frailes Predicadores se dice todos los días después de Completas. Nangis, en la vida de san Luis, asegura que desde el tiempo de este santo Rey se cantaba la Salve con mucha solemnidad al fin de Completas, y aun bien entrada la noche; esto era lo que se llamaba el saludo, lo que se practica todavía hoy en algunas iglesias.



Fuente: R. P. Jean Croisset SJ, "Año Cristiano ó Ejercicios devotos para todos los Domingos, días de Cuaresma y Fiestas Móviles" TOMO I. Librería Religiosa, Barcelona 1863.

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