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lunes, 18 de marzo de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Lunes del Segundo Domingo de Cuaresma.

Lunes del Segundo Domingo de Cuaresma. Reflexiones.
(Lección del profeta Daniel 9, 15-19)

A causa de nuestros pecados y de las iniquidades de nuestros padres. El Profeta reconoce y confiesa de buena fe que todos los males que afligen a su pueblo son ele efecto de sus pecados; la misma causa es la que atrae hoy sobre nosotros todos los azotes que nos hacen gemir; ¿Por qué no tenemos los mismos sentimientos? ¿Por qué no hacemos la misma confesión? ¿Por qué, convencidos de ello, no tenemos el mismo arrepentimiento? Se atribuye una desgracia, una enfermedad, un revés de fortuna, la pérdida de un pleito, una desdicha que aflige, una calamidad pública, a la malicia de un enemigo, a la envidia de un concurrente, a una indiscreción, a la ineptitud, a la imprudencia de un factor, al trastorno de las estaciones, a la intemperie del aire, a causas puramente naturales; ¡Qué no convengamos desde luego, y pensaríamos con acierto, que son nuestros pecados los que causan todas nuestras aflicciones! ¡Qué el origen de todos los males consiste en esos hábitos criminales, esas comuniones sacrílegas, esos desórdenes escandalosos, esos pecados enormes y secretos! ¡Qué no convengamos, que lo que enciende la ira de Dios y atrae todos los azotes que hacen lamentar al os pueblos, es esa irreligión, esas profanaciones tan comunes de los días santos, esas simonías, esas usuras! ¡Qué no nos persuadamos que sesos hijos tan malcriados, tan impíos, tan corrompidos, son la causa de aquel naufragio, de la pérdida de aquel pleito, del mal éxito de aquel negocio, de la quiebra de aquel comercio, de aquel montón de adversidades, de aquellas desgracias que han arruinado aquella familia! En fin, ¡Qué no nos convengamos que aquel juego, aquel lujo, aquella indevoción, aquella poca fe y religión son la triste causa de aquella muerte precipitada e imprevista que todo lo ha trastornado, la fuente funesta de todos aquellos accidentes pesados que nos hacen derramar tantas lágrimas! No acusemos ya las pasiones de los hombres, las revoluciones frecuentes en la naturaleza, el humor, el capricho, la malignidad de aquellos con quienes vivimos, todos los demás resortes que desarreglan toda la máquina, y que no son, a lo más, otra cosa que los instrumentos de que Dios se sirve para castigarnos. Reconozcamos lo que es verdad, que nuestras pasiones son nuestros tiranos, que nuestras infidelidades son la fuente fatal de todas nuestras desgracias, y que no tenemos mayores enemigos de nuestra felicidad, de nuestro reposo, de nuestra fortuna misma misma, que nuestros propios pecados. De nosotros depende el hacer que se seque una fuente tan maligna; concibamos un verdadero arrepentimiento, y no dilatemos nuestra conversión. ¿Qué cortesano desgraciado habría que no hiciese cesar prontamente la causa de su desgracia, si dependiese de él como depende de nosotros el no estar más en la desgracia del Señor?

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