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sábado, 16 de febrero de 2019

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: XVII. Visita la Santísima Virgen a santa Isabel, en cuya casa pasa tres meses.

XVII. Visita la Santísima Virgen a santa Isabel, en cuya casa pasa tres meses.



Noticiosa por el ángel Gabriel la Santísima Virgen del milagroso preñado de su prima santa Isabel, se sintió inspirada a ir a verla, para alegrarse con ella de un prodigio tan no esperado. Con el beneplácito, pues, de su casto esposo san José partió al punto, y fue en diligencia por los montes de Judea a la ciudad de Hebron, en donde vivía su amada prima. El camino era largo e incómodo; era preciso ir de Nazaret a Hebron, que era una ciudad sacerdotal, situada en la parte meridional de Judea entre los montes, distante diez o doce leguas de Jerusalén, y cerca de cuarenta de Nazaret, en donde estaba domiciliada la santísima Virgen. Un viaje como este no era muy cómodo para una persona tan delicada; pero su celo y su caridad la hicieron atropellar por todas las dificultades. No hizo alto sobre las fatigas del viaje, porque la caridad, dice san Ambrosio, no conoce dificultades e ignora toda tardanza: Nescit tarda molimina Spiritus Sancti gratia. Por otra parte, queriendo Dios servirse de María para santificar al Precursor en el mismo vientre de su madre, la inspira un viaje que es de pura caridad, y ella obedece sin detención.

Habiendo llegado a Hebron la Santísima Virgen, se fue derecho a casa de Zacarías. Lo mismo fue saber Isabel la llegada de su querida prima, que salirla inmediatamente al encuentro; María la saluda y la abraza; y apenas había abierto la boca para saludarla, cuando el niño de seis meses que Isabel llevaba en sus entrañas fue repentinamente ilustrado de una luz celestial. Desde la oscuridad de su prisión vio a los que le hacían la honra y el favor de visitarle; y no pudiendo todavía hablar, honró como pudo a Jesús y a María con unos saltos milagrosos, que fueron, dice san Crisólogo, señal de demostración del gozo, del respeto y de la anticipada gratitud del Precursor. Lo advirtió Isabel, la que, ilustrada con la luz sobrenatural que del hijo resaltó sobre ella, conoció por inspiración el incomprensible misterio de la Encarnación del Verbo; su alma se llenó del Espíritu Santo; y no cabiendo en ella misma de gozo, correspondiendo a la urbanidad de su querida prima, y a los honrosos términos con que la santísima Viren la había saludado, exclamó en alta voz: Eres bendita entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre. Y considerando al mismo tiempo el extraordinario mérito de la que venía a visitarla, cuya dignidad la había dado a conocer el Espíritu Santo, prorrumpió admirada en estas voces: ¿De dónde me viene a mí el que la Madre de mi Señor me venga a visitar? Este es un favor que no puedo yo admirar bastantemente, y que me llena de pasmo y de confusión, sabiendo lo indigna que soy de El. Hasta el mismo niño que llevo en mis entrañas ha sentido ya los maravillosos efectos de tu presencia; pues luego que he oído las palabras con que me has saludado, él también las ha oído y ha saltado de gozo. ¡Qué dichosa eres, querida prima, qué dichosa eres, que creíste sencillamente y sin dudar lo que el Angel te dijo de parte de Dios! Aquel Dios todopoderoso que ha empezado a hacer en ti cosas tan grandes y tan prodigiosas, las acabará y perfeccionará según lo has esperado; te lo ha prometido, y cumplirá su palabra.

Unas alabanzas tan grandes, y una manifestación tan clara de un misterio tan glorioso para María, no la envanecieron; es verdad que no pudo disimular ni callar las maravillas que Dios había revelado a Isabel, y que ésta acababa de publicar; pero quiso atribuirle a Dios toda la gloria, reconociéndose y confesándose indigna de tales favores; y animada del Espíritu Santo, de que estaba llena, y dilatando su espíritu y su corazón, pronunció este cántico que es el primero del Nuevo Testamento, el cual excede a todos los antiguos, así por el espíritu de devoción que resplandece en él, como por lo sublimidad de los afectos, y por la nobleza y majestad del estilo, y es el más precioso monumento de la profunda humildad de la Madre de Dios, al acto más heroico de su eminente santidad, y el más excelente modelo del más perfecto reconocimiento y de la más tierna gratitud: Magnificat anima mea Dominum. (Luc. I.).

“Mi alma glorifica al Señor, dice María, y está llena de un tan santo gozo, pensando en la bondad de Dios mi Salvador, que no puedo callar más tiempo sus maravillas; porque se ha dignado poner los ojos sobre la bajeza de su esclava; por esto me llamarán bienaventurada en todos los siglos futuros. El Todopoderoso, cuyo nombre es infinitamente santo, y cuya misericordia se extiende de generación en generación sobre todos los que le temen, ha obrado grandes milagros en mi favor. De este modo despliega, cuando le place, el poder de su brazo; trastorna los designios de los soberbios, abate a los grandes de la tierra para ensalzar a los pequeños; llena de bienes a los pobres menesterosos, al mismo tiempo que despoja a los ricos de sus propios bienes. Se ha acordado de su misericordia; y por eso quiere levantar a su pueblo Israel en cumplimiento de la promesa que hizo a nuestros padres, a Abraham y a todos sus descendientes.”

Más ilustrada la Santísima Virgen, y mil veces más privilegiada ella sola que todos los Profetas juntos, vio de una mirada las antiguas promesas que hizo Dios al pueblo hebreo y su perfecto cumplimiento. En efecto, la visita y conversación que tuvieron entre sí las dos primas es una señal la más evidente que entrambas profetizaban por el Espíritu Santo de que estaban llenas, y por el mérito de sus hijos, dice san Ambrosio: Duplici miraculo prophetant matres espiritu parvulorum.

Cerca de tres meses se detuvo la Santísima Virgen en casa de santa Isabel. Ya se deja conocer, dicen los santos Padres, lo ventajosa que sería esta detención a la casa de Zacarías, y qué abundancia de gracias y de bendiciones celestiales atraería sobre los dos santos viejos la morada de la Santísima Virgen; pues si el Señor bendijo tan abundantemente a Obededón y a todas sus cosas por haber tenido tres meses el arca en su casa: ¿qué bendiciones no derramaría el Señor sobre la dichosa familia de Zacarías y de Isabel, en atención a los tres meses que permaneció con ellos María, verdadera arca del Nuevo Testamento, y de la cual la antigua no era sino una figura? La pureza con que san Juan vivió toda su vida, dice san Ambrosio, fue uno de los efectos de la unción y de la gracia derramada en su alma por la presencia de la Santísima Virgen.

La visita que la Santísima Virgen hizo a santa Isabel encierra tan grandes maravillas, que la Iglesia ha querido se renovase todos los años su memoria, estableciendo una fiesta particular el día 2 de julio, que es el día siguiente a la octava de la Natividad de san Juan Bautista. En efecto, este día fue el primero en que la Santísima Virgen fue reconocida públicamente por Madre de Dios, y honrada como tal. Este fue el día en que Jesucristo santificó a su Precursor por medio de la palabra de la Santísima Virgen; y tuvo razón el que dijo, que la santificación de san Juan fue el primer milagro que hizo Dios por medio de la Santísima Virgen. Ninguna cosa manifiesta mejor el poder que el Salvador dio a su Madre, dice san Bernardo y san Bernardino, que la conducta del mismo Salvador en la administración de sus primeras gracias. Si quiere santificar a su Precursor, aun antes de nacer, le hace esta primera gracia por medio de María. Si ha de manifestarse al mundo con el primero de sus milagros, convirtiendo el agua en vino en las bodas de Caná, espera a que María se lo pida; queriendo darnos a entender con esto, dicen los santos Padres, que así como no quiso darse a nosotros sino por medio de María, tampoco quiere que recibamos sus gracias sino por medio de esta Señora: Nihil nos Deus habere voluit, quod per Mariæ manus non transiret. 


Al representarse san Ambrosio esta célebre visita, señalada con tantos misterios, profecías y prodigios, es tanta su admiración, que no puede menos de manifestarla. Isabel, dice este santo Padre de la Iglesia, es la primera que oye la voz de María; y Juan siente y experimenta al mismo tiempo la gracia de Jesucristo. Las dos madres publican exteriormente las maravillas de la gracia, y Juan experimenta dentro los efectos. Jesucristo llena a san Juan de la gracia ligada al ministerio de precursor, y san Juan anticipa las funciones de su ministerio por un duplicado milagro; finalmente, María e Isabel, concluye san Ambrosio, animadas interiormente del espíritu de sus hijos, hacen de su conversación una serie de oráculos y de profecías.

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