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jueves, 11 de abril de 2019

REFLEXIONES CUARESMALES PARA CADA DÍA. Jueves de Pasión. Reflexiones.

Jueves de Pasión. Reflexiones.
(Lección del profeta Daniel 3, 25 y 34-35)

Nos vemos humillados el día de hoy en toda la tierra por nuestros pecados. Este sentimiento es religioso y es justo; pero ¿Es tan común como verdadero? Se siente y se conoce la humillación, se gime bajo los azotes con que Dios nos castiga, el peso de las adversidades nos abruma; pero ¿Reconocemos la verdadera causa de nuestros males? Tanto una pérdida como una desgracia, una muerte pronta, un accidente adverso, trastornan el sistema más bien fundado, arruinan todos los proyectos, estrellan, desmenuzan, convierten en polvo una familia floreciente: esos cedros que se levantaban hasta las nubes tenían raíces proporcionadas a su altura, un viento impetuoso les tronchó la copa, y el ardor del sol en menos de nada ha quemado y calcinado el tronco: el estruendo nos aturdió; preguntamos, ¿Quién ha podido en tan poco tiempo trastornar y destruir ese prodigioso coloso? Queremos atribuir desde luego la causa de estos reveses de la fortuna a la envidia de los concurrentes, a la malicia de un enemigo, a los artificios de la mala fe, a la flaqueza de los apoyos, a la inhabilidad y al a imprudencia: se quiere siempre que haya habido subterráneos que se habían ignorado, y causas naturales y ocultas de nuestras desgracias: una enfermedad molesta porfiada, la muerte de un padre, de un hijo único, de un marido, se atribuyen siempre a un disgusto, a un exceso de melancolía, al a intemperie del aire, al trastorno o desigualdad de las estaciones, a una indiscreción poco sensata. ¿A quién le pasa por la imaginación el reconocer y decir que nos vemos humillados y afligidos por nuestros pecados? Sin embargo esta es la causa, y las más veces la única, de nuestras desgracias. ¿A quién le pasa por la imaginación que la piedra que ha derribado esa alta estatua; que el gusano que ha hecho secar esa encina tan verde; que el fuego que ha derretido y consumido esos metales, esa casa tan opulenta, esa fortuna tan brillante es aquel contrato usurario, es esa hacienda mal habida; esa dureza con los pobres y con los miserables; ese corazón agrio y resentido contra un enemigo; esa impiedad descarada, que se lleva hasta los pies de los altares; ese poco o nada de religión; esas impurezas, esos delitos enormes de que ya no se tiene vergüenza; esos hijos tan malcriados, cuyos desórdenes se saben y se toleran; esa profanidad, ese lujo desmedido, los enredos y embrollos de amor de esa señorita mundana, la disolución de este marido tan poco cristiano? Todo esto, o a lo menos algunos de estos desórdenes, es lo que ha excitado esas tempestades, lo que ha causado esos naufragios, lo que ha arruinado esas familias, lo que ha hecho desaparecer y desvanecer aquella prosperidad que parecía haberse hecho hereditaria en aquella casa. No se quiere reconocer cuál es la mano que hiere, y así se sienten todos los golpes sin algún fruto. No busques en otra parte que en los desórdenes de tu corazón el origen de todas tus desgracias: haz que se seque ese manantial por medio de una verdadera conversión a Dios, y verás al punto cesar tus desgracias, o a lo menos vendrán a serte más útiles que las prosperidades, por el buen uso que harás de ellas.

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