EL ESPOSO DIVINO DE LA IGLESIA
Viri,
diligite uxores vestras, sicut et Christus dilexit Ecclesiam
“Varones, amad a vuestras esposas, así
como Jesucristo amó a la Iglesia” (Ef 5, 25)
Otra
de las razones que decidieron la institución de la sagrada Eucaristía fue el
amor de Jesucristo a la Iglesia. Habiendo descendido nuestro Señor del cielo a
la tierra para formar su Iglesia, para fundarla, muere por ella en la cruz. De
su costado abierto brota juntamente con el agua y con su sangre la santa
Iglesia, cual nueva Eva formada del cuerpo del segundo Adán.
Todas
las acciones de Jesucristo y todos sus sufrimientos tuvieron por objeto formar
un tesoro infinito de gracias y méritos para su Iglesia, de cuyos méritos ella
pudiera disponer en favor de sus hijos. La Iglesia es la heredera de
Jesucristo.
Más
si Jesús, después de su resurrección, se hubiese subido al cielo contentándose
con haber hecho a la Iglesia depositaria de su verdad y de sus gracias, ésta
hubiese sido aquí en la tierra como una esposa enlutada que llorase
inconsolable hasta hallarse en la presencia de su esposo divino. Esto no podía
ser, pues hubiera sido indigno del poder y del amor del Salvador.
Jesús
se quedó con su Iglesia para ser su vida, su fuerza y su gloria.
II
La
esposa, privada de la compañía de su esposo, lleva una vida que no es vida,
sino duelo y agonía. Pero junto a su esposo siéntese grande, fuerte y alegre.
Posee el corazón de su esposo y se considera dichosa consagrándose de lleno a
su servicio.
Así
es la Iglesia respecto de la Eucaristía.
La
Eucaristía es el objeto de su amor, el centro de su corazón, la felicidad y la
alegría de su vida.
Ella
vela por sus hijos de noche y de día, a los pies del Dios del sagrario, para
honrarle, amarle y servirle; la Eucaristía es el móvil y el fin de todo su
culto; es el alma de este mismo culto, que cesaría bien pronto sin la
Eucaristía, porque no tendría razón de ser.
Por
eso las sectas protestantes, que no gozan de la presencia del esposo divino,
abandonan todo culto exterior por superfluo e inútil.
III
Por
la Eucaristía, la Iglesia es poderosa y fecunda; sus hijos ya no se pueden
contar y se hallan diseminados por toda la redondez de la tierra; sus
misioneros no cesan de conquistarle nuevos hijos: la Iglesia debe ser la madre
del género humano.
¿De
dónde nace su fecundidad? Los sacramentos del Bautismo y de la Penitencia no
cabe duda que dan la vida o la restituyen; pero ¿cuál será la suerte futura de
estos hijos que acaban de nacer a la gracia por las aguas de la regeneración
divina?
Es
preciso alimentarlos y educarlos.
En
ellos se ha depositado un germen divino; pero hay que fomentar el desarrollo de
este germen y hacer que crezca, y la Eucaristía es el medio de que se vale la
Iglesia para formar a Jesucristo en sus hijos. La Eucaristía es el Pan vivo que
sustenta en éstos la vida sobrenatural.
Por
la Eucaristía los educa; en ella encuentran las almas abundancia de luz y de
vida; la fuerza necesaria para el ejercicio de todas las virtudes.
Agar,
en medio del desierto, lloraba inconsolable porque no podía alimentar ni
refrigerar la sed de su hijo que iba a perecer de inanición.
La
sinagoga y las sectas protestantes son esta madre incapaz de satisfacer las
necesidades de sus hijos; éstos le piden pan y no hay quien se lo dé.
La
Iglesia, por el contrario, recibe todos los días el pan del cielo para cada uno
de sus hijos: para todos tiene suficiente. Quantum
isti, tantum ille.
Este
es el pan de los ángeles, pan de reyes, y por esto son sus hijos hermosos como
el pan que los alimenta.
Con
él se hacen fuertes, pues es el trigo de los elegidos que sacia completamente;
tienen, además, derecho a sentarse cada día en el regio banquete: la Iglesia
tiene siempre dispuestas las mesas para los que quieran acercarse, y ella misma
los invita y conjura para que vayan siempre allí a sacar fuerzas y vida.
IV
La
Eucaristía es la gloria de la Iglesia.
Jesucristo,
su esposo, es Rey; es el Rey de la gloria. El Padre colocó sobre su cabeza una
corona resplandeciente.
La
gloria del esposo es al mismo tiempo gloria de la esposa. La Iglesia, a
semejanza del astro de la noche, refleja los rayos divinos del sol de la
gloria.
La
Iglesia, delante del Dios de la Eucaristía, es hermosa en los días de fiesta de
su esposo, adornada con vestidos de gala; cantando himnos solemnes e invitando
a todos sus hijos para que concurran a honrar al Dios de su corazón.
Cifra
toda su dicha en dar gloria a su rey y a su Dios; viéndola y oyéndola se
creería uno transportado a la celestial Jerusalén, donde la corte angélica
glorifica, en sempiterna fiesta, al Rey inmortal de los siglos.
El
día del Corpus Christi se presenta
triunfante, cortejando en interminables procesiones al Dios de la Eucaristía y
avanzando como ejército puesto en orden de batalla, acompañando a su Jefe;
entonces reyes y pueblos, grandes y pequeños, cantan las glorias del Señor, que
ha establecido su morada en medio de la Iglesia.
El
reino de la Eucaristía es el reinado de la Iglesia, y, allí donde la Eucaristía
es olvidada, la Iglesia no tiene sino hijos infieles cuya ruina no tardará, en
llorar.
Excelente artículo!!! Muchas gracias
ResponderBorrarEspero sea de mucho provecho para usted y los suyos, le invitamos a que continue leyendo las publicaciones futuras. Todos los jueves son dedicados al Santisimo de la mano de san Pedro Julián.
BorrarGracias por tomarse el tiempo para hacer estas publicaciones.
ResponderBorrarDios Nuestro Señor lo bendiga y estaré al pendiente.
Muchas gracias por sus palabras, esperamos sea de mucho provecho para usted y los suyos, todo el esfuerzo es para la mayor Gloria de Dios, María Santísima y toda la Iglesia Católica.
Borrar🙏🙏🙏
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