Del modo de
conservar el espíritu eclesiástico
* * *
Cuando uno recibe el santo sacramento del orden y es
sublimado a la grande dignidad sacerdotal, si éste ha sido llamado de Dios,
como Aarón[1], ut collocet eum cum principibus, cum
principibus populi sui[2];
si éste, además de ser llamado y sublimado por Dios a tan alta dignidad, se ha
presentado con la vestidura nupcial de la gracia y con la más profunda
humildad, considerándose indigno de tanta honra, contemplando cumplidas en sí
aquellas palabras: Suscitans a terra
inopem, et de stercore erigens pauperem[3],
no hay duda, éste ha recibido sacramentum
et rem sacramenti, como enseñan los teólogos[4];
esto es, ha recibido un aumento de gracia santificante con la gracia
sacramental que llaman caridad de paternidad, que no sólo da al ordenado de
presbítero un aumento de vida sobrenatural, sino también una cierta robustez y
todos los demás auxilios que son necesarios para desempeñar perfectamente todas
las funciones del sagrado ministerio. Este admirable don, que es una especial
gracia y caridad paternal para poder tener hijos en Cristo, como decía San
Pablo: Per Evangelium ego vos genui[5],
no es indeleble, como en efecto lo es el carácter que por la santa ordenación
se imprime en el alma del ordenado; puede llegar a contristarse y aun a
extinguirse ese espíritu, como lo advertía el Apóstol: Nolite contristare Spiritum Sanctum[6].
Se contrista el Espíritu Santo que habita en el ordenado por pecados veniales,
por la flojedad y tibieza en las obras buenas, por las palabras que dice y
acciones que hace. Dicen los sagrados expositores[7]
que metafóricamente se dice que se contrista el Espíritu Santo a la manera que
un señor que va a la casa de un amigo, que en un principio le recibe bien, pero
que después de algunos días le dice palabras indebidas, le hace acciones
indecorosas, se aflige del amigo y se contrista; así, pues, cuando uno recibe
el sacramento del Orden, recibe el Espíritu Santo; pero si después este
ordenado dice palabras ociosas, hace cosas que no debe, o no las hace como
debe, o las omite, el Espíritu Santo se contrista. Y quizá sus palabras y
acciones u omisiones llegarán a tal grado que aun vendrá a extinguir el
espíritu, como lo amonesta el ya citado Apóstol: Spiritum nolite extinguere[8].
También es una expresión metafórica, a la manera que se extingue una lámpara si
no se pone aceite, sino se le guarda del viento, agua o tierra que la pueda
ahogar. Así, pues, el sacerdote, para conservar el espíritu eclesiástico y no
ahogarle y extinguirle, ha de amar el retiro, o, si no, el viento del mundo le
extinguirá y apagará; ha de librarse del amor a las cosas terrenas, o, si no,
le ahogarán ese espíritu. San Juan Crisóstomo dice que la mecha o el pabilo de
esa lámpara es la fe, y el aceite son las obras buenas, y la luz es el buen
ejemplo[9], y
así es como es glorificado el Padre que está en los cielos[10].
Por lo que, amadísimo seminarista, si queréis no
extinguir el espíritu y la gracia que habéis recibido en la sagrada ordenación,
ni contristarle, ya que por la gracia de Dios sois lo que sois[11];
si queréis, pues, que no sea en vano la gracia que habéis recibido[12];
por último, si queréis ser un siervo y fiel[13],
tendréis bien distribuido el tiempo en un plan de vida que habéis de guardar
con toda fidelidad; os podréis valer del que os vamos a trazar o de otro que os
parezca mejor[14].
1.
Cada año. Haréis los santos ejercicios espirituales.
2.
Cada tres meses. Que serán las témporas, recordaréis la ordenación,
como hemos dicho.
3.
Cada mes. Haréis un día de retiro espiritual, en que leeréis los propósitos.
4.
Cada semana. Recibiréis el sacramento de la penitencia.
5. Cada día. Fijaréis la hora en que os habéis de levantar, después de seis o siete
horas de sueño, y seréis puntual en levantaros en la hora, sin dejaros engañar
de Satanás cometiendo un acto de pereza.
6.
Ofreceréis
a Dios todas las obras del día.
7.
Tendréis
una hora, al menos media hora, de oración mental.
8.
Celebraréis
la santa Misa con devoción, preparándoos antes y dando gracias después.
9.
Os
pondréis en el confesionario todos los días, aunque no haya gente para
confesar; si no vienen un día, vendrán otro viendo que les dais oportunidad.
10.
Rezaréis
las horas menores con pausa y devoción.
11.
Os
ocuparéis en el estudio de la santa Biblia, santos Padres, teología moral y
ascética; singularmente leeréis el Rodríguez[15].
12.
Comeréis
no sólo con templanza, sino también con mortificación, dando la bendición antes
y gracias después.
13.
Después
de comer y descansar un rato rezaréis vísperas y completas.
14.
Después
os entregareis al estudio de materias propias al santo ministerio.
15.
Por
la tarde visitaréis al Santísimo Sacramento que está en el sagrario y además
visitaréis a María Santísima en alguna de sus imágenes.
16.
Visitareis
a los enfermos en sus casas particulares o en algún hospital o establecimiento
de beneficencia.
17.
Por
la noche rezareis maitines y laudes con atención y devoción delante de alguna
imagen.
18.
Rezareis
una parte del rosario con mucho fervor.
19.
Cenaréis
muy poco y materia de colación, y os será provechoso al cuerpo y al alma.
20.
Al
último haréis dos exámenes, particular sobre alguna virtud, y se hace al
mediodía y a la noche, y el general, que comprende todas las cosas del día.
21.
Finalmente,
leeréis la meditación que habéis de hacer el día siguiente y os acostaréis, y,
puesto en la cama, pensaréis en qué hora os habéis de levantar el día siguiente
y qué meditación habéis de tener.
22.
Siempre. Vestiréis
hábitos talares.
23.
Andaréis
a la presencia de Dios y haréis frecuentes jaculatorias, singularmente al dar
el reloj la hora, que pensaréis en lo que Jesús sufrió en aquella hora de su
pasión, y haréis la comunión espiritual[16].
24.
Con
todo el corazón amaréis a Dios, y en prueba de este amor guardaréis los
preceptos de la ley de Dios y los consejos evangélicos[17].
25.
Tendréis
los santos ornamentos y vasos sagrados muy limpios aseados, y la Iglesia bien
arreglada, guardando silencio y recogimiento en ella.
26.
Procuraréis
con todo el celo posible la salvación de las almas; iréis delante con el buen
ejemplo, practicando las virtudes de humildad, castidad, mansedumbre,
paciencia, caridad y obediencia, sin murmuraciones a lo que Dios por el prelado
ordenare.
27.
Seréis
solícito e incansable en predicar, catequizar, oír confesiones y en administrar
los demás sacramentos[18].
28.
En
todas las obras os acordaréis de los novísimos; y así, pensad que la vida va
pasando, la muerte se va a cercando; y, por lo tanto, nunca estéis ociosos,
sino siempre útilmente ocupados en orar, estudiar, en las obligaciones del
santo ministerio y en alguna labor de manos, si tenéis lugar y tiempo.
29.
Tendréis
repartidas las devociones por los días de la semana, a fin de hacerlas con más
fervor.
El domingo será en obsequio de la Santísima Trinidad.
El lunes, del ángel custodio.
El martes, del santo patrón del nombre.
El miércoles, en bien de los pobres.
El jueves, en obsequio del Santísimo Sacramento.
El Viernes, en memoria de la pasión y muerte de
Jesucristo y en sufragio de las almas del purgatorio, y ayunaréis. El sábado,
en obsequio de María, y os mortificaréis en alguna cosa[19].
[1] Cf. Heb 5, 4.
[4] El sacramento y la realidad
del sacramento; cf. SANTO TOMÁS, Summa theol.
3 q.63 a.3 ad 2.
[9]
Cf. In Ep. 1 ad Thessal. c.5
hom.11,1: PG 62,461.
[10]
Cf. Mt 5, 16.
[11]
Cf. 1 Cor 15, 10.
[12]
Cf. Ibid.
[13] Cf. Mt 25, 21-23.
[14] Este plan de vida sacerdotal responde,
en su estructura general, al que el mismo P. Claret se trazó en los ejercicios
de 1843 (cf. Propósitos 1843: Escritos autobiográficos [BAC, Madrid
1981] p.522-525), que reprodujo en Avisos
a un sacerdote (Vich 1844) p.19-23. Pueden verse en este volumen p.250-253.
[15] El conocido y apreciado libro
Ejercicios de perfección y virtudes
cristianas (LR, Barcelona 1861) 3 tomos.
[17] Resulta interesante constatar
cómo el P. Claret quería que los sacerdotes guardaran los consejos evangélicos.
Lo veía necesario, sobre todo, en los misioneros para conseguir el amor de
Dios, necesario al evangelizador (cf. Aut. N.442).
[18] Nuestro Santo lo decía de sí
mismo en su “declaración al ingresar en la Compañía de Jesús”, refiriéndose a
sus primeros años de actividad sacerdotal en Sallent: “Soy muy inclinado a los
ejercicios espirituales, sobre todo a visitar a los enfermos, oír confesiones y
exhortar al pueblo; tanto que en estos ejercicios soy infatigable, como por mí
mismo lo he experimentado en estos cuatro últimos años” (Doc. Autob. VI: Escritos autobiográficos, ed.cit,
p.422).
[19] Sugiere aquí a los sacerdotes
lo que él mismo había hecho objeto de devoción particular en 1860, en la época
en que estaba escribiendo El colegial (cf. Propósitos
1860: Escritos autobiográficos,
ed.cit., p.557), y que renovó al año siguiente en sus propósitos de 1861 (cf.
Ibid., p.562).
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