XVI. Profunda humildad de la Santísima Virgen, y su amor a la virginidad.
Ninguna cosa da una idea más alta del valor del mérito de la virginidad, dicen los santos Padres, que el ver que María rehusa ser madre de Dios, si para serlo ha de dejar de ser virgen. O veneranda virginitas, exclama san Agustín (serm. 3 de Nat.), o humilitas prædicanda! ¡Oh virginidad digna de toda veneración! ¡oh humildad superior a toda alabanza! Un Angel ofrece a María de parte de Dios la incomparable dignidad de madre del mismo Dios; y María la rehusa si es incompatible con la virginidad. Se podría decir que María quizá no hizo al pronto bastante reflexión sobre la eminente y gloriosa dignidad de madre de Dios, y que no desechó las ofertas que se le hacían, dice uno de sus más celosos siervos, sino porque no comprendió bien el punto sobre que era la cuestión; pero sin hablar de los conocimientos que había bebido en la contemplación y en la lección de los Libros santos, el Angel se había explicado lo bastante para ser entendido; nada había omitido de cuanto era capaz de hacerla asentir a la propuesta. El hijo que concebirás, le dijo, será grande: Ilic erit magnus; es el Hijo del Altísimo, es el Hijo de Dios; será reconocido por tal por toda la tierra: Et Filius Altissimi vocabitur. Le pondrás por nombre Jesús, no solo porque es el que ha de salvar a su nación, sino también porque ha de ser el Salvador de todos los hombres. El Señor le hará sentar sobre el trono de su padre David, para que reine sobre toda la casa de Jacob; y este reino no será de una duración limitada, como son los demás reinos; será eterno y no tendrá jamás fin: Et regni ejus non erit finis. Después de una explicación tan clara, ¿podía ignorar la Santísima Virgen las ventajas y prerrogativas de la dignidad que se le ofrecía? Sin embargo, nada de todo esto la tienta ni la lisonjea; lejos de dejarse prendar de unos títulos tan magníficos y tan pomposos, los mira como insuficientes para resarcirla y consolarla de la pérdida que miraba como inevitable de su castidad virginal. Si es posible que una mujer sea juntamente madre y virgen, enhorabuena; pero si es necesario renunciar una u otra de estas dos ventajas, y el Señor me deja la libertad de elegir, ve, Angel santo, lleva a otra la corona que Dios me ofrece; que yo soy virgen y lo quiero ser eternamente.
Virgen Santísima, exclama aquí san Anselmo, nada hay que sea igual a Vos, y nada que sea comparable con Vos; pues todo lo que es, o es sobre Vos, o es inferior a Vos; solo Dios es sobre Vos, y todo lo que no es Dios, es inferior a Vos en dignidad, en santidad, en virtud y en mérito: Nihil tibi, o Domina, æquale, nihil comparabile... María es tal por razón de su dignidad de Madre de Dios, dice san Buenaventura, que el mismo Dios no puede hacer otra madre más excelente: puede hacer un mundo mayor, un cielo más espacioso, más brillante y más bello; pero no puede hacer una madre de una dignidad más eminente: Majorem mundum, majus cælum facere potest, majorem matrem non potest. ¿Queréis saber, dice san Euquerio, cuál es esta Madre, cuál su dignidad, su santidad y su mérito? Informaos antes cuál es el Hijo que concibió y dio a luz. (Serm. de Nat.). La carne de Jesús, dice san Agustín, es una parte de la carne de María: Caro Jesu caro est Mariæ. Por cualquiera parte que mires este misterio, dice san Bernardo, no verás sino maravilla, prodigio y motivo de espanto; pues el que Dios sea hijo de una mujer y le esté sujeto, es una humildad sin ejemplo; y el que una mujer sea madre de su Dios y tenga derecho de mandarle, es una gloria, es una grandeza, y es una dignidad que no puede tener igual (serm. sup. Miss. est): Quod Deus fæminæ obtemperet, humilitas sine exemplo: et quod Deo fæmina principetur, sublimitas sine socio.
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