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domingo, 10 de febrero de 2019

Quinto Domingo después de Epifanía. La Parábola del Trigo y la Cizaña.

Quinto Domingo después de Epifanía

Parábola del trigo y la cizaña

 Introito extraído del Salmo 96, 7-8
Epístola del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3, 12-17
Evangelio según San Mateo 13, 24-30

Ninguna cosa particular se halla en la historia de este domingo. Como es uno de los que regularmente se trasladan o se omiten, no tiene más propio de él que la Oración, la Epístola y el Evangelio. El introito de la misa es el mismo que el del domingo precedente; está tomado, como se ha dicho ya, del salmo XCVI. Los comentadores y los intérpretes dicen que el Hebreo no se pone título a este salmo, y muchos ejemplares griegos antiguos nos advierten de lo mismo. Los que se adhieren a la Vulgata creen que este salmo fue compuesto por David, cuando después de la muerte de Saúl se vio pacíficamente en su país y en posesión del reino que el Señor le había prometido. Otros, como Belarmino y Tirino, lo refieren al tiempo inmediato a la muerte de Absalón. Algunos creen que contiene las acciones de gracias de los judíos libres de la cautividad de Babilonia, y la descripción de la venganza que el Señor ha ejercido contra los babilonios. Pero todos los santos Padres le interpretan y le explican por la primera y segunda venida de Jesucristo, de su reino en la Iglesia, y de la vocación de los gentiles. El mismo san Pablo, como se ha dicho ya, le cita en el mismo sentido, y no hay más que leerle para hallar en él una descripción profética de la majestad brillante del soberano juez, y del aparato espantoso del último juicio. Vendrá un día a la tierra rodeado de espesas nubes, dice el Profeta; su trono estará sostenido por la justicia y por la sabiduría. Le precederá un fuego devorante, que se esparcirá por todas partes y abrasará a sus enemigos. Todo el universo quedará consternado a vista de los relámpagos que brillarán en los aires por todos lados. Las montañas, toda la tierra parecerá disolverse a la presencia del Señor, como la cera se derrite al fuego. Los cielos por una infinidad de prodigios anunciarán a los hombres que ha llegado el tiempo de su justicia, y todos los pueblos serán entonces testigos de su gloria. Entonces serán confundidos los que adoran los ídolos y se apoyan en la protección de las vanas figuras que ellos han fabricado, es decir, todas las personas mundanas, esclavas de sus pasiones, tristes víctimas de su ambición, idólatras del mundo. Ángeles del Señor, exclama entonces el Profeta arrebatado de un súbito entusiasmo, Ángeles del Señor, adorad a este Juez soberano. Y la Iglesia comienza hoy la misa por este versículo, exhortando al mismo tiempo a todos los justos a que se regocijen, y aun a que hagan ostentación de su alegría. En fin, David concluye este salmo por convidar a todas las almas justas a que pongan todo su contento y su gloria en servir al Señor. ¿Qué pintura más viva y más precisa del juicio último? He aquí el sentido verdadero del salmo XCVI, de que la Iglesia se sirve para el introito de la misa.

La Epístola está tomada del tercer capítulo de la admirable carta que san Pablo escribió a los fieles de Colosos, hacia el año 62 de Jesucristo. La ciudad de Colosos era una de las principales de Frigia, cerca de Laodicea, que era la capital de esta provincia. Muchos creen que san Pablo no había predicado a los colosenses, lo que parece insinuar él mismo en el capítulo II, cuando dice: Quiero que sepáis el cuidado en que estoy por lo que os interesa a vosotros y a los que están en Laodicea, como igualmente a todos los que no me han visto nunca en este cuerpo mortal. Se cree que era Epafras el que los había instruido y convertido a la fe. El Evangelio había producido allí mucho fruto. Los colosenses estaban animados de la caridad con todos los fieles, y la fe triunfaba entre ellos con esplendor. Los falsos apóstoles convertidos del judaísmo, que el demonio ha procurado siempre suscitar en la Iglesia para sembrar la cizaña entre el buen grano, y que corrían por todas las iglesias de los gentiles convertidos al a fe para hacer prosélitos, vinieron a Colosos, y allí predicaron la necesidad de la circuncisión y de las observancias legales, mezclando otros muchos errores tan groseros como este con las supersticiones de su propio espíritu, trataban de inspirar a los gentiles convertidos un fantasma abominable de religión.

San Pablo informado de todos estos perniciosos abusos o por Epafras, que entonces se hallaba en prisiones con él en Roma, o por una carta que le habían escrito los de Laodicea, creyó que en cualidad de Apóstol de los gentiles debía emplear su autoridad y sus luces para sostener la fe de los colosenses, y para reprimir el atrevimiento de los falsos apóstoles, que bajo la máscara de celo esparcían por todas partes sus perniciosas máximas. Realza desde luego la grandeza de Jesucristo, que es la imagen del Padre, el Mediador y Reconciliador de los hombres con Dios, la Cabeza de la Iglesia, y que como tal influye en sus miembros la acción, el movimiento; el espíritu y la vida. Les pinta de una manera viva y demostrativa los falsos profetas, y les hace ver que Jesucristo es el solo autor de la salud; que en Él subsiste esencialmente la Divinidad; que es infinitamente superior a todas las potestades y a todas las virtudes celestiales; que en Él han recibido la verdadera circuncisión del corazón; que por su sangre han sido reengendrados, y que están resucitados con Él por el Bautismo; y de todo esto infiere la inutilidad de las ceremonias legales, y la necesidad que tienen de despojarse del hombre viejo, y revestirse del hombre nuevo; y con la ocasión de estas verdades les enseña la doctrina más sólida y más sublime. San Pablo estaba entonces en Roma preso por la fe de Jesucristo, y san Juan Crisóstomo nota que de todas las epístolas de san Pablo, las más bellas, las más instructivas y las más interesantes son las que ha escrito en las prisiones; tales son las que dirigió a los Efesios, a los Filipenses, a Filemón, a Timoteo y a los fieles de Colosos.

Revestíos, como elegidos de Dios, santos y muy amados, les dice, de entrañas de misericordia, de dulzura, de humildad, de moderación, de paciencia, sufriéndose y perdonándose mutuamente, si alguno tiene motivo para quejarse de otro; y como el Señor os ha perdonado, hacedlo también vosotros; pero sobre todas las cosas tened caridad. Esta es la primera y la más importante de todas las virtudes; ella es el vínculo de la perfección. Sin ella todas las demás virtudes no son nada, y desaparecen delante de Dios. Ella une los fieles a la Iglesia y entre sí; los une a Jesucristo que es su cabeza; así que ella es el más perfecto de todos los vínculos, y sin él no hay perseverancia. Triunfe en vuestros corazones, añade, la paz de Jesucristo; sea inalterable en vosotros en medio de las persecuciones, de las adversidades, de todos los accidentes molestos de la vida. Es este un fruto que no acertaría a crecer en el mundo. Paz, paz y no había tal paz. Ella es únicamente el patrimonio de las gentes de bien. Solo la paz de Jesucristo es la que puede reinar en el corazón. Donde Jesús no está, todo es turbación; y si se levanta alguna tempestad, Él es el que puede calmarla. Permanezca en vosotros, continúa, la palabra de Dios en toda su plenitud, escuchándola con perfecta sabiduría, meditándola, poniéndola en práctica. Animaos los unos a los otros con salmos, con himnos y con cánticos espirituales. Ciertamente es necesario que la tierra sea muy ingrata, que el corazón esté muy endurecido, o que las espinas y malas yerbas sean muy abundantes, cuando un grano tan fecundo no produce nada. En fin, concluye, todo lo que hiciereis, ya habléis, o ya obréis, hacedlo todo en nombre de Jesucristo nuestro Señor, dando por Él gracias a Dios Padre. ¡Buen Dios! ¡Cuánto encierran en sí tan pocas palabras! Este es el resumen de toda la perfección cristiana. Hé aquí la idea justa de la santidad. No decir nada, no hacer nada, de que Dios no sea el fin y el objeto. No tener otra mira que la pura gloria de Dios; no buscar otra cosa en todo y por todo que el agradarle. Aquello que le agrada, a mi Padre, esto es lo que hago siempre. Esto es lo que Jesucristo dice de sí mismo; esto es lo que han podido decir los más grandes Santos; esto es lo que les caracteriza. No buscar ni los bienes del mundo, ni los honores, ni la reputación, ni su satisfacción, ni las comodidades de la vida; no proponerse en todas las cosas más que la gloria y la voluntad de Dios, ¿Qué vida más santa? Pero ¿Qué vida mas dulce, más tranquila? ¿Y qué muerte al mismo tiempo más serena ni más preciosa? Si nuestro espíritu no puede tener siempre una intención actual de agradar a Dios, dice santo Tomás, es preciso que esta intención sea siempre habitual, y que persevere continuamente en nuestro corazón, si queremos obrar de una manera meritoria, y vivir conforme al espíritu de nuestra Religión.

El Evangelio de este día está tomado del capítulo XIII de san Mateo, donde el Salvador propone al pueblo que le seguía la parábola del sembrador y de la cizaña. Como la multitud era grande, había subido a una barca con sus discípulos, y en lo que predicaba les instruía para que ellos mismos buscasen el sentido de las parábolas, que siendo sencillas y familiares, les daban a conocer de un modo agradable y sensible las cosas de Dios y de la Religión: comparaba el principio y el progreso de la Religión en la ley nueva, unas veces el trigo entre el cual se ha sembrado la cizaña, y que no por eso deja de crecer insensiblemente; otras al grano de mostaza; otras a la levadura, o a otras cosas muy comunes, y que son conocidas y familiares a los más simples y a los más rudos, hablándoles siempre en parábolas para hacerles comprender más fácilmente las verdades del Evangelio.

Hablar en parábolas es servirse de comparaciones tomadas de cosas verdaderas o verosímiles, de donde se saca después una moralidad. Este estilo figurado ha estado siempre muy en uso entre los cristianos orientales. Veamos cómo habla el Salvador en el Evangelio de este día. El Reino de los Cielos, dice, es semejante a un hombre que había sembrado buen grano en su campo. Este modo de hablar de que se sirve ordinariamente Jesucristo, proponiendo una parábola, no quiere decir que el Reino de los Cielos, por el cual entiende unas veces la Iglesia, otras el asiento de los bienaventurados en el cielo, algunas veces la salvación, con frecuencia la predicación del Evangelio, no quiere decir, repito, que el Reino de los Cielos sea precisamente semejante a la cosa de que se trata; sino tan solo que la parábola tomada por alto indica lo que pasa en el Reino de los Cielos. Veamos, pues, lo que significan estas parábolas en este paraje: sucederá en el Reino de los Cielos, esto es, en la predicación del Evangelio, lo mismo que sucede en un campo, en que habiendo el labrador sembrado buen grano, viene su enemigo por la noche, siembra la cizaña, y se retira inmediatamente a favor de las tinieblas. La buena semilla, por consiguiente, se mezcla con la mala en el mismo campo. Cuando crece el uno y el otro grano son tan parecidos, y sus vástagos tan semejantes, que es muy fácil engañarse; y como los ojos del hombre no penetran a lo interior de la tierra, y no disciernen con facilidad lo que es malo de lo que es bueno, cuando lo uno está confundido con lo otro, esta mezcla no se descubre hasta que el trigo se ha hecho ya yerba y espigado, porque entonces la cizaña se deja ver entre el trigo. Maravillados los criados al ver esto, vienen a su señor, y le dicen: Señor, ¿Qué es esto? ¿No habéis sembrado buen grano en vuestro campo? ¿De dónde le ha venido esta cizaña? No puede ser otro, les responde, que mi enemigo el que la ha sembrado: a estas palabras los criados, llenos de indignación y de un celo precipitado por los intereses de su señor, le piden permiso para ir sobre la marcha a arrancar la cizaña. No hagáis tal, les dice, porque al arrancar la cizaña podéis arrancar el trigo, ya por la semejanza de las dos plantas, ya porque sus raíces casi siempre están mezcladas entre sí. Dejad crecer el uno y el otro hasta el tiempo de la cosecha; cuando estuvieren en sazón, yo mandaré a los segadores que los separen, y pongan la cizaña aparte para arrojarla al fuego; en cuanto al trigo, les diré que lo recojan, sin perder un grano, y después de haberlo juntado lo lleven a mis graneros.


Este campo del Señor es el mundo, en donde Dios tiene sus hijos, que son el buen grano, y en donde el demonio tiene también los suyos, que son la cizaña: es también este campo el corazón de cada uno de nosotros en particular, en el que sin cesar está derramando Dios la semilla de su gracia, para que produzcamos frutos de virtud, mientras que el demonio por su parte no pierde ocasión alguna para derramar en él la semilla del vicio. Este enemigo mortal de nuestra salud, no pudiendo hacerse dueño de nuestro corazón resistiéndolo nosotros, trata de insinuarse en él sin ser apercibido, y aprovecha para esto aquel tiempo en que dejamos de velar sobre nosotros mismos. Nuestro amor propio, nuestras pasiones, nuestros mismos sentidos están muy de acuerdo con él. El Señor ha sembrado buen grano por su gracia en el corazón; el demonio por medio de nuestras pasiones y de nuestro amor propio ha sembrado en el otro muy malo: todo crece, todo arroja vástagos, todo parece bueno; pero en la muerte, que es el tiempo de la cosecha, se separará el buen grano del malo, el trigo de la cizaña. ¡Qué de acciones especiosas y laudables en la apariencia se hallarán entonces muy defectuosas, por haberlas dirigido motivos siniestros! Cuando dormían los hombres. El enemigo para conseguir su fin no se vale nunca del tiempo en que se vela. Puede entenderse por el tiempo del sueño, el tiempo en que los pastores no velan por la conservación de su rebaño, esto es, de las personas encomendadas a su cuidado. Los malos en este mundo estarán siempre mezclados con los buenos. No es decir que corresponda a los pastores de la Iglesia, que cultivan el campo del Señor, exterminar los malos; deben solamente trabajar para hacerlos buenos. ¿Quién sabe si el que hoy es cizaña, podrá en adelante venir a ser trigo puro por la solicitud y la paciencia de un ministro caritativo? Un celo demasiado duro y muy amargo irrita al pecador, y escandaliza ordinariamente al justo. ¿Queréis que vayamos a arrancar la cizaña? Así habla un celo poco discreto, y poco conforme al espíritu de Dios. La dulzura y la paciencia hacen principalmente el carácter del Padre de las misericordias. Ningún falso profeta, ningún falso apóstol, ningún hereje ha habido que no haya tenido un celo duro y amargo.

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