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viernes, 22 de febrero de 2019

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SACADA DE LOS CUATRO EVANGELISTAS: XVII. La conversión de la Samaritana.

XVII. La conversión de la Samaritana.

Aguardaba allí el Salvador a una mujer de una condición demasiado baja, pero gran pecadora, que había de venir a aquel pozo a sacar agua: en efecto, mientras que los discípulos del Salvador iban a la ciudad a comprar que comer, fue la mujer a sacar agua del pozo; era la tal de la secta de los samaritanos, enemigos declarados de los judíos. Estas dos naciones se tenían un odio recíproco. Habiéndole pedido Jesús de beber, conoció fácilmente que era judío, y le dijo que extrañaba mucho que un judío pidiese de beber a una mujer samaritana; pero Jesús le respondió con la modestia y mansedumbre que acostumbraba: Si conocieras el don con que Dios te favorece, y quién es el que te pide de beber, quizá tú le hubieras pedido primero que apagara tu sed, y El le hubiera dado una agua viva. Tomando la mujer estas palabras a la letra, le dijo a Jesús: Señor, si Tú no tienes con que sacar el agua, y el pozo está hondo, ¿Dónde tienes esa agua viva? ¿Acaso eres más poderoso que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo? Cualquiera que bebiere del agua de este pozo, respondió el Salvador, tendrá todavía sed; pero el que bebiere del agua que Yo le daré, no tendrá jamás sed, y el agua que Yo le daré se hará en él una fuente de agua que saltará hasta la vida eterna.

Dame de esa agua, Señor, replicó la mujer, para que jamás tenga sed, ni me vea en precisión de venir más a sacarla de este pozo. Anda, le dijo Jesús, llama a tu marido, y vuelve. No tengo marido, respondió la mujer. Tienes razón en decir que no tienes marido, replicó el Salvador; porque has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu marido. A estas palabras quedó corrida la mujer; y queriendo desviar con arte una conversación que no era de su gusto, le dijo: Me parece que eres profeta; y pues estás tan ilustrado, te ruego me digas: siendo así que nuestros padres los Patriarcas adoraron sobre el monte Garizim, donde nosotros tenemos nuestro templo, ¿De dónde viene que vosotros los judíos os encapricháis en decir que Dios quiere ser adorado en el templo de Jerusalén? Entonces Jesús, sin inmutarse, se aprovechó de esta ocasión para enseñarle una gran verdad, y disponerla a recibir las luces del Evangelio; le dijo pues: Mujer, ha llegado el tiempo en que vosotros no adoraréis ya al Padre sobre este monte, ni en Jerusalén, porque siendo Dios espíritu y verdad, quiere ser adorado de todo el mundo en espíritu y verdad; y este culto no está ligado a un lugar particular; porque estando Dios en todas partes, quiere que en todas partes le tributemos nuestros homenajes; y en todas partes está pronto a recibir nuestros respetos y nuestros votos. La mujer, admirada cada vez más de la sabiduría y ciencia profunda del que hablaba con ella, replicó: Sé que el Mesías ha de venir, cuando viniere nos instruirá, y desvanecerá todas nuestras dudas. Le dijo entonces Jesús, que El era el Mesías, y que no debía esperar otro que el que hablaba con ella.


Estando en esto llegaron los discípulos, y quedaron admirados de verle en conversación con aquella mujer; la cual, rindiéndose a las impresiones de la gracia, dejó su cántaro, se volvió en diligencia a la ciudad, y dijo a voces a los habitantes, que había encontrado un hombre que le había dicho todo cuanto había hecho de más secreto, y que no dudaba que el tal era el Mesías. Entre tanto los discípulos instaban al Señor para que comiese; pero les dijo que su alimento era hacer la voluntad del que le había enviado, y perfeccionar su obra. A este tiempo se vio venir una infinidad de gentes de Sicar por ver al nuevo Profeta: les dio golpe su sola presencia, se sintieron con una veneración extraordinaria hacia El, y le rogaron con muchas instancias, contra lo que acostumbraban, se dignase hacer alguna mansión en su país. El Salvador se detuvo dos días con ellos, y con sus conversaciones encendió tan bien la fe en aquellos corazones, que muchos creyeron en El, y decían a la mujer: ya no creemos en El por lo que tú nos has dicho, sino porque nosotros mismos le hemos oído, y sabemos que es el verdadero Salvador del mundo, y el Mesías que esperamos.

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