IV.
La Concepción de Jesucristo
Se llamaba
Isabel en el sexto mes de su preñado, cuando el ángel san Gabriel fue enviado
por Dios a Nazaret a anunciar su concepción, y el nacimiento milagroso de
Jesucristo, a la que desde la eternidad había sido escogida para ser su madre
sin dejar de ser virgen. Le inmolaba María a su Dios en el fervor de la más
alta contemplación, dice san Bernardo, cuando se la apareció el Ángel rodeado
todo de luz: este enviado del cielo, lleno de respeto y veneración a la que ya
miraba como a Reina del cielo y de la tierra, le dijo: Dios te salve, llena de
gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres. La vista de
un Ángel en figura humana, y el magnífico elogio que acababa este de hacer de
su virtud causó a la más pura y más humilde de las vírgenes una admiración y un
temor que no pudo disimular; no sabía tampoco lo que quería decir el Ángel con
aquella suerte de salutación. Advertido el Ángel de todo esto, le dijo: No
temas, María; te ama Dios mucho para que temas; vengo a anunciarte de su parte
que has de ser madre de un hijo que será grande de todos modos, pues será al
mismo tiempo el Hijo único del Altísimo. Como hijo tuyo descenderá de David,
siendo tú de esta real casa; pero no debe sentarse sobre el trono por derecho
de sucesión; la corona que le está destinada no será de la misma naturaleza que
la de los reyes de la tierra que fenece con ellos; su reino, como que le tendrá
de Dios, que es su Padre, no tendrá fin; reinará sobre todos los pueblos del
universo; sus vasallos serán los verdaderos descendientes de Jacob, y los
únicos herederos de las promesas hechas a todos los santos Patriarcas; en Él se
cumplirá todo lo que los Profetas han predicho del Mesías, y por la justa
correspondencia que se verá entre la predicción y los sucesos, no habrá ninguno
que no pueda reconocerle por el Mesías.
María, que
estimaba en más la virginidad que había votado, que todo cuanto había en el
mundo de más lisonjero y de más brillante, haciendo reflexión sobre el modo
como vivía san José, su esposo, le dijo al Ángel: que no comprendía cómo podría
cumplirse en ella este gran misterio; que habiendo consagrado a Dios su
virginidad desde sus primeros años, parece no podría ser madre. El Ángel, que
esperaba que la santísima Virgen le propusiese esta dificultad, le descubrió
entonces todo el misterio. Este Hijo adorable, le dijo, de que serás madre en
tiempo, no tendrá otro padre que Aquel de quien ha nacido ante todos los
siglos. Tú no tendrás otro esposo que al Espíritu Santo, el cual, siendo la
virtud omnipotente del Altísimo, formará en ti el fruto que has de dar a luz,
al cual le pondrás el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador, después que
le hayas dado al mundo; y así no temas, Virgen santísima, pues lejos de quedar
empañado el resplandor de tu virginidad, con ser madre de Dios, quedará esta
virtud en ti más brillante y más pura; y para que veas que ninguna cosa le es
imposible, ni aún difícil a Dios, sábete que tu prima Isabel, la cual en la
edad en que está no debía naturalmente tener hijos, no obstante está preñada de
un hijo, y esto después de haber sido estéril toda su vida; y la que se creía
que había de morir en su triste esterilidad, se halla al presente preñada de
seis meses. Después que el Ángel hubo desatado a María sus dificultades,
comprendiendo esta Señor que podría ser madre sin dejar de ser virgen, le dijo
al Ángel penetrada del más vivo afecto de reconocimiento, de sumisión y de
humildad: He aquí la esclava del Señor; cúmplase en mí tu palabra, por más
indigna que sea de un tan grande favor.
Recibida esta
respuesta, que llenó el cielo y la tierra del más dulce gozo, se despidió el
Ángel de María, y desapareció. En aquel mismo instante vino el Espíritu Santo
de lo alto a su seno, y derramándose sobre ella como una sombra la virtud del
Altísimo, obró en ella el gran misterio para que le había preparado desde el
primer instante de su Inmaculada
Concepción, y formó de la materia más pura de su cuerpo el cuerpo del más
hermoso de los hombres, y creó el alma más perfecta que hubo jamás. Al mismo
tiempo la segunda persona de la adorable Trinidad, el Verbo Divino, se unió
sustancialmente al uno y a la otra; y por medio de esta unión hipostática o
personal de la naturaleza humana con la divina en la persona del Verbo, se hizo
el Hombre-Dios, Jesucristo verdadero Dios, y juntamente verdadero hombre, Hijo
de Dios, y consustancial a su Padre, y verdadero Hijo de María, la cual desde
entonces quedó hecha verdaderamente Madre de Dios. En el mismo momento todos
los Ángeles adoraron a Aquel a cuyos méritos debían el haber perseverado en gracia;
y los hombres tuvieron un Redentor, y el mundo un Salvador, y un Mediador
todopoderoso entre Dios y los hombres. Aunque el Evangelio no habla sino de la
operación del Espíritu Santo en este inefable misterio, sin embargo, esta
milagrosa producción fue igualmente obra de las tres Divinas Personas; pero se
atribuye particularmente al Espíritu Santo, por atribuirse a esta Persona
Divina las obras en que resplandece más la caridad y la misericordia, como
sucede en ésta.
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