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viernes, 7 de febrero de 2014

P. JEAN CROISSET SJ. VIDA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SACADA DE LOS CUATRO EVANGELISTAS: IV. La Concepción de Jesucristo.

IV.               La Concepción de Jesucristo



Se llamaba Isabel en el sexto mes de su preñado, cuando el ángel san Gabriel fue enviado por Dios a Nazaret a anunciar su concepción, y el nacimiento milagroso de Jesucristo, a la que desde la eternidad había sido escogida para ser su madre sin dejar de ser virgen. Le inmolaba María a su Dios en el fervor de la más alta contemplación, dice san Bernardo, cuando se la apareció el Ángel rodeado todo de luz: este enviado del cielo, lleno de respeto y veneración a la que ya miraba como a Reina del cielo y de la tierra, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres. La vista de un Ángel en figura humana, y el magnífico elogio que acababa este de hacer de su virtud causó a la más pura y más humilde de las vírgenes una admiración y un temor que no pudo disimular; no sabía tampoco lo que quería decir el Ángel con aquella suerte de salutación. Advertido el Ángel de todo esto, le dijo: No temas, María; te ama Dios mucho para que temas; vengo a anunciarte de su parte que has de ser madre de un hijo que será grande de todos modos, pues será al mismo tiempo el Hijo único del Altísimo. Como hijo tuyo descenderá de David, siendo tú de esta real casa; pero no debe sentarse sobre el trono por derecho de sucesión; la corona que le está destinada no será de la misma naturaleza que la de los reyes de la tierra que fenece con ellos; su reino, como que le tendrá de Dios, que es su Padre, no tendrá fin; reinará sobre todos los pueblos del universo; sus vasallos serán los verdaderos descendientes de Jacob, y los únicos herederos de las promesas hechas a todos los santos Patriarcas; en Él se cumplirá todo lo que los Profetas han predicho del Mesías, y por la justa correspondencia que se verá entre la predicción y los sucesos, no habrá ninguno que no pueda reconocerle por el Mesías.

María, que estimaba en más la virginidad que había votado, que todo cuanto había en el mundo de más lisonjero y de más brillante, haciendo reflexión sobre el modo como vivía san José, su esposo, le dijo al Ángel: que no comprendía cómo podría cumplirse en ella este gran misterio; que habiendo consagrado a Dios su virginidad desde sus primeros años, parece no podría ser madre. El Ángel, que esperaba que la santísima Virgen le propusiese esta dificultad, le descubrió entonces todo el misterio. Este Hijo adorable, le dijo, de que serás madre en tiempo, no tendrá otro padre que Aquel de quien ha nacido ante todos los siglos. Tú no tendrás otro esposo que al Espíritu Santo, el cual, siendo la virtud omnipotente del Altísimo, formará en ti el fruto que has de dar a luz, al cual le pondrás el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador, después que le hayas dado al mundo; y así no temas, Virgen santísima, pues lejos de quedar empañado el resplandor de tu virginidad, con ser madre de Dios, quedará esta virtud en ti más brillante y más pura; y para que veas que ninguna cosa le es imposible, ni aún difícil a Dios, sábete que tu prima Isabel, la cual en la edad en que está no debía naturalmente tener hijos, no obstante está preñada de un hijo, y esto después de haber sido estéril toda su vida; y la que se creía que había de morir en su triste esterilidad, se halla al presente preñada de seis meses. Después que el Ángel hubo desatado a María sus dificultades, comprendiendo esta Señor que podría ser madre sin dejar de ser virgen, le dijo al Ángel penetrada del más vivo afecto de reconocimiento, de sumisión y de humildad: He aquí la esclava del Señor; cúmplase en mí tu palabra, por más indigna que sea de un tan grande favor.

Recibida esta respuesta, que llenó el cielo y la tierra del más dulce gozo, se despidió el Ángel de María, y desapareció. En aquel mismo instante vino el Espíritu Santo de lo alto a su seno, y derramándose sobre ella como una sombra la virtud del Altísimo, obró en ella el gran misterio para que le había preparado desde el primer instante de su Inmaculada Concepción, y formó de la materia más pura de su cuerpo el cuerpo del más hermoso de los hombres, y creó el alma más perfecta que hubo jamás. Al mismo tiempo la segunda persona de la adorable Trinidad, el Verbo Divino, se unió sustancialmente al uno y a la otra; y por medio de esta unión hipostática o personal de la naturaleza humana con la divina en la persona del Verbo, se hizo el Hombre-Dios, Jesucristo verdadero Dios, y juntamente verdadero hombre, Hijo de Dios, y consustancial a su Padre, y verdadero Hijo de María, la cual desde entonces quedó hecha verdaderamente Madre de Dios. En el mismo momento todos los Ángeles adoraron a Aquel a cuyos méritos debían el haber perseverado en gracia; y los hombres tuvieron un Redentor, y el mundo un Salvador, y un Mediador todopoderoso entre Dios y los hombres. Aunque el Evangelio no habla sino de la operación del Espíritu Santo en este inefable misterio, sin embargo, esta milagrosa producción fue igualmente obra de las tres Divinas Personas; pero se atribuye particularmente al Espíritu Santo, por atribuirse a esta Persona Divina las obras en que resplandece más la caridad y la misericordia, como sucede en ésta.

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